ti. Pon las manos en la barandilla, Hugo, abre las piernas. ?Llevas artilleria?

—Ya has visto que he descargado la pistola —dijo Hugo—. La llevo al cinto, y un cuchillo de cocina. Lo necesitaba para comer.

—Pondremos esas cosas en la bolsa —dijo Mark—. Probablemente no comeras aqui. Yo no diria adios, Hugo. Te vere cuando vuelvas para salir.

—No me toques las narices.

Mark se encogio de hombros.

—?Que ocurrio con tu camion, Harry?

—Me lo quitaron.

—?Alguien te quito el camion? —pregunto Mark, incredulo—. ?Les dijiste quien eras? Diablos, esto significa la guerra. Los de arriba se preguntaban si tendrian que mandar un grupo al exterior. Ahora tendran que hacerlo.

—Tal vez.

Harry no parecia tan complacido como Mark creia que estaria.

Dan Forrester se aclaro la garganta.

—Mark, dime una cosa. ?Ha llegado aqui Charlie Sharps? Iba un par de docenas de personas con el.

—?Se dirigian aqui?

—Si, al rancho del senador Jellison.

—No los hemos visto.

Mark parecia azorado, lo mismo que Harry. Dan penso que aquello debia ser muy frecuente entre ellos: alguien no llegaba jamas a algun sitio, y lo unico que quedaba por saber era si el superviviente haria una escena.

Harry rompio el incomodo silencio.

—Tengo un mensaje para el senador, y el doctor Forrester no anda muy bien. ?Tienes algun medio de transporte?

Mark reflexiono un instante.

—Creo que lo mejor sera telegrafiar y solicitarlo —dijo—. Esperad aqui. Entretanto, vigila la carretera, Harry. En seguida vuelvo.

Mark extendio ambas manos y las movio a la altura de la cadera, haciendo que pareciera casual, de manera que Hugo Beck no imaginara que hacia senales. Luego se interno entre los arbustos.

Dan Forrester le observo con interes. Habia leido a Kipling. Se pregunto si Hugo Beck tambien lo habria hecho.

El sol se ponia tras las montanas. Una luz dorada con violentos tonos rojizos aparecia bajo los bordes de la cubierta nubosa. Las puestas y las salidas del sol habian sido espectaculares desde la caida del cometa, y el doctor Forrester sabia que eso duraria largo tiempo. Cuando estallo el Tamboura, en 1814, el polvo que arrojo al cielo hizo que las puestas de sol fueran brillantes durante dos anos, y no fue mas que un volcan.

Dan Forrester iba en la cabina del camion, al lado del conductor taciturno. Harry y Hugo Beck viajaban en la caja, bajo un toldo. No habia mas trafico en la carretera, y Forrester apreciaba el cumplido que le habian hecho. ?O lo habian hecho por Harry? Tal vez los dos juntos eran dignos de la gasolina gastada, y en cambio no lo hubiera sido uno solo. Avanzaban bajo una ligera llovizna, y la calefaccion del vehiculo confortaba los pies y las piernas de Dan.

No habia cadaveres. Eso fue lo primero que Dan observo: nada muerto a la vista. Las casas parecian casas, todas ellas habitadas. Algunas estaban rodeadas de defensas a base de sacos de arena, pero muchas no mostraban ninguna senal de defensa. Era extrano, casi misterioso, que hubiera un lugar donde la gente se sintiera lo bastante segura para no cerrar los postigos de las ventanas.

Dan vio dos rebanos de ovejas, asi como caballos y vacas. Vio signos de actividad organizada en todas partes, campos recien limpiados, algunos arados por grupos de caballos (no habia tractores a la vista), otros todavia en proceso de limpieza, en donde los hombres transportaban piedras y las amontonaban formando muros. En general, los hombres llevaban armas al cinto, pero no todos estaban armados. Cuando llegaron al amplio camino que conducia a la casa de piedra, Dan Forrester habia llegado a la conclusion de que, por algunos minutos, tal vez incluso por todo un dia, estaba a salvo. Podia contar con que viviria hasta el amanecer. Era una sensacion extrana.

