— Lo esta haciendo muy bien, senor Lorenson. No tiene por que preocuparse. Podra levantarse dentro de pocos dias. No, no intente hablar.

«No tenia la menor intencion — penso Loren. Se exactamente lo que ha ocurrido… «

Luego oyo el debil siseo de una inyeccion hipodermica, un breve frescor en el brazo y, una vez mas, el bendito olvido.

A la siguiente ocasion, para gran alivio suyo, todo era completamente distinto. Los tubos y los alambres habian desaparecido. Aunque se sentia muy debil, no estaba incomodo. Y volvia a respirar con ritmo constante y normal.

— Hola — dijo una profunda voz de hombre situada a pocos metros de distancia—. Bienvenido de nuevo.

Loren volvio la cabeza hacia el sonido y vio de modo confuso una figura vendada en una cama vecina.

— Me imagino que no me reconoce, senor Lorenson. Soy el teniente Bill Horton, ingeniero de comunicaciones… y ex practicante de surf.

— Ah, hola, Bill… ?Que estabas haciendo tu…? —susurro Loren. Pero entonces llego la enfermera, y termino aquella conversacion con otra inyeccion hipodermica bien puesta.

Ahora se encontraba ya en plena forma y solo queria que le dejaran levantarse. La comandante medico Newton creia que, en general, era mejor dejar que sus pacientes supieran lo que les sucedia y por que. Aunque no lo entendieran, eso ayudaba a mantenerlos calmados de modo que su fastidiosa presencia no interfiriera demasiado con el suave discurrir del establecimiento medico.

— Tal vez te sientas bien, Loren — dijo—, pero tus pulmones todavia se estan reparando, y debes evitar todo esfuerzo hasta que vuelvan a funcionar a plena capacidad. Si el oceano de Thalassa fuera como los de la tierra, no habria ningun problema. Pero es mucho menos salino: es potable y te bebiste casi un litro. Y como tus fluidos corporales son mas salados que el mar, el equilibrio isotonico estaba muy mal. De modo que las membranas se danaron mucho por la presion osmotica. Tuvimos que rebuscar mucho, y a toda velocidad, en los Archivos de la Nave antes de poder tratarte. Despues de todo, ahogarse en el mar no es uno de los accidentes normales en el espacio.

— Sere un buen paciente — dijo Loren—. Te agradezco de verdad todo lo que habeis hecho. Pero ?cuando podre recibir visitas?

— Hay una que espera fuera ahora mismo. Tienes quince minutos. Luego la enfermera la echara.

— Y no se preocupe por mi —dijo Bill Horton—. Estare dormido como un tronco.

33. Ciclos

Mirissa se sentia decididamente mal, y, por supuesto, la culpa de todo la tenia la pildora. Pero, al menos, tenia el consuelo de saber que esto solo podia ocurrir una vez mas: cuando tuviera (?si lo tenia!) el segundo hijo que le estaba permitido.

Era increible pensar que practicamente todas las generaciones de mujeres que habian existido se habian visto obligadas a soportar estas molestias mensuales durante la mitad de sus vidas. Se pregunto si era una pura coincidencia que el ciclo de fertilidad fuera similar al de la unica Luna gigantesca de la Tierra. ?Supongamos que sucediera lo mismo en Thalassa, con sus dos satelites cercanos! Quiza lo que pasaba era que sus ciclos apenas eran perceptibles; la nocion de ciclos de cinco o siete dias chocando de manera discordante era tan comicamente horrible, que no pudo evitar sonreir y al instante se sintio mucho mejor.

Le habia costado varias semanas tomar una decision, y todavia no se lo habia dicho a Loren… y menos aun a Brant, que estaba ocupado en la Isla Norte reparando el Calypso. ?Habria hecho esto si el no la hubiera abandonado… a pesar de sus fanfarronadas y bravatas, huyendo sin luchar?

No; aquello era injusto, una reaccion primitiva, incluso prehumana. Sin embargo, instintos asi tardaban en morir; en tono de disculpa, Loren le habia dicho que a veces Brant y el se acechaban en los pasillos de sus suenos.

