preparaba para la caida del Martillo, mas real se volvia este. Penso que tambien el estaba asustado. Debia recordar aquello para incluirlo en el libro. La fiebre del Martillo.

—Oye, carino.

—Dime, querido.

—No estes tan preocupada. Estoy investigando.

—?Sobre que? —pregunto ella, ofreciendole una cerveza.

—Sobre la fiebre del Martillo. Voy a escribir un libro, cuando el cometa haya pasado. He hecho todo el trabajo. Hasta podria ser un best-seller.

—Oh, me encantaria que escribieras un libro. La gente admira a los escritores.

Harvey penso que era cierto. A veces. Su mente paso en seguida a otra cosa. Ahora podian comer, beber y dormir. Quedaban dos aspectos a considerar: la lucha y la huida.

La lucha era un mal asunto. Harvey no confiaba en su habilidad con las armas, ni con la escopeta ni con la pistola olimpica. Ningun arma le habria proporcionado una verdadera confianza. No habia limites a la destreza o la calidad de las armas de un posible enemigo, y por otra parte Harvey Randall habia pasado la guerra como corresponsal, no como soldado.

Pero disponia de un arma mas sutil: el soborno. El licor y las especias podrian sacarle de apuros. Y si lograba conservarlos, al cabo de algunos anos serian cosas literalmente sin precio. Si alguien dispusiera de un excedente de alimentos intercambiable por lujos —y siempre habria alguien en esas condiciones— el licor y las especies serian valiosisimos. Durante siglos, el precio de la pimienta negra estuvo fijado en toda Europa: valia su peso en oro, onza por onza, y no todo el mundo iba a tener la idea de acaparar pimienta.

Harvey estaba orgulloso de haber tenido aquella idea.

Quedaba, pues, la huida, y el furgon estaba en la mejor forma posible. Si fuera necesario, podria atar las motocicletas en el techo. Y ademas disponia aun del domingo para ir en busca de cosas en las que todavia no habia pensado.

Harvey entro en la casa, exhausto, pero sintiendose satisfecho. Aun no estaba en las mejores condiciones, pero al menos podia considerarse preparado, y mucho mejor que la mayoria. Loretta le habia esperado despierta. No le hizo muchas preguntas. Le acaricio, llego a la conclusion de que el no estaba interesado en algo mas intimo y le dejo dormir.

Mientras llegaba el sueno, Harvey penso en lo mucho que queria a su mujer.

JUNIO: CUATRO

La Tierra es una cesta demasiado pequena y fragil para que la especie humana conserve en ella todos sus huevos.

Robert A. Heinlein

Abajo, en la Tierra, era de noche. Cada noventa minutos, el laboratorio del Martillo pasaba del dia a la noche. A bordo, un reloj regia el tiempo, no la luz y la oscuridad del exterior.

Brillaban las ciudades de Europa, en el borde del mundo, pero la negra superficie del Atlantico cubria la mitad del cielo, ocultando el nucleo y el coma del Hamner-Brown. En la otra direccion, las estrellas resplandecian a traves de la tenue neblina. La cola del cometa se extendia desde el horizonte en todas direcciones, y cubria la negra Tierra con luminosos tonos azules, anaranjados y verdes, que se dirigian hacia el apex oscuro de la boveda celeste, tachonado de estrellas. A lo lejos media luna flotaba en una matriz de ondas de choque que le daban un aspecto diamantino, como las llamaradas de un cohete en una foto instantanea. Nadie podia cansarse de contemplar aquel espectaculo.

Los astronautas habian hecho un alto en el trabajo para cenar. Rick Delanty comia sin parar, con la mirada fija en la vision magnifica a traves de las mirillas. Todos habian perdido peso, como siempre ocurria, pero Rick habia perdido mas de la cuenta y procuraba compensarlo. Habia sido necesaria una considerable inventiva para disenar un mecanismo que midiera el peso del ser humano en un medio carente de gravedad.

—En cuanto tienes salud, lo tienes todo —dijo Rick—. Es estupendo no sentir vomitos.

