sintiendo las rodillas inseguras. Los tres estaban cargando de nuevo las armas.

—No hagan eso —les dijo Eric.

Los tres hombres se sobresaltaron y se volvieron hacia el policia. Fruncieron el ceno, mirandole fijamente con expresiones inciertas. Eric les devolvio la mirada. Ya habia visto la pegatina en el parachoques de la camioneta. Decia: «Apoya a tu policia local.»

El mas viejo de los tres hombres solto un bufido.

—?Se acabo! Lo que ha visto es el fin de la civilizacion. ?No lo entiende?

Eric comprendio de repente. No habria ambulancias que transportaran a los heridos hasta los hospitales. Sobrecogido, Eric dirigio la vista hacia la Alameda, al lugar donde se encontraba el hospital de San Jose. No vio mas que calles resquebrajadas y casas caidas. Eric no podia recordar si el hospital de San Jose era visible desde el lugar en que se encontraba.

El que parecia portavoz de los tres hombres seguia gritando.

—?Esos hijos de puta nos han impedido ir a las colinas! ?Para que sirven?

Miro su escopeta, con el cargador vaciado. Tenia dos cartuchos en la otra mano y parecia dispuesto a introducirlos en la recamara.

—No lo se —dijo Eric—. ?Va a ser usted el primer hombre que empiece a disparar contra la policia? —Miro la pegatina del parachoques. El otro siguio su mirada y luego se quedo cabizbajo—. ?Va a ser usted el primero? —repitio Eric.

—No.

—Bien. Ahora deme la escopeta.

—La necesito...

—Yo tambien —dijo Eric—. Sus amigos tienen mas armas.

—?Debo considerarme arrestado?

—?Adonde le llevaria? Necesito su escopeta. Eso es todo.

El hombre asintio.

—De acuerdo.

—Las municiones tambien —anadio Eric en tono apremiante.

—Como usted diga.

—Ahora, vayanse de aqui. —Eric tomo la escopeta y las balas, pero no la cargo. Los pocos Guardianes que sobrevivian contemplaban la escena horrorizados y en silencio—. Gracias —dijo Eric, y se marcho sin preocuparse mas de lo que hacian los tres hombres.

Era consciente de que habia sido testigo de unos asesinatos sin mover un dedo para impedirlo, pero su mente estaba concentrada en otra cosa. Con paso vivo, se alejo del atasco de trafico. Parecia como si su mente ya no estuviera conectada a su cuerpo y este supiera adonde se dirigia.

Hacia el sudoeste el cielo era extrano. Las nubes se formaban y desaparecian como en una pelicula acelerada. Aquello era familiar para Eric Larsen, tan familiar como la sensacion del aire en sus senos nasales. Cualquier habitante de Topeka tendria las mismas sensaciones: era el clima propio del tornado. Cuando el aire se nota asi y el cielo tiene ese aspecto, uno se dirige al sotano mas proximo, llevandose un receptor de radio y un cantaro de agua.

Eric penso que habria mas de un kilometro y medio hasta la carcel de Burbank. Observo el cielo y se dijo que podria hacerlo.

Anduvo rapidamente en direccion a la carcel. Eric Larsen era todavia un hombre civilizado.

Eileen contemplo la escena horrorizada. No habia escuchado la conversacion, pero lo sucedido era bastante explicito. La policia... ya no habia policia.

Dos de los Guardianes habian caido muertos, cinco mas se retorcian en agonia, mortalmente heridos, y el resto luchaban por librarse de las cadenas. Uno de los guardianes tenia un par de cortametales. Eileen los reconocio. Joe Corrigan se los habia dado al policia, no sabia si minutos o siglos antes.

Lo que ocurria en el exterior no podia abarcarse de una sola mirada. Habia cuerpos amontonados en el suelo. Algunas personas trataban de salir arrastrandose de tiendas en ruinas. Un hombre habia subido a la cabina de un camion destrozado. Sentado en el techo, con los pies oscilando sobre el parabrisas, bebia sin parar el contenido de una botella de whisky. De vez en cuando, alzaba la vista y se echaba a reir.

Todo el que llevara una tunica blanca peligraba. Los Guardianes encadenados vivian una pesadilla. Estaban rodeados por centenares de conductores fuera de si, lo mismo que los pasajeros que les acompanaban, muchos de los cuales habian tratado de huir de la ciudad no porque esperasen la caida del cometa, sino solo por si acaso... Y los Guardianes les habian detenido. La mayor parte de los transeuntes seguian tendidos boca arriba, o bien sin rumbo de un lado a otro, pero eran muchos los hombres y mujeres que se dirigian hacia los Guardianes encadenados, con sus tunicas blancas, y cada uno llevaba algo pesado: desmontadores de neumaticos, cadenas antideslizantes, gatos de coche, bates de beisbol...

