– Si, esta ahi cada manana. Diriase que tiene cita conmigo -dijo Luo-. Pero al anochecer, cuando regreso, nunca lo veo.
Como yo me negue a hacer el ridiculo de nuevo con aquel numero de funambulismo, Luo se puso el cuevano a la espalda y se inclino tranquilamente, hasta que sus dos manos tocaron el suelo. Adelanto los brazos, gateando firmemente, y sus piernas siguieron, con armonia. A cada paso, sus pies casi tocaban sus manos. Tras algunos metros se detuvo y, como si me dirigiera un malicioso saludo, meneo las nalgas en un autentico gesto de mono trepando, a cuatro patas, por la rama de un arbol. El cuervo de pico rojo emprendio el vuelo y taladro el aire batiendo lentamente sus inmensas alas.
Admirado, acompane a Luo con la mirada hasta el extremo del paso, al que apode «el purgatorio»; luego, desaparecio detras de las rocas. Me pregunte de pronto, no sin aprension, adonde iba a llevarle su historia de Balzac con la Sastrecilla, y como terminaria. La desaparicion del gran pajaro negro hacia que el silencio de la montana fuera mas inquietante aun.
La noche siguiente desperte sobresaltado.
Necesite varios minutos para volver a la realidad, tranquilizadora y familiar. Escuche en la oscuridad la respiracion acompasada de Luo, tendido en el lecho de enfrente. A tientas, encontre un cigarrillo y lo encendi. Poco a poco, la presencia de la cerda que golpeaba con su hocico la cerca de la pocilga, bajo nuestra casa sobre pilotes, me devolvio la calma y recorde, como si fuera una pelicula acelerada, el sueno que acababa de asustarme.
A lo lejos, veia a Luo caminando con una muchacha por el paso estrecho, vertiginoso, flanqueado a cada lado por un precipicio. Al principio, la muchacha que caminaba por delante era la hija del celador del hospital donde trabajaban nuestros padres. Una muchacha de nuestra clase, modesta, comun, cuya existencia habia olvidado hacia anos. Pero cuando intentaba encontrar la causa de su inesperada aparicion junto a Luo, en aquella montana, se transformo en la Sastrecilla, viva, divertida, cenida por una camiseta blanca y unos pantalones negros. No caminaba sino que corria por el paso, muy lanzada, mientras su joven amante, Luo, la seguia lentamente, a cuatro patas. Ni el uno ni la otra llevaban el cuevano a la espalda. La Sastrecilla no llevaba su larga y habitual trenza y, en su carrera, la melena le caia libremente por los hombros y flotaba al viento, como un ala. Busque en balde con la mirada el cuervo de pico rojo y, cuando mis ojos se posaron de nuevo en mis amigos, la Sastrecilla habia desaparecido. Ya solo quedaba Luo, no a horcajadas sino de rodillas en mitad del paso, con los ojos clavados en el abismo de la derecha. Parecio gritarme algo, vuelto hacia el fondo del precipicio, pero no oi nada. Me lance hacia el, sin saber de donde me venia el valor de correr por aquel paso. Al acercarme comprendi que la Sastrecilla habia caido por el acantilado. A pesar de que el terreno era practicamente inaccesible, descendimos resbalando en vertical, a lo largo de la pared rocosa… Encontramos su cuerpo en el fondo, acurrucado contra una roca donde su cabeza, plegada sobre el vientre, habia estallado. La parte trasera del craneo presentaba dos grandes fisuras en las que la sangre coagulada habia formado ya costras. Una de ellas se alargaba hasta la bien dibujada frente. Su boca abierta dejaba ver las encias rosadas y los prietos dientes, como si hubiera querido gritar, pero permanecia muda, y solo exhalaba el olor de la sangre. Cuando Luo la tomo en sus brazos, la sangre le broto a la vez de la boca, del orificio izquierdo de la nariz y de una de las orejas; corrio por los brazos de Luo y cayo, gota a gota, al suelo.
Cuando se la conte, la pesadilla no impresiono a Luo.
– Olvidalo-me dijo-. Yo tambien he tenido bastantes suenos de este tipo.
– ?No le diras a tu novia que no pase mas por este camino? -le pregunte mientras el buscaba su chaqueta y su cuevano de bambu.
– ?Estas loco! Ella tambien quiere venir, de vez en cuando, a nuestro pueblo.
– Sera por muy poco tiempo, hasta que el jodido paso este reparado.
– De acuerdo, se lo dire.
Parecia tener prisa. Yo casi sentia celos de su cita con el horrendo cuervo de pico rojo.
– No vayas a contarle mi sueno.
