comerciantes. No es necesario que te los describa. Supongo que tampoco tendras la pretension de que comprendan tus veinticinco anos y la vida que llevas en Montmartre… Para ellos, Pigalle y la plaza Blanche es el Infierno, y todas las gentes que llevan una vida nocturna son enemigos de la sociedad. Todos estan mas que orgullosos de pertenecer al jurado de la Audiencia del Sena. Ademas, sufren, te lo aseguro, de su postura de pequeno burgues envarado.
“Y llegas tu, joven y guapo. Comprenderas que no me andare con chiquitas para describirte como un donjuan de las noches de Montmartre. Asi, de salida, convertire a ese jurado en un enemigo tuyo. Vistes demasiado bien, hubieses debido venir con ropas humildes. En eso, te has equivocado grandemente de tactica. ?No ves que envidian tu traje? Ellos se visten en “La Samaritaine” y nunca, ni en suenos, les ha vestido un sastre.
Son las diez y ya estamos listos para abrir la sesion. Ante mi, estan seis magistrados, entre ellos un fiscal agresivo que pondra a contribucion todo su poder maquiavelico, toda su inteligencia, en convencer a esos doce tipos de que, ante todo, soy culpable, y de que tan solo el presidio o la guillotina pueden ser el veredicto del dia.
Van a juzgarme por el asesinato de un chulo, chivato del hampa de Montmartre. No hay ninguna prueba, pero la bofia -que gana galones cada vez que descubre al autor de un delito- sostendra que el culpable soy yo. A falta de pruebas, dira que posee informaciones “confidenciales” que no dejan lugar a dudas. Un testigo preparado por ellos, verdadero disco registrado en el 36 del Quai des Orfevres, llamado Polein, sera la pieza de conviccion mas eficaz de la acusacion. Como sigo manteniendo que no le conozco, llega un momento en que el presidente, con mucha imparcialidad, me pregunta:
– Dice usted que ese testigo miente. Bien. Pero, ?por que habria de mentir?
– Senor presidente, si paso noches en blanco desde que me detuvieron, no es por el remordimiento de haber asesinado a Roland le Petit, puesto que no fui yo. Precisamente lo que busco es el motivo que ha impulsado a ese testigo a ensanarse conmigo de semejante modo y a aportar, cada vez que la acusacion se debilita, nuevos elementos para fortalecerla. He llegado a la conclusion, senor presidente, de que los policias le han pillado cometiendo un delito importante y han hecho un trato con el: haremos la vista gorda, a condicion de que declares contra Papillon.
No crei haber atinado tanto. El Polein, presentado en la Audiencia como un hombre honrado y sin antecedentes penales, fue detenido algunos anos despues y condenado por trafico de cocaina.
El abogado Hubert intenta defenderme, pero no tiene la talla del fiscal. Solo el abogado Botiffay logra, con su vehemente indignacion, poner en dificultad algunos instantes al fiscal. Mas, ?ay!, por poco rato, y la habilidad de Pradel no tarda en ganar ese duelo. Por si esto fuera poco, lisonjea a los miembros del jurado, orondos de orgullo al verse tratados como iguales y colaboradores por tan impresionante personaje.
A las once de la noche, la partida de ajedrez ha terminado. Mis defensores han quedado en posicion de jaque mate. Y yo, que soy inocente, condenado. La sociedad francesa, representada por el fiscal Pradel, acaba de eliminar para toda la vida a un joven de veinticinco anos. ?Y nada de rebajas, por favor! El plato fuerte me es servido por la voz sin timbre del presidente Bevin.
– Levantese el acusado.
Me levanto. En la sala reina un silencio total, se han cortado las respiraciones, mi corazon late ligeramente mas de prisa. Los miembros del jurado me miran o bajan la cabeza; parecen avergonzados.
– Acusado, el jurado ha contestado “si” a todas las preguntas salvo a una, la de premeditacion; por lo tanto, es usted condenado a cumplir una condena de trabajos forzados a perpetuidad. ?Tiene algo que alegar?
No he rechistado, mi actitud es normal, tan solo aprieto un poco mas la barandilla del box en la que me apoyo.
– Si, senor presidente; debo decir que soy inocente y victima de una maquinacion policiaca.
Del rincon de las mujeres elegantes, invitadas de postin que estan sentadas detras del Tribunal, me llega un murmullo. Sin gritar, les digo:
– Silencio, mujeres con perlas que venis aqui a gustar de emociones insanas. La farsa ha terminado. Un asesinato ha sido solucionado felizmente por vuestra Policia y vuestra Justicia, ?Podeis estar satisfechas!
– Guardias dice el presidente-, llevense al condenado.
Antes de desaparecer, oigo una voz que grita:
– No te apures, querido, ire a buscarte alli.
Es mi buena y noble Nenette que grita su amor. Los hombres del hampa que estan en la sala aplauden. Ellos saben a que atenerse sobre aquel homicidio, y de este modo me manifiestan que estan orgullosos de que no haya cantado de plano ni denunciado a nadie.
De vuelta a la salita donde estuvimos antes de abrirse la sesion los gendarmes me ponen las esposas y uno de ellos se sujeta a mi con una cadenilla, mi muneca derecha unida a su muneca izquierda. Ni una palabra. Pido un cigarrillo. El brigada me alarga uno y lo enciende. Cada vez que me lo quito o me lo llevo a la boca, el gendarme tiene que levantar el brazo o bajarlo para acompanar mi movimiento.
