Me he sentado muy cerca de los retretes del centro del patio y he mandado a buscar a Galgani para devolverle su estuche, pero debe costar encontrarle en ese tropel movedizo que es el inmenso patio lleno de ochocientos hombres. Ni Julot, ni el Guittou, ni Suzini han sido vistos desde nuestra llegada.

La ventaja de la vida en comun es que se vive, se habla, se pertenece a una nueva sociedad, si es que a eso se le puede llamar sociedad. Hay tantas cosas que decir, que escuchar y que hacer, que no queda tiempo para pensar. Al comprobar como el tiempo se difumina y pasa a segundo termino con relacion a la vida cotidiana, pienso que una vez llegado a los duros casi debe olvidarse quien se ha sido, por que se ha ido a parar alli y como, para pensar tan solo en una cosa: evadirse. Me equivocaba, pues lo mas absorbente e importante es, sobre todo, mantenerse con vida. ?Donde estan la bofia, el jurado, la Audiencia, los magistrados, mi mujer, mi padre, mis amigos? Estan todos aqui, muy vivos, cada uno ocupando su lugar en mi corazon, pero diriase que a causa de la fiebre de la marcha, del gran salto a lo desconocido, de esas nuevas amistades y de esos diferentes tratos, diriase que no tiene tanta importancia como antes. Pero eso no es mas que una simple impresion. Cuando quiera, en el momento que mi cerebro se digne abrir el cajon que a cada uno le corresponde, estan de nuevo todos presentes.

Ahi viene Galgani, me lo traen, pues ni siquiera con sus enormes lentes puede ver bien. Parece que esta mejor de salud. Se acerca y, sin decirme palabra, me estrecha la mano. Le digo:

– Me gustaria devolverte tu estuche. Ahora, te encuentras mejor, puedes llevarlo y guardarlo. Es una responsabilidad demasiado grande para mi durante el viaje, y, ademas, ?quien sabe si estaremos cerca el uno del otro y si nos veremos en el presidio? Asi, pues, vale mas que te lo quedes.

Galgani me mira con expresion entristecida.

– Anda, vente al retrete y te devolvere tu estuche.

– No, no lo quiero, quedate con el, te lo regalo, es tuyo.

– ?Por que dices eso?

– No quiero que me maten por el estuche. Prefiero vivir sin dinero que espicharla por culpa de el. Te lo doy, pues, al fin y al cabo, no hay razon de que arriesgues la vida por guardarme la pasta. En todo caso, si la arriesgas, que sea en tu provecho.

– Tienes miedo, Galgani. ?Te han amenazado ya? ?Sospechan que vas cargado?

– Si, tres arabes acechan constantemente. Por eso nunca he venido a verte, para que no sospechen que estamos en contacto. Cada vez que voy al retrete, tanto si es de noche como de dia, uno de los tres chivos viene a ponerse a mi lado. Ostensiblemente les he hecho ver, como quien no quiere la cosa, que no voy cargado, pero ni aun asi dejan de vigilarme. Piensan que el estuche debe tenerlo otro, pero no saben quien, y van detras de mi para ver cuando me es devuelto.

Miro a Galgani y me percato de que esta aterrado, verdaderamente acosado. Le pregunto:

– ?En que lado del patio suelen estar?

– Hacia la cocina y los lavaderos -me dice.

– Esta bien, quedate aqui, ahora vuelvo. Es decir, no, vente conmigo.

Me dirijo con el donde estan los chivos. He sacado el bisturi del gorro y lo sostengo con la hoja metida en la manga derecha y el mango empunado. En efecto, al llegar adonde el me habia dicho los veo. Son cuatro: tres arabes y un corso, un tal Girando. He comprendido en seguida: es el corso quien, dejado de lado por los hombres del hampa, ha soplado el caso a los chivos. Debe saber que Galgani es cunado de Pascal Matra y que es imposible que no tenga estuche.

– ?Que tal, Mokrane?

– Bien, Papillon. Y tu, ?que tal?

– Cabreado, porque esto no va como debiera. Vengo a veros para deciros que Galgani es amigo mio. Si le pasa algo, el primero en dinarla seras tu, Girando; los otros vendran luego. Tomadlo como querais.

