El viejo sastre adopto un aire asombrado.
– Esta usted sangrando -dijo.
– Si quiere que perfore su caries -dijo Luo recogiendo la gorra y volviendola a poner en la enmaranada cabeza del jefe-, no veo mas solucion que atarlo a la cama.
– ?Atarme? -grito ofendido el jefe-. ?Olvidas que me han designado para dirigir la comuna!
– Su cuerpo se niega a colaborar y debemos jugarnos el todo por el todo.
Su decision me sorprendio de verdad. Me he hecho a menudo, me he repetido muchas veces y sigo repitiendome aun hoy, la misma pregunta: ?como es posible que aquel tirano politico y economico, aquel policia de aldea, aceptara una proposicion que lo ponia en una posicion tan ridicula como humillante? ?Que diablos paso por su cabeza? En aquel momento no tuve mucho tiempo para pensar en la cuestion. Luo lo ato rapidamente y el sastre, viendo que le atribuian la dificil tarea de mantener aquella cabeza entre sus manos, me pidio que lo relevara al pedal.
Me tome muy en serio mi nueva responsabilidad. Me descalce, y cuando las plantas de los pies tocaron el pedal, senti que todo el peso de la mision gravitaba sobre mis musculos.
En cuanto Luo me hizo una senal, mis pies presionaron el pedal para poner la maquina en marcha, viendose rapidamente arrastrados por el ritmico movimiento del mecanismo. Acelere como un ciclista que volara por la carretera general; la aguja se agito, temblo, entro de nuevo en contacto con el escollo solapado y amenazador. Aquello produjo, primero, un chisporroteo en la boca del jefe que se debatia como un loco en una camisa de fuerza. No solo estaba atado a la cama por una gruesa cuerda, sino tambien aprisionado entre las ferreas manos del viejo sastre que le sujetaba el cuello, lo atenazaba, lo mantenia en una posicion digna de una escena de captura cinematografica. De la comisura de sus labios escapaba espuma; estaba palido, respiraba penosamente y gemia.
De pronto, como una erupcion volcanica, senti que, sin advertido, brotaba de lo mas intimo de mi una pulsion sadica: reduje inmediatamente el movimiento del pedal, en honor de todos los sufrimientos de la reeducacion.
Luo me lanzo una mirada complice.
Reduje mas aun la velocidad, para vengarme esta vez de sus amenazas de inculpacion. La aguja giro tan lentamente que parecia una perforadora agotada, a punto de averiarse. ?A que velocidad giraba? ?Una vuelta por segundo? ?Dos vueltas? ?Quien sabe? De todos modos, la aguja de acero cromado habia perforado la caries. Barrenaba y, de pronto, se detenia en pleno movimiento cuando mis pies hacian una pausa angustiante, al modo, esta vez, de un ciclista que deja de pedalear en una bajada peligrosa. Adoptaba yo un aire tranquilo, inocente. Mis ojos no se reducian a dos rendijas cargadas de odio. Fingia estar verificando la polea o la correa. Luego la aguja volvia a girar, a barrenar lentamente, como si el ciclista trepara, a duras penas, por una abrupta cuesta. La aguja se habia transformado en cincel, en colerico buril que excavaba un agujero en la oscura roca prehistorica, haciendo brotar ridiculas nubes de polvo de marmol, craso, amarillento y caseoso. Nunca habia visto a alguien tan sadico como yo. Se lo aseguro. Un sadico desenfrenado.
Habla el viejo molinero
Si, yo los vi, a los dos solos, en cueros vivos. Habia ido a cortar lena al valle de atras, como de costumbre, una vez por semana. Paso siempre por la pequena poza del torrente. ?Donde estaba con exactitud? A uno o dos kilometros de mi molino, aproximadamente. El torrente caia de unos veinte metros y rebotaba sobre las grandes piedras. Al pie de la cascada hay una pequena poza, casi podriamos decir que una charca, pero el agua es profunda, verde, oscura, encajonada entre las rocas. Esta demasiado lejos del sendero, pocas veces pone alli los pies la gente.
No los vi enseguida, pero unos pajaros adormecidos en los salientes rocosos parecieron asustados por algo; emprendieron el vuelo y pasaron sobre mi cabeza, lanzando grandes gritos.
Si, eran cuervos de pico rojo, ?como lo sabe? Eran unos diez. Uno de ellos, no se si porque habia despertado mal o porque era mas agresivo que los demas, se lanzo hacia mi en picado, rozando mi rostro, al pasar, con la punta de sus alas. Recuerdo todavia, mientras hablo, su hedor salvaje y repugnante.
