de tiras de cuero entrelazadas que se marcaban a traves del delgado cojin. Miro el mosaico del suelo; no era muy bueno, mostraba a un Dionisio pelirrojo montado en un ganso. El dios le recordo a un borracho que habia intentado atacarle en un callejon. ?Donde habia sido? ?En Menfis o Abidos? Telamon no lo recordaba. Le preocupaba mucho mas controlar su miedo. Olimpia era como un gato que habia cazado a un pajaro. Ella no le deseaba ningun mal, al menos por ahora. Queria algo. Casi sospechaba la verdad. Solo si se negaba emergeria el peligro. Si Olimpia lo queria muerto, su cabeza se hubiera visto separada de los hombros tan pronto como puso un pie en Pella. Por supuesto, su querido Alejandro habia dejado estrictas instrucciones; en algun lugar de los perfumados aposentos de Olimpia, habia un cofre con herrajes de plata cerrado con tres cerraduras; solo Olimpia tenia las llaves. En aquel cofre, habia un rollo de pergamino con los nombres de aquellos que Alejandro habia advertido a su madre que no debia tocar. Estaba seguro de que su nombre estaba alli escrito. Alejandro nunca olvidaba a sus amigos, ni siquiera a aquellos que no estaban de acuerdo con el o habian decidido seguir por caminos diferentes.
– Te recuerdo, Telamon. Tu y Alejandro cazando liebres entre las tumbas de Mieza. ?Las recuerdas? ?Las lapidas grises, los hierbajos…? ?Las nubes de moscas, el silencio roto solo por el zumbido de las abejas…? ?Siempre calzabas unas sandalias demasiado grandes! Parecias nadar en ellas.
Olimpia se agacho para susurrarle algo al oido. Telamon olio su extrano perfume.
– Telamon, de rostro moreno y cabellos oscuros, siempre tan estudioso. Recuerdo cuando recogiste un hueso que un perro habia sacado de una tumba. Tu y Alejandro discutisteis si era de una pierna o de un brazo.
– Era de una pierna, mi senora: un femur. Yo tenia razon; tu hijo estaba equivocado.
– No te gusta que maten, ?verdad? Recuerda cuando Ptolomeo encontro un pichon y dijo que lo sacrificaria sobre una piedra; tu te echaste a llorar con tanta desesperacion que Ptolomeo solto el pichon.
– Tu memoria te ha vuelto a fallar, mi senora -dijo Telamon, consciente de que Olimpia se habia apartado-. Tu hijo Alejandro intervino. Le dio un punetazo en la nariz a Ptolomeo y el solto el pajaro, que escapo volando.
– Ah si. Ahora mirate, Telamon -ordeno Olimpia dandose la vuelta y deteniendose ante el, con los dedos en la barbilla; entonces chasqueo la lengua-. Telamon ataviado con la tunica y el manto del fisico. Dejame que estudie tus sintomas. Dejame juzgar tu apariencia.
La reina retrocedio como si juzgara su valia. Telamon sostuvo su mirada.
– Eres mas alto de lo que esperaba -confeso en un susurro-. El pelo negro rizado -hizo una pausa-. ?Que edad tienes, Telamon?
– Veintiseis anos.
– Ya tienes cabellos grises. Solo unos pocos, pero te dan un aspecto distinguido. ?No dice Hipocrates en su
– La medicina, mi senora.
– ?Y tu esposa?
– La medicina, mi senora.
– ?Y tus aficiones? La medicina, mi senora -dijo Olimpia respondiendo por el con una muy buena imitacion de su voz.
Se acerco hasta dominarlo con su estatura. Telamon advirtio que uno de los Companeros de a pie se movia ligeramente a un costado para no perderle de vista.
– Has estado en todas partes, Telamon. Dejame recordarlo: Cos, Samos, Chios, Atenas, Menfis, Abidos, Tebas en Egipto…
– Incluso en Tarento, en el sur de Italia -preciso Telamon acabando la lista por ella.
Olimpia toco el anillo en la mano izquierda del fisico, que mostraba en su sello a Esculapio y a Apolo, el sanador.