Mokrane se levanta. Es tan alto como yo, metro setenta y cinco aproximadamente, y fornido por igual. La provocacion le ha afectado y hace ademan de comenzar la pelea cuando, rapidamente, saco el bisturi, flamante, y empunandolo bien, le digo:

– Si te mueves, te mato como a un perro.

Desorientado al verme armado en un sitio donde le cachean a uno constantemente, impresionado por mi actitud y por la longitud del arma, dice:

– Me he puesto en pie para discutir, no para pelearme.

Se que no es verdad, pero me conviene hacerle quedar bien delante de sus amigos. Le hago un quite elegante:

– Esta bien. Puesto que te has levantado para discutir…

– No sabia que Galgani fuese amigo tuyo. Crei que era un cabrito, y debes comprender, Papillon, que como estamos sin blanca, tendremos que hacernos con parne si queremos darnos el piro.

– Esta bien, es normal. Tienes derecho, Mokrane, de luchar por tu vida. Pero ahora que ya sabes que aqui es lugar sagrado, busca en otro sitio.

El me tiende la mano, se la estrecho. ?Uf! La jugada me ha salido bien, pues, en el fondo, si mataba a ese individuo, manana me quedaba en tierra. Aunque un poco tarde, me he dado cuenta de que habia cometido un error. Galgani se va conmigo. Le digo. “No hables a nadie de ese incidente. No quiero que el viejo Dega me meta una bronca.” Trato de convencer a Galgani de que se quede con el estuche, pero me dice: “Manana, antes de la salida.” El dia siguiente se oculto tan bien, que embarque hacia los duros con los dos estuches.

Por la noche en esta celda donde estamos once hombres aproximadamente, nadie habla. Es porque todos, mas o menos' piensan que este es el ultimo dia que pasan en tierras de Francia. Cada uno de nosotros esta mas o menos conmovido por la nostalgia de dejar Francia para siempre por una tierra desconocida en un regimen desconocido por destino.

Dega no habla. Esta sentado junto a mi, cerca de la puerta enrejada que da al pasillo y donde sopla un poco mas de aire que en los otros sitios. Me siento literalmente desorientado. Tenemos informaciones tan contradictorias sobre lo que nos espera, que no se si debo estar contento, triste o desesperado.

Los hombres que me rodean en esta celda son todos gente del hampa. Solo el pequeno corso nacido en el presidio no es verdaderamente del hampa. Todos esos hombres se encuentran en un estado amorfo. La gravedad e importancia del momento les ha vuelto casi mudos. El humo de los cigarrillos sale de esta celda como una nube atraida por el aire del pasillo, y si uno no quiere que los ojos le piquen, hay que sentarse por debajo de los nubarrones de humo. Nadie duerme, salvo Andre Baifiard, lo cual se justifica porque el habia perdido la vida. Para el, todo lo demas no puede ser sino un paraiso inesperado.

La pelicula de mi vida se proyecta rapidamente ante mis ojos: mi infancia al lado de la familia llena de carino, de educacion, de buenas maneras y de nobleza; las flores de los campos, el murmullo de los arroyos, el sabor de las nueces, los melocotones y las ciruelas que nuestro huerto nos daba copiosamente; el perfume de la mimosa que, cada primavera, florecia delante de nuestra puerta; la fachada de nuestra casa y el interior con las actitudes de los mios; todo eso desfila rapidamente ante mis ojos. Esta pelicula sonora en la que oigo la voz de mi pobre madre que tanto me quiso, y, luego la de mi padre, siempre tierno y acariciador, y los ladridos de Clara, la perra de caza de papa, que me llama desde el jardin para juguetear; las chicas, los chicos de mi infancia, companeros de juegos de los mejores momentos de mi vida; esta pelicula que veo sin haber decidido verla, esa proyeccion de una linterna magica encendida contra mi voluntad por mi subconsciente, llena de una dulce emocion esta noche de espera para el salto hacia la gran incognita de lo por venir.

