– Tu estabas a mi servicio -le acuso Dario-. Eres mio en cuerpo y alma. Soy el Rey de Reyes, el dueno de tu cuello. No eres mas que una piedra debajo de mi sandalia. ?Llevadlo a la torre de silencio! -ordeno-. Atadlo a una jaula. ?Dejadlo colgado entre el cielo y la tierra!
Lisias grito y pataleo. Los guardias encapuchados se lo llevaron.
– ?Mientras estes alli -grito Dario-, y esperas la muerte, que tardara en llegar, reflexiona sobre el justo destino de un traidor!
PROLOGO II
«El cuerpo de Pausanias fue colgado inmediatamente en una picota, pero por la manana, aparecio coronado con una diadema de oro, un regalo de Olimpia para demostrar su odio implacable hacia Filipo.»
Quinto Curcio Rufo,
– Bienvenido, Telamon, hijo de Margolis!
– Mi senora, ?por que estoy aqui?
– Porque tienes el don de la vida -contesto Olimpia levantando la cabeza-, mientras que yo tengo el don de la muerte.
– Mi senora, ambos estamos en las manos de los dioses.
– ?Tu no crees en los dioses, Telamon!
– ?Mi senora, creo en lo mismo que tu!
La pelirroja Olimpia, viuda de Filipo, madre de Alejandro, se rio sonoramente, un sonido infantil que no encajaba con su humor y apariencia. Llevaba un vestido color verde mar sujeto al hombro con un broche de oro que reproducia la cabeza de Medusa. Sus cabellos y su largo rostro de tez muy morena estaban enmarcados por la capucha de su capa azul cielo; sus pies, incongruentemente, estaban calzados con sandalias de marcha de los soldados. En la pequena mesa de acacia dispuesta a su lado, habia una copa y todas las joyas que se habia quitado -los anillos, los collares y los brazaletes- como si su contacto le resultara desagradable. Dio golpecitos con los pies y miro el techo, distraida por una pintura de Baco cabalgando una pantera.
«Tu no has cambiado», penso Telamon. De todas las mujeres que habia conocido, mejor dicho, de todas las personas que habia conocido, Olimpia, de la tribu de Molossus, era la unica que le asustaba de verdad. Observo su rostro sin arrugas y con la nariz afilada y los carnosos labios rojos, pero eran los ojos lo que le atraia, como los de un gato salvaje, brillantes, inquietos; te miraban como si quisieran arrebatarte la vida de tu alma. Telamon trago saliva y escucho su respiracion. Conocia las reglas del juego: nunca mostrar tu miedo a Olimpia. Se engrandecia con el miedo de los demas. Ahora estaba interpretando el papel que habia escogido: provocadora y coqueta, pero, por debajo, un aire de terrible amenaza. Telamon tuvo la sensacion de estar actuando en una de las obras de Sofocles. Cuando le sacaron sin mas de la casa de su madre, el capitan de la guardia de Olimpia se mostro cortes, pero firme: era un invitado de la corregente de Macedonia.
«?Por que», le
Telamon se habia lavado la cara y las manos, se habia cambiado la tunica, se habia echado una capa sobre los hombros, se habia despedido de su madre con un beso y, escoltado por los Companeros de a pie, se habia dirigido a la residencia real. Primero le habian llevado a la Casa de los Muertos y, tal como le ordenaron, estudio el cadaver tendido sobre una mesa de madera. Despues le habian servido vino, pan y queso, y a continuacion le habian traido aqui, al corazon del palacio, al centro de la telarana de Olimpia.
Telamon se movio inquieto en la silla. Olimpia continuaba mirando el techo, un tanto reclinada en el trono con adornos de plata. A cada lado de la tarima, montaban guardia los oficiales de los Companeros de a pie vestidos con el uniforme de gala: cascos azules con plumas rojas a los lados y viseras de oro que daban sombra a los ojos; mas abajo, los grandes cuellos rojos que les cubrian los hombros como panoletas. Permanecian inmoviles como estatuas con sus corazas labradas y las faldas y las espinilleras de plata con los bordes rojos, sujetando las lanzas en una mano y las rodelas en la otra, adornadas con una menade de ojos salvajes y rostro feroz, el simbolo personal de Olimpia.
Telamon tosio. Olimpia siguio contemplando el techo y el medico, para distraerse, echo una ojeada por la sombria camara, calentada solo por un brasero que crepitaba y platos de bronce llenos de ascuas. «?Habian rociado las brasas con alguna sustancia?», se pregunto Telamon. ?Algun extrano perfume? ?Hojas de laurel o mirto? Desde luego, no era incienso; ?quizas hojas de roble o petalos de loto machacados? El perfume agridulce irrito la nariz de Telamon y estimulo su memoria. ?Que era? Entonces lo recordo, incluso mientras Olimpia apartaba sus ojos del techo para mirarle directamente. Una mirada de los ojos verde oscuro de esta mujer serpiente, la Reina Bruja, y Telamon recordo sus visitas a la academia en Mieza. ?Era su olor! Recordo a Olimpia en cuclillas delante de el, que le pasaba un dedo por la mejilla mientras le preguntaba si queria de verdad a su precioso Alejandro.
Una frase de las Bacantes de Euripides llamo la atencion de Telamon: estaba escrita en la pared directamente detras del trono: «Dionisio merece ser honrado por todos los hombres. No quiere a nadie que no le adore». Olimpia se giro en su trono para mirar la pared.
– Mande que los pintores la pusieran alli. ? Crees lo que dice, Telamon? ?No te parece que todos deberian beber el vino sagrado? -pregunto volviendose para mirarle a la cara-. La sagrada sangre de los dioses, el zumo de la gorda uva aplastada. ?Eres un seguidor de Euripides, Telamon? ?O solo un admirador de sus obras?
– Prefiero mucho mas el tratado sobre la embriaguez de Aristoteles.
– ?Ah, Aristoteles! -exclamo Olimpia echandose a reir-. ?Ese elegante y zanquilargo afectado! ?Asi que no te gusta el vino?
– No he dicho tal cosa, mi senora.
La reina continuo con sus provocaciones.
– En el canto VI de la
– En el mismo canto, tambien dice que consume tus fuerzas.
– No me agrada -murmuro Olimpia, en otra cita de la
– En ese caso, mi senora, quiza quieras decirme por que estoy aqui.
La sonrisa desaparecio del rostro de la reina. Golpeo el suelo con la punta de la sandalia y cogio un brazalete que comenzo a deslizar arriba y abajo por la muneca.
– ?Echas de menos los huertos de Mieza, Telamon?
– Echo de menos a mis amigos.
– ?Echas de menos a mi hijo?
– Mi senora, ya tienes la respuesta. Echo de menos a mis amigos.
Olimpia se echo a reir bruscamente. Telamon se sobresalto cuando una de las antorchas, sujeta en la pared a su izquierda, hizo un ultimo chisporroteo y se apago. La reina le senalo con un dedo.
– Entonces, ?por que estas aqui?
– Porque tu me has llamado.
– No, ?por que estas en Pella?
– Lo estoy desde el otono.
Olimpia, como si se aburriera con esta conversacion, se levanto, bajo de la tarima y camino hacia el. -Filipo esta muerto. Mi marido, el rey.
– Lo se, mi senora.
– Corone a su asesino.
– Lo se, mi senora.
– No estoy diciendo que lo mate -apunto Olimpia yendo a situarse tras de Telamon.
– Por supuesto que no, mi senora. Tu serias incapaz de matar a una mosca.
Olimpia rio de nuevo y golpeo a Telamon en el hombro. El se movio inquieto. El asiento de la silla estaba hecho