Aquellos pajaros me apartaron de mi camino habitual. Fui a echar una ojeada a la pequena poza del torrente, y alli los vi, con la cabeza fuera del agua. Debian de haber hecho una sorprendente zambullida, un salto espectacular, para que los cuervos de pico rojo huyeran.
?Su interprete? No, no lo reconoci enseguida. Segui con la mirada los dos cuerpos en el agua, enlazados, hechos un ovillo que no dejaba de girar y de dar vueltas. Me enmarano tanto el espiritu que tarde algun tiempo en comprender que la zambullida no era su mayor hazana. ?No! Estaban acoplandose en el agua.
?Como dice usted? ?Coito? Es una palabra demasiado sabia para mi. Nosotros, los montaneses, decimos acoplamiento. No queria ser un miron. Mi viejo rostro se ruborizo. Era la primera vez en toda mi vida que veia aquello, hacer el amor en el agua. No pude marcharme. Usted sabe que a mi edad ya no conseguimos protegernos. Sus cuerpos se arremolinaron en la parte mas profunda, se dirigieron hacia el borde de la poza y se revolcaron sobre el lecho de piedras donde el agua transparente del torrente, abrasada por el sol, exagero y deformo sus obscenos movimientos.
Me senti avergonzado, es cierto, no porque no quisiera renunciar a esa diversion de mis ojos, sino porque me di cuenta de que estaba viejo, que mi cuerpo, por no hablar de mis viejos huesos, estaba flojo. Sabia que nunca conoceria el gozo del agua que ellos acababan de experimentar.
Tras el acoplamiento, la muchacha recogio del agua un taparrabos de hojas de arbol. Se lo anudo a las caderas. No parecia tan fatigada como su companero, muy al contrario, rebosaba energia, trepaba a lo largo de la pared rocosa. De vez en cuando, la perdia de vista. Desaparecia tras una roca cubierta de musgo verde; luego, emergia sobre otra, como si hubiera salido de una grieta de la piedra. Se ajusto el taparrabos, para que protegiera bien su sexo. Queria subir a una gran piedra, situada a unos diez metros por encima de la pequena poza del torrente.
Naturalmente, ella no podia verme. Yo era muy discreto, estaba oculto tras un matorral con un monton de hojas. Era una muchacha a la que no conocia, nunca habia venido a mi molino. Cuando estuvo de pie en el saliente de la piedra, me halle lo bastante cerca de ella para admirar su cuerpo desnudo, empapado. Jugaba con el taparrabos, lo enrollaba sobre su vientre, bajo sus jovenes pechos, cuyos sobresalientes pezones eran un poco rojos.
Los cuervos de pico rojo regresaron. Se encaramaron en la piedra alta y estrecha, a su alrededor.
De pronto, abriendose paso entre ellos, retrocedio un poco y, con un terrible impulso, se lanzo al aire con los brazos abiertos de par en par, como alas de golondrina planeando en el cielo.
Entonces los cuervos echaron tambien a volar. Pero, antes de alejarse, hicieron un picado junto a la muchacha, que se habia convertido en una golondrina al emprender el vuelo. Tenia las alas desplegadas, horizontales, inmoviles; revoloteo hasta aterrizar en el agua, hasta que sus brazos se separaron, penetraron en el agua y desaparecieron.
Busque a su companero con la mirada. Estaba sentado en la ribera de la pequena poza, desnudo, con los ojos cerrados y la espalda contra una roca. La parte secreta de su cuerpo se habia ablandado, agotado, adormecido.
De momento, tuve la impresion de haber visto ya a aquel muchacho en alguna parte, pero no recordaba donde. Me marche y fue en el bosque, mientras comenzaba a derribar un arbol, donde recorde que era el joven interprete que lo acompano a usted a mi casa, hace unos meses.
Tuvo suerte, su falso interprete, de toparse conmigo. Nada me escandaliza y nunca he denunciado a nadie. De lo contrario, podria haber tenido problemas con el despacho de la Seguridad Publica, se lo garantizo.
Habla Luo
?De que me acuerdo? ?De si ella nada bien? Si, a las mil maravillas, ahora nada como un delfin. ?Antes? No, nadaba como los campesinos, solo con los brazos, nada de piernas. Antes de que la iniciara en la braza, no sabia extender los brazos, nadaba como los perros. Pero tiene un cuerpo de verdadera nadadora. Yo solo le ensene dos o tres cosas. Ahora sabe nadar, incluso el estilo mariposa; sus rinones ondulan, su torso emerge del agua en una curva aerodinamica y perfeccionada, sus brazos se abren y sus piernas azotan el agua como la cola de un delfin.