Es hora de puntualizar. Vamos a ver: Tengo veintiseis anos, me siento muy bien, en mi vientre llevo cinco mil quinientos francos mios y veinticinco mil de Galgani- Dega, que esta a mi lado, tiene diez mil- Creo que puedo contar con cuarenta mil francos, pues si Galgani no es capaz de defender esa suma aqui, menos lo sera a bordo del barco y en la Guayana. Por lo demas, el lo sabe, por eso no ha venido a buscar su estuche. Por lo tanto, puedo contar con ese dinero, claro esta que llevandome conmigo a Galgani; el debe aprovecharlo, pues suyo es y no mio. Lo empleare para su bien, pero, al mismo tiempo, tambien me aprovechare yo. Cuarenta mil francos es mucho dinero, asi es que podre comprar facilmente complices, presidiarios que esten cumpliendo pena, liberados y vigilantes.

La puntualizacion resulta positiva. Nada mas llegar, debo fugarme en compania de Dega y Galgani: solo eso debe preocuparme. Palpo el bisturi, satisfecho de sentir el frio de su mango de acero. Tener un arma tan temible conmigo me da aplomo. Ya he probado su utilidad en el incidente de los arabes. Sobre las tres de la manana, unos reclusos han alineado delante de la reja de la celda once sacos de marinero de lona gruesa, llenos a rebosar, cada uno con una gran etiqueta. Puedo ver una que cuelga dentro de la reja. Leo “C… Pierre, treinta anos, metro setenta y tres, talla 42, calzado 41, numero X… “ Ese Pierre C… es Pierrot el Loco, un bordeles condenado por homicidio en Paris a veinte anos de trabajos forzados.

Es un buen chico, un hombre del hampa recto y correcto, le conozco bien. La ficha, sin embargo, me muestra lo minuciosa y bien organizada que es la Administracion que dirige el presidio. Es mejor que en el cuartel, donde te hacen probar las prendas a bulto. Aqui, todo esta registrado y cada uno recibira prendas de su talla. Por un trozo de traje de faena que asoma del saco, veo que es blanco, con listas verticales rosas. Con ese traje no se debe pasar inadvertido.

Deliberadamente, trato que mi mente recomponga las imagenes de la Audiencia, del jurado, del fiscal, etc. Pero se niega a obedecerme y solo logro obtener de ella imagenes normales. Comprendo que para vivir intensamente, como las he vivido, las escenas de la Conciergerie o de Beaulieu, hay que estar solo, completamente solo. Siento alivio al comprobarlo, y comprendo que la vida en comun que me espera provocara otras necesidades, otras reacciones, otros proyectos.

Pierot el Loco se acerca a la reja y me dice:

– ?Que tal, Papi?

– ?Y tu?

– Pues yo siempre he sonado con irme a las Americas; pero, como soy jugador, nunca he podido ahorrar lo necesario para pagarme el viaje. La bofia ha pensado en ofrecerme ese viaje gratuito. Esta bien, no hay ningun mal en ello, ?verdad, Papillon?

Habla con naturalidad, no hay ninguna baladronada en sus palabras. Se le nota verdaderamente seguro de si mismo.

– Este viaje gratuito que me ha ofrecido la bofia para ir a las Americas tiene sus ventajas. Prefiero ir a presidio que tirarme quince anos de reclusion en Francia.

Queda por saber el resultado final, Pierrot. ?No crees? Volverse majareta en la celda, o morir de descomposicion en el calabozo de una carcel cualquiera de Francia, aun es peor que espicharla por culpa de la lepra o de la fiebre amarilla, me parece a mi.

– Tambien a mi, dice el.

– Mira, Pierrot, esa ficha es la tuya.

Se asoma, la mira muy atentamente para leerla, la deletrea.

– Quisiera ponerme ese traje. Tengo ganas de abrir el saco y vestirme. No me diran nada. Al fin y al cabo, esas prendas Me Pertenecen.

– No, aguarda la hora. Este no es el momento de buscarse lios, Pierre. Necesito tranquilidad.

Comprende y se aparta de la reja.

Louis Dega me mira y dice:

– Hijo, esta es la ultima noche. Manana, nos alejaremos de nuestro hermoso pais.

– Nuestro hermosisimo pais no tiene una hermosa justicia, Dega. Quiza conozcamos otros paises que no seran tan bellos como el nuestro, pero que tendran una

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