—?Que me dices del predicador? —le pregunto Alim.

Jackie meneo ambas manos.

—Lo que dice tiene mas sentido de lo que crees.

—?Como es eso? —pregunto Hooker.

—Bueno, en ciertos aspectos tiene razon —dijo Jackie—. Las ciudades, los ricos, la manera en que nos trataban. No dice nada que no dijeran los Panteras Negras. Y lo cierto es que ese Martillo no acabo con toda esa mierda. Tenemos la revolucion a nuestro alcance, ?y que es lo que hacemos? Nos quedamos sentados sin hacer nada ni ir a ninguna parte.

—Vamos, vamos Jackie —dijo Alim—. ?Te vas a dejar influir por ese blan... —esquivo la palabra antes de que el sargento Hooker pudiera reaccionar—, por ese predicador?

—Es blanco —dijo Jackie—. Y yo no seria el unico. ?Recuerdas a Jerry Owen?

Alim fruncio el ceno antes de responder.

—Si.

—Esta ahi afuera, con los demas que acompanan al predicador.

—?Te refieres a aquel tipo del Ejercito de Liberacion de Esclavos? —pregunto el sargento Hooker.

—No, no era el ELE —nego Jackie—, sino otro grupo.

—El Ejercito de Liberacion de la Nueva Hermandad —dijo Alim Nassor.

—Si, eso es. —Hooker solto un bufido de desprecio—. Se llamaba a si mismo general.

No le gustaba la gente que se arrogaba titulos militares que no habia ganado. El era el sargento Hooker, y habia sido un sargento autentico en un Ejercito de verdad.

—?Donde diablos ha estado? —pregunto Alim—. El FBI y todos los cerdos de la bofia iban tras el.

Jackie se encogio de hombros.

—Estaba oculto no lejos de aqui, en un valle cerca de Porterville. Se ocultaba en una comuna de hippies.

—?Y ahora esta con el predicador? —pregunto Hooker—. ?Cree en esas patranas?

Jackie volvio a encogerse de hombros.

—El dice que si. Desde luego, siempre estuvo metido en esas cosas del medio ambiente. Tal vez crea simplemente que ha encontrado algo bueno, porque el reverendo Henry Armitage tiene muchos seguidores que si creen. Muchos seguidores. Ademas, es un hombre blanco y predica que el color de la piel no importa, cosa que tambien creen sus seguidores. Piensa en eso, sargento Hooker. Piensa bien en ello. No se si Henry Armitage es el profeta de Dios o esta loco de atar, pero deja que te diga una cosa: no va a haber muchos grupos sueltos por ahi que nos dejen ser sus lideres.

—Y Armitage...

—Dice que tu eres el jefe de los angeles del Senor —dijo Jackie—. Dice que tus pecados te son perdonados, y tambien los de todos nosotros, hemos sido perdonados y tenemos que hacer la obra de Dios, capitaneados por ti, que eres el jefe de los angeles.

El sargento Hooker les miro fijamente, preguntandose si estaban cayendo bajo el hechizo de un predicador altisonante y el predicar decia todo aquello en serio. Hooker nunca habia sido supersticioso, pero sabia que el capitan Hora tomaba seriamente a los capellanes castrenses, al igual que algunos de los demas oficiales, a los que Hooker admiraba. Y ademas... Maldita sea, penso Hooker, no sabemos adonde nos dirigimos, no sabemos que deberiamos hacer, y me pregunto si hay alguna razon para hacer algo, si hay un motivo por el que seguir vivos.

Penso en las personas a las que habian asesinado y comido, y que todo aquello debia tener algun fin. Tenia que haber una razon. Armitage dijo que habia una razon, que todo estaba bien, todas las cosas que habian hecho para seguir con vida...

Aquello era atractivo. Pensar que todo ello tenia una finalidad.

—?Y dice que yo soy el jefe de sus angeles? —pregunto Hooker.

—Si, sargento —replico Jackie—. ?No le has escuchado?