– ?Asi que de verdad crees en los dioses, Telamon?
– Si los dioses cometen actos vergonzosos, menos dioses son.
– ?Es uno de tus aforismos?
– No, mi senora. Euripides.
– Ah, el que habla de la consciencia inmortal. ?Crees en la vida despues de la muerte, Telamon?
– La otra vida es una fuente sellada -respondio Telamon con otra cita de Euripides-. Esta vida ya tiene bastantes problemas.
Olimpia abrio mucho los ojos en un gesto de sorpresa.
– ?A ti, un fisico, no te gusta la vida? ?No tienes nada mas alla de la medicina? ?Ninguna ambicion? ?A ningun protector? ?Ningun deseo de mejorar tu posicion? ?Por que eres tan triste, Telamon?
– Como dice el poeta, mi senora: «Nuestros versos mas dulces son aquellos que relatan nuestros pensamientos mas tristes».
– Te gusta Euripides -observo Olimpia sentandose en el borde de la tarima con las manos apoyadas en las rodillas-. De todos los companeros de mi hijo, Telamon, tu eres el que mas me gusta. ?Sabes por que? Porque no representas ninguna amenaza. No quieres ser un general. No quieres ser un soldado. No quieres pavonearte. Diria que eres un rompecorazones. ?Tenias una esposa en Egipto?
– Solo una amante.
– ?Murio?
– Era una muchacha del templo de Isis. Una sacerdotisa, mi senora. Un soldado abuso de ella, cayo enferma y murio. Yo estaba ausente cuando paso.
– ?Quien era el soldado?
– Un oficial persa. Lo mate.
– ?Como hiciste tal cosa? -quiso saber Olimpia desviando el rostro con una sonrisa en los labios-. ?Envenenaste su vino? ?Le apunalaste por la espalda? ?Alquilaste a un asesino?
Telamon mantuvo una expresion impasible. Olimpia dio un golpe en el suelo.
– ?Vas a decirmelo? ?Como le mataste?
– Lo encontre en una taberna cerca de la Avenida de las Esfinges en Tebas. Lo maldije. El desenvaino la espada y me ataco. Aprendi muchas cosas en los huertos de Mieza.
– Ah si, Cleito el Negro, el maestro de esgrima de mi hijo.
– El oficial no era muy bueno. Erro el golpe. Mi daga acerto en la diana. Un corte limpio y directo al corazon.
Olimpia exhalo un suspiro y se puso de pie.
– ?Asi que regresaste a casa?
– No tuve otra eleccion. Los persas me hubieran crucificado en las murallas de Tebas.
– Por cierto, ?como esta tu madre? ?Y la viuda de tu hermano y su hijo? Un nino muy vivaz, segun me han contado.
Olimpia tenia aquella mirada sombria, helada. Telamon noto el sudor en las palmas de las manos. La reina acababa de proferir su amenaza. Solo las palabras, la manera como habia recalcado «vivaz» con una mirada despiadada.
– ?Bien! -exclamo Olimpia aplaudiendo y acercandose al trono-. Tienes la reputacion de ser un gran fisico, Telamon -sentencio mientras se sentaba-. Dime, ?cual es la diferencia entre la cicuta acuatica y la virosa?
– Ambas son venenos letales. La cicuta virosa provoca la paralisis. La acuatica provoca convulsiones. Ambas producen la muerte.
– ?Es algo que sabes a traves de la observacion?
– No, esta en el relato que hace Platon de la muerte de Socrates. Le dieron cicuta virosa con el vino.
Olimpia, con los labios fruncidos, asintio como si fuera un estudiante que escucha a su maestro.
– ?Has visto el cadaver?
Telamon recordo la espantosa Casa de la Muerte: el cuerpo blanco del anciano que yacia desnudo como un trozo de carne encima de una fuente. Olimpia miro al oficial que se encontraba a su lado.
– ?Estudio el cadaver? ?Bien de cerca como se le dijo?
– Tal como se le dijo, mi senora.