Esta en plena forma para largarse. Me dice que esta dispuesto a todo, hasta a matar si hace falta, pero quiere largarse. Tiene tres mil francos. Los ojos lavados con agua caliente le permiten ver en seguida con mucha claridad. Le explico mi proyecto de plan para evadirme. Le parece bueno, pero me dice que, para sorprender a los vigilantes, hay que ser dos, o mejor tres. Podriamos desmontar las patas de la cama y, cada uno con un hierro en la mano, dejarlos sin sentido. Pues, segun el, ni siquiera empunando sus mosquetones, pensarian que nos atreveriamos a disparar, y podrian llamar a los vigilantes de guardia en el otro pabellon, de donde se escapo Julot, y que se halla a menos de veinte metros del nuestro.

TERCER CUADERNO. PRIMERA FUGA

Evasion del hospital

Esta noche, le he metido una bronca a Dega y, despues, a Fernandez. Dega me dice que no tiene confianza en ese proyecto, que, si es necesario, pagara una fuerte cantidad para salir de su internamiento. Me pide que le escriba a Sierra diciendole que se le ha ocurrido esa proposicion y que nos diga si es aceptable. Chatal, el mismo dia, lleva la nota y nos trae la respuesta. “No pagues a nadie para que quiten el intemamiento, es una medida que viene de Francia y nadie, ni siquiera el director de la penitenciaria, puede quitarnoslo. Si estais desesperados en el hospital, podeis tratar de salir a la manana siguiente misma del dia en que el barco que va a las islas y que se llama Mana haya zarpado.”

Seguiremos ocho dias mas en los cuarteles celulares antes de que nos lleven a las Islas, y quiza sea mejor para evadirse que la sala donde hemos ido a recalar en el hospital. En la misma misiva, Sierra me dice que, si quiero, me mandara un presidiario liberado a hablar conmigo para prepararme el barco detras del hospital. Es un tolosense que se llama Jesus, el mismo que preparo la evasion del doctor Bougrat hace ahora dos anos. Para verle, he de hacerme radiografiar en un pabellon especialmente equipado para ello. Ese pabellon esta dentro del hospital, pero los liberados tienen acceso a el mediante una falsa orden para ser radiografiados. Me dice que antes de que vaya a hacerme la radiografia me quite el estuche, pues el doctor podria verlo si mira mas abajo de los pulmones. Envio unas letras a Sierra, diciendole que mande a Jesus a hacerse la radiografia y que se ponga de acuerdo con Chatal para que me manden tambien alli. Sera pasado manana a las nueve, me advierte Sierra aquella misma noche.

El dia siguiente, Dega pide salir del hospital, asi como Fernandez. El Mana ha zarpado esta manana. Ellos esperan fugarse de las celdas del campamento, les deseo buena suerte yo no vario mis proyectos.

He visto a Jesus. Es un viejo Presidiario liberado, flaco como una sardina, de rostro curtido, cruzado por dos tremendas cicatrices. Tiene un ojo que llora constantemente cuando te mira. Mala pinta, mala mirada. No me inspira mucha confianza, el futuro me dara la razon. Hablamos rapidamente:

– Puedo facilitarte una embarcacion para cuatro hombres, a lo sumo cinco. Un barrilito de agua, viveres cafe, y tabaco; tres palas de canoa india, sacos de harina vacios, aguja e hilo para que te hagas la vela y un foque tu mismo; una brujula, un hacha, un cuchillo, cinco litros de tafia -ron de Guayana-, por dos mil quinientos francos. La luna se pone dentro de tres dias. De aqui a cuatro dias, si aceptas, te esperare en la lancha botada todas las noches, desde las once hasta las tres de la madrugada, durante ocho dias. Al primer cuarto creciente de la luna, ya no te espero. La embarcacion estara exactamente frente al angulo de abajo de la tapia del hospital. Dirigete por la tapia, pues hasta que no estes junto a la embarcacion, no la veras ni a dos metros.

No me fio, pero de todos modos digo que si.

