en lo que entonces se denomino «campos de la muerte».

– Tenga fe, Simone -me animaba monsieur Dargent-. Cueste lo que cueste, los encontraremos.

Ademas de buscar informacion sobre Roger y mis amigos, anhelaba ver a mi familia. No habia tenido ningun contacto con ellos desde que les deje para regresar a Paris, y despues de todas las penurias por las que habiamos pasado, mi familia, madame Ibert y los Meyer eran las personas con las que mas deseaba celebrar el final de la guerra. Para dificultar el avance de los alemanes y apoyar a las tropas aliadas, los maquis habian volado puentes, enterrado vias del tren y cortado lineas telefonicas. Como consecuencia, resultaba casi imposible comunicarse con la gente del sur. Pero tan pronto como se restablecio el mas minimo servicio ferroviario lo aproveche. Todavia mantenia la esperanza de que quiza Roger hubiera regresado a Francia a traves del sur y hubiera ido directamente a la finca.

Llegue a Carpentras en tres dias y desde alli cogi una camioneta. El conductor, que era de Sault, me conto que la Milicia y los alemanes que estaban de retirada habian sido particularmente despiadados durante los ultimos dias de la guerra. Casi cincuenta miembros de la Resistencia de Sault habian sido enviados a campos de concentracion. Volvi a pensar en Roger y me estremeci.

El conductor me dejo a kilometro y medio de la finca. Estabamos a principios de otono y el campo tenia un aspecto pacifico en comparacion con el caos de Paris. Recorde lo feliz que se habia puesto mi familia cuando Roger y yo anunciamos nuestra intencion de casarnos y como la noticia nos habia levantado el animo en la mas oscura de las epocas. Trate de recrear aquel sentimiento de esperanza mientras caminaba por los campos de trigo y de lavanda que debian haber sido cosechados hacia meses. Me imagine como seria la vida una vez que Roger y yo nos casaramos. Me vi a mi misma cuidando de un hermoso jardin de rosas y flores silvestres en macetas; un grupo de ninitos corriendo a los pies de mi madre y tia Yvette mientras ellas preparaban el almuerzo en la cocina; y Bernard y Roger el uno junto al otro, inspeccionando los exuberantes campos de color purpura.

Durante el ultimo medio kilometro antes de llegar a la finca, me senti tan euforica al pensar en volver a ver a mi familia que eche a correr. Alcance a ver parte de la casa de mi tia a traves de los arboles. No habia nadie en el patio ni en los campos. No salia ni un hilo de humo por la chimenea. Doble el recodo del camino y entonces vi la casa totalmente. Me pare en seco y las piernas casi cedieron bajo mi peso.

– ???No!!!

La planta baja de la casa estaba intacta, pero el piso superior no era mas que una desoladora cascara. Oscuras manchas de quemaduras marcaban como cicatrices los agujeros donde antes habia ventanas. Me volvi para ver el lugar vacio junto a la casa de mi tia donde debia estar la de mi padre. No quedaba nada excepto un monticulo de piedras ennegrecidas.

– Maman! -grite-. Maman! ?Tia Yvette! ?Bernard!

Mi voz resono entre los arboles, haciendo eco como un disparo al aire. Pero no recibi respuesta.

Me lance hacia las ruinas de la casa, con el corazon latiendome con fuerza dentro del pecho.

– ?Minot! ?Madame Ibert! -grite.

Hice un gran esfuerzo por pensar, luchando contra el zumbido que me ensordecia los oidos. No me cabia la menor duda de que aquellos danos los habian infligido los alemanes o la Milicia. Pero ?donde estaba todo el mundo? Intente no pensar en lo peor. Era posible que hubieran escapado antes de que todo esto sucediera.

