que habia sucedido para que pudieran ponerse en contacto con su hija. Tambien tenia que llamar a Seattle y enterarse de como podia enviar el anillo de compromiso a Virgil. Clavo la mirada en la alianza con un diamante de cinco quilates de su mano izquierda y estuvo a punto de echarse a llorar. Le encantaba ese anillo, aunque sabia que no podia conservarlo. Puede que fuera una coqueta incorregible, pero tenia escrupulos. Devolveria el diamante, pero no en ese momento. Tenia que calmarse antes de sufrir una crisis nerviosa.

– Nunca he estado en el oceano Pacifico -dijo, sintiendo que el panico disminuia un poco.

El no hizo comentario alguno.

Georgeanne siempre se habia considerado la cita a ciegas perfecta porque podia hablar hasta del color del agua, especialmente cuando estaba nerviosa.

– Pero he ido al Golfo muchas veces -comenzo-. Cuando tenia doce anos, mi abuela nos llevo a Sissy y a mi en su gran Lincoln. No sabes que pasada. Ese coche debia pesar diez toneladas, pero era como si volara. Sissy y yo nos acababamos de comprar unos bikinis realmente preciosos. El de ella parecia una bandera americana mientras que el mio estaba hecho de seda como los panuelos. Nunca lo olvidare. Fuimos hasta Dallas solo para comprar ese bikini en J.C. Penney. Lo habia visto en un catalogo y me moria por tenerlo. De cualquier manera, Sissy es una Miller por su lado materno y las mujeres Miller son conocidas a lo largo y ancho de Collin County por las caderas anchas y los tobillos de elefante, no son atractivas, pero son un encanto de familia. Una vez…

– ?A que viene todo esto? -interrumpio John.

– Ahora lo veras -dijo, tratando de seguir siendo agradable.

– ?Pronto?

– Solo queria saber si el agua de la costa de Washington esta helada.

John sonrio y despues la miro. Por primera vez, ella noto el hoyuelo de su mejilla derecha.

– Se te congelara por completo ese trasero sureno -dijo antes de bajar la mirada al salpicadero y coger un casete. Lo metio en el reproductor y el sonido de una armonica puso fin a cualquier intento de conversacion.

Georgeanne fijo la atencion en el paisaje montanoso salpicado de abetos y alisos de tonos rojos, azules, amarillos, y, por supuesto, verdes. Hasta ese momento habia conseguido evitar sus pensamientos que ahora la abrumaban, la asustaban y la paralizaban. Pero sin otra distraccion se precipitaron sobre ella como una ola de calor en Texas. Penso en su vida y lo que habia hecho ese mismo dia. Habia dejado plantado a un hombre en el altar y, si bien el matrimonio habria sido un desastre, el no se lo merecia.

Todas sus pertenencias estaban en cuatro maletas en el Rolls Royce de Virgil, todo excepto el neceser que descansaba sobre el suelo del coche de John. Habia llenado la pequena maleta con cosas esenciales para la noche de bodas con Virgil.

Todo lo que tenia alli era una cartera con siete dolares y tres tarjetas de credito sin fondos, una cantidad ingente de cosmeticos, un cepillo de dientes y otro para el pelo, un peine, un bote de laca Aqua Net, seis pares de braguitas con sujetadores a juego, las pildoras anticonceptivas y una sonrisa.

Se habia superado, incluso siendo Georgeanne Howard.

Capitulo 2

Los intermitentes rayos del sol, que arrancaban destellos azules al agitado mar verdoso, y la brisa salada, tan densa que se podia saborear, dieron la bienvenida a Georgeanne a la costa del Pacifico. Se le puso la piel de gallina mientras se estiraba para intentar captar una vislumbre del espumoso oceano azul.

El chillido de las gaviotas surcaba el aire mientras John conducia el Corvette por el camino de entrada a una casa gris de dificil descripcion con las contraventanas blancas. Un anciano con una camiseta sin mangas, unos pantalones cortos de poliester gris y un par de chanclas baratas permanecia de pie en el porche.