– ?La pasta? -me dice Jesus.

– Te la mandare por Sierra.

Y nos separamos sin estrecharnos la mano. No lo veo claro.

A las tres, Chatal se va al campamento a llevar la pasta, dos Mil quinientos francos, a Sierra. Me he dicho: “Me juego esa pasta gracias a Galgani, pues resulta arriesgado. ?Con tal de que no se las sople en tafia, esas dos mil quinientas leandras! “

Clousiot esta radiante, confia en si mismo, en mi y en el proyecto. Solo una cosa le preocupa: no todas las noches, aunque a menudo, el arabe llavero entra en la sala y, sobre todo, raras veces muy tarde. Otro problema: ?a quien se podria escoger como tercero para hacerle la proposicion? Hay un corso del hampa de Niza, llamado Biaggi. Esta en el presidio desde 1929, habiendo matado a un tipo despues, sujeto a estricta vigilancia en esta sala y en estado preventivo por ese homicidio. Clousiot y yo discutimos sobre si debemos hablarle y cuando. Mientras estamos conversando en voz baja, se acerca a nosotros un efebo de dieciocho anos, lindo como una mujer. Se llama Maturette y fue condenado a muerte e indultado despues, dada su temprana edad diecisiete anos-, por el asesinato de un taxista. Eran dos, de dieciseis y de diecisiete anos, y aquellos dos ninos, en la Audiencia, en vez de acusarse reciprocamente, declararon cada uno haber matado al taxista. Ahora bien, el taxista solo recibio un balazo. Aquella actitud de cuando su proceso les hizo simpaticos a todos los presidiarios, a los dos chavales.

Maturette, muy afeminado, se acerca, pues, a nosotros y, con voz de mujer, nos pide lumbre. Se la damos y, ademas, le regalo cuatro cigarrillos y una caja de fosforos. Me da las gracias con una incitante sonrisa. Dejamos que se vaya. De golpe, me dice Clousiot:

– Papi, estamos salvados. El chivo vendra aqui tantas veces como queramos y en el momento que queramos, lo tenemos en el bolsillo.

– ?Como?

– Es muy sencillo: diremos al pequeno Maturette que enamore al chivo. Ya sabes, a los arabes les gustan los jovenes. De ahi a hacerle venir por la noche para cepillarse al chaval, no hay mas que un paso. A este le toca hacerse el melindroso diciendo que tiene miedo de ser visto, para que el arabe entre a las horas que nos convienen.

– Yo me encargo de ello.

Voy adonde esta Maturette, quien me recibe con una sonrisa alentadora. Cree que me ha impresionado con su primera sonrisa incitante. Pero le digo en seguida:

– Te equivocas, vete al retrete.

Va al retrete y, una vez alli, le advierto:

– Si repites una sola palabra de lo que voy a decirte, eres hombre muerto. Mira, ?quieres hacer eso, eso y eso por dinero ?Cuanto? ?Para hacernos un favor? ? ?O quieres irte con nos otros?

– Quiero irme con vosotros, ?conforme?

Prometido, prometido. Nos estrechamos la mano.

Va a acostarse y yo, tras decirle unas cuantas palabras a Clousiot, me acuesto tambien. Por la noche, a las ocho, Maturette esta sentado en la ventana. No tiene que llamar al arabe, pues este viene por su propia voluntad. La conversacion se entabla entre ellos en voz baja. A las diez, Maturette se acuesta. Nosotros estamos acostados, sin pegar ojo, desde las nueve. El chivo entra en la sala, da dos vueltas, encuentra un hombre muerto Llama a la puerta y, poco despues, entran dos camilleros que se llevan el cadaver. Esa muerte nos sera util, pues justificara las rondas del arabe a cualquier hora de la noche. Por consejo nuestro, Maturette le da cita a las once de la noche. El llavero llega a esa hora, pasa delante de la cama del chico, le tira de los pies para despertarle y, luego, se dirige a los retretes. Maturette le sigue. Un cuarto de hora despues, el llavero sale, va directamente a la puerta y desaparece. Al cabo de un minuto, Maturette se acuesta sin hablarnos. En fin, el dia siguiente, lo mismo, pero

A medianoche. Todo va al pelo, el chivo acudira a la hora que le indique el pequeno.

