Solo pido una cosa, seguir viviendo con la mayor salud posible y salir cuanto antes hacia esa Guayana francesa donde, gracias a Dios, cometeis la imbecilidad de enviarme.
Se que tus colegas, amigo vigilante de prision que produces ese “tic” a cada instante, no son unos monaguillos. Tu eres un abuelito, al lado de los guardianes de alla. Lo se desde hace mucho tiempo, pues Napoleon, cuando fundo el presidio y le preguntaron: “?Por quien hareis vigilar a esos bandidos?”, respondio: “Por quienes son mas bandidos que ellos.” Posteriormente, pude comprobar que el fundador del presidio no habia mentido.
Tris, tras, una ventanilla de veinte por veinte centimetros se abre en la mitad de mi puerta. Me alargan el cafe y un pan de setecientos cincuenta gramos. Como estoy condenado, ya no tengo derecho al restaurante, pero, pagando, puedo comprar cigarrillos y algunos viveres en una modesta cantina. Unos cuantos dias mas y, luego, ya no habra nada: La Conciergerie es la antesala de la reclusion. Fumo con deleite un “Lucky Strike”, a seis francos sesenta el paquete. He comprado dos. Me gasto el peculio porque me lo van a requisar para pagar los gastos de la justicia.
Dega, por medio de una nota que he encontrado metida en el pan, me dice que vaya a desinsectacion: “En una caja de fosforos hay tres piojos.” Saco los fosforos y encuentro los piojos, gordos y sanos. Se lo que eso significa. Los ensenare al vigilante, y asi, manana, me enviara con todos mis trastos, colchon incluido, a una sala de vapor para matar a todos los parasitos (salvo a nosotros, por supuesto). En efecto, el dia siguiente, encuentro a Dega alli. Ningun vigilante en la sala de vapor. Estamos solos.
– Gracias, Dega. Merced a ti, he recibido el estuche.
– ?No te causa molestias?
– No.
– Cada vez que vayas al retrete, lavalo bien antes de volver a metertelo.
– Si. Es hermetico, creo, pues los billetes doblados en acordeon estan en perfecto estado. Sin embargo, hace ya siete dias que lo llevo.
– Entonces, senal de que es bueno.
– ?Que piensas hacer, Dega?
– Me voy a hacer el loco. No quiero ir a presidio. Aqui, en Francia, quiza cumpla ocho o diez anos. Tengo relaciones y, por lo menos, podre conseguir cinco anos de indulto.
– ?Que edad tienes?
– Cuarenta y dos anos.
– ?Estas loco! Si te tragas diez anos de los quince, saldras viejo. ?Te da miedo estar con los forzados?
– Si, el presidio me da miedo, no me averguenza decirtelo, Papillon. La vida es terrible en la Guayana. Cada ano hay una perdida del ochenta por ciento. Una cadena de presos sustituye a otra y las cadenas son de mil ochocientos a dos mil hombres. Si no coges la lepra, te da la fiebre amarilla o unas disenterias que no perdonan, o tuberculosis, paludismo, malaria. Si te salvas de todo eso, tienes mucha suerte si no te asesinan para robarte el estuche o no la espichas en la fuga. Creeme, Papillon, no te lo digo para desanimarte, sino porque he conocido a muchos presidiarios que han vuelto a Francia tras haber cumplido penas cortas, de cinco o siete anos, y se a que atenerme. Son verdaderas piltrafas humanas. Se pasan nueve meses del ano en el hospital, y en cuanto a eso de la fuga, dicen que no es tan facil como cree mucha gente.
– Te creo, Dega, pero confio mucho en mi. No durare mucho alli, puedes estar seguro. Soy marinero, conozco el mar y puedes tener la certeza de que no tardare en darme el piro. Y tu, ?te ves cumpliendo diez anos de reclusion? Si te quitan cinco, lo cual no es seguro, ?crees que podras aguantarlos, no volverte loco por el completo aislamiento? Yo, ahora, en esa celda donde estoy solo, sin libros, sin salir, sin poder hablar con nadie, no es por sesenta minutos que deben multiplicarse las veinticuatro horas del dia, sino por seiscientos, y aun te quedarias corto.
– Es posible, pero tu eres joven y yo tengo cuarenta y dos anos.
– Oye, Dega, francamente, ?que es lo que mas temes? ?No sera a los otros presidiarios?
– Si, francamente, Papi. Todo el mundo sabe que soy millonario, y de ahi a asesinarme porque puede creerse que llevo encima cincuenta o cien mil francos, hay poco trecho.
– Oye, ?quieres que hagamos un pacto? Tu me prometes no irte a la loquera y yo me comprometo a estar siempre a tu lado. Nos arrimaremos el uno al otro. Soy fuerte y rapido, aprendi a pelearme de muy joven y se manejar muy bien la faca. Asi que, en lo referente a los otros presidiarios, esta tranquilo: seremos mas que respetados, seremos temidos. Y, para darnos el piro, no necesitamos a nadie. Tu tienes pasta, yo tengo pasta, se servirme de la brujula y conducir una embarcacion. ?Que mas quieres?
Me mira fijamente a los ojos… Nos abrazamos. El pacto queda firmado.
Algunos instantes despues, se abre la puerta. El se va por su lado, con su impedimenta, y yo, con la mia. No estamos muy lejos uno de otro y, de vez en cuando, podremos vernos en la barberia, en la enfermeria o en la capilla, los domingos.