Lo que descubrio sola fueron los saltos peligrosos.
A mi me horroriza la altura, por lo tanto nunca me he atrevido a darlos. En nuestro paraiso acuatico, una especie de poza completamente aislada, de agua muy profunda, cada vez que trepa a lo alto de un pico vertiginoso para saltar me quedo abajo y la miro desde un plano contrapicado casi vertical, pero me da vueltas la cabeza y mis ojos confunden el pico con los grandes ginkgos que se recortan por detras, como en una sombra chinesca. Se vuelve muy pequena, como una fruta pendiente de la copa de un arbol. Me grita cosas, pero es una fruta que susurra. Un ruido lejano, apenas perceptible debido al agua que cae sobre las piedras. De pronto, la fruta cae flotando en el aire, vuela atravesando el viento, en mi direccion. Por fin, se convierte en una flecha de purpurina, ahusada, que se zambulle de cabeza en el agua sin mucho ruido ni salpicaduras.
Antes de que lo encerraran, mi padre solia decir que no era posible ensenar a bailar a alguien. Tenia razon; lo mismo ocurre con las zambullidas o con escribir poemas: debes descubrirlo solo. Hay gente que, por mucho que se la aleccione durante toda la vida, siempre parecera una piedra cuando se arroje al aire, nunca podra hacer una caida como la de un fruto que emprende el vuelo.
Yo tenia un llavero que mi madre me habia regalado en mi cumpleanos, una anilla chapada en oro, con hojas de jade, delgadas, minusculas, veteadas de rayas verdes. Lo llevaba siempre encima, era mi talisman contra las desgracias. Habia puesto en ella un monton de llaves, aunque no poseo nada. Estaban las llaves de la puerta de nuestra casa de Chengdu, la de mi cajon personal, debajo del de mi madre, la de la cocina, y, ademas un cortaplumas, un cortaunas… Recientemente le habia anadido la ganzua que habia fabricado para robar los libros del Cuatrojos. La habia guardado preciosamente, como recuerdo de un robo feliz.
Una tarde de septiembre, fui a nuestra poza de la felicidad con ella. Como de costumbre, no habia nadie. El agua estaba algo fria. Le lei unas diez paginas de
La tortuga desaparecio rapidamente. De pronto, me pregunte:
«?Quien me soltara algun dia de esta montana?»
Entonces, aquella pregunta, sin duda idiota, me apeno mucho. Estaba de un malhumor insoportable. Cerrando mi cortaplumas, contemplando las llaves que colgaban de la anilla, las llaves de mi casa, en Chengdu, que ya nunca iban a servirme, estuve a punto de echarme a llorar. Sentia celos de la tortuga que acababa de desaparecer en la naturaleza. En un impulso desesperado, arroje mi llavero muy lejos, en el agua profunda.
Entonces, ella se lanzo con un movimiento de mariposa para ir a recuperarlo. Pero desaparecio tanto tiempo bajo el agua que comence a preocuparme. La superficie estaba extranamente inmovil, tenia un matiz sombrio, casi siniestro, sin ninguna burbuja de aire. Grite: «?Donde estas, Dios mio?» Grite su nombre y su apodo, «Sastrecilla», y me zambulli hasta el fondo del agua transparente y profunda de la poza del torrente. De pronto la vi; alli estaba, ante mi, ascendiendo y moviendose al modo de un delfin. Me sorprendio verla ejecutar aquella hermosa ondulacion del cuerpo, con sus largos cabellos flotando en el agua. Era realmente bello.
Cuando me reuni con ella en la superficie, vi mi llavero entre sus labios, cubierto de gotas de agua, como perlas brillantes.
Ciertamente era la unica persona en el mundo que creia, todavia, que yo conseguiria algun dia salir de la reeducacion, y que mis llaves podrian serme utiles.
Desde aquella tarde, cada vez que ibamos a la pequena poza, el juego del llavero era nuestra distraccion habitual. Yo adoraba aquello, no para interrogarme sobre mi porvenir sino solo para admirar su cuerpo desnudo, hechicero, que se agitaba sensualmente en el agua, con su taparrabos de hojas temblorosas, casi transparente.
Pero hoy hemos perdido el llavero en el agua. Hubiera debido insistir para que no se lanzara a una segunda y peligrosa busqueda. Por fortuna, no lo hemos pagado muy caro. De todos modos, no quiero que vuelva a poner los pies alli.
Esta noche, al regresar a la aldea, me esperaba un telegrama anunciandome la hospitalizacion urgente de mi madre y reclamando mi inmediato regreso.