Los cosmonautas sovieticos le miraron perplejos. Nunca habian visto anuncios televisivos americanos. Baker no le hizo caso.

Aparecio el Sol sobre el borde del mundo. Rick cerro los ojos unos momentos y luego los abrio para contemplar el arco azul y blanco del alba que se deslizaba hacia ellos. El huracan del dia anterior todavia estaba posado sobre el Oceano Indico como un monstruo marino en un mapa antiguo. Era el tifon Hilda. En el extremo izquierdo se alzaba el Everest y el macizo del Himalaya.

—Jamas me cansare de mirar esto.

Leonilla se acerco a la mirilla.

—Si, pero parece tan fragil. Como si uno pudiera alargar la mano y pasar el pulgar por encima de la tierra, dejando un reguero de destruccion con una anchura de kilometros. Es una sensacion incomoda.

—Tiene razon. La Tierra es fragil —dijo Johnny Baker.

—?Esta preocupado por el cometa? —pregunto Leonilla. No era facil descifrar la expresion de su rostro. Las expresiones faciales y el lenguaje corporal rusos no son del todo parecidos a los norteamericanos.

—Olvidese del cometa. Cuanto mas sabemos, mas fragiles nos volvemos —dijo Johnny—. Una nova cercana podria esterilizar todo en la Tierra excepto las bacterias. El sol podria estallar o enfriarse mucho. Nuestra galaxia podria explotar y acabar con la vida...

Leonilla le miro divertida.

—No tenemos que preocuparnos durante treinta y tres mil anos. La velocidad de la luz, ya sabe.

Johnny se encogio de hombros.

—Podria haber sucedido hace treinta y dos mil novecientos anos. O podriamos ser nosotros los causantes. Desperdicios quimicos que matan la vida de los oceanos, el calor generado por la contaminacion...

—No vayas tan rapido —intervino Rick—. El calor generado por la polucion podria ser lo unico que nos salvara de los glaciares. Algunos creen que la proxima Era Glacial empezo hace siglos. Y se nos esta agotando el carbon y el petroleo.

—Parece que no hay nada que hacer.

—Guerras atomicas —dijo Pieter Jakov—. Impactos de meteoros gigantes. Aviones supersonicos que destruyen las capas de ozono. ?Por que hacemos todo eso?

—Porque ahi abajo no estamos seguros —dijo Baker.

—La Tierra es grande, y probablemente no tan delicada como parece —tercio Leonilla—. Pero el ingenio del hombre... A veces eso es lo que temo.

—Solo hay una respuesta —dijo Baker. Se habia puesto muy serio—. Tenemos que irnos, colonizar los planetas. No solo aqui, sino en otros sistemas solares. Construir enormes naves espaciales, mas moviles que los planetas. Poner nuestros huevos en muchas cestas, y es menos probable que algun accidente estupido, o la obra de algun fanatico nos haga desaparecer precisamente cuando la especie humana esta llegando a ser algo que podemos admirar.

—?Que es lo admirable? —pregunto Jakov—. Creo que usted y yo no estariamos de acuerdo. Pero si pretende llegar a presidente de Estados Unidos, tiene mi apoyo. Le hare los discursos, pero ellos no me dejaran votar.

—Es una lastima —dijo Johnny Baker, y por un momento penso en John Glenn, que habia buscado un cargo y lo consiguio—. Bueno, volvamos a las minas de sal. ?Quien sale a buscar muestras esta manana?

El nucleo del Hamner-Brown estaba a treinta horas de distancia. En los telescopios aparecia como un enjambre de particulas, con mucho espacio entre ellas. Los cientificos del JPL estaban entusiasmados por el descubrimiento, pero a Baker y los demas astronautas les planteaba serios problemas. No era facil centrar los instrumentos en las masas solidas, porque todo se hallaba inmerso en la cola, y el gas y el polvo se extendian a tremendas velocidades, impulsados por la presion de la luz solar. Las masas se aproximaban a la Tierra a unos

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