– Supongo que podria intentar llegar hasta alli conduciendo.

– ?Cuanto tardaria?

– Depende de usted, de lo rapido que conduzca.

«Evidentemente», penso Jeremy.

– Digamos que conduzco rapido.

El sujeto se encogio de hombros, como si el tema lo aburriera soberanamente.

– Unas cinco o seis horas. Tiene que ir hacia el norte hasta Plymouth, luego tomar la carretera 64 hacia Roanoke Island, y luego hasta Whalebone. Una vez alli, vaya hacia el sur, hacia Buxton. Y llegara al faro.

Jeremy echo un vistazo a su reloj. Era casi la una del mediodia; se figuro que cuando alcanzara el faro, Alvin estaria probablemente llegando a Boone Creek. No le gusto nada la idea.

– ?Existe alguna otra forma de atrapar el transbordador?

– Bueno, hay uno que sale de Cedar Island.

– ?Fantastico! ?Y donde queda eso?

– A unas tres horas en la otra direccion. Pero igualmente tendra que esperar hasta manana por la manana.

Por encima del hombro del individuo, vio un poster con todos los faros de Carolina del Norte. Hatteras, el mas grande de todos, destacaba en el centro de la composicion.

– ?Y si le dijera que se trata de una emergencia? -pregunto desesperado.

El hombre levanto la cabeza por primera vez.

– ?Es una emergencia?

– Digamos que si.

– Entonces llame al guardacostas, o quizas al sheriff.

– Ah -dijo Jeremy, intentando no perder la paciencia-. Entonces, ?me esta diciendo que no hay ninguna otra forma de llegar hasta alli ahora? Desde aqui, me refiero.

El hombre se llevo el dedo indice a la barbilla.

– Supongo que podria alquilar una barca, si tiene tanta prisa.

«Ahora empezamos a entendernos», penso Jeremy aliviada.

– Perfecto. ?Y que tengo que hacer para alquilar una?

– No lo se. Es la primera vez que alguien me lo pide.

De un salto, Jeremy entro en su coche y finalmente admitio que empezaba a sentir panico. Quizas era porque habia llegado hasta alli, o quiza porque se daba cuenta de la gran verdad que encerraban las ultimas palabras que le dijo a Lexie la noche anterior, pero algo mas se habia apoderado de el y no pensaba volver atras. Se negaba a retroceder, no ahora, que se hallaba tan cerca.

Nate estaria esperando su llamada, pero de repente eso no le parecio tan importante, ni tampoco el que Alvin estuviera de camino. Si todo salia bien, todavia podrian llevar a cabo la filmacion tanto esa noche como la siguiente. Contaba con diez horas por delante hasta que aparecieran las luces; calculo que en dos horas podria llegar a Hatteras en una lancha. Le sobraba tiempo para llegar hasta alli, hablar con Lexie y regresar, siempre y cuando encontrara a alguien que se aviniera a llevarlo de vuelta.

Pero las circunstancias podian torcerse, por supuesto. A lo mejor no conseguiria alquilar una barca, aunque si eso sucedia, era capaz de conducir hasta Buxton. Una vez alli, sin embargo, no estaba seguro de que lograra encontrar a Lexie.

Nada tenia sentido en su plan. Pero ?que mas daba? Muy de vez en cuando, todo el mundo tenia derecho a cometer alguna locura, y ahora era su turno. Llevaba dinero en el billetero, y pensaba encontrar la forma de llegar hasta su destino. Asumiria ese riesgo solo para ver como reaccionaba Lexie, aunque unicamente fuera para demostrarse a si mismo que podia abandonarla y no volver a pensar jamas en ella.

De eso se trataba. Cuando Doris le insinuo que quiza no la volveria a ver, sus pensamientos se nublaron. Si, iba a marcharse del pueblo en un par de dias, pero eso no significaba que su historia con Lexie tuviera que darse por concluida; por lo menos todavia no. Podria venir a visitarla de vez en cuando, y ella tambien podria desplazarse hasta Nueva York; buscarian la forma de verse periodicamente. Eso era lo que hacia mucha gente, ?no? Aunque eso no fuera posible, aunque ella hubiera tomado la inamovible determinacion de poner punto y final a su amistad, Jeremy queria que se lo dijera a la cara. Solo entonces podria regresar a Nueva York con la certeza de que no le habia quedado ninguna otra opcion.