No podia culpar a Brant; al contrario, deberia estar orgullosa de el. No era la cobardia, sino el respeto, lo que le habia enviado al Norte hasta que ellos dos pudieran determinar sus destinos.

Mirissa no habia tomado esa decision de manera apresurada; ahora comprendia que debia de haberla tenido en su mente durante semanas, de un modo inconsciente. La muerte temporal de Loren le habia recordado (?como si necesitara que se lo recordasen!) que pronto se separarian para siempre. Ella sabia lo que debia hacerse antes de que el partiera hacia las estrellas. Todos los instintos le decian que hacia bien.

Y ?que diria Brant? ?Como reaccionaria? Ese era otro de los muchos problemas que tenia aun que afrontar.

«Te quiero, Brant — susurro—. Quiero que vuelvas; mi segundo hijo sera tuyo.»

«Pero no el primero.»

34. Emisora de la nave

Owen Fletcher penso: «?Que extrano que comparta mi nombre con uno de los amotinados mas famosos de todos los tiempos! ? Es posible que sea descendiente suyo? Veamos… Han pasado mas de dos mil anos desde que desembarcaron en la Isla de Pitcairn… digamos, cien generaciones, para que resulte mas facil…»

Fletcher sentia un ingenuo orgullo por saber hacer calculos mentales que, aunque elementales, sorprendian e impresionaban a la gran mayoria; durante siglos, el hombre habia pulsado botones cuando se enfrentaba al problema de sumar dos y dos. Recordar algunos logaritmos y constantes matematicas era de enorme ayuda, y hacia que sus exhibiciones fueran todavia mas misteriosas para aquellos que no sabian como se hacian. Naturalmente, solo escogia ejemplos que supiera manejar, y era muy raro que alguien se tomara la molestia de comprobar sus respuestas.

«Cien generaciones atras: por lo tanto, dos elevado a cien antepasados. El logaritmo de dos es coma tres cero uno cero… eso es treinta coma uno… ?Olimpo…! ?Un millon de millones de millones de millones de millones de personas! Algo va mal… nunca existio tal numero de personas en la Tierra desde el comienzo de los tiempos… desde luego, eso supone que no hubo nunca imbricaciones… el arbol genealogico del ser humano ha de estar descorazonadoramente entrelazado… sea como sea, despues de cien generaciones, todo el mundo debia estar emparentado… Nunca podre demostrarlo, pero Fletcher Christian tiene que ser mi antepasado… varias veces.»

«Muy interesante», penso mientras desconectaba la imagen y las antiguas grabaciones desaparecian de la pantalla. «Pero no soy un amotinado. Soy un… un… solicitante, con una peticion totalmente razonable. Karl, Ranjit, Bob, todos estan de acuerdo… Werner esta indeciso, pero no nos dejara en la estacada. Ojala pudiera hablar con el resto de los sabras y hablarles del mundo maravilloso que hemos encontrado mientras ellos dormian.»

«Entretanto, tengo que contestar al capitan…

Al capitan Bey le parecia claramente desconcertante tener que atender los asuntos de la nave sin saber quien, o quienes, de sus oficiales o tripulacion se dirigian a el a traves del anonimato de EMISORA DE LA NAVE. No habia manera de poder localizar esas comunicaciones no grabadas: estaban concebidas precisamente para ser confidenciales, incorporadas como un mecanismo de estabilizacion social por los genios, muertos hacia largo tiempo, que habian disenado la Magallanes. A modo de prueba, habia planteado la cuestion de un rastreador a su ingeniero jefe de comunicaciones, pero el comandante Rochlynn habia quedado tan estupefacto, que pronto dejo el tema.

De modo que ahora escrutaba los rostros continuamente, fijandose en las expresiones, escuchando las inflexiones de voz… y tratando de comportarse como si nada sucediera. Tal vez estaba exagerando y no habia ocurrido nada importante. Pero temia que se hubiera plantado una semilla, que creceria y creceria cada dia que la nave permaneciera en orbita sobre Thalassa.

La primera respuesta, escrita tras consultar con Malina y Kaldor, habia sido bastante suave:

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