deprime a la gente estar en ese tipo de recintos, psicologicamente -aunque Antonio desconocia este vocablo- mas indefensos ante cualquier ataque dirigido a aliviarles el bolsillo de la pesada carga dineraria.

La idea en si no era mala y demostraba que, dentro de sus limitaciones, Antonio Jalon era capaz de pensar cuando de buscar dinero se trataba pero, desgraciadamente para el, eligio la victima equivocada. Miren Goiburu no estaba deprimida, sino francamente enfadada. Su hija mayor acababa de dar a luz y tenia la impresion de que esos medicos no sabian nada de recien nacidos. ?Como se habian atrevido a aconsejar a su hija que alimentara a la nieta con biberon en vez de darle el pecho? Todas las mujeres de su familia habian criado a sus hijos sin esos inventos modernos, y bien sanos y pocholos que se habian desarrollado todos. No queria ni pensar en lo que le iban a decir sus amigas en Bermeo cuando se enteraran de eso; ellas que, como la propia Miren, llevaban media vida haciendo tareas que ni el mas capaz de los hombres podia igualar. Por eso, cuando Antonio Jalon, navaja en ristre, le exigio la entrega de todo su dinero, vio la oportunidad de descargar toda la adrenalina que llevaba encima -ella lo llamaba mala leche- y arremetio contra el usando su bolso como arma -dentro llevaba una plancha de viaje que su hija habia considerado innecesaria quedarsela, ya que las jovenes de ahora cuando estaban internadas en una clinica eran incapaces de hacer nada que no fuera quejarse-, lo tiro al suelo y lo pateo. A Antonio Jalon le salvo de unas graves lesiones la intervencion de algunos pacificos ciudadanos que, procedentes tanto del interior de la policlinica como de un bar cercano, aparecieron de repente. Le salvaron de los perjuicios fisicos, pero no le dejaron en libertad. La llamada de uno de los camareros del bar al 091 posibilito el que pasara esa noche en los calabozos de Jefatura.

Dos dias despues, un ciudadano de nombre Juan Etxaburu Lejarza subia las escalinatas del edificio de la Jefatura Superior de Policia. Le habian llamado para que reconociera a Antonio Jalon como autor de un atraco que habia sufrido tres semanas antes. La policia se basaba en la unica posesion que habian requisado al detenido: un broche de oro con el dibujo de un arbol y los colores de la ikurrina y las iniciales JEL, que correspondian con su nombre y dos primeros apellidos.

– Lo siento, pero no es el.

– ?No es el o no esta seguro de conocerle?

– Reconoceria al cabron que me atraco hasta en una habitacion a oscuras. Lo siento, pero este no es el tipo que me robo. Y el broche tampoco es mio aunque, efectivamente, lleve mis iniciales.

Juan Etxaburu Lejarza salio de Jefatura una hora despues de haber entrado, sin que su presencia hubiera sido util para las investigaciones policiales, pero si habia observado algo curioso. Vacilo un momento pensando si era oportuno comunicarlo a la policia o no, pero al final callo. Era un buen ciudadano, un cincuenton honrado padre de familia que nunca se metia en lios, mucho menos en actos delictivos, pero que todavia se mostraba remiso a colaborar con las Fuerzas del Orden. Sabia, o se lo imaginaba, que el amable inspector de la Brigada Antiatracos que le habia atendido no tenia nada que ver con los que habian machacado a su difunto padre cuando estuvo preso despues de la guerra, pero aun asi le costaba hacer ciertas confesiones, sobre todo si se tenia en cuenta que podian estar relacionadas, precisamente, con su entorno familiar. No obstante, tampoco podia callar del todo. Sabia adonde tenia que ir para dar cuenta de sus sospechas.

Pocos dias mas tarde, un sorprendido Manuel Rojas recibia una llamada de Inaki Telletxea. Le preguntaba si tenia la tarde libre y si, en ese caso, podia pasarse por la redaccion. Rojas contesto afirmativamente a ambas preguntas, un tanto intrigado. La unica relacion que habia mantenido con ese periodista habia sido como consecuencia de la investigacion del asesinato de Tomas Zubia, pero tanto si habia sido producto del exceso profesional de un navajero como de alguna oscura venganza relacionada con su pasado como espia, no sabia que podria decirle.

Tomo asiento en el mismo lugar que la vez anterior y, tras los saludos protocolarios, le pregunto a su interlocutor por el motivo de la llamada.

– Creo que puedo ayudarle a resolver el asesinato de Tomas Zubia. Podria haberse producido una extrana coincidencia, pero creo que tengo una pista.

– ?De que se trata? -pregunto, expectante, Rojas, extranado y sorprendido a partes iguales.

– Lo primero que tiene que hacer es prometerme que no habra ningun tipo de problemas para la persona que esta implicada en lo que voy a contarle.

