– Son muy escurridizos -explico.

– Date la vuelta -ordeno el con voz ruda mientras daba un paso hacia ella.

Sin rechistar, ella le dio la espalda y miro hacia el espejo que habia encima del tocador. Entre los suaves omoplatos quedaban los cuatro botones diminutos que cerraban la parte superior del vestido. Se retiro el pelo a un lado, dejando a la vista los pequenos rizos del nacimiento del pelo. Todo en ella era suave: la piel, el pelo, ese acento sureno.

– ?Como te metiste en esta cosa?

– Con ayuda. -Lo miro a traves del espejo.

John no podia recordar otro momento en que ayudara a una mujer a quitarse la ropa sin que planeara acostarse con ella despues, pero no tenia intencion de tocar a la fugitiva novia de Virgil mas de lo necesario. Levanto las manos y tiro con fuerza hasta que uno de los pequenos botones se salio del resbaladizo ojal.

– No puedo imaginar lo que estaran pensando todos ahora mismo. Sissy trato de advertirme de que no me casara con Virgil. Pensaba que podria hacerlo, pero al final no fui capaz.

– ?No crees que deberias haber llegado antes a esa conclusion? -le pregunto el, desplazando los dedos mas abajo.

– Lo hice. Trate de decirle a Virgil que tenia dudas. Trate de hablar con el sobre eso ayer por la noche, pero no quiso escucharme. Luego vi la cuberteria. -Nego con la cabeza y un suave tirabuzon le cayo sobre la espalda rozandole la piel suave-. Escogi para la lista de bodas una cuberteria Francis I, y sus amigos nos regalaron una buena parte -dijo distraida como si el supiera de que diablos hablaba-. Ah, solo ver todos esos cubiertos con frutas talladas me produjo escalofrios. Sissy cree que deberia haber escogido algo repujado, pero siempre he sido una chica Francis I. Incluso cuando era pequena…

John no era nada tolerante con la chachara de las mujeres. En ese momento deseaba tener a mano un radiocasete y otra cinta de Tom Petty. Dado que no tenia esa suerte, se desconecto mentalmente de la conversacion. Muy a menudo lo acusaban de ser un malvado insensible, una reputacion que consideraba ventajosa. De esa manera, no tenia que preocuparse de que las mujeres consideraran su relacion como algo permanente.

– Ya que estas en eso, ?puedes abrirme la cremallera? De cualquier manera -continuo-, casi llore de alegria cuando puse los ojos en los tenedores de escabeche y las cucharas de fruta y…

John la miro con el ceno fruncido a traves del espejo, pero ella no le prestaba atencion; Georgie tenia la vista clavada en el lazo blanco del corpino. John trato de alcanzar la cremallera y, cuando tiro, descubrio la razon por la que Georgeanne tenia dificultad para respirar. Entre la cremallera abierta del vestido de novia vio los enganches plateados que cerraban una prenda de ropa interior que John de inmediato reconocio como un corse. Todo era de raso rosa: la lazada, el revestimiento de los aros y el corse que le apretaba la suave piel.

Ella levanto una mano hacia el lazo del corpino, sujetandolo firmemente contra sus grandes senos para impedir que el vestido se le cayera.

– Al ver mi cuberteria de plata favorita se me fue la cabeza y creo que deje que Virgil me convenciera de que solo eran dudas prematrimoniales. En realidad queria creerle…

Cuando John termino con la cremallera anuncio:

– Ya esta.

– Oh -ella lo contemplo a traves del espejo luego, rapidamente, bajo la mirada. Sus mejillas se pusieron al rojo vivo al preguntar-, ?puedes desabrochar mi ah… ah, la prenda de abajo?

– ?El corse?

– Si, por favor.

– No soy una maldita doncella -protesto el, y levanto las manos otra vez para tirar de los enganches y los ojales. Mientras lidiaba con los diminutos corchetes, rozo con los nudillos las marcas rosadas que le arruinaban la piel. Ella se estremecio y un largo suspiro se le escapo desde lo mas profundo de la garganta.

John miro hacia el espejo y detuvo las manos. La unica vez que veia tal extasis en la cara de una mujer era cuando estaba profundamente enterrado en su cuerpo. Una rapida punzada de lujuria lo golpeo en el vientre. La reaccion de su cuerpo ante la satisfaccion que se reflejaba en los ojos y en los labios de Georgeanne lo irrito.

