tan acelerado.
– ?Como se ha enterado de que estaba aqui?
Gherkin deposito la mano sobre su hombro con un aire cordial, y antes de que Jeremy se diera cuenta, lo estaba conduciendo hacia la oficina de recepcion de los bungalos.
– Ah, senor Marsh, las noticias en el pueblo corren como la polvora. Siempre ha sido asi; forma parte del atractivo de este lugar. Eso y la belleza natural. Tenemos algunos de los mejores parajes para pescar y cazar patos de todo el estado, ?lo sabia? La gente viene de todas partes. ?Incluso gente famosa! La mayoria se aloja en Greenleaf. Es como una estancia en el paraiso, si senor. El estar a solas en un bungalo tranquilo, rodeado por la naturaleza… Imaginese, toda la noche oira el delicioso canto de los pajaros y los grillos. Seguro que a partir de ahora pensara que todas esas cadenas hoteleras de Nueva York no son mas que unos lugares insulsos.
– Es cierto -admitio Jeremy. Sin lugar a dudas, ese tipo era un politico nato.
– Ah, y no se preocupe por las serpientes.
Jeremy abrio los ojos como un par de naranjas.
– ?Serpientes?
– Seguro que habra oido ya la historia, pero ha de pensar que todo lo que paso el ano pasado fue fruto de unos desafortunados malentendidos. Algunos tipos no saben comportarse como Dios manda. Pero como ya le he dicho, no se preocupe por los serpientes. Normalmente no aparecen hasta el verano. De tollos modos, sera mejor que no se meta entre los arbustos para buscarlas. La mordedura de una serpiente boca de algodon puede ser muy seria.
– Ah -respondio Jeremy, buscando la respuesta apropiada mientras intentaba no pensar en esos desagradables reptiles. Odiaba a las serpientes incluso mas que a los mosquitos y a los caimanes-. La verdad es que estaba pensando en…
El alcalde solto un bufido lo suficientemente potente como para interrumpir a su interlocutor, y luego miro a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que Jeremy veia lo satisfecho que estaba de poder disfrutar de ese entorno tan privilegiado.
– Asi que dime, Jeremy… Supongo que no te importara si! te tuteo…
– No.
– Muchas gracias. Eres muy amable. Asi que… Jeremy, me preguntaba si los de la tele podrian estar interesados en nuestra historia.
– No tengo ni idea.
– Es que si estuvieran interesados, los tratariamos a cuerpo de rey. Les mostrariamos la genuina hospitalidad surena. Incluso les dariamos alojamiento en el Greenleaf gratis y, por supuesto, tendrian una primicia que contar. Mucho mejor que lo que tu hiciste en
– ?Se da cuenta de que basicamente soy solo un columnista? Normalmente no tengo ninguna relacion con la television…
– No, claro que no. -Gherkin le guino el ojo; obviamente no le creia-. Bueno, haz lo que tengas que hacer, y luego ya veremos que pasa.
– Hablo en serio -asevero Jeremy. El alcalde volvio a guinarle el ojo.
– Si, si, claro.
Jeremy no sabia que decir para convencerlo -en cierta manera porque quiza tenia razon-, y un momento mas tarde, el alcalde empujo la puerta de la oficina de recepcion, si a ese espacio se le podia llamar asi.
Parecia como si no lo hubieran rehabilitado en mas de cien anos. En la pared situada detras de un mostrador ruinoso habia un robalo de boca grande. En cada una de las esquinas, a lo largo de las paredes, y encima del archivador y del mostrador se podian ver criaturas disecadas: castores, conejos, ardillas, comadrejas, mofetas y hasta un tejon. A diferencia de la mayoria de exposiciones similares que habia visto, todos esos animales habian sido disecados en una actitud como si estuvieran acorralados e intentaran defenderse. Las bocas abiertas parecian dispuestas a grunir de forma inquietante; los cuerpos estaban arqueados; los dientes y las garras, a la vista. Jeremy estaba todavia asimilando las imagenes cuando vio un oso en una esquina y dio un respingo del susto. Al igual que los otros animales, exhibia unas garras amenazadoras, como si estuviera a punto de atacar. El lugar era el Museo de Historia Natural transformado en una pelicula de terror y reducido al tamano de una caja de cerillas.
