—Sonrio y senalo expresivamente las ventanas. En aquel momento restallo un relampago como para corroborar sus palabras. Los truenos y relampagos no eran tan intensos como a primeras horas del dia, pero su constancia era tal que nadie reparaba en ellos a menos que se lo propusiera.

—Y la lluvia salada —dijo Jellison—, y el terremoto. Las ultimas palabras que me llegaron del JPL fueron: «El cometa ha chocado.» Quise hablar con alguien que estuviera en las colinas por encima de Los Angeles cuando sucedio, pero aunque no fue posible, creo que los indicios que tenemos son suficientes. El cometa ha chocado y ha sido una catastrofe de proporciones gigantescas. Podemos estar seguros de ello.

Nadie dijo nada. Todos lo sabian. Habian abrigado la esperanza de averiguar algo distinto, pero en el fondo no se enganaban. Eran granjeros y hombres de negocios, en gran manera dependientes de la tierra y el tiempo atmosferico, y vivian en las laderas de la Sierra Alta. Habian conocido desastres en otras ocasiones, y habian llorado y maldecido en sus casas. Ahora les preocupaba no saber lo que habrian de hacer.

—Hoy hemos cargado en Porterville cinco camiones con piensos y herramientas, y dos con alimentos —dijo Jellison—, y tenemos las existencias de nuestros almacenes y lo que vosotros teneis en los corrales. Creo que no podremos producir mucho mas por nuestros propios medios.

Hubo murmullos. Uno de los granjeros pregunto:

—?Nunca mas, senador?

—Podria ser. Creo que pasaran anos antes de que las cosas vuelvan a su cauce. Ahora dependemos de nosotros mismos.

Hizo una pausa para que reflexionaran en sus palabras. La mayor parte de aquellos hombres se enorgullecian de depender de si mismos. Naturalmente, eso no era cierto, no lo habia sido en varias generaciones, y eran lo bastante listos para saberlo, pero de todos modos les costaria comprender plenamente hasta que punto habian dependido de la civilizacion.

Fertilizantes, razas de ganado, vitaminas, gasolina y propano, electricidad, agua... Bueno, eso no seria un gran problema durante algun tiempo. Medicamentos, productos quimicos, hojas de afeitar, previsiones del tiempo, semillas, pienso para los animales, ropas, municiones... la lista era interminable. Hasta agujas, alfileres e hilo.

—Este ano no recogeremos gran cosa —dijo Stretch Tallifsen—. Mis cultivos ya estan bastante mal.

Jellison asintio. Tallifsen habia ido a ayudar a sus vecinos en la recogida de tomates, y su mujer trabajaba para enlatar cuantos podia. Tallifsen cultivaba cebada, y no resistiria el verano.

—La cuestion estriba en decidir si hacemos un esfuerzo comun —dijo Jellison.

—?Que significa eso del «esfuerzo comun»? —pregunto Ray Christopher.

—Compartir. Unir lo que tengamos —respondio el senador.

—Eso es comunismo —dijo Ray Christopher en un abierto tono de hostilidad.

—No, eso es cooperacion. Caridad, si quieres. Mas que eso: es un manejo inteligente de lo poco que tenemos, de manera que evitemos el derroche de los recursos.

—Suena a comunismo...

—Callate, Ray. —George Christopher se levanto—. Senador, comprendo que eso es sensato. Es absurdo utilizar lo poco que quede de gasolina para plantar algo que no crecera, o alimentar con los ultimos brotes de soja a un ganado que de todos modos no durara el invierno. La cuestion es: ?quien decide? ?Usted?

—Alguien tiene que hacerlo —dijo Tallifsen.

—Pero no solo —replico Jellison—. Elegiremos un consejo. En cuanto a mi, probablemente estoy mas capacitado que cualquiera de los que estamos aqui, y estoy dispuesto a compartir...

—Claro que si —dijo Christopher—, pero compartir ?con quien, senador? Esa es la gran cuestion. ?Hasta donde llegamos? ?Intentamos alimentar a Los Angeles?

—Eso es absurdo —dijo Jack Turner.

—?Por que? Todos estaran aqui —grito Christopher—, todos los que puedan llegar. Vendran de Los Angeles, del valle San Joaquin, de lo que quede de San Francisco... Quiza no todos, pero muchos si. Anoche salieron trescientos, y eso solo son los entremeses. ?Cuanto tiempo aguantaremos si dejamos que venga esa gente?