– Oh, si. -Ella respiro profundamente-. No puedes imaginarte lo bien que sienta esto. No habia pensado llevar puesto este vestido mas que una hora y han sido tres.

Su miembro podia responder a una mujer hermosa -de hecho, le preocuparia que no fuera asi-, pero no pensaba hacer nada al respecto.

– Virgil es un viejo -dijo sin molestarse en disimular la irritacion de su voz-. ?Como demonios esperabas que te sacara de aqui?

– Eso ha sido cruel -susurro.

– No esperes amabilidad de mi parte, Georgeanne -le advirtio, tirando con brusquedad del resto de los enganches-. O te llevaras una decepcion.

Ella lo miro y se dejo caer el pelo por los hombros.

– Creo que podrias ser simpatico si quisieras.

– Claro -dijo, moviendo las yemas de sus dedos para rozarle las marcas que tenia en la espalda, pero antes de que pudiera aliviar su piel con la caricia dejo caer la mano-. Si quisiera -dijo, y se fue de la habitacion cerrando la puerta tras el.

Cuando llego al salon, sintio inmediatamente la mirada especulativa de Ernie. John tomo la cerveza de la mesa, se sento en el sofa que habia delante del viejo orejero de su abuelo y espero a que Ernie comenzara a lanzar sus preguntas. No tuvo que esperar demasiado.

– ?Donde la recogiste?

– Es una larga historia -contesto, luego explico la situacion sin dejarse nada en el tintero.

– Dios mio, ?has perdido el juicio? -Ernie se inclino hacia delante sobre el borde del asiento y le dijo-: ?Que crees que va a hacer Virgil? Por lo que me has dicho, ese hombre no es exactamente un dechado de misericordia y practicamente le has robado a la novia.

– No se la robe. -John puso los pies sobre la mesita de cafe y se hundio mas en los cojines-. Ella ya lo habia dejado.

– Si. -Ernie cruzo los brazos sobre el delgado pecho y miro cenudo a John-. En el altar. Un hombre no es propenso a perdonar y olvidar una cosa como esa.

John apoyo los codos sobre los muslos y se llevo la botella a los labios.

– No se enterara -dijo antes de dar un largo trago.

– Espero que no. Hemos trabajado muy duro para llegar tan lejos -le recordo a su nieto.

– Lo se -dijo, aunque no necesitaba que se lo recordara. Le debia todo lo que era a su abuelo. Despues de que su padre muriera, su madre y el se habian trasladado a vivir a la casa de al lado de Ernie. Cada invierno Ernie habia llenado su patio trasero de agua para que John tuviera un sitio donde patinar. Habia sido Ernie quien habia practicado con John sobre ese hielo helado hasta que ambos acababan congelados hasta los huesos y quien le habia ensenado a jugar al hockey, llevandolo a los partidos y quedandose para animarle. Fue su abuelo quien los mantuvo unidos cuando las cosas iban realmente mal.

– ?Vas a «hacerlo» con ella?

John miro la cara arrugada de su abuelo.

– ?Que?

– ?No es asi como lo dicen los jovenes ahora?

– Jesus, Ernie -dijo John, aunque en realidad no estaba escandalizado-. No, no voy a «hacerlo» con ella.

– Sin duda alguna, eso espero. -Cruzo su calloso y agrietado pie sobre el otro-. Pero si Virgil se entera de que esta aqui, pensara que lo has hecho de todas maneras.

– No es mi tipo.

– Claro que lo es -discutio Ernie-. Me recuerda a esa artista de striptease con la que saliste hace poco, Cocoa LaDude.

John echo un vistazo al pasillo, agradeciendo que Georgeanne aun no hubiera aparecido.

– Su nombre era Cocoa LaDuke, y no sali con ella. -Volvio la mirada hacia su abuelo y fruncio el ceno. Si bien Ernie nunca se lo habia dicho, John tenia el presentimiento de que su abuelo no aprobaba su estilo de vida-. No esperaba encontrarte aqui -dijo, cambiando de tema a proposito.

– ?Donde querias que estuviera?

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