Detras del mostrador, un enorme tipo barbudo, sentado y con las piernas levantadas, miraba la tele que tenia delante de el. Las imagenes no eran nitidas; cada dos segundos aparecian unas rayas verticales que atravesaban la pantalla de lado a lado, por lo que era practicamente imposible ver lo que pasaba.
El individuo se levanto lentamente, y siguio irguiendose hasta que supero a Jeremy con creces. Debia de medir mas de dos metros, y sus hombros eran mas fornidos que los del amenazador oso disecado que lo vigilaba desde la esquina. Iba vestido con un mono y una camisa a cuadros. Sin mediar palabra, agarro un portapapeles y lo coloco bruscamente sobre la mesa.
Con el dedo hizo una senal a Jeremy y luego al portapapeles.
No sonrio; lo cierto es que tenia toda la pinta de querer arrancarle los brazos y usarlos a modo de bate para propinarle una buena tunda, antes de colgarlo en la pared como un trofeo con el resto de los animales expuestos.
Gherkin se echo a reir, cosa nada extrana. Jeremy se fijo en que el hombreton se reia de buena gana.
– No dejes que te intimide, Jeremy -tercio Gherkin rapidamente-. A Jed no le gusta demasiado hablar con desconocidos. Solo rellena la ficha con tus datos, y seguidamente podras instalarte en tu pequena habitacion en el paraiso.
Jeremy no podia apartar los ojos de Jed, pensando que era el tipo mas temible que habia visto en su vida.
– Jed no solo es el dueno del Greenleaf, tambien trabaja en el Ayuntamiento y es el taxidermista local - continuo Gherkin-. ?No te parece un trabajo increible?
– Increible -asintio Jeremy, esforzandose por sonreir.
– Si le pegas un tiro a cualquier bicho viviente que encuentres por aqui, traeselo a Jed. No te defraudara.
– Intentare no olvidarlo.
El alcalde parecio animarse subitamente.
– Asi que te gusta la caza, ?eh?
– No mucho, lo siento.
– Bueno, quiza podamos cambiar un poco tus gustos mientras te alojas aqui. ?Te habia dicho que la caza de patos es espectacular en esta parte del estado?
Mientras Gherkin hablaba, Jed daba golpecitos impacientes en el portapapeles con uno de sus gigantescos dedos.
– Vamos, Jed, no intentes intimidar al senor -lo amonesto el alcalde-. Es de Nueva York. Es un periodista de la gran ciudad, asi que tratamelo bien.
Gherkin desvio la atencion hacia Jeremy otra vez.
– Ah, solo para que lo sepas, Jeremy, sera un placer pagar tu estancia en el Greenleaf.
– Gracias, pero no hace falta…
– ?No se hable mas! -lo acallo moviendo nerviosamente los brazos-. La decision ya esta tomada por el jefe del Consistorio, que, por si no lo sabias, soy yo. -Le guino el ojo-. Es lo minimo que podemos hacer por un huesped tan distinguido.
– Oh, muchas gracias.
Jeremy asio el boligrafo. Empezo a rellenar la hoja de la reserva, sintiendo como Jed lo taladraba con la mirada; subitamente tuvo miedo de lo que podria suceder si cambiaba de opinion y decidia no quedarse en el Greenleaf. Gherkin apoyo su brazo en el hombro de Jeremy con un exceso de confianza.
– ?Te he dicho lo contentos que estamos de tenerte aqui?
En una calle tranquila en la otra punta de la localidad, en un bungalo blanco con las persianas pintadas de color azul, Doris estaba salteando beicon, cebollas y ajos mientras que en el otro fogon hervia un cazo con pasta. Lexie estaba lavando tomates y zanahorias en el fregadero para luego cortarlos a dados. Despues de terminar su trabajo en la biblioteca, se habia dejado caer por casa de Doris, como solia hacer un par de dias a la semana. A pesar de que su casa quedaba muy cerca, a menudo cenaba en casa de su abuela. Era una vieja costumbre que no se resignaba a perder.