Durante los dieciocho dias que dura el viaje, tenemos tiempo de informarnos o tratar de tener una idea del presidio. Nada sera como lo habiamos creido y, sin embargo, Julot habra hecho todo lo posible para informarnos. Por ejemplo, sabemos que Saint-Laurent-du-Maroni es una poblacion que esta a ciento veinte kilometros del mar, junto al rio Maroni. Julot nos explica:

– En esa poblacion se encuentra la penitenciaria, el centro del presidio. En ese centro se efectua la clasificacion por categorias. Los relegados van directamente a ciento cincuenta kilometros de alli, a una penitenciaria llamada Saint-Jean. Los presidiarios son clasificados inmediatamente en tres grupos:

“Los muy peligrosos, que seran llamados tan pronto lleguen y encerrados en celdas del cuartel disciplinario mientras esperan su traslado a las Islas de la Salvacion. Son internados por un tiempo o de por vida. Estas islas estan a quinientos kilometros de Saint-Laurent y a cien kilometros de Cayena. Se llaman: Royale; la mayor, San Jose, donde esta la carcel del presidio; y del Diablo, la mas pequena de todas. Los presidiarios no van a la isla del Diablo, salvo muy raras excepciones. Los hombres que estan en la del Diablo son presidiarios politicos.

“Luego, los peligrosos de segunda categoria: se quedaran en el campo de Saint-Laurent y seran obligados a hacer trabajos de jardineria y a cultivar la tierra. Cada vez que se les necesita, son enviados a campos muy duros: Camp Forestier, Charvin, Cascade, Crique Rouge, Kilonikitre 42, llamado “Campo de la Muerte”.

“Despues, la categoria normal: son empleados en la Administracion, las cocinas, limpieza de la poblacion o del campo, o en diferentes trabajos: taller, carpinteria, pintura, herreria, electricidad, colchoneria, sastreria, lavaderos, etcetera.

“Asi, pues, la hora H es la de arribada: si uno es llamado y conducido a una celda, significa que sera internado en las Islas, lo cual echa por tierra toda esperanza de evadirse. En todo caso, hay una sola posibilidad: herirse inmediatamente, rajarse las rodillas o el vientre para ir al hospital y, desde alli, fugarse. Es menester a toda costa procurar no ir a las Islas. Y una esperanza: si el barco que debe transportar a los internados a las Islas no esta listo para zarpar, entonces hay que sacar dinero y ofrecerselo al enfermero. Este os pondra una inyeccion de aguarras en una articulacion, o pasara un pelo empapado de orina por la carne para que se infecte. O te hara respirar azufre y luego dira al doctor que tienes cuarenta de fiebre. Durante esos dias de espera, es menester ir al hospital a toda costa.

“Si no se es llamado y dejado con los otros en barracones del campamento, se tiene tiempo de actuar. En tal caso no debe buscarse empleo dentro del campamento. Hay que dar dinero al contable para obtener un puesto de pocero, barrendero, o ser empleado en la serreria de un contratista civil. Al salir a trabajar fuera de la penitenciaria y volver cada noche al campamento, se tiene tiempo para establecer contacto con presidiarios liberados que viven en la poblacion o con chinos, para que le preparen a uno la fuga. Evitad los campamentos que estan en torno de la poblacion: alli todo el mundo la espicha muy pronto; hay campamentos donde ningun hombre ha resistido tres meses. En plena selva, los hombres se ven obligados a cortar un metro cubico de lena por dia.

Todas estas informaciones son valiosas. Julot nos las ha remachado durante todo el viaje. El esta preparado. Sabe que ira directamente al calabozo por ser un exfugado. Por lo cual lleva un cuchillo pequeno, mas bien un cortaplumas, en su estuche. A la llegada, lo sacara y se abrira una rodilla. Al bajar del barco, caera de la escalerilla delante de todo el mundo. Piensa que, entonces, sera llevado directamente del muelle al hospital. Por lo demas, es exactamente lo que pasara.