—?Tambien vendran negros! —grito alguien sentado en el suelo. Miro timidamente a dos rostros negros en el extremo de la sala—. De acuerdo, lo siento... No, no lo siento. Lucius, tu tienes tierra y la trabajas. Pero los negros de la ciudad vendran gimoteando con su cuento de la igualdad... ?Tu tampoco quieres que vengan!

El hombre negro no dijo nada. Parecia estar alejado del grupo, y permanecia sentado muy quieto con su hijo.

—Lucius Carter es una buena persona —dijo George Christopher—. Pero Frank tiene razon con respecto a los otros, la gente de la ciudad, los turistas, los hippies. No tardaran en llegar aqui a montones. Tenemos que impedirselo.

Jellison penso que estaba perdiendo la partida. Aquellos hombres tenian demasiado miedo, y Christopher se aprovechaba de ello. Se estremecio. En los proximos meses moriria mucha gente. Muchisima. ?Como seleccionar a los que vivirian y los que moririan? ?Como podia uno decretar la muerte de unas personas determinadas? El no queria semejante tarea.

—?Que sugieres, George? —pregunto Jellison.

—Bloquear la carretera comarcal. No cerrarla, puesto que puede sernos necesaria. Levantar una barricada en la carretera y cerrar el paso a los que vengan.

—Pero no a todo el mundo —dijo el alcalde Seltz—. Las mujeres y los ninos...

—?Todo el mundo! —grito Christopher—. ?Mujeres? Ya tenemos. Y ninos tambien. Es suficiente con que nos preocupemos de los nuestros. Si empezamos a aceptar los hijos y las mujeres de otros, ?cuando nos detenemos? ?Cuando llegue el invierno y los nuestros se mueran de hambre?

—?Y quien va a ocuparse de esa barricada? —pregunto el jefe de policia Hartman—. ?Quien es lo bastante insensible para ver un coche lleno de gente y decirle a un hombre que ni siquiera puede dejar a sus hijos con nosotros? Tu no, George. Ninguno de nosotros lo es.

—Eso lo diras tu.

—Ademas, hay personas que tienen conocimientos especiales —intervino el senador—. Ingenieros, por ejemplo. Algunos buenos ingenieros nos serian de gran utilidad. Medicos, veterinarios, cerveceros. Un buen herrero, si es que queda alguno en este mundo moderno...

—Yo soy experto en eso —dijo Ray Christopher—. Solia herrar caballos para la feria del condado.

—Muy bien —dijo Jellison—, pero hay muchos otros conocimientos que nosotros no tenemos, y creo que las vamos a necesitar.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo George Christopher—, solo digo que no podemos aceptar a todo el mundo.

—Y, sin embargo, debemos hacerlo —dijo un hombre que hablaba por primera vez.

Hablo en tono muy bajo, tanto que era dificil oirle bajo el murmullo de las demas voces y los truenos, pero de todos modos nadie dejo de oirle. Su voz era la de un profesional experimentado.

—Yo fui un extrano, y no me disteis albergue. Estaba hambriento, y me negasteis el alimento. ?Quereis oir eso el dia del Juicio Final?

Todos quedaron un momento en silencio y se volvieron para mirar al reverendo Thomas Varley. La mayor parte de los presentes asistian a su iglesia. Algunos le habian llamado a sus hogares al morir un familiar, le habian confiado a sus hijos para ir de excursion... Tom Varley era uno de ellos, criado en el valle, donde habia vivido toda su vida excepto los anos de estudio en San Francisco. Era un hombre alto, algo delgado desde que un ano antes cumpliera los sesenta, pero lo bastante fuerte para ayudar a un vecino a sacar una vaca de una zanja.

George Christopher le miro con expresion desafiante.

—?No podemos hacerlo, hermano Varley! Es probable que algunos de nosotros nos muramos de hambre este invierno. Aqui no hay suficientes recursos.

—?Por que no aceptar entonces a los que puedan quedarse? —pregunto el reverendo Varley.

—Yo se lo que ocurriria —replico George. Alzo el tono de voz y anadio—: Lo he visto con mis propios ojos, creame. He visto gente sin nada que llevarse a la boca, sin fuerzas siquiera para recoger un plato de sopa cuando se lo ofrecen. Hermano Varley, ?quiere que esperamos hasta que no tengamos eleccion? Si rechazamos ahora a la gente, es posible que encuentren otro lugar donde puedan arreglarselas. Si los aceptamos, todos estaremos en

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