idolatrado. Ningun heroe es perfecto.

Esa fue la primera tarde en la que rompi mi aislamiento. Despues de aquello, iba caminando hasta la aldea todas las mananas para enviar telegramas desde la oficina de correos a Paris y Marsella y cartas a Londres. Estaba agotando todas las vias de comunicacion que se me ocurrian para tratar de averiguar que le habia sucedido a Roger. Todos los dias tomaba el almuerzo con Odile antes de volver a casa. Fue ella la que me conto que la disenadora de moda Coco Chanel no habia sido acusada de colaboracionismo, aunque ella y su amante aleman habian tratado de convencer a Churchill de que firmara un tratado de paz con Hitler. Quiza si mi familia no hubiera sido asesinada, no me habria sentido tan resentida contra ella. Su colaboracionismo no le habia proporcionado la felicidad, pero si le habia reportado riqueza. Pero ?por que tenia que haber muerto mi familia tratando de defender un pais en el que tantos egoistas no estaban recibiendo el castigo que merecian?

Al dia siguiente, regrese a la oficina de correos para enviar mas cartas.

– Hay algo para ti -me dijo la encargada-. Parece oficial.

«?Oficial!», pense, y una alarma comenzo a sonarme dentro de la cabeza. Aquello no era bueno. Lo que estaba esperando era una carta escrita a mano por Roger diciendome que estaba bien. Abri el sobre y vi que era un articulo que madame Goux habia recortado de Le Figaro. Camille Casal habia sido acusada de colaboracionismo. Su castigo consistiria en no poder actuar en Francia durante cinco anos. Recorde su rostro frio devolviendome la mirada aquel dia que fui a la prision de Fresnes. Ella no iba a padecer su colaboracionismo al mismo nivel al que yo habia sufrido mi apoyo a la Resistencia.

– ?Son buenas noticias? -me pregunto la encargada de correos.

Negue con la cabeza.

– No es ninguna noticia -le respondi-, ninguna en absoluto.

Unas semanas mas tarde, recibi otra carta de madame Goux en la que me informaba de que la Cruz Roja no habia podido localizar a Roger. Pero si habia recibido noticias de Odette. Ella y la pequena Simone habian llegado a Sudamerica y estaba esperando para trasladarse a Australia, donde habian sido aceptadas en calidad de refugiadas. Sin embargo, aun no se sabia nada de monsieur Etienne o de Joseph. Madame Goux preguntaba por mi familia y por madame Ibert, y me di cuenta entonces de que no se habia enterado de lo que habia sucedido. Yo no se lo habia contado a nadie en Paris.

Camine por los campos otonales, aliviada de saber de Odette y la pequena Simone, pero todavia preocupada por los demas. ?Australia? No se me escapo la ironia del asunto.

«?Plantaciones de lavanda? ?Como las de aqui en Francia?» «Si, muy parecidas.»

Trate de imaginarme el pais de Roger segun me lo habia descrito el. Visualice una costa escarpada y tierras salvajes de siglos de antiguedad, un lugar no afectado por la amargura de la guerra. Sin noticias de Roger y con la revelacion de cada vez mas atrocidades apareciendo diariamente en los periodicos, se me encogio el corazon al pensar en la nefasta posibilidad de que el, monsieur Etienne y Joseph pudieran estar muertos. Ya habia perdido a mi familia, ?por que no a ellos tambien?

Para cuando llegue a la casa de mi tia, soplaba el mistral. Encendi un fuego en la cocina pero no fue suficiente como para hacerme entrar en calor. ?Que haria alli durante el invierno? Pense en toda la gente del mundo que estaba intentando rastrear el paradero de sus seres queridos. Si regresaba a Paris, podria ayudar a la Cruz Roja con las busquedas. Acaso Andre y yo podriamos juntar lo que quedaba de nuestras fortunas para ayudar a los huerfanos de guerra…

Entonces se me ocurrio otra posibilidad: quiza debia marcharme a Australia. Con mi familia muerta y la esperanza de encontrar a Roger con vida menguando con cada dia que pasaba, ?que habia en Francia que me retuviera? No podia imaginarme a mi misma volviendo a cantar o a actuar en el cine, excepto para entretener a los soldados heridos o a la gente de los campos de refugiados. O podia rehacer mi vida en un nuevo pais con Odette y la pequena Simone. Pero tan pronto como senti la ilusion de aquella idea, volvi a notar como se me encogia el corazon. Tratar de empezar una nueva vida era demasiado doloroso. Seria mas facil quedarse aqui, en mi burbuja.