Saint-Laurent-du-Maroni

Los vigilantes se relevan para ir a cambiarse de ropa. Vuelven todos por turno vestidos de blanco con un casco colonial en vez de quepis. Julot dice: “Estamos llegando.” Hace un calor espantoso, pues los ojos de buey estan cerrados. A traves de ellos, se ve la selva. Estamos, pues, en el Maroni. El agua es cenagosa. La selva es verde e impresionante. Turbados por la sirena del barco, los pajaros echan a volar. Avanzamos muy despacio, lo cual permite fijarse holgadamente en la vegetacion verde oscuro, exuberante y tupida. Se perciben las primeras casas de madera con sus tejados de chapa ondulada. Negros y negras estan a sus puertas y contemplan el paso del barco. Estan acostumbrados a verle descargar su alijo humano y por eso no hacen ningun ademan de bienvenida cuando pasa. Tres toques de sirena y ruidos de helice nos indican que arribamos y, luego, todo ruido de maquinaria cesa. Podria oirse volar una mosca.

Nadie habla. Julot ha abierto su cuchillo y se. corta el pantalon en la rodilla, destrozando los bordes de las costuras. Hasta que este en cubierta no debe rajarsela, para no dejar rastros de sangre. Los vigilantes abren la puerta de la jaula y nos hacen formar de tres en tres. Estamos en la cuarta fila, Julot entre Dega y yo. Subimos a cubierta. Son las dos de la tarde y un sol de fuego me lastima la cabeza pelada y los ojos. Alineados en cubierta, nos conducen hacia la escalerilla. Aprovechando un titubeo de la columna, provocado por la entrada de los primeros en la escalerilla, sostengo el saco de Julot sobre su hombro y el, con ambas manos, arranca su rodillera, hinca el cuchillo y corta de un golpe siete u ocho centimetros de carne. Me pasa el cuchillo y aguanta solo el seco. En el, momento que bajamos la escalerilla, se deja caer y rueda hasta abajo. Le recogen y, al verle herido, llaman a los camilleros. Todo se ha realizado conforme lo habia previsto: se lo llevan dos hombres en una camilla.

Un gentio abigarrado nos mira, curioso. Negros, mulatos, indios, chinos, guinopos blancos (esos blancos deben de ser presidiarios liberados) examinan a cada uno de los que ponen pie en tierra y se alinean detras de los demas. Al otro lado de los vigilantes, civiles bien vestidos, mujeres con ropas veraniegas, chiquillos, todos con el casco colonial en la cabeza. Tambien ellos miran a los recien llegados. Cuando somos doscientos, el convoy arranca. Caminamos aproximadamente diez minutos y llegamos ante una puerta de tablones, muy alta, donde esta escrito: “Penitencieria' de Saint-Laurent-du-Maroni. Capacidad 3000 hombres.” Abren la puerta y entramos por filas de a diez. “Un, dos; un, dos, ?marchen!” Numerosos presidiarios nos miran llegar, encaramados a las ventanas o de pie sobre grandes pedruscos, para vernos mejor.

Cuando llegamos al centro del patio, alguien grita:

– ?Alto! Dejad los sacos delante de vosotros. Y vosotros, distribuid los sombreros!

Nos dan un sombrero de paja a cada uno, lo necesitabamos: dos o tres, ya han caido a consecuencia de la insolacion. Dega y yo nos miramos, pues un guardian con galones tiene una lista en la mano. Pensamos en lo que nos habia dicho Julot. llaman al Guittou: “?Por aqui!› Encuadrado por dos vigilantes, se va. Con Suzini ocurre igual, y lo mismo con Girasol.

– Jules Pignard!

Jules Pignard -Julat- se ha herido, esta en el hospital.

– Bien.

Son los internados en Las Islas. Luego, el vigilante continua:

– Escuchad con atencion. Cada hombre que sea nombrado saldra de filas con, su saco al hombro e ira a alinearse frente a ese barracon amarillo, el N.

Fulano, presente, etc. Dega, Carrier y yo nos encontramos entre los otros que forman ante el barracon. Nos abren la puerta y entramos en una sala rectangular de veinte metros aproximadamente. En medio, un pasillo de dos metros de ancho; a derecha e izquierda, una barra de hierro que va de un extremo a otro de la sala. Lonas que sirven de coys estan tendidas entre la barra y la pared, cada 1~ con su manta. Cada cual se instala donde quiere. Dega, Pierrot el Loco, Santori, Grandet y yo nos ponemos juntos e, inmediatamente, se forman las chabolas. Voy al fondo de la sala: a la derecha, las duchas; a la izquierda, los retretes, sin agua corriente. Agarrados a los barrotes de las ventanas, presenciamos la distribucion de los que han llegado despues de nosotros. Louis Dega, Pierrot el Loco y yo estamos radiantes; no nos han internado, puesto que nos encontramos juntos en un barracon. Si no, ya estariamos en una celda, segun explicara Julot. Todo el mundo esta contento, hasta que, cuando la distribucion ha finalizado, sobre las cinco de la tarde, Grandet dice:

– ?Que raro que en ese convoy no hayan llamado a ningun internado! Es extrano. Tanto mejor a fe mia.

