dos pedazos de chocolate de Aiguebelle han sido mi cena de Nochebuena de 1931.
… Un, dos, tres, cuatro, cinco… La represion de la justicia me ha convertido en pendola, el ir y venir en una celda es todo mi universo. Todo esta matematicamente calculado. En la celda no debe haber nada, absolutamente nada. Sobre todo, es menester que el condenado no pueda distraerse. Si me sorprendieran mirando por esa hendidura de los maderos de la ventana, recibiria un severo castigo. Sin embargo, ?acaso no tienen razon, puesto que para ellos no soy mas que un muerto en vida? ?Con que derecho podria permitirme gozar de la contemplacion de la naturaleza?
Vuela una mariposa; tiene un color azul claro, con una pequena lista negra; una abeja zumba no lejos de ella, junto a la ventana. ?Que vienen a buscar esos bichos en este lugar? Parece como si estuviesen locas por ese sol de invierno, a menos que tengan frio y quieran entrar en la prision. Una mariposa en invierno es una resucitada. ?Como no ha muerto todavia? Y esa abeja, ?por que ha abandonado su colmena? ?Que inconsciente atrevimiento acercarse aqui! Afortunadamente, el cabo de vara no tiene alas, de lo contrario no vivirian mucho tiempo.
Ese Tribouillard es un horrible sadico y presiento que algo me ocurrira con el. Por desgracia, no me habia equivocado. El dia siguiente de la visita de los dos encantadores insectos, me declaro enfermo. No puedo mas, me ahoga la soledad, necesito ver una cara, oir una voz, aunque sea desagradable, pero en suma una voz, oir alguna cosa.
Completamente desnudo en el frio glacial del pasillo, cara a la pared, con la nariz a cuatro dedos de esta, era el penultimo de una fila de ocho, en espera de mi turno de pasar ante el doctor. ?Queria ver gente? ?Pues ya lo he conseguido! El cabo de vara nos sorprende en el momento en que le murmuraba unas palabras a Julot, conocido como el hombre del martillo. La reaccion de aquel salvaje pelirrojo fue terrible. De un punetazo en la nuca, me dejo casi sin sentido y, como no habia visto venir el golpe, me di de narices contra la pared. Empece a manar sangre y, tras haberme incorporado, pues me habia caido, me rehago y trato de comprender lo ocurrido. Cuando hago un ademan de protesta, el coloso, que no esperaba otra cosa, de una patada en el vientre me tumba otra vez en el suelo y comienza a golpearme con su vergajo. Julot ya no puede aguantarse. Se echa encima de el, se entabla una terrible pelea y, como Julot lleva todas las de perder, los vigilantes asisten, impasibles, a la batalla. Nadie se fija en mi, que acabo de ponerme en pie. Miro a mi alrededor, tratando de descubrir algun arma. De golpe, percibo al doctor, inclinado sobre su sillon, que trata de ver desde la sala de visita lo que ocurre en el pasillo y, al mismo tiempo, la tapadera de una marmita que brinca empujada por el vapor. Esa gran marmita esmaltada esta encima de la estufa de carbon que calienta la sala del doctor. Su vapor debe purificar el aire.
Entonces, con un rapido reflejo, agarro la marmita por las asas, me quemo, pero no la suelto y, de una sola vez, arrojo el agua hirviendo a la cara del cabo de vara, quien no me habia visto, ocupado como estaba con Julot. De su garganta sale un grito espantoso. Ha cobrado lo suyo. Se revuelca en el suelo y, como lleva tres jerseys de lana, se los quita con dificultad, uno despues de otro. Cuando llega al tercero, la piel salta con este. El cuello del jersey es estrecho y, en su esfuerzo por hacerlo pasar, la piel del pecho, parte de la del cuello y toda la de la mejilla siguen pegadas al jersey. Tambien tiene quemado su unico ojo y, ahora esta ciego. Por fin, se pone en pie, repelente, sanguinolento, en carne viva, y Julot aprovecha el momento para asestarle una terrible patada en los testiculos. El gigante se derrumba y empieza a vomitar y a babear. Ha recibido su merecido Nosotros nada perdemos con esperar.
Los dos vigilantes que han asistido a la escena no tienen suficientes arrestos para atacarnos. Tocan la alarma para pedir refuerzos. Llegan de todos lados. Los porrazos llueven sobre nosotros como una fuerte granizada. Tengo la suerte de perder pronto el sentido, lo cual no me impide recibir mas golpes.
