colgando las proclamas en la puerta de la iglesia.

– ?Estais mintiendo!

– No, en absoluto -Corbett suspiro al haber soltado por fin aquella mentira-. Vereis, la noche que Moth fue a San Miguel, se le cayo el mazo. Magdalena, que escucho el ruido, salio de su celda. Atisbo entre una grieta y le vio: la misma cogulla y capucha oscura, ese rostro inocente y aninado. -Corbett se puso en pie para aliviar el calambre que le habia dado en la pierna-. Os dire lo que pasara ahora, lady Mathilda. Ire ante los jueces reales y les mostrare las pruebas que os he referido. Quiza no me concedan el permiso para deteneros, pero estaran muy interesados en Moth. -Se sento de nuevo. Ranulfo seguia observando a lady Mathilda, con la mirada fija-. Ya conoceis como piensa el rey -continuo Corbett-. No tendra piedad. Moth sera llevado rio abajo hacia la Torre y encerrado en sus mazmorras oscuras y mohosas. Los torturadores del rey recibiran instrucciones de aplicar sus mas finas artes.

– Es sordomudo -grito lady Mathilda.

– Es un joven malicioso e inteligente -replico Corbett- y vuestro complice de asesinato.

– Mato a Maltote -declaro Ranulfo dando un paso al frente-. Mato a mi amigo. Teneis mi palabra, lady Mathilda, de que me unire a los torturadores del rey. Le preguntaran una y otra vez hasta que Moth acepte decir la verdad.

– ?Quereis que le pase eso a Moth? -pregunto Corbett con calma.

Ahora lady Mathilda estaba cabizbaja.

– No pense en esto -murmuro-. No pense en Moth. -Lady Mathilda levanto la cabeza-. ?Que pasara si os cuento lo que se?

– Estoy seguro de que el rey sera mas comprensivo -contesto Corbett, sin prestar atencion a las oscuras miradas de Ranulfo.

Lady Mathilda se arremango. Se reclino en la silla y se volvio para mirar las cenizas apagadas de la chimenea.

– No confieis nunca en un principe, sir Hugo -empezo-. Hace cuarenta anos, yo y mi hermano Henry eramos estudiantes de Oxford. Mi padre, un comerciante, pago los servicios de un profesor y yo me uni a las clases de Henry. Pasaron los anos y lo hicieron escribano de la corte real. -Sonrio levemente-. Era como vos, sir Hugo. Me fui con el. El viejo rey todavia vivia y el principe Eduardo y mi hermano se hicieron buenos amigos. Luego llego la guerra civil y las amenazas de De Montfort de destruir el reino. Muchos de la corte los abandonaron para unirse a el, pero mi hermano y yo decidimos ayudarlos. Fui a Londres como la espia del rey. -Se volvio desde la silla-. Arriesgue mi vida y entregue mi cuerpo para que el rey se enterara de los secretos de sus enemigos. Escuchaba las conversaciones y recogia informacion, pues quien se iba a pensar que aquella bella cortesana pensaria en algo mas que en el vino y los trajes de seda. Mi hermano se quedo con el rey. Era muy habil para organizar las escapadas del principe y siempre estaba en medio de cualquier pelea. Cuando se termino la guerra… -Lady Mathilda levanto la mano-. Bueno, ya conoceis al rey. Nos lleno de regalos, nos dio todo lo que queriamos: feudos, campos, granjas y tesoros. -Miro a Corbett de soslayo-. Mi hermano Henry estaba harto de tanta sangre y carnicerias. No queria pasar el resto de su vida en un feudo, cazando, pescando y atiborrandose de vino y comida. Tenia la idea de construir una universidad en Oxford, una residencia de aprendizaje. Yo hacia todo lo que el queria. Le queria, Corbett. -Miro a Ranulfo-. Tengo mas pasion, pelirrojo, en mi dedo menique que vos en todo el cuerpo.

– Continuad -se apresuro a pedirle Corbett con tal de que Ranulfo no se sintiera provocado.

– Pasaron los anos -continuo Mathilda-. La universidad crecio con fuerza. Mi hermano y yo nos gastamos toda nuestra fortuna. Luego Henry se puso enfermo y, cuando murio, ese hatajo de comadrejas se olvido de el. -Su voz adopto un tono burlon-. «No queremos esto y no queremos aquello.» «?Vaya nombre para una universidad de Oxford!» «?No deberiamos cambiar sus estatutos de gobierno?» Yo los observaba -anadio sin perder los nervios- y podia ver lo que pasaba por sus cabezas: tan pronto como muriera y mi cuerpo fuera enterrado en alguna tumba, empezarian a desmantelar Sparrow Hall y a reorganizarlo a su propio antojo. Le pedi ayuda al rey, pero estaba demasiado ocupado matando a los escoceses. Le pedi confirmacion de la carta de fundacion de mi hermano, solo para tener un documento de alguno de sus escribanos que me asegurara que el rey se encargaria del asunto cuando volviera a Londres. -Lady Mathilda hizo una pausa y respiro con rapidez-. Pero ?que fue de las promesas del rey, eh, Corbett? ?Como pudo olvidarse de lo que la familia Braose habia hecho por el? ?Nunca confieis en un Plantagenet! Una tarde estaba en la biblioteca, ojeando el libro que encontrasteis en la camara de Appleston y los recuerdos afloraron. -Sacudio la cabeza, los labios se movian sin pronunciar palabra, como si Corbett no estuviera alli.

