de la nada, llega y salta sobre su regazo. «?Donde ha estado mi bebe?», pregunta Beth en voz alta y euforica. «?Mami te ha echado de menos!» Al minuto, no obstante, se quita impacientemente de encima a la gata, que tras acomodarse en la vasta superficie de carne caliente habia empezado a ronronear, y forcejea para levantarse de nuevo de la butaca La-Z-Boy. De repente hay mucho que hacer.
Dos semanas despues del dia de graduacion en el Central High, Ahmad aprobo el examen de conduccion de vehiculos comerciales en las instalaciones de trafico de Wayne. Su madre, que le habia permitido educarse a si mismo en tantos aspectos, lo llevo con su abollada furgoneta, una Subaru granate que usa para ir al hospital y para entregar los cuadros en la tienda de regalos de Ridgewood y en cualquier otro lugar donde se los expongan, incluidas varias muestras de arte
Ese dia, en Wayne, coqueteo con el viejo, un secuaz miserable del Estado, que controlaba el examen. Dijo: «No se por que cree que quiere conducir camiones. Se ve que se le ocurrio a su iman. A su iman, no a su mama. Mi querido chico dice que es musulman».
El hombre del mostrador del centro regional de la Comision de Vehiculos a Motor se mostro perplejo ante ese chorro de confianza materna. «Sin duda supondra unos ingresos fijos», replico tras pensar unos segundos.
Ahmad noto que al funcionario le costaba hilvanar las palabras, que con ello gastaba unos recursos interiores que intuyo escasos y demasiado valiosos. Su cara, que percibio de escorzo por estar cabizbajo en el mostrador, bajo los parpadeantes tubos fluorescentes, estaba levemente deformada, como si alguna vez se hubiera contraido por una fuerte emocion y se hubiera quedado petrificada. Aquella era la clase de criatura perdida con que su madre se complacia en flirtear, a costa de la dignidad de su hijo. El tipo estaba tan entumecido en su telarana de reglamentaciones que fue incapaz de ver como Ahmad, pese a tener la edad para poder examinarse del permiso C, no era lo bastante hombre para repudiar a su madre. Consciente de la falta de decoro de la mujer y de la posible burla, le quito al aspirante el impreso del examen fisico debidamente rellenado e hizo que Ahmad metiera la cara en un aparato para leer, cada vez con un ojo distinto, letras de diversos colores, distinguiendo el rojo del verde y a estos del ambar. La maquina media su capacidad para la conduccion de otra maquina, y el responsable de la prueba estaba anquilosado por una especie de ira porque el hacer ese trabajo dia tras dia lo habia transformado en otra maquina, un elemento de facil recambio en los engranajes del Occidente despiadado y materialista. Fue el islam, es algo que le gusta explicar al sheij Rachid, el que conservo la ciencia y los mecanismos simples legados por los griegos cuando toda la Europa cristiana, sumida en la barbarie, los habia olvidado. En el mundo actual, los heroes de la resistencia islamica frente al Gran Satan habian sido antes doctores e ingenieros, expertos en el uso de maquinas como ordenadores, aviones y bombas colocadas en los margenes de las carreteras. El islam, a diferencia del cristianismo, no teme a la verdad cientifica. Ala habia dado forma al mundo fisico, y todos sus aparatos eran sagrados si se ponian al servicio de lo sagrado. De esta manera consiguio Ahmad, entre tales reflexiones, su carnet de camionero. Para la categoria C no hacia falta un examen practico.
El sheij Rachid esta satisfecho. Le dice a Ahmad:
– Las apariencias enganan. Aunque se que nuestra mezquita parece, a los ojos de un joven, descuidada y fragil en su ornamentacion, esta tejida con firmes mimbres y construida sobre verdades que han anclado en el corazon de los hombres. La mezquita tiene amigos, amigos tan poderosos como piadosos. El cabeza de la familia Chehab me conto el otro dia que su prospero negocio precisa de un joven conductor de camiones, alguien de costumbres puras y fe firme.
– Yo solo tengo el permiso C -contesta Ahmad, dando un paso atras ante lo que le parece una entrada demasiado facil y rapida al mundo de los adultos-. No puedo llevar ningun vehiculo fuera del estado ni transportar materiales peligrosos.
Las semanas transcurridas desde la graduacion ha vivido con su madre, en plena ociosidad, pasando horas desganadas en el pobremente iluminado Shop-a-Sec, cumpliendo fielmente con el rezo de sus oraciones, el
– ?Y cuando es eso exactamente?
– ?Madre! ?Dejame en paz! Sera pronto. Puede que me quede un rato en la biblioteca.
– ?Quieres dinero para ir al cine?
– Tengo dinero, y ademas ya he ido dos veces, a ver una de Tom Cruise y otra de Matt Damon. Las dos iban de asesinos profesionales. El sheij Rachid no se equivoca: las peliculas son inmorales y estupidas. Son el anticipo del Infierno.
– ?Oh, vaya! ?Pues que santos nos estamos poniendo! ?No tienes amigos? ?A tu edad no van los chicos ya con alguna novia?
– Mama. No soy gay, si es lo que estas insinuando.
– ?Como estas tan seguro?
Se quedo pasmado.
– Lo se.
– Bueno, pues lo que yo se -dijo ella, echandose hacia atras el pelo que le caia sobre la frente con los dedos de la mano izquierda en un gesto resuelto, como dando a entender que la conversacion habia descarrilado y que queria darla por zanjada- es que nunca se cuando vas a volver a casa.
Ahora, con un tono que suena igual de irritado, el sheij Rachid contesta:
– No quieren que salgas del estado. Ni quieren que transportes sustancias peligrosas. Lo que quieren es que lleves muebles. La empresa de los Chehab se llama Excellency Home Furnishings, esta en Reagan Boulevard. Seguro que la habras visto, o me habras oido hablar alguna vez de la familia Chehab.
– ?Los Chehab? -A veces Ahmad sospecha que, de tan envuelto como esta en el sentimiento de que Dios lo acompana, tan cerca de el esta que podrian componer una sola y unica identidad sagrada, «mas cerca de el que su vena yugular», como dice el Coran, se da menos cuenta de detalles mundanos que el resto de la gente, que los