– Descuida.
El regreso del jefe de nuestra aldea puso fin momentaneamente a la peregrinacion a la belleza que mi amigo Luo habia realizado, celosamente, cada dia.
El congreso del Partido y un mes de vida ciudadana parecian no haber procurado placer alguno a nuestro jefe. Tenia el aspecto de estar de luto, la mejilla hinchada y el rostro deformado por la colera contra un medico revolucionario del hospital del distrito: «Ese hijo de puta, un capullo de medico 'descalzo', me arranco una muela buena y dejo la mala, que estaba a su lado.» Estaba tanto mas furioso cuanto que la hemorragia provocada por la extraccion de su muela sana le impedia hablar, vociferar aquel escandalo, y lo condenaba a murmurarlo con palabras apenas audibles. Mostraba a todos los que se interesaban por su desgracia el vestigio de la operacion: un colmillo ennegrecido, largo y puntiagudo, con una raiz amarillenta, que conservaba preciosamente envuelto en un pedazo de saten rojo y sedoso, que habia comprado en la feria de Yong Jing. Como se irritaba ante la menor desobediencia, Luo y yo nos vimos obligados a ir a trabajar cada manana, a los campos de maiz o los arrozales. Dejamos incluso de manipular nuestro pequeno despertador magico.
Cierta noche, cuando el dolor de muelas le hacia sufrir, el jefe desembarco en nuestra casa mientras preparabamos la cena en el comedor. Saco un pequeno pedazo de metal, envuelto en el mismo saten rojo que su muela.
– Es estano de verdad; me lo vendio un mercader ambulante -nos dijo-. Si lo poneis al fuego, se fundira en un cuarto de hora.
Ni Luo ni yo reaccionamos. Nos dominaban las ganas de reir ante su rostro, hinchado hasta las orejas, como en una mala pelicula comica.
– Mi buen Luo -dijo el jefe en un tono mas sincero que nunca-, sin duda lo viste hacer a tu padre miles de veces: cuando el estano se ha fundido, parece que basta con poner un poco en la muela podrida para que eso mate los gusanos que estan dentro, debes de saberlo mejor que yo. Eres hijo de un dentista conocido, cuento contigo para reparar mi muela.
– ?De verdad quiere que le ponga estano en la muela?
– Si. y si deja de dolerme, te dare un mes de descanso.
Luo, que resistia la tentacion, lo puso en guardia:
– El estano no funcionara -dijo-. Y ademas, mi padre tenia aparatos modernos. Primero perforaba la muela con una pequena fresa electrica, antes de poner nada dentro.
Perplejo, el jefe se levanto y se fue mascullando:
– Es cierto, vi como lo hacian en el hospital del distrito. El capullo que me arranco la muela buena tenia una gran aguja que giraba, con un ruido de motor.
Dias mas tarde, nos libramos del sufrimiento del jefe gracias a la llegada del sastre, el padre de nuestra amiga, con su rutilante maquina de coser, que reflejaba la luz del sol matinal sobre el torso desnudo de un porteador.
Ignorabamos si adoptaba aires de hombre muy ocupado, con la agenda repleta, o si sencillamente era incapaz de organizar su tiempo con rigor, pero habia retrasado ya varias veces su consabida cita anual con los campesinos de nuestra aldea. Para ellos, pocas semanas antes del Ano Nuevo, era un verdadero gozo ver aparecer la pequena silueta delgaducha y su maquina de coser.
Como de costumbre, hacia el recorrido por las aldeas sin su hija. Cuando lo encontramos, algunos meses antes, por un sendero estrecho y resbaladizo, iba sentado en una silla de mano debido a la lluvia y al barro. Pero aquel dia soleado llego a pie, con una juvenil energia que su avanzada edad no habia mellado aun. Llevaba una gorra de un verde destenido, sin duda la que yo habia tomado prestada en nuestra visita al viejo molinero del acantilado de los Mil Metros, una ancha chaqueta azul que se abria sobre una camisa de lino beige, con los tradicionales botones de algodon y un cinturon negro de verdadero cuero que brillaba.
La aldea entera salio a recibirlo. Los gritos de los ninos que corrian tras el, las risas de las mujeres que sacaban sus telas, listas desde hacia meses, la explosion de algunos petardos, los grunidos de los cerdos, todo creaba una atmosfera de fiesta. Cada familia lo invito a instalarse en su casa, con la esperanza de que la eligiera como primer cliente. Pero, para gran sorpresa de todo el mundo, el viejo declaro:
– Me instalare en casa de los jovenes amigos de mi hija.