Tan pronto como el coche se paro, Georgeanne alcanzo la manilla y salio. No espero a que John la ayudara, aunque de todas formas no creia que fuese a hacerlo. Tras una hora y media sentada en el coche, el papel de «viuda alegre» se habia vuelto tan forzado que llego a pensar que despues de todo iba a marearse.

Tiro del dobladillo del vestido rosa hacia abajo y cogio el neceser y los zapatos. Las ballenas del corse le presionaron las costillas cuando se inclino para ponerse las sandalias rosas.

– Por Dios, hijo -gruno el hombre del porche con voz grave-. ?Otra bailarina?

John fruncio el ceno mientras guiaba a Georgeanne a la puerta principal.

– Ernie, me gustaria presentarte a la senorita Georgeanne Howard. Georgie, este es mi abuelo, Ernest Maxwell.

– ?Como esta usted, senor? -Georgeanne le ofrecio la mano y observo la cara arrugada increiblemente parecida a la de Burgess Meredith.

– Una surena… hum. -Se dio la vuelta y entro en la casa.

John mantuvo la puerta de tela metalica abierta para que Georgeanne entrara. La casa estaba amueblada en tonos azules, verdes brillantes y marrones claros, de tal manera, que uno tenia la impresion de que el paisaje exterior, visible a traves de la gran ventana panoramica, formaba parte de la sala de estar. Todo parecia haber sido escogido para hacer juego con el oceano y la playa arenosa, todo menos la orejera con tapiceria Naugahy de de color plata y los dos palos de hockey que formaban una X sobre la parte superior de la estanteria repleta de trofeos.

John se quito las gafas de sol y las tiro sobre la mesita de cafe de madera y cristal.

– Hay una habitacion de invitados en ese pasillo, es la ultima puerta a la izquierda. El cuarto de bano esta a la derecha -dijo, pasando por detras de Georgeanne para dirigirse a la cocina. Agarro una botella de cerveza de la nevera y la abrio. Se llevo la botella a los labios, recostando los hombros contra la puerta cerrada de la nevera. Esta vez habia metido la pata a base de bien. No deberia haber ayudado a Georgeanne y sabia que habia sido un error llevarla con el. No habia querido hacerlo, pero entonces lo habia mirado con aquellos ojos, tan vulnerable y asustada que habria sido incapaz de dejarla tirada en el arcen. Esperaba -como que habia infierno- que Virgil no lo averiguase jamas.

Se alejo de la nevera y regreso a la sala de estar. Ernie se habia sentado en su orejero favorito con la atencion puesta en Georgeanne. Ella estaba de pie al lado de la chimenea con el pelo revuelto por el viento y el pequeno vestido rosa totalmente arrugado. Parecia muy cansada, pero por la mirada de Ernie, este la encontraba mas tentadora que un buffet libre.

– ?Ocurre algo, Georgie? -pregunto John, llevandose la cerveza a los labios-. ?Por que no has ido a cambiarte?

– Existe un pequeno problema -dijo con su acento arrastrado al tiempo que lo miraba-. No tengo nada que ponerme.

El la apunto con la botella.

– ?Que hay en esa maletita?

– Cosmeticos.

– ?Solo eso?

– No. -Lanzo una mirada a Ernie-. Tengo alguna otra cosa y la cartera.

– ?Y donde esta tu ropa?

– En cuatro maletas en la parte de atras del Rolls Royce de Virgil.

Asi que, a fin de cuentas, el tendria que alimentarla, alojarla… y vestirla.

– Ven -dijo, luego coloco la cerveza en la mesita de cafe y la guio por el pasillo que llevaba al dormitorio. Busco en el armario y cogio una vieja camiseta negra y un par de pantalones cortos con la cinturilla ajustable de color verde-. Ten -dijo, lanzandolos sobre el edredon azul que cubria la cama antes de volver a la puerta.

– ?John?

Se detuvo al oir su nombre en sus labios, pero no se dio la vuelta. No queria ver la mirada asustada de esos ojos verdes.

– ?Que?-No puedo quitarme este vestido yo sola. Necesito tu ayuda.

Se volvio y la encontro dentro del charco dorado que proyectaba la luz del sol que entraba por la ventana.

– Algunos botones quedan demasiado arriba -senalo con torpeza.

No solo queria que la vistiera, encima queria que la desnudara.

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