despacio, temeroso de que Miiko se cansase; pero la muchacha se deslizaba a su lado con facilidad y despreocupacion. Algo intrigado por la destreza de la joven, Dar Veter fue aumentando el ritmo. Mas incluso cuando nadaba ya con todas sus fuerzas, Miiko no se quedo atras, y su encantadora carita inmovil continuaba serena. Empezo a oirse el sordo chapoteo de las olas en las rocas de la isla. Dar Veter hizo la plancha, y la muchacha, tomando impulso, describio un circulo y volvio hacia el.

— Miiko, ?nada usted maravillosamente! — exclamo admirado y, luego de aspirar aire a pleno pulmon, contuvo la respiracion.

— Nado peor que buceo — confeso la muchacha, y Dar Veter quedo sorprendido de nuevo.

— Mis antepasados eran japoneses — siguio diciendo Miiko —. Hubo en tiempos una tribu en la que todas las mujeres eran pescadoras de perlas y algas alimenticias. Aquel oficio fue transmitiendose de generacion en generacion, hasta convertirse, durante un milenio, en un consumado arte. En mi se ha manifestado ahora de un modo casual.

— Nunca hubiera supuesto…

— ?Que una descendiente lejana de pescadoras de perlas y algas llegase a ser historiadora? En nuestra familia existia una leyenda. Hace mas de mil anos, hubo un pintor japones que se llamaba Yanaguihara Eygoro.

— ?Eygoro! Entonces, su nombre…

— Es un caso raro en nuestros dias, cuando se da a los ninos cualquier nombre cuyo sonido sea grato. Por cierto que todos procuran elegir sonidos o palabras de las lenguas que hablaban los pueblos de que descienden. Su nombre, si no me equivoco, es de raices rusas. ?Verdad?

— ?Exactamente! Y no solo de raices, sino de palabras enteras. La primera, Dar, significa don, presente y la segunda, Veter quiere decir viento…

— Yo desconozco el sentido del mio. Pero desde luego el pintor existio. Mi bisabuelo encontro uno de sus cuadros en un museo. Es un lienzo grande, puede usted verlo en mi casa. Para un historiador, ofrece interes. En el estan representadas con nitidez la vida dura y viril, la pobreza y sencillez del pueblo… ?Que, seguimos nadando hacia adelante?

— ?Espere un momento, Miiko! ?Dice usted que hubo mujeres buceadoras?

— Si. Y el pintor se enamoro de una de ellas y quedose a vivir para siempre en la tribu.

Sus hijas se dedicaron tambien, toda su vida, a la pesca de perlas y algas. Mire ?que isla tan extrana! Parece un deposito circular o una torreta baja para la produccion de azucar.

— ?De azucar? — repitio Dar Veter, conteniendo la carcajada —. Cuando yo era pequeno, estas islas desiertas me fascinaban. Se alzan solitarias en medio del mar.

Encierran secretos en sus oscuros o inextricables bosques. En ellas puede hallarse todo lo imaginable, cuanto se ansia en los suenos.

La argentina risa de Miiko fue la recompensa a sus palabras. La muchacha, silenciosa, un poco triste de ordinario, estaba desconocida. Avanzando con audacia y alegria hacia las chapoteantes olas, continuaba siendo un enigma para Veter, hermetica, distinta por completo a la diafana Veda, cuyo arrojo era mas bien expresion de una esplendida confianza que de una tenacidad autentica.

Entre los grandes bloques de piedra, junto a la misma orilla, habia unas galerias submarinas, soleadas y profundas. Recubiertas de oscuras esponjas, tapizadas con el terciopelo verde de las algas, conducian a la parte oriental del islote, donde se abria una oscura y enigmatica sima. Dar Veter lamento no haber pedido a Veda un mapa detallado del litoral. Las balsas de la expedicion maritima brillaban al sol, junto al promontorio del Oeste, a unos kilometros de ellos. Mas cerca, se divisaba una playa de arena en suave pendiente, donde descansaban todos los miembros del grupo expedicionario. Aquel dia se cambiaban los acumuladores de las maquinas. Y Veter se habia entregado al infantil placer de explorar islas desiertas.

Un gran acantilado de andesita se cernia amenazador sobre los nadadores. Las roturas de las rocas eran recientes, pues un temblor de tierra habia derrumbado hacia poco el sector quebrantado del litoral. La marejada era fuerte. Miiko y Dar Veter estuvieron nadando largo rato en las sombrias aguas de la costa oriental, hasta que encontraron un liso saliente de piedra al que trepo la muchacha con ayuda de su companero.

