Mas tarde, llamo a Julot. Cree que no he comido desde hace once dias y me aconseja que vaya con cuidado. Me da miedo decirle la verdad, por temor de que algun canalla pueda descifrar el telegrama al mandarlo. El tiene el brazo escayolado, la moral elevada y me felicita por haber aguantado.

Segun el, el convoy se avecina. El enfermero le ha dicho que las ampollas de vacunas destinadas a los presidiarios antes de la marcha han llegado. Por lo general, suelen estar aqui un mes antes de la salida. Es imprudente, Julot, pues tambien me pregunta si he salvado mi estuche.

Si, lo he salvado, pero lo que he debido hacer para guardar esa fortuna no puede describirse. Tengo crueles heridas en el ano.

Tres semanas despues, nos sacan de los calabozos. ?Que va a pasar? Nos hacen tomar una ducha sensacional con jabon y agua caliente. Me siento revivir. Julot se rie como un chiquillo y Pierrot el Loco irradia alegria de vivir.

Como salimos del calabozo, no sabemos nada de lo que ocurre. El barbero no ha querido contestar a mi breve pregunta, murmurada entre dientes:

– ?Que pasa?

Un desconocido de mala pinta me dice:

– Creo que estamos amnistiados del calabozo. Quiza temen la llegada de algun inspector. Lo esencial es seguir con vida.

Cada uno de nosotros es conducido a una celda normal. A mediodia, en mi primer rancho caliente desde hace cuarenta y tres dias, encuentro un trozo de madera. En el, leo: “Salida ocho dias. Manana vacuna. “

?Quien me lo manda?

Nunca lo he sabido. Sin duda, un recluso que ha tenido la amabilidad de avisarnos. El mensaje, seguramente, me ha llegado a mi por pura casualidad.

En seguida, aviso por telefono a Julot: “Transmitelo. Durante toda la noche he oido telefonear. Yo, una vez mandado mi mensaje, he callado.

Me encuentro demasiado bien en la cama. No quiero lios. Volver al calabozo no me hace ninguna gracia. Y hoy, menos que nunca.

SEGUNDO CUADERNO. EN MARCHA HACIA EL PRESIDIO

Saint-Martin-de-Re

1

Por la noche, Batton me pasa tres “Gauloises” y un papel en el que leo: Papillon, se que te iras llevandote un buen recuerdo de mi. Soy cabo de vara, pero trato de hacer el menor dano posible a los castigados. He tomado el puesto porque tengo nueve hijos y me apremia que me indulten. Tratare, sin hacer demasiado dano, de ganarme el indulto. Adios. Buena suerte. El convoy sale pasado manana.

En efecto, al dia siguiente nos reunen por grupos de treinta en el pasillo del pabellon disciplinario. Enfermeros venidos de Caen nos vacunan contra las enfermedades tropicales. Para cada uno, tres vacunas y dos litros de leche. Dega esta a mi lado, pensativo. Ya no se respeta ninguna regla de silencio, pues sabemos que no pueden meternos en el calabozo recien vacunados. Charlamos en voz baja ante las narices de los guardianes, quienes no se atreven a decir nada a causa de los enfermeros de la ciudad. Dega me pregunta:

– ?Tendran bastantes coches celulares para llevarnos a todos de una vez?

– Creo que no queda lejos, Saint-Martin-de-Re, y si llevan a sesenta cada dia, la cosa durara diez dias, pues solo aqui somos casi seiscientos.

– Lo esencial es que nos vacunen. Eso quiere decir que estamos en lista y que pronto nos encontraremos en los duros.' Animo, Dega, esta a punto de empezar otra etapa. Cuenta conmigo como yo cuento contigo.

Me mira con sus ojos brillantes de satisfaccion, me pone una mano en el brazo y repite:

– En la vida y en la muerte, Papi.

En el convoy, pocos incidentes dignos de mencion, a no ser que nos ahogabamos, cada uno en su angosto compartimento del furgon celular. Los vigilantes se negaron a que pasase el aire, ni siquiera entreabriendo un poco las portezuelas. Al llegar a la Rochelle, dos de nuestros companeros de furgon fueron encontrados muertos por asfixia.

Los curiosos que estaban apinados en el muelle, pues Saint Martin-de-Re es una isla y debiamos embarcarnos para cruzar el brazo de mar, presenciaron el descubrimiento de los dos pobre diablos. Pero no dijeron nada respecto a nosotros. Y como los gendarmes debian entregarnos en la Ciudadela, muertos o vivos cargaron los cadaveres con nosotros en el barco.

La travesia no fue larga, pero pudimos respirar un rato el aire marino. Le digo a Dega:

– Esto huele a fuga.

Se sonrie. Y Julot, que estaba a nuestro lado, nos dijo:

– Si. Esto huele a pirarselas. Yo vuelvo alla, de donde me fugue hace cinco anos. Me hice prender como un idiota cuando estaba a punto de cargarme al chivato que me habia delatado hace diez anos. Procuremos quedarnos juntos, pues en Saint-Martin nos meten a bulto en grupos de diez en cada celda.