Nos preguntamos cuales eran los motivos ocultos de aquella decision. Segun nuestro analisis, el anciano sastre podia estar intentando establecer contacto directo con su yerno potencial; de cualquier modo, en nuestra casa sobre pilotes transformada en taller de costura, nos proporciono la ocasion de iniciarnos en la intimidad femenina, en esa faceta de la naturaleza de las mujeres que hasta entonces desconociamos.
Fue un festival casi anarquico en el que las mujeres de todas las edades, hermosas o feas, ricas o pobres, rivalizaron a golpe de tejido, de encaje, de cinta, de boton, de hilo de coser y de ideas de vestidos con los que habian sonado. Durante las sesiones de prueba, Luo y yo nos sentiamos sofocados por su agitacion, su impaciencia, el deseo casi fisico que estallaba en ellas. Ningun regimen politico, ninguna dificultad economica podia privarlas de ir bien vestidas, un deseo tan antiguo como el mundo, tan antiguo como el instinto maternal.
Al anochecer, los huevos, la carne, las verduras, los frutos que los aldeanos habian entregado al viejo sastre se amontonaban como ofrendas para un ritual, en un rincon del comedor. Algunos hombres, solos o en pequenos grupos, se mezclaban entre la aglomeracion de mujeres. Algunos, mas timidos, se sentaban en el suelo alrededor del fuego, con los pies desnudos y la cabeza gacha, y solo con mucha discrecion se atrevian a levantar los ojos hacia las muchachas. Se cortaban las unas de los pies, duras como piedras, con la afilada hoja de sus hachuelas. Otros, mas experimentados, mas agresivos, bromeaban sin pudor y lanzaban a las mujeres sugerencias mas o menos obscenas. Era necesaria toda la autoridad del viejo sastre, agotado, irritable, para conseguir echarlos fuera.
Tras una cena a tres, mas bien rapida, tranquila y cortes, durante la que nos reimos de nuestro primer encuentro en el sendero, me ofreci a tocar algun fragmento al violin para nuestro invitado, antes de irnos a la cama. Pero el sastre, con los parpados entornados, lo rechazo.
– Mejor contadme alguna historia -nos pidio con un largo y arrastrado bostezo-. Mi hija me ha dicho que sois dos narradores formidables. Por eso me he alojado en vuestra casa.
Alertado sin duda por la fatiga que mostraba el modisto de la montana, o tal vez por modestia ante su futuro suegro, Luo me propuso que aceptara el desafio.
– Hazlo -me alento-. Cuentanos algo que yo no conozca todavia.
Acepte, algo vacilante, desempenar el papel del narrador de medianoche. Antes de comenzar, tome de todos modos la precaucion de invitar a mis oyentes a lavarse los pies con agua caliente y a tenderse en una cama, para evitar que se durmieran sentados durante mi relato. Sacamos dos mantas limpias y gruesas, instalamos comodamente a nuestro invitado en la cama de Luo y nos apretujamos ambos en la mia. Cuando todo estuvo listo, cuando los bostezos del sastre se hicieron cada vez mas cansados y ruidosos, apague la lampara de petroleo por razones economicas y aguarde, con la cabeza en la almohada y los ojos cerrados, a que la primera frase de una historia brotara de mi boca.
Ciertamente habria elegido contar una pelicula china, norcoreana o, incluso, albanesa, si no hubiera probado aun la fruta prohibida, la maleta secreta del Cuatrojos. Pero ahora estas peliculas del realismo proletario mas agresivo, que fueron antano mi educacion cultural, me parecian tan alejadas de los deseos humanos, del verdadero sufrimiento y, sobre todo, de la vida, que no veia interes alguno en tomarme el trabajo de contarlas a una hora tan tardia. De pronto, una novela que acababa de terminar me vino a la memoria. Estaba seguro de que Luo no la conocia aun, puesto que solo se apasionaba por Balzac.
Me incorpore, me sente al borde de la cama y me prepare para pronunciar la primera frase, la mas dificil, la mas delicada; queria algo sobrio.
– Estamos en Marsella, en 1815.
Mi voz resono en la estancia, oscura como boca de lobo.
– ?Donde esta Marsella? -interrumpio el sastre con voz somnolienta.
– En la otra punta del mundo. Es un gran puerto de Francia.
– ?Y por que quieres que vayamos tan lejos?
– Queria contarles la historia de un marinero frances. Pero si no le interesa, mejor sera que durmamos. ?Hasta manana!
En la oscuridad, Luo se acerco a mi y me susurro suavemente:
– ?Bravo, amigo!
Uno o dos minutos mas tarde, escuche de nuevo la voz del sastre:
– ?Como se llama tu marinero?