Grandet es el hombre que robo la caja de caudales de una central, un caso que hizo reir a toda Francia.

En los tropicos, la noche y el dia llegan sin crepusculo ni amanecer. Se pasa de una cosa a otra de golpe, todo el ano a la misma hora. Y, a las seis y media, dos viejos presidiarios traen dos linternas de petroleo que cuelgan de un garfio del techo y alumbran poco. Tres cuartos de la sala estan en plena oscuridad. A las nueve, todo el mundo duerme, pues, una vez pasada la excitacion de la llegada, se esta muerto de calor. Ni un soplo de aire, todo el mundo va en calzoncillos. Tumbado entre Dega y Pierrot el Loco, charlo quedamente con ellos y, luego, nos quedamos dormidos.

A la manana siguiente, es oscuro aun cuando suena la corneta. Todos nos levantamos, lavamos, vestimos. Nos dan cafe y un chusco. En la pared, hay una tabla para poner el pan, la escudilla y demas trastos. A las nueve, entran dos vigilantes y un presidiario, joven el, vestido de blanco, sin listas. Los dos guardianes son corsos y hablan en corso con presidiarios de su tierra. Mientras tanto, el enfermero se pasea por la sala. Al llegar a mi altura, me dice:

– ?Que tal, Papi? ?No me conoces?

– No.

– Soy Sierra el Argelino, te conoci en casa de Dante, en Paris.

– Ah, si, ahora te reconozco. Pero tu subiste en el 29, y estamos en el 33. ?Y sigues aqui?

– Si, uno no se va tan de prisa como quiere. Hazte dar de baja por enfermo. Y ese, ?quien es?

– Dega, un amigo.

– Le inscribo tambien para la visita. Tu, Papi, tienes disenteria. Y tu, viejo, crisis de asma. Os vere en la visita de las once, tengo que hablaros.

Prosigue su camino y dice en voz alta:

– ?Quien esta enfermo aqui?

Va hacia los que levantan el dedo y los inscribe. Cuando pasa de nuevo ante nosotros, le acompana uno de los vigilantes, un hombre curtido por el sol y muy viejo:

– Papillon, te presento a mi jefe, el vigilante enfermero Bartiloni. Monsieur Bartiloni, estos son los amigos de quienes le he hablado.

– Esta bien, Sierra, ya lo arreglaremos en la visita, contad conmigo.

A las once, vienen a buscarme. Somos nueve enfermos. Cruzamos el campamento a pie entre los barracones. Llegamos ante un barracon mas nuevo, el unico que esta pintado de blanco y con una cruz roja, entramos y pasamos a una sala de espera donde aguardan unos sesenta hombres. En cada rincon de la sala, dos vigilantes. Aparece Sierra, vistiendo una inmaculada bata de medico. Dice: “Usted, usted y usted, pasen.” Entramos en una estancia que en seguida reconocemos como el despacho del doctor. Se dirige a uno de nosotros en espanol. A ese espanol, le reconozco en seguida: es Fernandez, el que mato a tres argentinos en el “Cafe de Madrid”, en Paris. Una vez han cruzado algunas palabras, Sierra le hace pasar a un retrete que da a la sala, y, luego, viene hacia nosotros:

– Papi, deja que te abrace. Estoy muy contento de poder hacerte un favor a ti y a tu amigo: los dos estais internados… ?Oh! ?Dejadme hablar! Tu, Papillon, de por vida, y tu, Dega, por cinco anos. ?Teneis pasta?

– Si.

– Entonces, dadme quinientos francos cada uno y, manana por la manana, estareis hospitalizados. Tu por disenteria. Y tu, Dega, esta noche llama a la puerta o, mejor, que cualquiera de vosotros llame al guardian y reclame al enfermero diciendo que Dega se esta asfixiando. Del resto me encargo yo. Papillon, solo te pido una cosa: si te das el piro, avisame con tiempo, que estare en la cita. En el hospital, por cien francos cada uno a la semana, podran teneros un mes. Hay que darse prisa.

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