En la repisa de la ventana la radio sonaba al ritmo de jazz, y aparte de las tipicas conversaciones de familia, las dos mujeres no tenian muchas cosas que contarse. Para Doris, la razon era que estaba cansada despues de un largo dia de trabajo. Aunque le costara admitirlo, desde que sufrio el ataque de corazon dos anos antes, se cansaba con mucha mas facilidad. Para Lexie, el motivo era Jeremy Marsh, pero conocia a Doris lo suficientemente bien como para saber que era mejor no comentar nada al respecto. Su abuela siempre habia mostrado una curiosidad desorbitada por su vida personal, y Lexie habia aprendido que lo mas indicado era evitar hablar de ciertos temas con ella siempre que fuera posible.
Sabia que Doris no lo hacia con mala intencion. Simplemente no alcanzaba a comprender como era posible que una mujer de treinta anos no hubiera sentado todavia la cabeza, y ultimamente no hacia mas que preguntarle a que esperaba para casarse. Aunque su abuela era una mujer sumamente inteligente, pertenecia a la vieja escuela; se caso a los veinte anos y paso sus siguientes cuarenta y cuatro anos con un hombre al que adoraba, hasta que el fallecio tres anos antes.
Lexie se habia criado con sus abuelos, asi que conocia a Doris los suficientemente bien como para practicamente condensa todas sus preocupaciones en una frase: ya iba siendo hora de que su nieta encontrara a un chico decente, se fuera a vivir con el a una casita rodeada por una verja blanca de madera, y tuviera hijos.
Lo que su abuela pedia no era tan extrano, despues de todo, y Lexie lo sabia. En el pueblo eso era lo que se esperaba de cualquier mujer. Y las veces que se sinceraba consigo misma, se decia que tambien anhelaba llevar esa clase de vida. Bueno, al menos en teoria. Pero primero tenia que encontrar al companero ideal, alguien con quien se sintiera a gusto y del que se enorgulleciera de llamarlo «su hombre». En ese punto diferia de su abuela. Doris pensaba que bastaba con encontrar a un hombre decente, honrado y con un buen trabajo. Y quizas en el pasado fuera asi. Pero Lexie no ansiaba estar con alguien simplemente porque fuera cortes y tuviera un buen trabajo. Quizas albergaba falsas expectativas, pero tambien deseaba estar enamorada de el. No le importaba si era increiblemente afable o responsable; si no existia un minimo de pasion, no podia -ni queria- imaginar pasar la vida junto a el. No seria justo ni para ella ni para el. Queria un hombre que fuera tierno y afable, pero que al mismo tiempo la hiciera vibrar, sentirse viva. Sonaba con un companero que le masajeara los pies despues de un largo dia en la biblioteca, pero que tambien estuviera a la misma altura intelectual que ella; alguien romantico, por supuesto, que le comprara flores sin ninguna razon en particular.
Tampoco era pedir demasiado, ?no?
Segun
Ese era precisamente el problema de muchas de las parejas casadas que conocia. En todo matrimonio debia de existir un equilibrio entre hacer lo que a uno le apetecia y lo que la pareja queria, y mientras que el hombre y la mujer aceptaran ese compromiso, todo iba bien. Pero los problemas surgian cuando ambos empezaban a hacer lo que querian sin tener en cuenta las necesidades del otro. Un marido decidia de repente que necesitaba mas sexo y lo buscaba en un contexto ajeno a la pareja; una esposa decidia que necesitaba mas afecto, y actuaba del mismo modo que su marido. Para que un matrimonio funcionara, como en cualquier otra relacion, era necesario subordinar las necesidades propias a las del otro, con la esperanza de que el conyuge actuaria consecuentemente. Y mientras los dos miembros mantenian el pacto, todo iba viento en popa en su universo particular.
Sin embargo, ?como era posible actuar de ese modo si una no estaba enamorada de su marido? Lexie no estaba segura. Doris, en cambio, tenia la respuesta: «Mi pequena Lexie, esos sentimientos desaparecen tras los dos primeros anos de casados», aseveraba ella, a pesar de que para Lexie la relacion de sus abuelos habia sido mas que envidiable. Su abuelo era el tipico hombre romantico por naturaleza. Hasta practicamente el final de sus dias, siempre se afanaba por abrirle la puerta del coche a Doris y darle la mano cuando salian a pasear. Jamas le habia sido infiel, la adoraba y a menudo soltaba algun que otro comentario acerca de lo afortunado que era de haber encontrado a una mujer como ella. Cuando fallecio, una parte de Doris tambien empezo a morirse. Primero fue el ataque al corazon, y ahora su artritis, que cada vez se agravaba mas. Era como si estuvieran predestinados a vivir juntos. Cuando comparaba la relacion de sus abuelos con los consejos que Doris le daba, se quedaba meditativa, pensando si Doris habia sido simplemente afortunada al encontrar a un hombre como el, o si habia sabido intuir alguna cosa mas en su esposo de antemano, algo que le corroborara que el era su pareja ideal.