El 27 de noviembre de 1933, con dos patas de camastro a punto de ser quitadas para servir de mazas, espero, a las cuatro de la tarde, unas letras de Sierra. Chatal, el enfermero, llega sin traer ningun papel. Me dice tan solo:

– Francois Sierra me encarga decirte que Jesus te espera en el sitio convenido. Buena suerte.

A las ocho de la noche, Maturette le dice al arabe:

– Ven despues de medianoche, pues a esa hora podremos estar mas tiempo juntos.

El arabe dice que vendra despues de medianoche. A las doce en punto, estamos preparados. El arabe entra alrededor de las doce y cuarto, va directamente a la cama de Maturette, le tira de los pies y continua hacia el retrete. Maturette entra con el. Arranco la pata de mi cama, que hace un leve ruido al venirse abajo. De Clousiot, no se oye nada. Debo situarme detras de la puerta de los retretes y Clousiot acercarse a el para llamarle la atencion. Tras una espera de veinte minutos, todo sucede muy de prisa. El arabe sale del retrete y, sorprendido al ver a Clousiot, pregunta:

– ?Que haces ahi, en medio de la sala, a estas horas? Ve a acostarte.

En el mismo momento, recibe el golpe del conejo en pleno cerebelo y se desploma sin hacer ruido. Sin perder un segundo, me pongo su ropa y me calzo sus zapatos, le arrastramos bajo una cama y, antes de meterlo completamente dentro, le asesto otro golpe en la nuca. Tiene su merecido.

Ninguno de los ochenta hombres de la sala se ha movido. Rapidamente, me voy hacia la puerta, seguido por Clousiot y Maturette, ambos en camisa, y llamo. El vigilante abre, levanto mi barra y le doy en la cabeza. El otro, enfrente, deja caer su mosqueton. Seguramente, estaba dormido. Antes de que reaccione, le dejo sin sentido. Los mios no han gritado, el de Clousiot ha exclamado: “ i Ah! “, antes de desplomarse. Los dos mios han quedado sin sentido en sus sillas; el tercero esta tumbado, tieso. Contenemos la respiracion. Para nosotros, ese “ i Ah! “ lo ha oido todo el mundo. Es verdad que ha sido bastante fuerte, pero nadie se mueve. No los metemos en la sala, nos vamos con los tres mosquetones. Con Clousiot delante, el chaval en medio y yo detras, bajamos las escaleras mal alumbradas por una linterna. Clousiot ha soltado su pata, yo sostengo la mia con la izquierda y el mosqueton con la derecha. Abajo, nadie. Alrededor de nosotros, la noche es como tinta. Hay que mirar muy fijamente para ver la tapia detras de la cual esta el rio, a la que en seguida nos dirigimos. Al llegar a la tapia, hago estribo con las manos. Clousiot sube, se sienta a horcajadas, aupa a Maturette y, luego, a mi. Saltamos en la oscuridad al otro lado de la tapia. Clousiot cae mal en un hoyo y se lastima un pie. A Maturette y a mi no nos pasa nada. Nos incorporamos; los mosquetones los hemos soltado antes de saltar. Cuando Clousiot intenta levantarse, no puede, dice que tiene la pierna rota. Dejo a Maturette con Clousiot y corro hacia la esquina, rozando la tapia con una mano. La noche es tan oscura que no me doy cuenta de que he llegado al extremo de la tapia y, al quedar mi mano en el aire, me doy de narices. Oigo una voz que, desde la parte del rio, pregunta:

– ?Sois vosotros?

– Si. ?Eres Jesus?

– Si.

Enciende un fosforo durante una fraccion de segundo. He localizado donde esta, me meto en el agua y voy hacia el. Va acompanado.

– Suba el primero. ?Quien es?

– ?Papillon?

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