Trate de abrir la puerta de la casa. Estaba atrancada. La golpee con el hombro y le propine varios puntapies hasta que cedio y se abrio con un crujido. La cocina no habia sufrido ningun dano y estaba alli, como un cuadro surrealista frente a la ruina del resto del edificio. La mesa estaba puesta para seis personas. ?Habrian puesto la mesa aunque se estuvieran preparando para escapar? Empuje la puerta de la despensa. Estaba llena de comida en conserva, latas y sacos de grano. Si los alemanes hubieran pasado por aqui, ?no lo habrian saqueado todo? Las diversas posibilidades se me entremezclaban en la mente. Abri los postigos y mire hacia el exterior. ?Podia haber comenzado un incendio en la casa de mi padre hasta propagarse al piso superior de la casa de tia Yvette? ?Eso explicaria los danos? Le di varias vueltas al asunto en la cabeza. Algo se movio entre la hierba. Una cosa peluda paso como una rafaga. Contemple fijamente las verdes briznas, tratando de discernir que era. ?Un conejo? Dos ojos me miraron parpadeando. No, no era un conejo. Era un gato.

Corri al exterior y estreche a Kira entre mis brazos. Podia notar como su esternon sobresalia entre el pelaje enmaranado y que estaba cubierta de espinas. Maullo debilmente, ensenandome los incisivos, que estaban rotos. La acune contra mi pecho y la lleve hasta la casa. Recorde que habia visto unos botes de anchoas en la despensa, asi que la deje sobre la mesa y aplaste el contenido de uno de ellos en un plato. Iria a buscarle agua tan pronto como comprobara que el pozo no estaba envenenado.

– ?Que te ha pasado? -le pregunte, acariciandole suavemente la cabeza con el dedo.

Un pensamiento desazonador me paso por la mente. Si mi familia habia recibido con suficiente antelacion la noticia de que debian huir de los alemanes, ?por que habian dejado a Kira atras? ?Quiza se habia escondido y no habian logrado encontrarla? Pero no me lo pude creer. Kira era una gata domestica y apenas se apartaba de mi madre. Me quede de pie en la puerta y llame por su nombre a los perros y a Cherie. No obstante, tal y como me habia imaginado, Kira estaba sola.

Me desplome sobre una silla. Tardaria una hora en caminar hasta la aldea, pero no habia otra cosa que pudiera hacer. Quiza mi familia estaba alli. Contemple a Kira mientras lamia las anchoas, agachada sobre los cuartos traseros. Tenia dieciocho anos, era muy mayor para ser una gata. Me pregunte como habria logrado sobrevivir sin que nadie la alimentara.

– ?Hola? -exclamo una voz de hombre.

Corri a la ventana para ver la silueta entrecana de Jean Grimaud que se aproximaba por la carretera. Se me ocurrio otra idea de repente. Quiza todos habian huido para unirse a los maquis. Pero ?que habian hecho con madame Meyer?

– ?Jean! -grite, corriendo hacia el patio.

– Estaba en Carpentras -me dijo, haciendo una mueca-. Me entere de que venias hacia aqui.

– ?Donde estan? -le pregunte.

Jean trago saliva y se miro las manos. Y entonces lo supe. La verdad saltaba a la vista en todo lo que me rodeaba, y aun asi me habia negado a reconocerla. Me senti como si alguien me hubiera golpeado el corazon con una azada. Me puse de cuclillas en el suelo. Queria que me tragara la tierra calcarea, deseaba hundirme en ella como un cadaver, para no tener que enfrentarme a las terribles noticias que Jean me iba a comunicar.

Jean se agacho junto a mi.

– Lo siento -se disculpo, con los ojos llenos de lagrimas.

Pobre Jean Grimaud. Por segunda vez en su vida, tenia que ser el el que me informara de las malas noticias.

– ?Que ha pasado?

Jean me paso el brazo por los hombros.

– Encontraron las granadas que Bernard nos estaba guardando despues de que nos las lanzaran los Aliados -me explico-. Tres de nosotros veniamos de camino a la finca cuando vimos que los alemanes ya estaban aqui. Nos escondimos entre los arboles. No pudimos hacer nada para salvarlos. Nos superaban en numero.

Me atragante por las lagrimas.

– ?Donde se los llevaron?

– Los mataron aqui mismo.

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