Mabel Hawker barajo sus cartas y sonrio para sus adentros. Veinte puntos. Tenia una buena mano. Su companera, lamentablemente, no la tenia. Por la manera como Bea Anderson apostaba, habria en juego un centenar de dolares cuando el aparato aterrizara en el aeropuerto Kennedy.

El Boeing 747 sobrevolaba Nueva Jersey en su descenso hacia Nueva York. Mabel, Chet y los Anderson estaban sentados a una mesa en el departamento de primera clase, demasiado alejados de las ventanillas para ver algo. Mabel sentia que el juego de bridge le impidiera ver Nueva York, desde el aire. Nunca lo habia visto, pero no queria que los Anderson lo supieran.

Los resplandores externos volvieron a iluminar las ventanillas.

—Tu apuestas, May —dijo Chet.

Los pasajeros que ocupaban los asientos junto a las ventanillas estiraban el cuello para ver mejor. Las voces se entremezclaban en el compartimiento, y Mabel notaba el miedo que se agazapa en la mente de todo pasajero.

—Lo siendo —dijo—. Dos diamantes.

—Cuatro corazones —dijo Bea Anderson, y Mabel dio un respingo.

Se oyo el suave sonido de un timbre y se encendio el letrero: «Abrochense los cinturones».

—Soy el comandante Ferrar —dijo una voz amistosa—. No sabemos que ha sido ese resplandor, pero les pedimos que se abrochen los cinturones por si acaso. Sea lo que fuere, lo hemos dejado muy atras.

La voz del piloto era muy tranquila y reconfortante. ?Habria hecho Bea una declaracion mas alta de lo necesario? Oh, Dios, ?sabia acaso lo que significaba una apertura con dos diamantes? Ahora tendria que jugar al alza...

Se produjo un ruido, como si algo muy grande fuera partido en dos lentamente. De repente el avion empezo a avanzar con dificultades, agitandose.

Mabel habia leido que los viajeros experimentados mantenian sus cinturones abrochados holgadamente durante todo el viaje, y ella lo habia hecho. Pero ahora se desabrocho el cinturon, dejo las cartas de cara abajo y se precipito hacia un par de asientos vacios junto a una ventanilla.

—Madre, ?por que haces eso? —le pregunto Chet. Mabel hizo una mueca. Le disgustaba que le llamaran «madre». Era una expresion de palurdo. Se tendio sobre los asientos y miro afuera.

El gran aparato cabeceo, mientras los pilotos trataban de compensar un subito viento de cola que se movia casi a la misma velocidad que el avion. Las alas perdieron su capacidad de sustentacion. El Boeing 747 cayo como una hoja, derrapando, bamboleandose, mientras los pilotos luchaban por dominarlo.

Mabel vio la ciudad de Nueva York a lo lejos. Alli estaba el Empire State Building, la estatua de la Libertad, el World Trade Center, tal como ella los habia imaginado, pero emergiendo en un paisaje con una inclinacion de cuarenta y cinco grados. En algun lugar su hija estaria en camino hacia el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy para recibir a sus padres y presentarles al muchacho con el que iba a casarse... Los alerones se deslizaban en el borde posterior del ala. El avion se bamboleo y vibro, y las cartas de Mabel volaron como mariposas asustadas. Sintio que el avion se alzaba, saliendo del picado.

Muy por encima corrian negras nubes como una cortina a traves del cielo, mas rapidas que el avion, centelleando con relampagos a medida que se movian. Rayos por todas partes. Uno de ellos cayo sobre la estatua de la Libertad y fue absorbido por la antorcha que sostenia en su brazo la gran dama. Entonces, un rayo alcanzo al avion.

Pasado Ocean Boulevard habia un risco, a cuyo pie se extendia la autopista costera del Pacifico. Mas alla estaba el mar. En el borde del risco, un hombre con barba contemplaba el horizonte. Su expresion era de inefable felicidad.

La luz habia brillado solo uno o dos segundos, pero fue cegadora. Dejo en el campo visual del hombre barbudo la imagen de un globo azul. Un resplandor rojizo... extranos efectos luminosos que trazaban una columna vertical... Se volvio con una sonrisa de felicidad.

—?Rezad! —grito—. ?El Dia del Juicio ha llegado!

Una docena de transeuntes se detuvieron para mirarle. La mayoria no le hicieron caso, aunque su figura era impresionante, con los ojos brillantes y la espesa barba negra con dos mechones de un blanco niveo en la barbilla. Pero uno de los transeuntes se dirigio a el.

