– No, un homicidio.

– Increible, hijo mio. ?Que puedo hacer por ti? ?Quieres rezar conmigo?

– Senor cura, perdoneme, no he recibido ninguna educacion religiosa, no se rezar.

– Eso no importa, hijo mio, rezare yo por ti. Dios ama a todos sus hijos, esten bautizados o no. Repetiras cada palabra. que yo diga, ?te parece bien?

Sus ojos son tan dulces, su cara redonda muestra tal luminosa bondad, que me da verguenza negarme y, como el se arrodilla, yo tambien lo hago. “Padre nuestro que estas en los Cielos.” Se me llenan los ojos de lagrimas y el buen cura que las ve, recoge de mi mejilla, con uno de sus dedos rollizos, una lagrima gordota, se la lleva a los labios y la sorbe.

– Tu llanto, hijo mio, es para mi la mayor recompensa que Dios podia otorgarme hoy a traves de ti. Gracias.

Y, levantandose, me besa en la frente.

Estamos nuevamente sentados en la cama, uno al lado del otro.

– ?Cuanto tiempo hacia que no llorabas?

– Catorce anos.

– ?Catorce anos? ?Desde cuando?

– Desde el dia en que murio mama.

Me coge la mano y me dice:

– Perdona a quienes te han hecho sufrir.

Me suelto de el y, de un brinco, me encuentro sin querer en medio de la celda.

– ?Ah, no, eso no! jamas perdonare. Y, ?quiere que le confiese una cosa, padre? Pues bien, cada dia, cada noche, cada hora, cada minuto lo paso meditando cuando, como, de que forma podre hacer que mueran todas las personas que me han mandado aqui.

– Dices y crees eso, hijo mio. Eres joven, muy joven. Con los anos, renunciaras a castigar y a la venganza.

Al cabo de treinta anos, pienso como el.

– ?Que puedo hacer por ti? -repite el cura.

– Un delito, padre.

– ?Cual?

– Ir a la celda 37 y decirle a Dega que mande hacer por su abogado una solicitud para ser enviado a la central de Caen y que yo la he hecho ya hoy. Hay que irse pronto de la Conciergerie a una de las centrales donde forman las cadenas de penados para la Guayana. Pues si se pierde el primer barco, hay que esperar dos anos mas, encerrado, antes de que haya otro. Despues de haberle visto, senor cura, tiene que volver aqui.

– ?Con que motivo?

– Por ejemplo, diga que se le ha olvidado el breviario. Aguardo la respuesta.

– ?Y por que tienes tanta prisa por ir a ese horrendo sitio que es el presidio?

Miro a este cura, verdadero viajante de comercio de Dios y, seguro de que no me delatara, le digo:

– Para fugarme mas pronto, padre.

– Dios te ayudara, hijo mio, estoy seguro, y reharas tu vida, lo presiento. Ves, tienes ojos de buen chico y tu alma es noble. Voy a la 37. Espera la respuesta.

Ha vuelto muy pronto. Dega esta de acuerdo. El cura me ha dejado su breviario hasta manana.

?Que rayo de sol he tenido hoy! Mi celda ha sido iluminada toda ella por el. Gracias a ese santo varon.

?Por que, si Dios existe, permite que en la tierra hayas seres humanos tan diferentes? ?El fiscal, los policias, tipos como Polein y, en cambio, el cura, el cura de la Conciergerie?

Me ha hecho mucho bien la visita de este santo varon, y tambien me ha hecho favor.

El resultado de las solicitudes no se demoro. Una semana despues, a las cuatro de la manana, alineados en el pasillo de la Conciergerie, nos reunimos siete hombres. Los celadores estan presentes, en pleno.

– ?En cueros!

Nos desnudamos despacio. Hace frio y se me pone la piel de gallina.

Dejad las ropas delante de vosotros. ?Media vuelta, un paso atras!

Y cada uno se encuentra delante de un paquete.

– ?Vestios!

La camisa de hilo que llevaba unos momentos antes es sustituida por una gran camisa de tela cruda, tiesa, y mi hermoso traje por un bluson y un pantalon de sayal. Mis zapatos desaparecen y en su lugar pongo los pies en un par de zuecos. Hasta entonces, habiamos tenido aspecto de hombre normal. Miro a los otros seis: ?que horror! Se acabo la personalidad de cada uno: en dos minutos nos transforman en presidiarios.

– ?Derecha, de frente, marchen!

Escoltados por una veintena de vigilantes llegamos al patio donde, uno detras de otro, nos meten a cada cual en un compartimiento angosto del coche celular. En marcha hacia Beauheu, nombre de la central de Caen.

La central de Caen

Apenas llegamos, nos hacen pasar al despacho del director quien alardea de su superioridad desde detras de un mueble “Imperio”. sobre un estrado de un metro de alto.

– ?Firmes! El director os va a hablar.

– Condenados, estais aqui en calidad de deposito en espera de vuestra salida para el presidio. Esto es una carcel. Silencio obligatorio en todo momento, ninguna visita que esperar, ni carta de nadie. O se obedece o se revienta. Hay dos puertas a vuestra disposicion: una para conduciros al presidio si os portais bien; otra para el cementerio. En caso de mala conducta, sabed que la mas pequena falta sera castigada con sesenta dias de calabozo a pan y agua. Nadie ha aguantado dos penas de calabozo consecutivas. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Se dirige a Pierrot el Loco, cuya extradicion habia sido pedida, y concedida, de Espana:

– ?Cual era su profesion en la vida?

