Mick tenia siete anos, pero parecia que tuviera el doble y tenia demasiado de los Hennessy para su bien. La sonrisa inocente no enganaba a Mick ni por un segundo. Travis tenia el cabello negro, los ojos azules de sus antepasados y modales de salvaje. Si se le dejase campar a sus anchas, heredaria su querencia por las broncas, la bebida y las mujeres. Cada uno de esos rasgos por si solo no era necesariamente malo con moderacion, pero la moderacion le habia importado un pepino a generaciones de Hennessy, y la combinacion a veces habia demostrado ser mortal.

Cruzo la oficina y dejo el dinero en el estante superior de la caja de seguridad, junto al listado de las operaciones de aquella noche. Cerro la pesada puerta, bajo el tirador de acero y giro la rueda. El ruido de la cerradura rompio el silencio de la pequena oficina de la trastienda del bar de Mort.

Travis se las estaba haciendo pasar canutas a Meg, de eso no cabia duda, y la hermana de Mick no comprendia demasiado a los ninos. No comprendia por que los ninos tiraban piedras, convertian en un arma todo lo que tocaban y se liaban a punetazos sin motivo aparente. A Mick le tocaba hacer de mediador en la vida de Travis y ayudar a Meg a criarlo, con el fin de que el nino tuviera a alguien con quien hablar y que le ensenara a convertirse en un hombre bueno. No es que Mick fuera un experto ni un modelo ejemplar de lo que era un hombre bueno, pero tenia conocimiento de primera mano y alguna experiencia de lo que era ser un gilipollas.

Cogio unas llaves de encima de la mesa y salio de la oficina. Los talones de las botas contra el suelo de madera resonaron desmesuradamente fuerte en el bar vacio.

Cuando era nino, nunca tuvo a nadie con quien poder hablar y que le ensenara a ser un hombre. Le habian criado su abuela y su hermana, y lo tuvo que aprender solo. Con frecuencia de la manera mas dura. No queria que a Travis le pasara lo mismo.

Mick apago las luces y salio por la puerta de atras. El aire fresco de la madrugada le acaricio la cara y el cuello cuando metio la llave para cerrar el candado. En cuanto habia acabado la secundaria, habia salido de Truly para asistir a la Universidad Estatal de Boise en la capital. Pero despues de tres anos de actividades infructuosas y una actitud deplorable, se alisto en el ejercito. En esa epoca, ver el mundo desde el interior de un carro de combate le parecio un plan muy inteligente.

Subio a la camioneta Dodge Ram que estaba aparcada junto al contenedor. Ciertamente habia visto mundo. A veces mas del que le gustaria recordar, aunque no desde el interior de un carro de combate. Lo habia visto desde el aire, a miles de metros de altura, en la cabina de un helicoptero Apache. Habia pilotado helicopteros para el gobierno de Estados Unidos antes de dejar el ejercito y trasladarse a Truly. El ejercito le habia dado algo mas que una buena carrera y la oportunidad de llevar una buena vida. Le habia ensenado a ser un hombre de un modo que jamas habria aprendido viviendo en una casa con dos mujeres. Habia aprendido cuando tenia que ponerse firme y cuando cerrar el pico. Cuando luchar y cuando salir corriendo. A distinguir lo importante de lo que no merecia que perdiera el tiempo.

Mick encendio el motor de la camioneta y espero unos segundos a que el vehiculo se calentara. Era el propietario de dos bares, y consideraba muy buena cosa haber aprendido a tratar con borrachos beligerantes y gilipollas de diversa calana sin que fuera necesario empezar a repartir punetazos y romper caras. Aparte de eso, poco mas habia conseguido. De joven se habia metido en una pelea tras otra, y siempre iba de aqui para alli con un ojo morado y un labio hinchado. En aquella epoca no sabia como tratar con los gilipollas de este mundo. En aquella epoca se habia visto obligado a vivir con el escandalo que sus padres habian generado. Habia tenido que vivir con los murmullos que se levantaban cuando entraba en una habitacion; las miradas de soslayo en la iglesia o en la tienda de comestibles Valley; las burlas de los demas chicos en la escuela o, lo que era peor, las fiestas de cumpleanos a las que no les invitaban ni a el ni a Meg. En aquella epoca todo lo resolvia con los punos. Meg, sin embargo, se habia convertido en una nina retraida.

Encendio las luces de la camioneta y dio marcha atras. Las luces traseras de la Ram iluminaron el callejon mientras miraba por encima del hombro y salia del aparcamiento. En una ciudad mas grande, las promiscuas vidas de Loch y Rose Hennessy se habrian olvidado en pocos dias. Habrian sido noticia de portada durante un dia o dos y luego se habrian visto eclipsadas por algo mas chocante, algo mas importante de lo que hablar durante el cafe de la manana. Pero en una ciudad del tamano de Truly, donde el escandalo mas jugoso solia tener que ver con actos tan infames como robar una bicicleta o con Sid Grimes, que cazaba furtivamente fuera de temporada, las licenciosas conductas de Rose y Loch Hennessy podian lograr que la ciudad hablara de ellos durante anos. Especular y recrear cada detalle tragico se habia convertido en uno de los pasatiempos favoritos de los lugarenos, por ejemplo, durante los desfiles de las fiestas, el concurso de esculturas de hielo, y en la recaudacion de fondos para las diversas causas de la ciudad. Pero, a diferencia de las carrozas emperifolladas y los programas de «simplemente di no a las drogas» a la salida del instituto, lo que todo el mundo parecia olvidar, o tal vez le importaba muy poco, era que entre los restos del naufragio del matrimonio de Rose y Loch se encontraban dos ninos inocentes que intentaban sobrevivir.