Sin embargo, mientras llegaba a la barrera que daba acceso al primer puerto que avisto, se dio cuenta de que no queria que ella pronunciara esas palabras. No se dirigia a Buxton para escuchar un adios ni para oir como Lexie le decia que no deseaba verlo nunca mas. De hecho -y se sorprendio ante tal descubrimiento-, sabia que iba a averiguar si Alvin tenia razon.

El atardecer era el momento favorito del dia de Lexie. La tenue luz invernal, combinada con la austera belleza natural del paisaje, hacia que el mundo pareciera de ensueno. Incluso el faro parecia un espejismo, coloreado con rayas negras y blancas como si se tratara de una barra de caramelo.

Mientras paseaba por la playa, intento imaginarse lo dificil que debio de ser para los marineros y pescadores navegar por esa zona cuando todavia no existia el faro. Las aguas poco profundas que se extendian mar adentro con bancos de arena movedizos recibian el nombre de «la tumba del Atlantico», y en sus fondos descansaban los restos de miles de embarcaciones que habian naufragado. El Monitor, que habia intervenido en la primera batalla entre barcos acorazados durante la guerra civil, se habia hundido en ese lugar. Y la misma suerte habia corrido el Central America, cargado con oro de California, cuyo naufragio fue uno de los motivos de la terrible crisis financiera de 1897. El barco de Barbanegra, el Queen Anne's Revenge, fue hallado cerca de Beaufort Inlet, y media docena de submarinos alemanes que se hundieron durante la segunda guerra mundial recibian ahora la visita casi a diario de un sinfin de submarinistas.

Su abuelo era un entusiasta de la historia, y cada vez que paseaban por la playa cogidos de la mano, le contaba anecdotas sobre los barcos que habian desaparecido a lo largo de los siglos. Aprendio cosas sobre los huracanes y las enormes olas peligrosas y los fallos en la navegacion que motivaban que los barcos embarrancaran hasta que eran despedazados por la furia del mar. Aunque no estaba particularmente interesada y a veces incluso se asustaba al imaginarse esas tremendas situaciones, la cadencia lenta y melodica con que su abuelo relataba las historias tenia un efecto sedante, y jamas intento cambiar de tema. Sabia que hablarle sobre esas cuestiones significaba mucho para el. Unos anos mas tarde se entero de que el barco de su abuelo fue torpedeado durante la segunda guerra mundial y que el sobrevivio de milagro.

El recuerdo de esas largas caminatas hizo que de repente echara de menos a su abuelo con una subita intensidad. Los paseos habian formado parte de su rutina diaria, algo solo entre ellos dos, y normalmente lo hacian cuando faltaba una hora para la cena, mientras Doris cocinaba. A menudo el se hallaba sentado, leyendo, con las gafas en la punta de la nariz; de repente cerraba el libro con un suspiro y lo dejaba a un lado. Se levantaba de la silla y le preguntaba si le apetecia dar un paseo para ver los caballos salvajes.

Lexie se volvia loca ante la mera idea de ver los caballos. No sabia por que; jamas habia montado uno de esos animales, ni tampoco era algo que deseara particularmente, pero recordaba como se plantaba en la puerta en un abrir y cerrar de ojos tan pronto como su abuelo mencionaba la posibilidad. Por lo general los caballos se mantenian alejados de la gente y salian a la carrera cuando alguien se les acercaba, pero les gustaba pacer al anochecer, y entonces bajaban la guardia, aunque solo fuera unos minutos. A menudo era posible acercarse lo suficiente para ver sus marcas distintivas y, con un poco de suerte, incluso escuchar sus relinchos, como si la advirtieran que no se acercara mas.

Eran caballos descendientes de los mustang espanoles, y su presencia en la Barrera de Islas databa desde 1523. En esos dias el Gobierno aseguraba su supervivencia a traves de unas normas muy estrictas, y los cuadrupedos formaban parte del paisaje del mismo modo que los ciervos en Pensilvania, con el unico inconveniente de que a veces habia demasiados ejemplares. Los habitantes de la zona no solian prestarles atencion, salvo cuando se convertian en un incordio; pero para muchos veraneantes, verlos era uno de los objetivos del viaje. A esas alturas Lexie se consideraba casi como una habitante mas de la localidad, pero siempre que veia los caballos se sentia rejuvenecer, como si todavia fuera una nina, con mil suenos y expectativas por delante.

Deseaba sentirse de ese modo, aunque solo fuera para escapar de las presiones de su vida de adulta. Doris la

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