– ?Y decidisteis convertiros en el Campanero? -pregunto.

– Si, pense que despertaria los demonios del alma del rey. Entonces empece a copiar esas proclamas. Me llevo dias, pero consegui hacer una docena y envie a Moth para que las repartiera. -Sonrio maliciosamente-. ?Pobre chico! No entendia lo que estaba haciendo pero era el arma perfecta. Si le paraban podia hacerse pasar por un mendigo. ?Quien sospecharia de un sordomudo? Le ensene la marca de la campana y le di una bolsita con clavos y un mazo. -Aplaudio emocionada-. ?Oh, me senti tan aliviada! -Sonrio con satisfaccion-. Luego escribi al rey explicandole que habia un traidor en Sparrow Hall, mas que no se preocupara, que yo le encontraria. -Fruncio los labios-. ?Entonces si me presto atencion! El rey era todo oidos. Llegaron mensajeros y cartas con el sello privado para su «querida y fiel prima Mathilda». Nunca quise matar a nadie -anadio luego con detenimiento-, pero cometi un error. Quiza el rey se asusto, pero no Copsale. Estaba dispuesto a imponer como fuera sus cambios y yo no le gustaba. Todo el mundo sabia que tenia un corazon debil, por lo que nadie sospecharia de su muerte. Me cole en el almacen de las medicinas de Churchley y le di al profesor Copsale su merecido. -Se encogio de hombros-. Pense que todo terminaria ahi -continuo con un tono de voz flematico-. De verdad que si, pero el viejo Ascham era mas listo de lo que me pensaba. Sospechaba de Appleston y de mi: empezo a soltar alusiones, a veces le sorprendia mirandome en silencio en la mesa. Tenia que morir. Fue facil. Me cole con Moth en el jardin. El llamo a la ventana y cuando Robert abrio, dispare el cuadrillo, lance la nota, cerre de golpe la ventana y las contraventanas: la barra, recientemente engrasada por Moth, cayo en su lugar.

– ?Y Passerel?

Lady Mathilda sonrio.

– Al principio no pude entender el significado de las palabras de Ascham, pero entonces me di cuenta de como podia utilizarlas. Me di cuenta de que Passerel podria saber algo que Ascham le hubiera contado. Nuestro administrador era un hombre menudo y nervioso y cuarenta dias en una iglesia solitaria podrian ser un golpe terrible para su memoria. -Se encogio de hombros-. El resto ya lo sabeis. De veras que pense que todo acabaria con la muerte de Appleston. -Senalo a Corbett con un dedo-. Pero, claro, vos lo cambiasteis todo: el astuto cuervo del rey, picoteando por todas partes, protegido por su guardaespaldas.

– ?Por que matasteis a Maltote? -pregunto Corbett con acritud.

Levanto la mano en un gesto inocente, pero sus ojos no demostraron arrepentimiento alguno.

– Pongo a Dios por testigo: le dije a Moth que no se dejase atrapar. -Se enderezo en la silla, alisandose los pliegues del vestido. Respiro ruidosamente; sus ojos no se apartaban de los de Corbett-. Ya teneis mi confesion, sir Hugo. ?Que pasara ahora, eh? El rey Eduardo no me llevara ante su estrado. Recordara los dias pasados -afirmo con arrogancia- y los buenos servicios que preste a la Corona: me temo que habra algun convento para lady Mathilda.

– Necesito beber algo de vino -interrumpio Ranulfo-. Sir Hugo, ?una copa de clarete?

Corbett se contentaba con tener a Ranulfo fuera de la habitacion.

– Si -contesto.

– Y para mi, lacayo -espeto lady Mathilda.

Ranulfo miro a Corbett, que asintio.

– Y no os preocupeis -le grito lady Mathilda-; ya no habra mas veneno.

Ranulfo se marcho y lady Mathilda quiso volver a levantarse.

– Senora, preferiria que siguierais sentada.

Lady Mathilda le obedecio.

– ?Puedo recordaros, escribano, que el rey se dirige a mi como su «sobrina mas leal y querida»? Por no hablar de vuestra promesa de piedad. No quiero que me detenga ese bufon de baile, sino que me lleveis a Woodstock. Me vestire de negro y me arrojare a los pies del rey: no olvidara a Henry y a su querida Mathilda.

Se abrio la puerta y Ranulfo regreso. Sirvio el vino. Corbett tomo un sorbo y lady Mathilda bebio con avidez mientras Ranulfo se sento apoyando su espalda contra la puerta. Miro por encima de su copa a Corbett.

– Llevadme a Woodstock, Corbett. Me prometisteis tener compasion y ahora os compromete vuestra palabra.

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