Puso una marcha y salio del callejon a una calle poco iluminada. Buena parte de sus recuerdos de infancia estaban ya viejos, desdibujados y, por suerte, olvidados. Otros eran tan vividos que podia recordar hasta el mas minimo detalle, como la noche en que a Meg y a el les desperto el sheriff del condado, les dijo que cogieran sus pocas pertenencias y se los llevo a casa de su abuela Loraine. Recordaba estar sentado en el asiento trasero del coche patrulla en camiseta, calzoncillos y zapatillas deportivas, aferrado a su camion Tonka, mientras Meg, que se hallaba a su lado, lloraba como si el mundo hubiera llegado a su fin. Y asi era. Recordaba el ruido y las voces cargadas de adrenalina de la radio de la policia, y recordaba algo sobre que alguien tenia que comprobar lo de la otra ninita.

Dejando atras las pocas luces de la ciudad, Mick condujo a traves de la oscuridad durante tres kilometros antes de entrar en una carretera sin asfaltar. Dejo atras la casa donde el y Meg se habian criado tras la muerte de sus padres. Su abuela, Loraine Hennessy, habia sido carinosa y afectuosa a su modo. Velaba porque Meg y el tuvieran cosas como botas de invierno y guantes y siempre les atiborraba de comida casera, pero se olvidaba por completo de lo que realmente necesitaban: una vida lo mas normal posible.

Su abuela se nego a vender la vieja granja donde el y Meg habian vivido con sus padres. Durante anos estuvo abandonada en las afueras de la ciudad y se convirtio en un nido de ratones y un constante recordatorio de la familia que una vez la habito. Nadie podia entrar en la ciudad sin verla, sin verla invadida por la maleza, sin ver la descascarillada pintura blanca y el tendedero combado.

Y de lunes a viernes, durante nueve meses al ano, Mick y Meg se habian visto obligados a pasar por delante para ir al colegio. Mientras los demas ninos del autobus charlaban sobre el ultimo episodio de The Dukes of Hazzard o comprobaban el contenido de sus meriendas, el y Meg apartaban la cabeza de la ventanilla. Notaban un peso en el estomago y contenian la respiracion pidiendole a Dios que nadie se fijara en su vieja casa. Dios no siempre les complacia y en el autobus circulaba el ultimo rumor que los ninos habian oido sobre los padres de Mick.

El viaje en autobus al colegio habia sido un infierno diario. Una tortura rutinaria, hasta una fria noche de octubre de 1986 cuando la granja ardio en una enorme bola de fuego anaranjada y se quemo por completo hasta los cimientos. Determinaron que el incendio habia sido provocado y realizaron una investigacion a fondo. Interrogaron a casi todos los habitantes de la ciudad, pero nunca pillaron a la persona responsable de rociar la casa con queroseno. Todo el mundo alli creia saber quien lo habia hecho, pero nadie estaba seguro.

Tres anos mas tarde, despues de la muerte de Loraine, Mick vendio la propiedad a los chicos Allegrezza y estuvo a punto de venderles tambien el bar de la familia, pero al final decidio volver y dirigirlo el mismo. Meg lo necesitaba. Travis lo necesitaba y, para su sorpresa, cuando volvio a Truly nadie hablaba ya del escandalo. Ya no le seguian las murmuraciones o, si lo hacian, el ya no las oia.

Aminoro la marcha y viro a la izquierda para entrar en el largo camino de casa y subir una colina asentada en la base del monte Shaw. Se habia comprado una casa de dos plantas poco despues de volver a Truly. Tenia unas fantasticas vistas de la ciudad y de las escarpadas montanas que rodeaban el lago. Aparco en el garaje junto a su lancha de seis metros y medio y entro en la casa por el lavadero. La luz del despacho se habia quedado encendida y la apago al pasar. Atraveso el salon a oscuras y subio los escalones de dos en dos.

Durante la mayor parte del tiempo, Mick no pensaba en el pasado que tanto le habia atormentado en su infancia. Truly ya no hablaba de ello, lo cual tenia maldita la gracia porque en aquellos dias le importaba una mierda lo que la gente dijera o pensara de el. Entro en el dormitorio, que estaba en el otro extremo del pasillo, y camino iluminado solo por la luz de la luna que se filtraba a traves de las tablillas de las persianas de madera. Franjas de sombra y luz amortiguada le acariciaron la cara y el pecho mientras metia la mano en el bolsillo de atras. Arrojo la cartera sobre el tocador y se quito la camiseta, pero que a el el pasado le importara una mierda

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