Despierto dos pisos mas abajo, completamente desnudo, en un calabozo inundado de agua. Lentamente recobro los sentidos. Recorro con la mano mi cuerpo dolorido. En la cabeza tengo por lo menos doce o quince chichones. ?Que hora sera? No lo se. Aqui no es de dia ni de noche, no hay luz. Oigo golpes en la pared, vienen de lejos.
Pam, pam, pam, pam, pam, pam. Estos golpes son la llamada del “telefono”. Debo dar dos golpes en la pared si quiero recibir la comunicacion. Golpear, pero, ?con que? En la oscuridad, no distingo nada que pueda servirme. Con los punos es inutil, los golpes no repercuten bastante. Me acerco al lado donde supongo que esta la puerta, pues hay un poco menos de oscuridad. Topo con barrotes que no habia visto. Tanteando, me doy cuenta de que el calabozo esta cerrado por una puerta que dista mas de un metro de mi, a la cual la reja que toco me impide llegar. Asi, cuando alguien entra donde hay un preso peligroso, este no puede tocarle, pues esta enjaulado. Pueden hablarle, escupirle, tirarle comida e insultarle sin el menor peligro. Pero hay una ventaja: no pueden pegarle sin correr peligro, pues, para pegarle, hay que abrir la reja.
Los golpes se repiten de vez en cuando. ?Quien puede llamarme? Quien sea merece que le conteste, pues arriesga mucho, si le pillan. Al caminar, por poco me rompo la crisma. He puesto el pie sobre algo duro y redondo. Palpo, es una cuchara de palo. En seguida, la agarro y me dispongo a contestar. Con la oreja pegada a la pared, aguardo. Pam, pam, pam, pam, pam-stop, pam, pam. Contesto: pam, pam. Estos dos golpes quieren decir a quien llama: “Adelante, tomo la comunicacion.” Empiezan los golpes: pam, pam, pam… las letras del alfabeto desfilan rapidamente… abcchdefghijklmnnop, stop. Se para en la letra p. Doy un golpe fuerte: pam. Asi, el sabe que he registrado la letra p, luego viene una a, otra p, una i, etc. Me dice: “Papi, ?que tal? Tu has recibido lo tuyo, yo tengo un brazo roto.” Es Julot.
Nos “telefoneamos” durante dos horas sin preocuparnos de si pueden sorprendernos. Estamos literalmente rabiosos por cruzarnos frases. Le digo que no tengo nada roto, que mi cabeza esta llena de chichones, pero que no tengo heridas.
Me ha visto bajar, tirado por un pie, y me dice que a cada peldano mi cabeza caia del anterior y rebotaba. El no perdio el conocimiento en ningun momento. Cree que el Tribo ha quedado gravemente quemado y que, con la lana de los jerseys, las heridas son profundas: tiene para rato.
Tres golpes dados muy rapidamente y repetidos me anuncian que hay follon. Me paro. En efecto, algunos instantes despues, la puerta se abre. Gritan:
– ?Al fondo, canalla! ?Ponte al fondo del calabozo en posicion de firmes!
Es el nuevo cabo de vara quien habla.
– Me llamo Batton. [2] Como ves, tengo el apellido de mi menester.
Con una gran linterna sorda, alumbra el calabozo y mi cuerpo desnudo.
– Toma, para que te vistas. No te muevas de donde estas. Ahi tienes agua y pan [3]. No te lo comas todo de una vez, pues no recibiras nada mas antes de veinticuatro horas.
Chilla como un salvaje y, luego, levanta la linterna hasta su cara. Veo que sonrie, pero no malevolamente. Se lleva un dedo a la boca y me senala las cosas que me ha dejado. En el pasillo debe de estar un vigilante y el, de este modo, ha querido hacerme comprender que no es un enemigo.
En efecto, en el chusco encuentro un gran pedazo de carne hervida y, en el bolsillo del pantalon, ?que maravilla, un paquete de cigarrillos y un encendedor de yesca. Aqui esos regalos valen un Peru. Dos camisas en vez de una y unos calzoncillos de lana que me llegan hasta las rodillas. Siempre me acordare de ese Batton. Todo eso significa que ha querido recompensarme por haber eliminado a Tribouillard. Antes del incidente, el solo era ayudante de cabo de vara. Ahora, gracias a mi, es el titular. En suma, que me debe el ascenso y me ha testimoniado su agradecimiento.
Como hace falta una paciencia de sioux para localizar de donde proceden los “telefonazos” y solo el cabo de vara puede hacerlo, pues los vigilantes son demasiado gandules, nos damos unas panzadas con Julot, tranquilos en lo que atane a Batton. Todo el dia nos mandamos telegramas. Por el me entero de que la salida para el presidio es inminente: tres o cuatro meses.