– No puedo prometerselo rotundamente sin conocer la historia, pero intentare ser lo mas benevolo posible.

– Con eso sera suficiente por ahora, ya que en el fondo tampoco ha hecho nada excesivamente reprobable y, a traves de mi, esta colaborando con ustedes. La historia es la siguiente. Hace unos dias, por miembros de la Policia Nacional, se procedio a la detencion de un yonqui que, en pleno mono, estaba atracando a una senora. Tuvo la mala suerte de que esa senora tuviera un temple y una fuerza que para si quisieran muchos de los geos, asi que si no es por la intervencion de terceras personas, que le rescataron y llamaron a la policia, hubiera salido muy malparado.

»Los policias se lo llevaron detenido y al registrarle encontraron un broche con las iniciales JEL. Guiados por esto ultimo citaron en las dependencias de la Brigada Antiatracos a un ciudadano de nombre Juan Etxaburu Lejarza, que habia sufrido un atraco similar, pensando, con total logica, que pudiera ser el propietario del broche.

»El senor Etxaburu no reconocio ni al detenido ni el broche. Mejor dicho, no reconocio como suyo el broche, pero si lo reconocio porque su madre tenia uno igual, que estaba en poder de su hermana mayor. Ese mismo dia telefoneo a su hermana y esta le tranquilizo diciendole que seguia teniendolo en su poder.

»Cuando hubo confirmado lo anterior me llamo a mi. Sabia que estaba interesado en la historia del nacionalismo vasco anterior a la guerra civil asi como en los hechos producidos en esta, y penso que pudiera interesarme y, tal vez, encontrar al autentico propietario.

»Creo que es el momento de anadir que el broche en cuestion, aparte de que es de oro, tiene para sus poseedores un elevado valor sentimental. Pertenece a una partida de veinticinco que otros tantos jovenes, afiliados a la Juventud Vasca de Bilbao, organizacion juvenil relacionada con el PNV, encargaron para regalar a sus novias con motivo del primer dia de San Valentin que se celebro en plena guerra. Un gesto cursi visto con ojos actuales, pero que en aquella situacion tenia un significado muy diferente del que hoy se puede dar a un acto asi.

»Aunque solo eran veinticinco los broches, no me ha sido posible seguirles la pista a todos, y mas si se tiene en cuenta que no se trata directamente de mi especialidad; por eso no estoyo seguro al ciento por ciento de a quien pudiera pertenecer el broche que se requiso al detenido sobre el que le he hablado anteriormente, pero una cosa si puedo asegurarle. Uno de los broches lo encargo Tomas Zubia, la persona cuyo asesinato esta usted investigando. Quiza sea una pista falsa, pero tal vez valga la pena considerarla.

Esa misma tarde, tras comprobar que el juez de guardia habia dejado en libertad a Antonio Jalon, se dio orden de busca y captura. Una semana despues, ya detenido, confeso su participacion en la muerte de Tomas Zubia, pero no paso directamente a las dependencias judiciales. Llamado por el comisario Manrique, Frank Gomez se persono en Jefatura y solicito que se le entregara al detenido. Las protestas de Rojas sobre el atentado a la soberania nacional fueron calladas tras ensenarle una orden firmada por el propio ministro del Interior.

Frank Gomez sabia lo que queria y tenia paciencia. En el caserio que habia alquilado en Sopelana y que se encontraba totalmente insonorizado solo tuvo que esperar a que el sindrome de abstinencia se le hiciera insoportable a Antonio Jalon para que este contara todo lo sucedido, incluyendo la historia de los dos hombres que le contrataron para matar al viejo aquel.

Cuando oyo esto ultimo, el americano acerco dos fotografias a Antonio y le pregunto si los reconocia.

– Si, son ellos; son los tios que me dieron el caballo con la condicion de que matara al viejo. Es la verdad, le he dicho todo lo que se, ahora, por favor, por favor, no aguanto mas… -finalizo retorciendose bajo los efectos del mono.

– Tranquilo, chaval, tranquilo, que tus problemas se van a acabar -dijo con su fuerte acento yanqui Frank Gomez mientras le acercaba una pistola a la nuca y apretaba el gatillo.

Goldsmith-Gomez aprovecho la oscuridad de la noche y el aislamiento del caserio para enterrar el cuerpo de Antonio Jalon. No se consideraba un asesino, pero asumia que en su trabajo tenia que hacer, de vez en cuando, ciertas cosas que horrorizarian a los burgueses bienpensantes. Entro en la vivienda y se sirvio una generosa racion del whisky que destilaba clandestinamente Cameron DeFargo. Acababa de ejecutar al asesino material de Tomas Zubia, a la persona que habia empunado la navaja, pero todavia no estaba cerrado el caso, aun quedaba arreglar

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