El mistral aullo con mas fuerza. Vacie mi bolsa de viaje en el suelo, en busca de otro jersey. Algo repiqueteo sobre las baldosas del suelo. Vi la bolsita que mi madre me habia dado con la pata de conejo dentro. «La necesitaras. No puedo cuidar de ti eternamente.»

«Tendrias que habertela quedado tu, Maman», pense.

Recogi la bolsita y abri el cordon que la cerraba. El hueso me resultaba ligero sobre la mano. Mi madre no me habia dicho de que parte del animal provenia, pero adivine por la forma que era una pata. Algo me llamo la atencion. Movi la lampara y coloque la pata bajo ella para que la iluminara la luz. Grabadas en el borde habia unas palabras con una letra temblorosa e informe. Tuve que guinar los ojos para leerlas: «A ma fille bien aimee pour qu'enfin brille sa lumiere». Para mi hija querida cuya luz brille por fin.

Contemple fijamente aquellas palabras, sabiendo que era mi madre la que las habia escrito. Pero ?como?, ?cuando habia aprendido mi madre a escribir?, ?o siempre habia sabido?

Me escocieron los ojos por las lagrimas al recordar a aquella mujer que toda la vida habia sido un misterio para mi, y que ahora lo seria para siempre. «Para mi hija querida cuya luz brille por fin.» Al menos podia estar segura de una cosa: de lo mucho que me habia querido mi madre.

Cuando el fuego se extinguio, me acurruque bajo las mantas, mirando el cielo iluminado por la luna a traves del agujero que habia en el techo. En algun momento de las primeras horas de la manana el viento murio. Me desperte por los rayos de la luna que me brillaban en la cara. Me levante de la cama, atraida por el resplandor, y me envolvi las mantas alrededor de los hombros.

Fui arrastrando los pies hasta la cocina y vi que la puerta de fuera se habia soltado de sus bisagras. Se abrio de par en par hacia el patio. Los arboles formaban magicas siluetas bajo la luz plateada. Se oyo una lechuza desde el bosquecillo. Camine hacia el patio con la ligereza volatil de una ensonacion. El aire era fresco y me provocaba chispas de electricidad en la piel. Una sombra cayo como una cortina cuando una nube tapo la luna.

Me dirigi hacia el camino y prosegui andando. Habia sombras moviendose en el lugar en el que habia visto bailar a los gitanos tantos anos antes. Al principio, no logre distinguir de que se trataba y tuve que entrecerrar los ojos como una ciega para ver en la oscuridad. Entonces, la nube se aparto de la luna, que volvio a brillar; y las vi: las siluetas de dos hombres y cuatro mujeres, la mayor de ellas se apoyaba sobre un baston. Una de las mujeres estaba delante de los demas, con un vestido escarlata hinchado a su alrededor y los cabellos flotando sobre sus hombros como una bandera en el mastil de un barco. Levanto una mano hacia mi.

No tenia miedo, pero se me acelero la respiracion. Las lagrimas me cegaron la vista. «Maman?»

Presione el suelo con los pies dominada por la anoranza y el deseo. Queria correr hacia ella, que me estrechara entre sus brazos. Queria estar donde ella se encontraba y no sola bajo la luz de la luna. Pero la gravedad pesaba sobre mi cuerpo y no conseguia mover los pies. Paso otra nube sobre la luna y percibi que algo habia cambiado en la atmosfera. Los otros comenzaron a moverse lentamente hacia delante con sus rostros brillando en la oscuridad. Los contemple uno a uno. Tia Yvette y Bernard con sus cabellos rubios angelicales; la sonrisa de Minot; los elegantes ojos de madame Ibert; las mejillas regordetas de madame Meyer… Comprendi por que habian venido tan claramente como si me lo hubieran dicho. Deseaban decirme adios.

Me volvi hacia mi madre. Me hablo sin mover los labios. «Nada se malgasta, Simone. El amor que damos a los demas nunca muere. Solo cambia de forma.»

Me percate de que Kira me estaba contemplando con sus vividos ojillos y senti que volvia a sumirme en la inconsciencia del sueno. Antes de hundirme definitivamente en la oscuridad, escuche que mi madre me susurraba: «Nunca temas dar amor a los que te rodean». Aquellas palabras fueron a parar a mi dolorido corazon con tanta suavidad como un beso.

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