Dos dias despues, nos sacan del calabozo y, a cada uno de nosotros encuadrado por dos vigilantes, nos llevan al despacho del director. Frente a la entrada, detras de un mueble, estan sentadas tres personas. Es una especie de tribunal. El director hace las veces de presidente; el subdirector y el jefe de vigilantes, de asesores.
– ?Ah! ?Ah! ?Sois vosotros, mis buenos mozos! ?Que teneis que decir?
Julot esta muy palido, con los ojos hinchados, seguramente tiene fiebre. Con el brazo roto desde hace tres dias, debe sufrir horrores.
Quedamente, Julot responde:
– Tengo un brazo roto.
– Bueno, usted quiso que se lo rompieran, ?no? Eso le ensenara a no agredir a la gente. Cuando venga el doctor, le visitara. Confio que sea dentro de una semana. Esa espera sera saludable, pues tal vez el dolor le sirva a usted de algo. No esperara que haga venir a un medico especialmente para un individuo de su calana, ?verdad? Espere, pues, a que el doctor de la Central tenga tiempo de venir y le cure. Eso no impide que os condene a los dos a seguir en el calabozo hasta nueva orden.
Julot me mira a la cara, en los ojos: “Ese caballero bien vestido dispone muy facilmente de la vida de los seres humanos”, parece querer decirme.
Vuelvo la cabeza de nuevo hacia el director y le miro. Cree que quiero hablarle. Me pregunta:
– Y a usted, ?no le gusta esa decision? ?Que tiene que oponer a ella?
– Absolutamente nada, senor director. Solo siento la necesidad de escupirle, pero no lo hago, pues me daria miedo de ensuciarme la saliva.
Se queda tan estupefacto que se pone colorado y, de momento, no comprende. Pero el jefe de vigilantes, si. Grita a sus subordinados:
– ?Llevaoslo y cuidadle bien! Dentro de una hora espero verle pedir perdon, arrastrandose por el suelo. ?Vamos a domarle! Hare que limpie mis zapatos con la lengua, por arriba y por abajo. No gasteis cumplidos, os lo confio.
Dos vigilantes me agarran del brazo derecho y otros dos del izquierdo. Estoy de bruces en el suelo, con las manos alzadas a la altura de los omoplatos. Me ponen las esposas con empulgueras que me atan el indice izquierdo con el pulgar derecho y el jefe de vigilantes me levanta como a un animal tirandome de los pelos.
Huelga que os cuente lo que me hicieron. Baste saber que estuve esposado asi once dias. Debo la vida a Batton. Cada dia echaba en mi calabozo el chusco reglamentario, pero, privado de mis manos yo no podia comerlo. Ni siquiera conseguia, apretandolo con la cabeza en las rejas, mordisquearlo. Pero Batton tambien me echaba, en cantidad suficiente para mantenerme vivo, trozos de pan del tamano de un bocado. Con mi pie hacia montoncitos, luego me ponia de bruces y los comia como un perro. Masticaba bien cada pedazo, para no desperdiciar nada.
El duodecimo dia, cuando me quitaron las esposas, el acero se habia hincado en las carnes y el hierro, en algunos sitios, estaba cubierto de piel tumefacta. El jefe de vigilantes se asusto, tanto mas cuanto me desmaye de dolor. Tras haberme hecho volver en mi, me llevaron a la enfermeria, donde me lavaron con agua oxigenada- El enfermero exigio que me pusiesen una inyeccion antitetanica. Tenia los brazos anquilosados y no podian recobrar su posicion normal. Al cabo de mas de media hora de friccionarlos con aceite alcanforado, pude bajarlos a lo largo del cuerpo.
Bajo de nuevo al calabozo y el jefe de vigilantes, al ver los doce chuscos, me dice:
– ?Vaya festin te vas a dar! Aunque no has enflaquecido mucho tras once dias de ayuno. Es raro…
– He bebido mucha agua, jefe.
_?Ah!, sera eso. Ahora, come mucho para reanimarte.
Y se va.
?Pobre idiota! Me lo ha dicho convencido de que no he comido nada en once dias y de que si ahora como demasiado. de golpe morire de indigestion. Tendra una decepcion. Al anochecer, Batton me pasa tabaco y papel. Fumo, fumo, soplando el humo en el agujero de la calefaccion que no funciona nunca, por supuesto. Por lo menos, tiene esa utilidad.