Sonaron las sirenas en todo el bunker de cemento armado. El comandante Rosten apenas se dio cuenta de que un sargento bajaba la escalera de acero que conducia a la entrada y cerraba la puerta acorazada de la camara. El sargento la cerro desde el exterior e hizo girar el disco de combinaciones. Nadie entraria en el agujero a menos que se produjera una explosion. Entonces, tal como ordenaba el reglamento, el sargento empuno su metralleta y se aposto dando la espalda a la gran puerta de la camara acorazada. Las lineas de su rostro eran duras y permanecia de pie en una postura rigida, tragandose el tenso nudo del miedo.

En el interior, Rosten habia tecleado los numeros de autentificacion en su consola y abierto los sellos de un sobre extraido de su libro de ordenes. Luce hacia las mismas operaciones en su consola.

—Certifico que esta autentificacion es verdadera —leyo Luce.

—Bien, inserta —le ordeno Rosten.

Simultaneamente se quitaron las llaves que colgaban de sus cuellos y las introdujeron en las cerraduras pintadas de rojo de sus consolas. Una vez insertas, y tras darles un primer giro, las llaves no podian retirarse sin otras llaves que ni Luce ni Rosten tenian. Era el procedimiento del Mando Aereo Estrategico...

—Contando —dijo Rosten—. Uno, dos.

Dieron otros dos giros a las llaves y esperaron. Aun no era el momento de hacerlas girar mas.

Era media manana en California y la caida de la tarde en las islas griegas. Los ultimos rayos del sol se habian desvanecido cuando dos hombres alcanzaron la cima del macizo de granito. Al este aparecio una primera estrella. Muy por debajo de los dos hombres, unos campesinos griegos conducian asnos sobrecargados a traves de un laberinto de muros bajos de piedra y vinedos.

La ciudad de Akrotira se extendia entre dos luces. Era una ciudad llena de incongruencias: casas con paredes de barro pintadas de blanco que podrian haber sido construidas hace diez siglos, la fortaleza veneciana en lo alto de una colina, la escuela moderna cerca de la antigua iglesia bizantina, y, por debajo, el campo donde Willis y MacDonald estaban poniendo al descubierto restos de la Atlantida. El lugar era casi invisible desde lo alto de la colina. Al oeste parpadeo una estrella, se encendio y apago al instante. Luego otra hizo lo mismo.

—Ha empezado —dijo McDonald.

Jadeando, Alexander Willis se acomodo en la roca. Estaba un poco irritado. Aquella ascension de una hora le habia dejado sin aliento, aunque tenia veinticuatro anos y se consideraba en buena forma fisica. Pero MacDonald le habia precedido durante todo el camino, ayudandole a subir a la cima, y aquel hombre, cuyos cabellos pelirrojos habian retrocedido para exponer la mayor parte de su craneo bronceado, ni siquiera tenia el aliento entrecortado. MacDonald se habia ganado a pulso su fuerza, pues los arqueologos trabajan mas duro que los cavadores de zanjas.

Los dos hombres se sentaron con las piernas cruzadas, mirando al oeste, contemplando los meteoros.

Se encontraban a noventa metros por encima del nivel del mar, en el punto mas alto de la extrana isla de Thera. Aquella protuberancia granitica habia recibido muchos nombres por parte de una docena de civilizaciones, y habia sobrevivido a numerosos cataclismos. Ahora era conocida como monte del profeta Elias.

Las aguas de la bahia al pie del promontorio destacaron de la oscuridad. Era una bahia circular, rodeada por altos acantilados, la caldera de una explosion volcanica que destruyo dos tercios de la isla, acabo con el imperio minoico y creo las leyendas de la Atlantida. Ahora una nueva isla, de aspecto sombrio y arido, se alzaba en el centro de la bahia. Los griegos la llamaban la Nueva Tierra Quemada, y los islenos sabian que algun dia tambien estallaria, como Thera lo habia hecho tantas veces antes.

Rojas estelas se reflejaban en la bahia. En el cielo ardia algo blanco azulado. Al oeste se desvanecio el resplandor dorado, pero no le sustituyo el negro sino un extrano brillo verde y anaranjado, de consistencia casi solida, como un telon de fondo para los meteoros. Una vez mas, Faeton conducia el carro del sol...

?Los meteoros llegaban cada pocos segundos! Esquirlas de hielo entraban en la atmosfera y ardian con un resplandor. Las bolas de nieve trazaban estelas de un blanco verdoso. La Tierra se encontraba muy dentro del coma del Hamner-Brown.