Se equivocaba, el Julot. Al llegar alli, le llamaron, con otros dos, y les pusieron aparte. Eran tres evadidos del presidio, vueltos a prender en Francia, y que iban alla por segunda vez.

En celdas por grupos de a diez, comienza para nosotros una vida de espera. Tenemos derecho a hablar, a fumar, estamos muy bien alimentados. Este periodo solo es peligroso para el estuche. Sin que se sepa por que, de repente te llaman, te ponen en cueros y te registran minuciosamente. Primero, los recovecos del cuerpo hasta la planta de los pies; luego las ropas y enseres.

– ?Vestios!

Y nos vamos por donde hemos venido.

La celda, el refectorio, el patio donde pasamos largas horas caminando en fila. ?Un, dos! ?Un, dos! ?Un, dos! Caminamos por grupos de ciento cincuenta presos. La fila es larga, los zuecos restallan. Silencio absoluto obligatorio. Luego viene el “ ?Rompan filas! “. Todos nos sentamos en el suelo, formamos grupos, por categorias sociales. Primero, los verdaderos hombres del hampa, para quienes el origen importa poco: corsos, marselleses, tolosanos, bretones, parisienses, etcetera. Hasta hay un ardeches, que soy yo. Y debo decir, a favor de Ardeche, que solo hay dos en este convoy de mil novecientos hombres: un guarda rural que mato a su mujer, y yo. Conclusion, los ardecheses son buenas personas. Los otros grupos se forman de cualquier modo, pues al presidio suben mas cabritos que chulos. Estos dias de espera se denominan dias de observacion. Y, verdaderamente, nos observan desde todos los rincones.

Una tarde, estoy sentado tomando el sol cuando un hombre se me acerca. Lleva gafas, es bajito, flaco. Intento hacerme una idea de quien es, pero con nuestra ropa de uniforme resulta muy dificil.

– ?Eres tu Papillon?

Tiene un acusado acento corso.

– Si, yo soy. ?Que quieres de mi?

– Vente a los retretes -me dice.

Y se va.

– Ese es un cabrito corso -me dice Dega-. Seguramente, un bandido de las montanas. ?Que querra de ti?

– Voy a enterarme.

Me dirijo a los retretes que estan instalados en medio del patio y, una vez alli, finjo orinar. El hombre esta a mi lado, en igual postura. Me dice, sin mirarme:

– Soy cunado de Pascal Matra. En el locutorio, me dijo que si necesitaba ayuda, me dirigiese a ti de su parte.

– Si, Pascal es amigo mio. ?Que quieres?

– Ya no puedo llevar el estuche: tengo disenteria. No se en quien confiar y tengo miedo de que me lo roben o que los guardianes lo encuentren. Te lo ruego, Papi, llevalo algunos dias por mi.

Y me ensena un estuche mucho mas; grande que el mio. Temo que me tienda un lazo y que me pida eso para saber si llevo alguno: si digo que no estoy seguro de poder llevar dos, se enterara.

Entonces, friamente, le pregunto:

– ?Cuanto hay dentro?

– Veinticinco mil francos.

Sin mas, tomo el estuche, por otra parte muy limpio y delante de el, me lo introduzco en el ano, preguntandome si un hombre puede llevar dos. No lo se. Me incorporo, me abrocho el pantalon… Todo va bien, no siento ninguna molestia.

– Me llamo Ignace Galgani -me dice antes de irse Gracias, Papillon.

Vuelvo al lado de Dega y, aparte, le cuento el asunto.

– ?No te cuesta demasiado llevarlo?

– No.

– Entonces, no hablemos mas.

Intentamos entrar en contacto con los exfugados, de ser posible Julot o el Guittou. Estamos sedientos de informaciones: como es aquello; como le tratan a uno; que se puede hacer para estar junto con un amigo, etc. La casualidad hace que topemos con un tipo curioso, un caso raro. Es un corso nacido en presidio. Su padre era vigilante alli y vivia con su madre en las Islas de la Salvacion. El nacio en la isla Royale, una de las tres islas; las otras dos son San Jose y del Diablo e, ironias del destino, volvia alla no como hijo de vigilante, sino como presidiario.

Le esperaban diez anos de trabajos forzados por un robo con fractura. Contaba diecinueve anos y tenia un semblante abierto, de ojos claros y limpidos. Con Dega, no tardamos en ver que se trataba de un aficionado. Apenas sabe nada del hampa, pero nos sera util facilitandonos todos los informes posibles sobre lo que nos espera. Nos cuenta la vida en las Islas, donde el ha vivido catorce anos. Nos enteramos, por ejemplo, de que su nodriza, en las Islas, era un presidiario, un famoso duro implicado en el caso de rina a navajazos en la Butte' por los ojos bonitos de Casque d'Or.

Nos da valiosos consejos: hay que darse el piro desde Tierra Firme, pues desde las Islas es imposible; ademas, procurar no ser catalogado como peligroso, pues con esa calificacion, tan pronto desembarcado en Saint-Laurent-du-Maroni, puerto de arribada, le internan a uno por un tiempo o de por vida, segun el grado de su

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