—La verdad es que no. —Hooker se levanto—. Pero puedes estar seguro de que ahora voy a escucharle.

SEXTA SEMANA: LA JUSTICIA SUPERIOR

Ninguna teoria escandalizara probablemente tanto a nuestros contemporaneos como esta: es imposible establecer un orden social justo.

Bertrand de Jouvenal, Soberania

Alvin Hardy hizo una comprobacion final. Todo estaba dispuesto. La biblioteca, la gran sala con las paredes forradas de libros donde el senador celebraba los juicios, habia sido arreglada y cada cosa estaba en su sitio.

Jellison se hallaba en la sala de estar. No se encontraba bien. Al no sabia que le ocurria a su jefe, pero parecia muy fatigado. Era cierto que trabajaba en exceso, como todo el mundo, pero el senador lo habia hecho durante largas etapas en Washington y nunca tuvo tan mal aspecto.

—Todo esta listo —anuncio Hardy.

—Bien. Empieza —le ordeno Jellison.

Al salio de la casa. No llovia y brillaba la luz del sol. A veces el sol brillaba hasta dos horas al dia. El aire estaba claro, y Hardy podia ver la nieve en las cimas de la Sierra Alta. Nieve en agosto. Ayer parecia mantenerse en el nivel de los mil ochocientos metros. Hoy, tras la tormenta de anoche, parecia mas baja. La nieve avanzaba inexorablemente hacia la fortaleza.

Hardy penso que se estaban preparando para hacerle frente. Desde el porche de la casa pudo ver una docena de invernaderos, estructuras de madera cubiertas con tela plastificada que habian encontrado en una ferreteria, y cada invernadero bajo una tela de arana formada por cuerdas de nylon para impedir que el delgado plastico oscilara con el viento. No durarian mas que una estacion, pero aquella era la unica estacion que les preocupaba.

La zona que rodeaba la casa era como una colmena de actividad. Los hombres empujaban carretillas cargadas con estiercol y las volcaban en unos agujeros dentro de los invernaderos. Al pudrirse, el estiercol produciria calor, y esperaban que asi los invernaderos se mantendrian calientes en invierno. La gente podria dormir en ellos, anadiendo su propio calor corporal al estiercol en putrefaccion y la hierba cortada, todo cuanto pudiera mantener a las plantas en crecimiento lo bastante calientes. Hoy, bajo el brillante sol de agosto, aquellas precauciones parecian absurdas, pero ya se notaba una cierta frialdad en el aire, cuando bajaban las brisas de las montanas.

Gran parte de su esfuerzo seria en vano. En el valle no estaban acostumbrados a los huracanes y tornados, y por mucho que se esforzaran en colocar los invernaderos resguardados de los vientos pero de manera que recibieran la luz solar, no podrian evitar que a algunos de ellos se los llevara el viento. Hardy musito que estaban haciendo lo que podian. Siempre habia mas quehacer, cosas en las que no habian pensado hasta que era demasiado tarde, pero sus esfuerzos deberian bastar. Por mucho que les costara, lograrian mantenerse con vida. «Eso en cuanto a las buenas noticias —se dijo Hardy—. Ahora veamos las malas.»

Un grupo de desharrapados estaba cerca del porche. Eran granjeros que querian solicitar algo, refugiados que habian logrado introducirse en la fortaleza y querian suplicar que les permitieran quedarse. Se las habian ingeniado para hablar con Al, Maureen o Charlotte para que les consiguieran una cita con el senador. Habia otro grupo a bastante distancia de los solicitantes. Eran granjeros armados que custodiaban prisioneros. Hoy los presos eran solo dos.

Al Hardy les hizo una senal a todos para que entrasen. Se sentaron en sillas bien separadas de la mesa del senador. Todos dejaron sus armas fuera de la estancia, excepto Al Hardy y los rancheros en los que este confiaba. Al deseaba registrar a todo el que iba a ver al senador, y algun dia lo haria. Pero por el momento causaria demasiados problemas. Dos hombres armados en los que Al confiaba plenamente permanecian en la

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