Towery-. Asi que continuara manejandolo como lo ha hecho hasta ahora. No tendria sentido que nosotros interfiriesemos en una operacion exitosa. Mi politica, en cualquier firma que incorporo a mi grupo, es la de mantener siempre las manos fuera.

En ese instante, Randall ceso de escuchar. Una sospecha le habia asaltado, y decidio poner a prueba al angel de la libertad.

– Aprecio su actitud, senor Towery -Je dijo-. Lo que entiendo que esta diciendome es que mi oficina puede tomar sus propias decisiones acerca de las cuentas que aceptara y los clientes que manejara, sin supervision alguna de Cosmos.

– Absolutamente. Hemos visto sus contratos, su lista de clientes. Si no los aprobaramos, no estaria yo aqui.

– Bueno, no todos los clientes estan en los archivos que usted ha visto, senor Towery. Hay algunos nuevos que no han sido formalizados todavia. Tan solo quiero estar seguro de que usted va a dejarnos promover a quienquiera que deseemos.

– Desde luego. ?Por que no? -replico Towery. En eso, una de sus cejas bronceadas se arqueo lentamente-. ?Por que se imagina usted que nos ataneria?

– Es que algunas veces nos encargamos de clientes que pudieran considerarse como contenciosos. Y me preguntaba yo…

– ?Como cual? -interrumpio con presteza-. ?Que clase de cuentas?

– Hace unas dos semanas hice un convenio verbal con Jim McLoughlin, para encargarme del primer informe del Instituto Raker.

Towery se enderezo, recto como una vara. Era muy alto, aun sentado. Su rostro parecio de repente estar esculpido en piedra y bronce.

– ?Jim McLoughlin? -exclamo Towery como si estuviera soltando una obscenidad.

– Y su… y el Instituto Raker.

Towery se puso en pie.

– Ese monton de anarquistas comunistas -dijo bruscamente-. Ese McLoughlin. A el se la esta pasando Moscu, usted ya lo sabe. O tal vez no lo sabia…

– No fue esa mi impresion.

– Escucheme, Randall, yo si se. Esos radicales… ni para mearme encima de ellos. No merecen estar en un pais como este. En el momento mismo en que empiecen a fomentar problemas, los vamos a botar de aqui. Se lo prometo a usted. -Miro de soslayo a Randall y, al momento, una fina, apenas esbozada sonrisa cruzo su rostro-. Es que usted no tiene la informacion que nosotros tenemos, Randall; por eso comprendo que le esten tomando el pelo. Ahora que lo he puesto al tanto de los hechos, ya no tendra que ensuciarse levantando semejante escoria.

Towery, haciendo una pausa para examinar a Randall, observo su afligida reaccion. Al instante, abandonando su actitud de ataque, Towery se torno aplacador.

– No se preocupe. Sigo en lo prometido. Nada de interferencias en su negocio…, salvo cuando descubramos a alguien tratando de subvertirlo a usted, y a Cosmos de paso. Estoy seguro de que el problema no volvera a presentarse. -Le extendio su enorme mano. -?De acuerdo, senor Randall? Por lo que a mi concierne, usted ya es parte de la familia. A partir de aqui nuestros abogados pueden encargarse del asunto. Deberemos tener todo firmado y sellado en ocho semanas. Para esa fecha quiero que cene conmigo. -Le guino un ojo-. Usted va a ser un hombre rico, senor Randall; rico e independiente. Yo creo en la diseminacion del dinero. Lo felicito.

Asi habia sido, y al volver a sentarse, ya a solas, en su silla giratoria de alto respaldo, Steven Randall comprendio que nunca hubo alternativa. Adios, Jim McLoughlin y Raker. Hola, Ogden Towery y Cosmos. Ni la mas remota alternativa. Cuando uno tiene treinta y ocho anos, y se siente de setenta y ocho, ya no juega en la «liga de la honestidad», al precio de dejar pasar la unica ocasion de la gran oportunidad. Y solo hay una gran oportunidad: libertad con dinero.

Habia sido un mal momento, uno de los peores de su vida, y le habia quedado un nauseabundo sabor en su garganta. Fue a su bano privado y vomito, y luego se dijo a si mismo que habia sido algo que habia desayunado. Estaba de vuelta en su escritorio sin sentirse mejor, cuando Wanda le llamo por el interfono para informarle que Clare le llamaba de larga distancia desde Oak City.

