– Es complicado, ?joder!, madre, hermana… con tantos parentescos…

– Si, no va a ser nada facil, y esperese, que cuando acabemos aqui nos queda aun Poblet.

– ?Usted cree que la cosa es interna de ambas comunidades, el asesino esta en una de ellas?

– No lo se, Garzon.

– ?Y el cartel gotico, y los tios llevandose a la momia en una furgoneta? ?Si es que es todo la hostia, inspectora, parece una pelicula de television!

– A usted le parecera un sinsentido, pero un hombre esta muerto, Fermin.

– Si y a otro mas muerto aun se lo han llevado de paseo.

– No sea imprudente, callese. Las paredes oyen.

Aunque lo hiciera callar, yo compartia su sensacion de astracanada. Ademas, bien a mi pesar, consideraba divertido lo que estaba diciendo. Pero no podiamos permitirnos un ataque de risa en aquellas circunstancias.

Al cabo de un rato regreso la priora.

– Las hermanas se encuentran todas ejerciendo sus diferentes labores y costara un poco reunirlas. ?Por que no hablan antes con sor Domitila y sor Pilar, su ayudante?

– No hay ningun inconveniente.

Tras nuevos minutos de espera aparecieron dos monjas. Eran las primeras que veiamos exceptuando a la superiora y la horrible portera. La mas alta frisaba los cuarenta anos y tenia un rostro inteligente y sereno. La otra era muy joven, parecia una nina disfrazada de monja, y nos miraba con sus hermosos ojos abiertos como platos llenos de curiosidad. La archivera sonrio, se presento y presento a su ayudante.

– La madre ha dicho que le ayudemos en todo lo posible. Asi que ustedes diran.

Yo hice tambien las introducciones previas, y no pude por menos que advertir como la presencia masculina de Garzon las incomodaba un poco. Sin duda estaban menos acostumbradas que la madre Guillermina a entrevistarse con gente del exterior.

– Lo primero que debemos preguntarles es si vieron el cadaver antes del levantamiento.

Negaron con la cabeza, ambas adoptaron una actitud de recogimiento respetuoso.

– La madre Guillermina nos ha evitado esa experiencia tan dura.

– Usted lo frecuento durante todos los dias que permanecio trabajando aqui, ?no es cierto, hermana Domitila?

– Si, sor Pilar y yo lo atendiamos en todo lo que nos pedia.

– ?Y que solia ser eso?

– Le facilitabamos los documentos que necesitaba, fundamentalmente.

– Tenia entendido que la labor del hermano Cristobal era llevar a cabo una especie de «mantenimiento» del cuerpo momificado del beato. ?Necesitaba documentos para ese cometido?

– En realidad el hermano era arqueologo y tambien historiador; un autentico sabio, un erudito. Muchos monjes cistercienses lo son. Acudia a muchos conventos e iglesias para realizar trabajos historicos: dataciones, documentaciones de fechas o de santos… Aqui vino llamado por la madre Guillermina, que a instancias de la madre provincial y con muy buen criterio, consideraba que habiamos tenido a nuestro beato muy desatendido, por decirlo de alguna manera comprensible. No teniamos su historia completa. Ademas, su cuerpo nunca habia sido remozado, medicamente hablando. El hermano Cristobal reunia en si ambas cualidades: como historiador y como mantenedor de momias podia hacer un gran trabajo. Por eso nosotras le llevabamos documentos que iba solicitando.

– Comprendo. ?Desde cuando trabajaba aqui?

– Quince dias mas o menos.

– ?En que punto de su labor estaba?

– Recopilaba documentos y los ordenaba. Escribia cosas en su ordenador portatil. Con los trabajos fisicos del cuerpo aun no habia comenzado.

– ?Cuando le vio por ultima vez?

– La misma manana del dia de su muerte. Dijo que no nos necesitaba, que pasaria la tarde en la capilla y acabaria de noche, que despues cerraria el como siempre solia hacer en esos casos.

– ?Se fijo en si la puerta de la capilla que da a la calle estaba cerrada con llave?

– No, no me fije.

– ?Le dijo si iba a abrirla por alguna razon?

– No menciono la puerta para nada.

– ?La habia abierto alguna otra vez?

– Que yo sepa, no.

– ?Le noto algo especial?

– ?Que quiere decir?

– Si lo noto nervioso, triste, cansado, si le hizo algun comentario fuera de lo corriente.

– ?No, que va!; el hermano era un hombre muy tranquilo, muy cordial, paciente y minucioso como lo requeria su trabajo. No tenia altibajos de humor.

– ?Donde esta su ordenador portatil?

– ?No lo han encontrado?

– No entre las cosas halladas aqui.

– ?Han buscado en su celda de Poblet?

– Todavia no.

– Alli debe de estar; alguna vez habia venido sin el.

– ?No solia llevar mas material?

– Bueno, su cartera de papeles y su libreta de notas.

– ?Y donde estan ahora?

– No lo se, inspectora. -Se volvio hacia la monja joven y le pregunto-: ?Usted sabe algo, hermana Pilar?

– No, yo no.

– ?Han mirado en la biblioteca? Trabajaba ahi. Aunque los otros policias ya buscaron por todas partes.

Garzon y yo nos observamos mutuamente con cara de despiste. La monja asintio y, muy decidida, dio media vuelta.

– Voy a echar una ojeada -dijo y se disponia a salir cuando la ataje.

– ?Un momento, hermana, un momento! Me temo que nosotros tambien queremos inspeccionar esa biblioteca.

– Pues habra que preguntarle a la superiora. Es zona de clausura.

– Mire, estamos llevando a cabo un procedimiento policial por asesinato; de modo que todas las dependencias del lugar del crimen son susceptibles de ser inspeccionadas.

– Si, ya se; pero ustedes tienen su estructura de mando y nosotras la nuestra. ?A que usted no puede saltarse a su comisario y reportar con el jefe superior?

– ?Caramba, esta usted muy familiarizada con las cosas policiales!

– Antes de entrar en la orden leia novelas de crimenes. No se preocupen, enseguida regresare con el permiso de la superiora.

La religiosa mas joven hizo ademan de seguirla como un perrillo; pero su jefa le dijo en susurro:

– Quedese aqui, hermana.

Bajo la vista con timidez. Empece a pensar que podia preguntarle, pero Garzon se me adelanto, y no lo hizo en el entorno de la investigacion, sino que se arranco con un muy directo:

– ?Y usted desde cuando es monja?

– ?Yo? -balbucio a punto de fundirse-. Yo venia a recibir instruccion religiosa los viernes y, al final, con los anos ingrese en el convento. Ahora tengo veintitres y hace cuatro que soy monja -solto de corrido como si fuera una leccion largamente recitada.

– ?Pues que joven! -respondio Garzon en un tono que oscilaba entre la simple sorpresa y la censura.

– Si -anadio muy turbada-. Ahora voy a la universidad.

– Muy bien; por lo menos hay que estar instruido.

Sin saber a que se referia aquel «por lo menos», y con sincero panico de averiguarlo en aquel momento, desvie la conversacion hacia el caso.

– ?Como era de caracter el hermano Cristobal?

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