Dega se metio en el asunto de falsificacion de bonos de la Defensa Nacional. Un falsificador los habia hecho de modo muy original. Decoloraba los bonos de 500 francos y volvia a imprimir encima, perfectamente, titulos de 10 000 francos. Como el papel era igual, Bancos y comerciantes los aceptaban con toda confianza. Aquello duraba hacia muchos anos y la Seccion financiera del Ministerio Fiscal no sabia a que atenerse hasta el dia en que detuvieron a un tal Brioulet en flagrante delito. Louis Dega estaba muy tranquilo al frente de su bar de Marsella, donde cada noche se reunia la flor y nata del hampa del Sur y donde, como a una cita internacional, acudian los grandes depravados del mundo.
En 1929, era millonario. Una noche, una mujer bien vestida, guapa y joven se presenta en el bar. Pregunta por Monsieur Louis Dega.
– Soy yo, senora, ?que desea usted? Haga el favor de pasar al otro salon.
– Soy la mujer de Brioulet. Esta encarcelado en Paris, por haber vendido bonos del Tesoro falsos. He conseguido verle en el locutorio de la Sante, me ha dado las senas de este bar y me ha dicho que venga a pedirle a usted veinte mil francos para pagar al abogado.
Entonces, Dega, uno de los mayores depravados de Francia, ante el peligro de una mujer enterada de su papel en el asunto de los bonos, encuentra tan solo la unica respuesta que no debia dar:
– Senora, no conozco en absoluto a su marido, y si necesita usted dinero, vaya a hacer de puta. Con su palmito, ganara mas del que necesita.
La pobre chica, ultrajada, se va corriendo, hecha un mar de lagrimas. Le cuenta la escena a su marido. Brioulet, indignado, al dia siguiente le conto al juez de instruccion todo cuanto sabia, acusando formalmente a Dega de ser el individuo que facilitaba los bonos falsos. Un equipo de los mas listos policias de Francia se puso tras la pista de Dega. Un mes despues, Dega, el falsificador, el grabador y once complices eran detenidos a la misma hora en diferentes sitios y encarcelados. Comparecieron ante el Tribunal del Sena y el proceso duro catorce dias. Cada acusado era defendido por un gran abogado. Resultado, que por veinte mil miseros francos y unas palabras propias de un idiota, el hombre mas depravado de Francia, arruinado, envejecido diez anos, cargaba con quince de trabajos forzados. Aquel hombre era el hombre con quien yo acababa de firmar un pacto de vida y de muerte.
El abogado Raymond Hubert ha venido a verme. No estaba muy inspirado. No se lo echo en cara.
… Un, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta… Un, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta. Llevo ya varias horas dando vueltas, desde la ventana a la puerta de la celda. Fumo, me siento consciente, equilibrado y apto para soportar lo que sea. Me prometo no pensar, por el momento, en la venganza.
El fiscal, dejemoslo en el punto donde lo deje, atado a las anillas de la pared, frente a mi, sin que yo haya decidido aun como mandarle al otro mundo.
De golpe, un grito, un grito de desesperacion, agudo, horriblemente angustioso, logra atravesar la puerta de mi celda. ?Que pasa? Diriase que un hombre es torturado y grita. Sin embargo, aqui no estamos en la Policia judicial. No hay medio de saber que ocurre. Esos gritos en la noche me han sobrecogido. ?Y que potencia deben tener para atravesar esta puerta acolchada! Quiza se trate de un loco. Es tan facil volverse loco en estas celdas donde a uno no le llega nunca nada. Hablo solo, en voz alta. Me pregunto: “?Que puede importarme eso? Piensa en ti, solo en ti y en tu nuevo socio, en Dega.” Me agacho, luego me levanto, despues me doy un punetazo en el pecho. Me he hecho mucho dano, senal de que todo marcha bien: los musculos de mis brazos funcionan perfectamente. ?Y mis piernas? Felicitalas, pues llevas mas de dieciseis horas caminando y ni siquiera te sientes fatigado.
Los chinos inventaron la gota de agua que te va cayendo, una a una, sobre la cabeza. En cuanto a los franceses, han inventado el silencio. Suprimen todo medio de divertirse. Ni libros, ni papel, ni lapiz; la ventana de gruesos barrotes esta tapada con tablas, y solo unos cuantos agujeritos dejan pasar un poco de luz muy tamizada.
Muy impresionado por aquel grito desgarrador, doy vueltas vueltas como una fiera enjaulada. En verdad tengo la plena sensacion de estar literalmente enterrado vivo.
Si, estoy muy solo, todo lo que me llegue no sera nunca mas que un grito.
Abren la puerta. Aparece un viejo cura. No estas solo, hay un cura, ahi, delante de ti.
– Buenas noches, hijo mio. Perdoname que no haya venido antes, pero estaba de vacaciones. ?Como te encuentras?
Y el bueno del viejo cura entra a la pata llana en la celda y se sienta, sin mas preambulos, en mi catre.
– ?De donde eres?
– De Ardeche.
– ?Que hacen tus padres?
– Mama murio cuando yo tenia once anos. Mi padre me quiso mucho.
– ?Que era?
– Maestro de escuela.
– ?Vive?
– Si.
– ?Porque hablas de el en pasado, si aun vive?
– Porque si el vive, yo he muerto.
– ?Oh! No digas eso. ?Que has hecho?
En un relampago pienso en lo ridiculo que resultaria decir que soy inocente, y contesto de un tiron:
– La Policia dice que mate a un hombre, y cuando lo dice debe de ser verdad.
– ?Era un comerciante?
– No, un chulo.
– ?Y por una cuestion entre hampones te han condenado a trabajos forzados de por vida? No lo comprendo. ?Fue un asesinato?