—Si no bajas de ahi sera tu Dia del Juicio. Va a producir. se un terremoto.

El hombre barbudo aparto la vista. El que le habia interpelado, un negro muy bien vestido, le hablo de nuevo en un tono mas apremiante.

—Si estas en el risco cuando se venga abajo, te perderas la mayor parte del Dia del Juicio. ?Vamos, baja de ahi!

El de la barba hizo un gesto de asentimiento y bajo para unirse al otro en la acera.

—Gracias, hermano.

La tierra temblo y gruno. El hombre barbudo. Vio que el transeunte del traje marron se arrodillaba y le imito. La tierra se agito y se desprendieron algunas piedras del risco. Habrian aplastado al hombre barbudo si este hubiese permanecido donde estaba.

—Porque El viene —grito el hombre barbudo—. Porque El viene para juzgar a la Tierra...

El otro se unio al salmo:

—...y con justicia para juzgar al mundo y a los pueblos con Su verdad.

Otros transeuntes se unieron a ellos. La tierra en movimiento se combo y ondulo.

—Gloria al Padre y al...

Una intensa y repentina sacudida los arrojo al suelo. Volvieron a ponerse de rodillas. Cuando se detuvo el temblor del suelo, algunos de los que se habian unido al grupo echaron a correr, en busca de coches para huir tierra adentro...

—Oh, Cielos, glorificad al Senor —grito el hombre barbudo. Los que se habian quedado se unieron al cantico. Las respuestas eran faciles de aprender, y el hombre de la barba sabia todos los versiculos.

En las aguas del oceano se veian practicantes de surf. Habian flotado mientras duraron las violentas sacudidas. Ahora eran invisibles bajo una densa cortina de lluvia salada. Muchos de los que se habian unido al grupo del hombre barbudo huyeron y desaparecieron bajo aquella lluvia, pero el siguio orando, y se unieron a el otras personas que salieron de las casas vecinas.

—Oh, mares y corrientes, alabad al Senor, elogiadle y glorificadle para siempre.

La lluvia era torrencial, pero delante del hombre de la barba y su rebano, una rara combinacion de vientos despejaba un espacio que permitia ver el risco y la playa desierta. Las aguas retrocedian, espumeantes, dejando sobre las arenas mojadas por la lluvia pequenos objetos flotantes.

—Oh, vosotras, ballenas, y todo cuanto se mueve en las aguas, alabad al Senor...

El cantico finalizo. El grupo se arrodillo bajo la intensa lluvia y los relampagos. El hombre de la barba creyo ver, a lo lejos, a traves de la lluvia y mas alla de las aguas que retrocedian, en el horizonte, que el oceano se alzaba en una especie de joroba, un muro vertical al otro lado del mundo.

—Salvanos, oh Dios —grito el hombre de la barba— pues llegan las aguas, incluso hasta mi alma. —Los demas no sabian el salmo, pero escuchaban en silencio. Un siniestro fragor llego desde el oceano—. Me he hundido en cieno profundo, donde el pie no toca fondo. He entrado en aguas muy hondas, y una caudalosa corriente me ha arrollado. —El hombre barbudo penso entonces que el resto del salmo no era nada apropiado, y empezo de nuevo—: El Senor es mi pastor. No padecere miseria.

El agua avanzaba velozmente. El grupo termino el salmo. Una de las mujeres se puso de pie.

—Reza ahora —le dijo el hombre barbudo.

El ruido del mar ahogo el resto de sus palabras, y una cortina de lluvia cayo sobre ellos, una lluvia calida que ocultaba el mar y las olas. Luego aparecio un inmenso muro de agua que superaba en altura al mas alto de los edificios, un destructivo monstruo acuatico, espumeante, gris y blanco en la base, alzandose como un telon verde. El hombre barbudo vio un objeto diminuto que se movia sobre la superficie del agua. Luego el muro le engullo a el y a su rebano.

Gil descansaba boca abajo sobre la tabla, entretenido en pensamientos ociosos, esperando con los demas que llegara la gran ola. El agua chapoteaba bajo su vientre. El sol le quemaba la espalda. Otros practicantes de surf se mecian en una hilera a ambos lados de el.

Janine le miro, sonriente, con una sonrisa llena de promesas y recuerdos. Su marido estaria tres dias mas fuera de la ciudad. Gil le devolvio la sonrisa sin decir nada. Esperaba una ola. Sabia que el oleaje no era muy

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