Fue entonces cuando se entero de que su padre acababa de sufrir un ataque de gravedad, que iba camino al hospital y nadie sabia si viviria.

En las horas que siguieron, el dia se habia vuelto un caleidoscopio de vertiginosa actividad; de citas a cancelar, de solicitud de reservas, de cosas personales a poner en orden, de informar a Darlene y a Joe Hawkins y a Thad Crawford de lo que habia sucedido, de innumerables telefonemas a Oak City, y de irse apresuradamente al Aeropuerto John F. Kennedy.

Y ahora se daba cuenta de que era de noche en Wisconsin, y el estaba en Oak City, y su hermana le habia lanzado una mirada.

– ?Venias durmiendo? -le pregunto ella.

– No -respondio Randall.

– Alli esta el hospital -dijo Clare, senalandoselo-. No puedo decirte cuanto he estado rezando por papa.

Randall se incorporo para sentarse bien, mientras Clare introducia el auto al atestado estacionamiento que se estrechaba a lo largo del costado del «Hospital Good Samaritan» de Oak City.

Una vez que Clare hubo hallado lugar y acomodado el auto, Randall descendio e hizo movimientos para dar descanso a los tensos musculos de sus hombros. Aguardando tras el vehiculo, Randall no se dio cuenta, hasta entonces, de que se trataba de un flamante sedan «Lincoln Continental» recien estrenado.

Cuando Clare se le reunio, Randall senalo el «Lincoln» con un gesto.

– Un senor coche, hermanita. ?Como lo haces, con un sueldo de secretaria?

Un ceno ensombrecio la cara amplia, brillante de Clare.

– Me lo dio Wayne, si te empenas en saberlo.

– Un senor jefe. Espero que su esposa sea siquiera la mitad de generosa… con los amigos de su marido.

Clare le lanzo una mirada furibunda.

– Viniendo de ti, eso es para reirse.

Ella abrio la marcha a buen paso por la calzada circular que llevaba, entre hileras flanqueantes de robles, a la entrada del hospital; y Randall, lamentandose de haber arrojado una piedra hasta su casa de cristal, la siguio lentamente.

Habia estado en el cuarto privado al que habia sido trasladado su padre desde el pabellon de cuidados intensivos, haria casi una hora. Habia permanecido sentado en una silla recta, bajo el entrepano donde habia un televisor desconectado y una enmarcada reproduccion de Cristo en sepia, de cara a la cama de metal. Para entonces, casi vacio de emocion, con las piernas cruzadas, sintio que se le estaba durmiendo la derecha. Las descruzo. Estaba empezando a sentirse inquieto, y ya le urgia fumar.

Haciendo un esfuerzo, Randall trato de involucrarse en la actividad que habia en torno al lecho de su padre. Pero, como si estuviera hipnotizado, su mirada estaba fija en la tienda de oxigeno y en el bulto que yacia envuelto en un cobertor, dentro de la tienda.

Lo peor de esa experiencia fue la primera ojeada a su padre. Habia entrado al cuarto llevando consigo la imagen de como lo habia visto la ultima vez. Su padre, el reverendo Nathan Randall, todavia a los setenta anos, tenia una figura imponente. A los ojos de su hijo, evocaba nada menos que uno de esos patriarcas magnificos que pudieran haber sido tomados del Exodo o del Deuteronomio. Igual que Moises a su avanzada edad, «no era debil su vista, ni habia menguado su fuerza natural». Su ralo cabello blanco cubria gran parte de la cupula de su frente, y su alargada, franca faz, de perpetuo perdon, tenia apacibles ojos azules y rasgos regulares, exceptuando la nariz un tanto aguzada. Randall nunca habia visto el rostro de su padre sin las profundas arrugas que ahora le marcaban, pero que solo acrecentaba una apariencia autoritaria que no correspondia a la realidad. El reverendo doctor Randall habia llevado siempre en torno suyo un aura dificil de definir; algo privado, secreto, mistico, que sugeria que era uno de los elegidos en constante comunicacion con Nuestro Senor Jesucristo, y que era confidente de Su sabiduria y consejo. Sus feligreses metodistas (al menos algunos) pensaban esto de su reverendo Nathan Randall, y por ende creian en el y en su Dios.

Era este vitreo perfil de su padre el que Randall habia traido al cuarto del hospital, y esa la imagen que se

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