Las gaviotas, alarmadas, volaron raudas en varias direcciones. El batir de las olas hacia retemblar las moles de andesita. No habia el menor rastro de la presencia del hombre, ni huellas de animales; tan solo desnudas rocas y espinosos arbustos.

Los nadadores subieron a la cima del islote para contemplar el furor de las olas que rompian abajo; luego descendieron de alli. Un olor acre emanaba de los arbustos emergentes de las quebradas. Tendido sobre la calida piedra, Dar Veter miraba perezoso el agua que se extendia al Sur del saliente.

Agachada, al borde mismo de la roca, Miiko escudrinaba la hondura. No habia alli bajios ni amontonamientos de piedras desprendidas. El abrupto acantilado se alzaba sobre el agua oscura, aceitosa. El sol arrancaba de sus aristas cegadores destellos. Y donde la luz, cortada por la roca, penetraba vertical en el agua cristalina, apenas se columbraba el oscilante fondo llano, de clara arena.

— ?Que esta usted viendo, Miiko?

La muchacha, absorta en sus pensamientos, no se volvio al pronto.

— Nada. A usted le atraen las islas desiertas; a mi, el fondo del mar. Y tambien me parece que en el se puede encontrar siempre algo interesante, hacer algun descubrimiento.

— Entonces, ?por que trabaja usted en la estepa?

— Tengo motivos. Para mi el mar es un gozo tan grande, que no puedo estar constantemente con el. Como tampoco es posible escuchar de continuo la musica preferida. En cambio, luego, los reencuentros son mas preciados…

Dar Veter asintio con la cabeza.

— ?Que, buceamos hasta alli? — pregunto Veter, senalando al blanco claror de la hondura.

Miiko enarco las cejas, de ordinario alzadas junto a las sienes.

— ?Podra usted? Aqui la profundidad es de veinticinco metros por lo menos. Eso solo esta al alcance de un experto buceador…

— Lo intentare… ?Y usted?

En vez de responder, Miiko se puso derecha, miro en derredor, eligio una piedra grande y la llevo hasta el borde de la roca.

— Primero, dejeme probar a mi. No es mi costumbre bucear con una piedra. Pero quiza haya corriente, pues el fondo esta demasiado limpio…

La muchacha alzo los brazos, inclinose y se enderezo echando hacia atras el cuerpo.

Dar Veter observaba sus movimientos respiratorios, para repetirlos. Miiko no volvio a pronunciar palabra. Despues de hacer unos cuantos ejercicios mas, tomo la piedra y se precipito en la oscura sima, como en un abismo.

Pasado mas de un minuto, Dar Veter empezo a sentir una vaga inquietud, pues la intrepida muchacha no reaparecia. Busco a su vez una piedra, deduciendo que para el debia ser bastante mas grande. Acababa de levantar un trozo de andesita, de cuarenta kilos, cuando Miiko emergio de las aguas. Respiraba con dificultad y parecia muy cansada.

— Ahi… ahi… hay un caballo — profirio jadeante.

— ?Como? ?Que caballo?

— La estatua de un caballo enorme…, en un nicho natural. Voy a examinarlo debidamente.

— Miiko, eso es dificil. Volvamos a la playa. Tomaremos unos aparatos de buceo y una lancha.

— ?No, no! Quiero hacerlo yo misma. Ahora. Sera una victoria mia, y no de los aparatos. Luego llamaremos a todos.

— Pero ?yo voy con usted! — decidio Dar Veter, agarrando su pedrusco.

Miiko sonrio.

— Tome una mas pequena. Esta. ?Y la respiracion?

Dar Veter, sumiso, hizo los ejercicios y se tiro al mar con el pedrusco en las manos. El agua le golpeo en la cara y lo volvio de espaldas a Miiko, oprimiendole el pecho con un dolor sordo que repercutia en los oidos. Se sobrepuso a el apretando las mandibulas y poniendo todos sus musculos en tension. La penumbra, gris y fria, se hacia mas densa alli abajo; la alegre luz del dia se apagaba rapidamente. La fuerza gelida y hostil del fondo le dominaba, sentia mareos y unas punzadas en los ojos. De pronto, la firme mano de Miiko le toco el hombro, y sus

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