Fumo de pie casi tres cuartos del cigarrillo. Nadie dice nada. Soy yo quien, mirando al brigada, le digo:
– Andando.
Tras haber bajado las escaleras, escoltado por una docena de gendarmes, llego al patio interior del Palacio de Justicia. El coche celular que nos espera esta ahi. No es celular, nos sentamos en bancos, somos unos diez, aproximadamente. El brigada dice:
– A la Conciergerie.
La Conciergerie
Cuando llegamos al ultimo castillo de Maria Antonieta, los gendarmes me entregan al oficial de prisiones, quien firma un papel, el comprobante. Se van sin decir palabra, pero, antes, asombrosamente, el brigada me estrecha las dos manos esposadas. El oficial de prisiones me pregunta: -?Cuanto te han endilgado? -Cadena perpetua. -?De veras? Mira a los gendarmes y comprende que es la pura verdad. Este carcelero de cincuenta anos que ha visto tantas cosas y conoce muy bien mi caso, tiene para mi estas reconfortantes palabras:
– ?Ah, los muy canallas! ?Estan chalados!
Me quita las esposas con suavidad y tiene la gentileza de acompanarme Personalmente a una celda acolchada, habilitada ex profeso para los condenados a muerte, los locos, los muy peligrosos o los destinados a trabajos forzados.
– Animo, Papillon -me dice al cerrarme la puerta-. Ahora, te traeran algunas prendas tuyas y la comida que tienes en la otra celda. ?Animo!
– Gracias, jefe. Puede creerme, estoy animado y espero que la cadena perpetua se les atragante.
Unos minutos despues, rascan en la puerta.
– ?Que pasa?
Una voz me contesta:
– Nada. Soy yo, que clavo un letrero.
– ?Para que? ?Que dice?
– “Trabajos forzados a perpetuidad. Vigilancia estrecha.”
Pienso: “Estan majaretas perdidos. ?Acaso creen que la montana que me ha caido encima puede trastornarme hasta el punto de inducirme al suicidio? Soy y sere valiente. Luchare con y contra todos. A partir de manana, actuare.”
Por la manana, tomando cafe, me pregunte: “?Voy a apelar? ?Para que? ?Tendre mas suerte ante otro tribunal? ?Cuanto tiempo perdere en ello? Un ano, quiza dieciocho meses… Y, para que: ?Para tener veinte anos en vez de la perpetua? “
Como he tomado la decision de evadirme, la cantidad no cuenta y me viene a la mente la frase de un condenado que pregunta al presidente de la Audiencia: “Senor, ?cuanto duran los trabajos forzados a perpetuidad en Francia?
Doy vueltas en torno a mi celda. He mandado un telegrama a mi mujer para consolarla y otro a mi hermana, quien ha tratado de defender a su hermano, sola contra todos.
Se acabo, el telon ha bajado. Los mios deben sufrir mas que yo, y a mi pobre padre, en el corazon de su provincia, debe hacersele muy cuesta arriba llevar una cruz tan pesada.
Me sobresalto: pero, ?si soy inocente! Lo soy, pero, ?para quien? Si, ?para quien lo soy? Me digo: “Sobre todo, no pierdas el tiempo diciendo que eres inocente, se reirian demasiado de ti. Pagarla a perpetuidad por un chulo de putas y encima decir que fue otro quien se lo cargo, seria demasiado gracioso. Lo mejor es achantarse.”
Como nunca, durante mi detencion previa, tanto en la Sante como en la Conciergerie, habia pensado en la eventualidad de recibir una condena tan grave, nunca tampoco me habia preocupado, antes, de saber lo que podia ser el “camino de la podredumbre”.
Bien. Primera cosa que hay que hacer: tomar contacto con hombres condenados ya, susceptibles en lo porvenir de ser companeros de evasion.
Escojo a un marselles, Dega. En la barberia, seguramente, le vere. Va todos los dias a que le afeiten. Pido ir. En efecto, cuando llego, le veo arrimado a la pared. Le percibo en el momento justo en que hace pasar subrepticiamente a otro antes que el para poder esperar mas tiempo su turno. Me pongo directamente e a su lado apartando a otro. Le suelto de sopeton:
– Hola, Dega, ?que tal te va?
– Bien, Papi. Tengo quince anos, ?y tu? Me han dicho que te habian cascado.
– Si, a perpetuidad.
– ?Apelaras?
– No. Lo que hace falta es comer bien y hacer cultura fisica.
Procura estar fuerte, Dega, pues, seguramente, necesitaremos tener buenos musculos. ?Vas cargado?
– Si, tengo diez “sacos” [1]en libras esterlinas. ?Y tu?
– No.
– Un buen consejo: cargate pronto. ?Es Hubert tu abogado?
Es un bobo, nunca te traera el estuche. Manda a tu mujer con el estuche cargado a casa de Dante. Que se lo entregue a Domini- que el Rico y te garantizo que te llegara.
– Chiton, el guardian nos mira.
– ?Que? ?Se aprovecha la ocasion para charlar?