—Curiosa distraccion para nosotros —dijo Willis.

—?Contemplar el cielo? Siempre me ha gustado —confeso MacDonald—. No me imaginas excavando en Nueva York, ?verdad? Los lugares desiertos, donde el aire es claro, donde los hombres han observado las estrellas durante diez mil anos, ahi es donde encuentras las civilizaciones antiguas. Pero jamas he visto un cielo como este.

—Me pregunto cual seria su aspecto despues de lo que... ya sabes.

MacDonald se encogio de hombros, con un gesto apenas perceptible en la semioscuridad.

—Platon no lo describe. Pero los hititas dicen que un dios de piedra surgio del mar para desafiar al cielo. Tal vez vieron la nube. Tambien hay ciertos pasajes en la Biblia que podrian considerarse como relatos de testigos presenciales, pero desde una larga distancia. Nadie querria estar cerca de Thera cuando estallo.

Willis no respondio. No era de extranar. Una gran luz verdosa cruzo ardiendo el cielo, hacia arriba, y duro unos segundos antes de que estallase y se extinguiera. Willis miro hacia el este. Una exclamacion se quedo insonora en sus labios.

—?Mac! ?Vuelvete!

MacDonald se volvio.

El cielo apelmazado se alzo como un telon, permitiendo la vista por debajo del borde, perfectamente recto, a pocos grados por encima del horizonte. Encima estaba el brillo verde y anaranjado del coma del cometa. Debajo, la negrura en la que brillaban las estrellas.

—La sombra de la Tierra —dijo MacDonald—. Una sombra arrojada a traves del coma. Ojala mi mujer hubiera vivido para ver esto, solo un ano mas...

Una gran luz brillo detras de ellos. Willis se volvio. La luz se hundio lentamente... Era demasiado brillante para mirarla, cegadora, engullia el fondo... Willis la miro fijamente. ?Que era aquello? Se hundia, y desaparecio.

—Espero que hayas apartado la vista —dijo MacDonald.

Willis no veia nada. Parpadeo inutilmente.

—Creo que estoy ciego —dijo. Tendio un brazo, palpo piedra y busco la seguridad de una mano humana.

—No creo que importe —dijo en voz baja MacDonald.

Willis sintio un acceso de ira, pero se apaciguo en seguida. Supo al instante lo que queria decir. MacDonald le cogio de las munecas y se las coloco alrededor de una roca.

—Agarrate fuerte a esta piedra. Te dire lo que veo.

—De acuerdo.

MacDonald hablo apresuradamente.

—Cuando la luz se apago, abri los ojos. Por un momento crei ver algo asi como un rayo violeta que iba hacia el cielo, pero desaparecio. Surgio despues desde detras del horizonte. Aun nos queda algun tiempo.

—Thera es una isla que trae mala suerte —dijo Willis. No podia ver nada, ni siquiera la oscuridad.

—?No te has preguntado alguna vez por que siguen construyendo aqui? Algunas de las casas tienen centenares de anos. Se producen erupciones con intervalos de pocos siglos. Pero ellos siempre regresan. Por eso, lo que estamos haciendo Alex, puedo ver la ola de la marea. A cada segundo que pasa es mayor. No se si llegara a esta altura o no, pero de todos modos agarrate fuerte para resistir la onda expansiva del aire.

—Primero habra un temblor de tierra. Supongo que este es el fin de la civilizacion griega.

—Supongo que si. Y una nueva leyenda de la Atlantida, si alguien vive para contarlo El telon aun se esta alzando.

Al oeste hay estelas del nucleo, al este la sombra negra de la Tierra, meteoros por todas partes... —La voz de MacDonald se extinguio.

—?Que sucede?

—Cerre los ojos, pero ?fue al noreste! ?Y enorme!

—Greg, ?quien llamo a esto el monte del profeta Elias? Es condenadamente apropiado.

El suelo temblo, la onda avanzo desde las entranas de Thera, a traves del canal magmatico que el lecho marino habia cubierto treinta y cinco siglos antes. Willis noto que la roca se retorcia entre sus brazos. Entonces Thera estallo. Una onda expansiva de vapor ardiente mezclado con lava arrebato a Willis y le mato al instante. Segundos mas tarde el maremoto avanzo a traves de la herida anaranjada.

Nadie viviria para contar la segunda explosion de Thera.

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