Tres hombres les esperaban en el porche. Hicieron una sena a Dan Forrester para que entrara en la casa, sin hablarle. George Christopher senalo a Harry con el pulgar.

—Te necesitan dentro —le dijo.

—En seguida voy.

Harry ayudo a Hugo Beck a bajar del camion y luego cargo con la mochila de Forrester. Al volverse, George apunto con su escopeta al vientre de Hugo.

—Yo lo he traido —dijo Harry—. Debes haberte enterado por el telegrafo.

—Oimos lo del doctor Forrester, pero nada sobre este tipo. Beck, te pusimos en la carretera. Yo mismo te mande alli. ?No recuerdas que te dije que no volvieras? Estoy seguro de que te lo dije.

—Esta conmigo —repitio Harry.

—?Es que has perdido el juicio, Harry? Este despreciable chorizo de tres al cuarto no es digno de...

—George, si tengo que empezar a explorar el territorio de los Christopher, sin duda el senador te dara las noticias que crea convenientes.

—No me apremies —dijo George, pero aparto ligeramente la escopeta, de manera que no apuntaba a nadie—. ?Por que lo dices?

—Puedes devolverle a la carretera si quieres —dijo Harry—, pero creo que primero debes escucharle.

Christopher penso un momento en aquellas palabras. Luego se encogio de hombros.

—Estan esperando dentro. Vamos.

Hugo Beck se enfrento a sus jueces.

—He venido a traer informacion —dijo en voz muy baja.

Quienes le juzgaban eran pocos. Deke Wilson, Al Hardy, George Christopher... y los otros. Harry tuvo la misma impresion que los demas: los astronautas parecian dioses. Harry reconocio a Baker por su fotografia en la portada de Time, y no le fue dificil saber quienes eran los otros dos. La bonita mujer que no hablaba debia ser la cosmonauta sovietica. Harry ardia en deseos de hablarle. Pero de momento era preciso decir otras cosas.

—?Sabes lo que estas haciendo, Harry? —pregunto Al Hardy. Su tono revelaba la sinceridad de la pregunta, como si estuviera a medias seguro de que Harry habia perdido el juicio—. Tu eres el servicio de informacion. No Beck.

—Lo se —dijo Harry—, pero me parecio que esta informacion deberia ser de primera mano. Es un poco dificil de creer.

—Y yo puedo creerla, ?eh? —dijo George Christopher.

—?Puedo sentarme? —pregunto Harry.

Hardy le indico una silla y Harry se sento. Deseaba que Hugo mostrara mas temple, pues su conducta se reflejaba en Harry. Aquella recepcion no era la que el acostumbraba a tener, y la culpa era de Beck. Ni tazas de porcelana, ni cafe, ni un chorrito de whisky.

El equilibrio del poder era cuestion de vida o muerte en la fortaleza. Uno tenia que seguir bien el juego o quedarse al margen. Harry trataba de no intervenir, de disfrutar los beneficios de su utilidad sin verse envuelto en la politica local. Pero esta vez tenia que jugar. ?Habia ofendido gravemente a Christopher? ?Y si asi fuera, le preocupaba? Era extrano que los instintos viriles de Harry se hubieran extinguido tras la caida del cometa.

—Le pusimos en la carretera —dijo George Christopher—. A el y a Jerry Owen. Yo di las ordenes. Los echaron incluso del Shire, y esos chorizos trataron de vivir robandonos a nosotros. ?Owen intento ensenar comunismo a mis rancheros! Beck no se quedara aqui mientras yo viva.

Se oyo una risita al fondo de la habitacion. Era de Leonilla Malik o de Pieter Jakov. Nadie presto atencion. No habia nada divertido en la situacion, y Harry se pregunto si habria ido demasiado lejos.

—Mientras discutes sobre Hugo Beck, los pies del doctor Forrester estan cada vez peor. ?Puedes ayudarles o primero has de arreglar las cosas con Beck?

—Eileen —dijo Al Hardy, sin apartar la mirada de Christopher y Beck, en el centro de la estancia—. Lleva al

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