Y lo que era aun mas importante, ?por que diantre le daba a Lexie por pensar en el matrimonio otra vez?
Probablemente porque estaba alli, en casa de Doris, el hogar donde se habia criado tras la muerte de sus padres. Se sentia comoda, arropada en ese espacio tan familiar, cocinando con su abuela. Recordo cuando de nina pensaba que un dia viviria en una casa similar, resguardada de las inclemencias del tiempo por un tejado de hojalata, sobre el que la lluvia resonaba de un modo tan virulento al caer que parecia que no podia llover con tanta tuerza en ninguna otra parte del mundo, y con unas ventanas antiguas con los marcos repintados tantas veces que casi resultaban imposibles de abrir. Y ahora vivia en una casa parecida. bueno, por lo menos a simple vista podria parecer que la casa de Doris y la suya eran similares. Estaban construidas en la misma area, aunque Lexie jamas habia conseguido duplicar los aromas estofados de los domingos al mediodia, el suave perfume de las sabanas secadas al sol, el penetrante olor de la vieja mecedora donde su abuelo habia descansado durante tantos anos: esa clase de olores reflejaba una existencia comoda, lenta y tranquila; y cada vez que abria la puerta de esa casa, se sentia invadida por un sinfin de recuerdos de la infancia.
Lexie siempre se habia imaginado que de mayor acabaria rodeada por su propia familia, incluso con retonos, pero no habia sido asi. Habia tenido dos noviazgos serios: la larga relacion con Avery, que habia iniciado en la universidad, y despues otra con un muchacho de Chicago que un verano vino al pueblo a visitar a sus primos. Era el tipico hombre ilustrado: hablaba cuatro idiomas y habia estudiado un ano en la London School of Economics gracias a una beca universitaria de beisbol. Era encantador y exotico, y ella se enamoro perdidamente, como una boba. Sono que el se quedaria en Boone Creek, pues parecia sentirse a gusto en el pueblo, pero un sabado por la manana se desperto y se entero de que el senor sabelotodo habia decidido regresar a Chicago. Ni siquiera se molesto en despedirse de ella.
?Y despues de eso? Nada serio. Un par de idilios que habian durado unos seis meses y que la habian dejado absolutamente impasible; uno con un medico de la localidad, y el otro con un abogado. Los dos se le habian declarado, pero Lexie no habia sentido ni la magia ni el cosquilleo o lo que se suponia que una debia sentir para decidirse a dar un paso mas en esa clase de relaciones. En los dos ultimos anos, sus salidas con hombres habian sido mas bien limitadas, a menos que contara a Rodney Hopper, el ayudante del sheriff del pueblo. Habia salido con el una docena de veces, una vez al mes aproximadamente, normalmente al alguna fiesta benefica a la que deseaba asistir. Al igual que ella, Rodney habia nacido y se habia criado en Boone Creek, y de chiquillos habian compartido muchas horas de juegos en los columpios del parque situado detras de la iglesia episcopal. El bebia los vientos por ella, y en alguna ocasion la habia invitado a tomar una copa en el Lookilu. A veces Lexie se preguntaba por que no se decidia a salir con el en serio, pero es que Rodney… Rodney estaba demasiado interesado en pescar, cazar y levantar pesas, y en cambio no mostraba ningun interes por los libros o por cualquier cosa que sucediera mas alla de los confines del pueblo. Si, era un chico agradable, y a veces pensaba que seria un buen marido; pero no para ella.
Asi pues, ?que opciones le quedaban?
En casa de Doris, tres veces a la semana, se perdia en esos pensamientos, esperando las inevitables preguntas sobre el amor de su vida.
– ?Que te ha parecido? -le pregunto Doris subitamente.
Lexie no pudo evitar sonreir.
– ?Quien? -inquirio, haciendose la despistada.
– Jeremy Marsh. ?A quien crees que me referia?
– No lo se. Por eso te lo he preguntado.
– Deja de evitar el tema. Me he enterado de que ha pasado un par de horas en la biblioteca.
Lexie se encogio de hombros.
– Parece afable. Le he ayudado a encontrar algunos libros que necesitaba para su investigacion, eso es todo.
– ?No has hablado con el?