– Torero, senor director.

Furioso por la respuesta, el director grita:

– ?Llevaos a ese hombre, militarmente!

En un abrir y cerrar de ojos, el torero es golpeado, aporreado por cuatro o cinco guardianes y llevado rapidamente lejos de nosotros. Se le oye gritar:

– So maricas, os atreveis cinco contra uno y, ademas, con porras. ?Canallas!

Un “?ay!” de bestia mortalmente herida y, luego, nada mas Solo el roce sobre el cemento de algo que es arrastrado por e suelo.

Despues de esta escena, si no se ha comprendido, nunca se comprendera. Dega esta a mi lado. Mueve un dedo, solo uno para tocarme el pantalon. Comprendo lo que quiere decirme: “Aguanta firme, si quieres llegar al presidio con vida.” Diez minutos despues, cada uno de nosotros (salvo Pierrot el Loco, quien ha sido encerrado en un infame calabozo de los sotanos) se encuentra en una celda del pabellon disciplinario de la Central.

La suerte ha querido que Dega ocupe la celda lindante con la mia. Antes, hemos sido presentados a una especie de monstruo pelirrojo de un metro noventa o mas, tuerto, que lleva un vergajo nuevo, flamante, en la mano derecha. Es el cabo de vara, un preso que ejerce la funcion de verdugo a las ordenes de los vigilantes. Es el terror de los condenados. Los vigilantes, con el tienen la ventaja de poder apalear y flagelar a los hombres, de una parte sin cansarse y, si hay muertes, eximiendo de responsabilidades a la Administracion.

Posteriormente, durante una breve estancia en la enfermeria conoci la historia de esa bestia humana. Felicitemos al director de la Central por haber sabido escoger tan bien a su verdugo. El individuo en cuestion era cantero de oficio. Un buen dia, en la pequena ciudad del Norte donde vivia, decidio suicidarse suprimiendo al mismo tiempo a su mujer. Para ello, utilizo un cartucho de dinamita bastante grande. Se acuesta al lado de su mujer, que esta descansando en el segundo piso de un edificio de seis. Su mujer duerme. El enciende un cigarrillo y, con este, prende fuego a la mecha del cartucho de dinamita que sostiene en la mano izquierda, entre su cabeza y la de su mujer. La explosion fue espantosa. Resultado: su mujer queda hecha papilla y casi hay que recogerla con cuchara. Una parte del edificio se derrumba y tres ninos perecen aplastados por los escombros, asi como una anciana de setenta anos. Los demas quedan, mas o menos, gravemente heridos.

En cuanto a Tribouillard, ha perdido parte de la mano izquierda, de la que solo le queda el dedo menique y medio pulgar, y el ojo y la oreja izquierdos. Tiene una herida en la cabeza lo suficientemente grave para necesitar que se la trepanen. Desde su condena, es cabo de vara de las celdas disciplinarias de la Central. Ese semiloco puede disponer como le venga en gana de los desventurados que van a parar a sus dominios. Un, dos, tres, cuatro, cinco…, media vuelta… Un, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta… y comienza el incesante ir y venir de la pared a la puerta de la celda.

No tenemos derecho a acostarnos durante el dia. A las cinco de la manana, un toque de silbato estridente despierta a todo el mundo. Hay que levantarse, hacer la cama, lavarse, y o bien andar o sentarse en un taburete fijado a la pared. No tenemos derecho a acostarnos durante el dia. Como colmo del refinamiento del sistema penitenciario, la cama se levanta contra la pared y queda colgada., Asi, el preso no puede tumbarse y puede ser vigilado mejor.

* * Un, dos, tres, cuatro, cinco… Catorce horas de caminata. Para adquirir el automatismo de ese movimiento continuo, hay que aprender a bajar la cabeza, poner las manos a la espalda, no andar ni demasiado de prisa ni demasiado despacio, dar los pasos exactamente iguales y girar automaticamente, en un extremo de la celda, sobre el pie izquierdo, y en el otro extremo, sobre el pie derecho.

Un, dos, tres, cuatro, cinco… Las celdas estan mejor alumbradas que en la Conciergerie y se oyen los ruidos exteriores, los del pabellon disciplinario y tambien algunos procedentes del campo. Por la noche, se perciben los silbidos o las canciones de los labradores que vuelven a sus casas contentos de haber bebido un buen trago de sidra.

He recibido mi regalo de Navidad: por un resquicio de las tablas que tapan las ventanas, percibo el campo, todo nevado y algunos arboles altos, negros, iluminados por la luna llena. Diriase una de esas postales tipicas de Navidad. Agitados por el viento, los arboles se han despojado de su manto de nieve y, gracias a esto, se les distingue bien. Se recortan en grandes manchas oscuras sobre todo lo demas. Es Navidad para todo el mundo, hasta es Navidad en una parte de la prision. Para los presidiarios en deposito, la Administracion ha hecho un esfuerzo: hemos tenido derecho a comprar dos tabletas de chocolate. Digo dos tabletas, no dos barras. Estos

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