Eileen permanecia de pie en el umbral. Miro hacia atras, al cuerpo de Corrigan. Dos lineas verticales se hicieron mas profundas entre sus ojos mientras observaba la retirada del patrullero Larsen. En la calle se estaban iniciando un tumulto, y el unico policia presente se alejaba a toda prisa, tras contemplar impasible la matanza. Eileen ya no comprendia al mundo.

El mundo. ?Que le habia sucedido al mundo? Eileen dio media vuelta y con paso rapido se dirigio a su despacho, pisando los fragmentos de vidrio que cubrian el suelo. Por suerte se habia puesto zapatos con tacon bajo. Los vidrios crujian bajo sus pies. Avanzo tan rapidamente como pudo, sin mirar los generos machacados, los estantes rotos y las paredes combadas.

Un trozo de tuberia se habia desprendido del techo y caido sobre su mesa de trabajo, rompiendo la cubierta de vidrio. Eileen nunca habia levantado un objeto tan pesado, y gimio con el esfuerzo, pero pudo apartar la tuberia. Saco su bolso de debajo y hurgo dentro en busca de su pequeno transistor. El aparato parecia indemne, pero no emitia mas que el ruido de las interferencias. Eileen creyo oir algunas palabras, alguien que gritaba: «?Ha caido el cometa!» Una y otra vez. Pero tal vez aquellas palabras no procedian de la radio, sino que estaban en su cabeza. No importaba. No habia una informacion util. O tal vez aquel mismo hecho lo fuera. Lo ocurrido no era un desastre local. La falla de San Andres habia cedido, si, pero habia muchas emisoras de radio al sur de California, y no todas se encontraban cerca de la falla. Una, o mas, de ellas deberian seguir emitiendo, y Eileen no creia que un terremoto pudiera causar tantas interferencias en las emisiones de radio.

Por la parte trasera de la oficina paso al almacen. Alli encontro otro cuerpo, el de uno de los empleados. Lo reconocio por las ropas, pues el rostro habia desaparecido bajo los cascotes. La puerta que daba al callejon estaba atascada. Tiro de ella y logro moverla un poco. Hizo palanca con su rodilla herida, apoyandola en la pared y tirando de la puerta con todas sus fuerzas. La puerta se abrio lo suficiente para permitirle pasar de lado. Eileen salio afuera y miro el cielo.

Avanzaban unas grandes nubes negras y empezaba a llover. Era una lluvia salada. En lo alto brillaban los relampagos.

La salida del callejon estaba bloqueada con cascotes. Era imposible salir de alli con un coche. Eileen se detuvo y saco un espejito de su bolso. Encontro un panuelo de papel y se enjugo la humedad negruzca de las lagrimas y la sangre. No es que importara un ardite su aspecto, pero asi se sentia mejor.

Llovio mas intensamente. Oscuridad, relampagos y una lluvia salada. ?Que significaba aquello? ?Se habria producido un gran choque en el oceano? Tim habia tratado de decirselo, pero ella no le habia escuchado; tenia tan poco que ver con la vida real... Penso en Tim mientras recorria apresuradamente el callejon, de regreso a la Alameda. Era el unico camino practicable, y cuando llego a la calle no pudo dar credito a sus ojos. Tim estaba alli, en medio de un tumulto.

La fuerza del terremoto derribo a Tim Hamner y le hizo rodar bajo su coche. Permanecio alli, aguardando la siguiente sacudida, hasta que noto el olor a gasolina. Entonces salio rapidamente, arrastrandose por el pavimento deformado, y se apoyo en el suelo con manos y rodillas.

Oyo gritos de terror y agonia, y nuevos ruidos: bloques de hormigon que chocaban con el suelo y aplastaban las carrocerias de los automoviles, y el interminable tintineo de los vidrios que se hacian anicos. Tim seguia sin poder creer lo que estaba sucediendo. Se incorporo, temblando.

En las calzadas y las aceras cuarteadas yacian cuerpos vestidos con tunicas blancas, uniformes azules y ropas de calle. Algunos se movian. Otros estaban completamente inmoviles. La muerte de algunos, retorcidos o aplastados, era evidente. Los coches estaban volcados, empotrados unos en otros, o habian sido aplastados por el

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