centenares de metros de altura.

—?Centenares de metros? —pregunto Eileen en tono nervioso.

—Estaremos a salvo. Las olas no pueden avanzar mucho a traves de la tierra. Se requiere mucha energia para ello, muchisima. Escucha. Esta subiendo por el viejo lecho del rio Los Angeles, no a traves de las colinas de Hollywood. Quienes se encuentren alli probablemente estaran seguros. Dios ayude a la gente del valle...

Permanecieron sentados, abrazados, mientras los relampagos restallaban a su alrededor, por encima de ellos, y oian los truenos y, sobreponiendose a ellos, el rugido del maremoto, a medida que una tras otra las luces anaranjadas en el valle de San Fernando iban apagandose.

Entre la Baja California y la costa occidental de Mexico hay un estrecho espacio de agua cuyas costas parecen las dos puas de un diapason. El mar de Cortes es tan calido como el agua de un bano y tan tranquilo como un lago, un verdadero terreno de juego para nadadores y navegantes deportivos.

Pero ahora los fragmentos del nucleo del Hamner-Brown atraviesan la atmosfera terrestre como diminutas estrellas de un blanco azulado. Uno cae hacia la boca del mar de Cortes hasta que choca con el agua entre las puas.

Se abre un crater blanco anaranjado y las aguas se alzan. El maremoto avanza hacia el sur, en forma de media luna creciente, pero, confinado entre las costas, la ola avanza hacia el norte, como la avanzada de la onda en el canon de una escopeta. Parte del agua se derrama al este, en Mexico; parte al oeste, cruzando la Baja California, hasta el Pacifico. La mayor parte del agua abandona el extremo septentrional del mar de Cortes, como una cadena montanosa en movimiento, de crestas blancas.

El Valle Imperial, la segunda de las mayores regiones agricolas de California, esta en la misma situacion que si estuviera colocado ante la boca del canon de una escopeta.

Por el deshecho aparcamiento del JPL los supervivientes se arrastraban unos al encuentro de otros. Eran una docena de hombres y cinco mujeres, todos aturdidos, arrastrandose juntos. Abajo habia mas gente, entre las ruinas de los edificios. Todos gritaban. Otros supervivientes se acercaron a ellos. Sharps se puso en pie, aturdido. Queria ir abajo y ayudar, pero las piernas no le respondian.

Las nubes cubrian totalmente el cielo. Pasaban raudas, formando extranos dibujos. La escasa luz del dia que atravesaba aquella negrura era mucho mas debil que el continuo relampagueo en todas direcciones.

Sharps oyo llantos de ninos. Luego una voz le llamo por su nombre.

—?Doctor Sharps! ?Auxilio!

Era Al Masterson, el portero del edificio de Sharps, que se habia reunido con otros dos supervivientes. Los tres estaban junto a una camioneta que habia chocado con un gran Lincoln verde. La camioneta estaba inclinada en un angulo de cuarenta y cinco grados, con dos ruedas sobre el asfalto y las otras dos en el aire. Los ninos que lloraban se encontraban dentro del vehiculo.

—Por favor, senor, dese prisa —urgio Masterson.

Aquello rompio el hechizo. Charlie Sharps echo a correr a traves del aparcamiento para ayudar. Junto con Masterson y los otros dos hombres, empujaron la camioneta con su pesada carga hasta ponerla de nuevo en posicion vertical. Masterson abrio la puerta. Los rostros de los dos ninos estaban banados en lagrimas. La mujer, June Masterson, no lloraba.

—Estan bien —les dijo—. De veras, estan bien.

La camioneta estaba cargada hasta el techo con alimentos, agua, latas de gasolina atadas a la puerta trasera, ropas, una escopeta y municiones. Parecia mentira que cupiera alli todo aquel material ademas de los ninos y sus mantas.

—Le oi decir que el Martillo podria golpearnos —decia Masterson a todo el que se paraba a oirle—, le oi decir...

Sharps se rio para sus adentros. Masterson, el portero, habia oido hablar a los ingenieros y, naturalmente, no habia entendido las posibilidades en contra de que ocurriera algo, asi que habia estado preparado, bien pertrechado para sobrevivir, con su familia esperando en el aparcamiento, por si acaso. Los demas, penso Sharps, sabian demasiado...

—?Que vamos a hacer, doctor Sharps? —pregunto Masterson.

—No lo se. —Sharps se volvio a Forrester. El rechoncho astrofisico no habia podido echar una mano para enderezar la camioneta. Parecia perdido en sus pensamientos, y Sharps desvio la vista de el—. Creo que haremos lo que podamos por los supervivientes... ?Pero tengo que ir a casa!

—Yo tambien —dijo uno, al que se adhirio un coro de voces.

—Pero debemos permanecer juntos —dijo Sharps—. No habra mucha gente en la que podamos confiar...

—Formemos una caravana —dijo Masterson—. Cogemos algunos coches y vamos todos en busca de nuestras familias. ?Donde vivis?

Resulto que habia demasiada variedad de direcciones. Sharps vivia cerca de alli, en La Canada, al igual que otros dos. Los hogares de los demas estaban esparcidos, y algunos vivian muy lejos, incluso en Burbank y Canoga Park, en el valle de San Fernando. Los que vivian en el valle parecian despavoridos.

—Yo no me iria —dijo Forrester—. Esperad. Un par de horas...

Los demas asintieron. Todos estaban enterados.

—Seiscientos kilometros por hora —dijo Hal Crayne, que hasta hacia pocos minutos habia sido geologo.

—Mas —replico Forrester—. El maremoto se producira unos cincuenta minutos tras la caida del cometa. —Consulto su reloj—. Menos de media hora.

—?Pero no podemos quedarnos aqui! —grito Crayne. Todos los demas gritaron con el. No podian oir sus propias voces.

Entonces empezo a llover, pero no era lluvia lo que caia sino barro. A Sharps le sorprendio ver bolitas de barro que salpicaban el asfalto. Bolitas de barro, duras y secas en el exterior, con centros blandos, y que producian un fuerte sonido al chocar con las carrocerias de los automoviles. Una granizada de barro. Los supervivientes se apresuraron a buscar refugio, en el interior de los coches, bajo ellos o entre la chatarra.

—?Barro? —pregunto Sharps.

—Si. Debi haber pensado en ello —dijo Forrester—. Barro salado procedente del fondo del mar, arrojado al espacio y...

La extrana granizada ceso y todos salieron de sus refugios. Ahora Sharps se sentia mejor.

—Todos los que vivis demasiado lejos para ir a vuestras casas, id abajo y ayudad a los supervivientes en la zona de edificios. El resto iremos a por nuestras familias, en caravana, y volveremos aqui si podemos. Dan, ?cual es nuestro mejor destino final?

Forrester parecia preocupado.

—Hacia el Norte, fuera del terreno bajo. La lluvia... podria durar meses. Todos los viejos valles fluviales pueden llenarse de agua. No hay ningun lugar seguro en la depresion de Los Angeles. Y habra sacudidas secundarias a causa del terremoto...

—?Donde entonces? —pregunto Sharps.

—En ultima instancia, al desierto Mojave —dijo Forrester, sin apresurarse—. Pero no al principio, porque ahora no hay nada alli. En ultima instancia...

—?Si, pero ahora, Dan, ahora!

—Las laderas de la sierra, encima del valle San Joaquin.

—?La zona de Porterville? —pregunto Sharps.

—No se donde cae eso...

Masterson busco en la guantera de su camioneta. Ahora llovia intensamente y mantuvo el mapa desplegado dentro del vehiculo. Los demas permanecieron en el exterior, mirando a June Masterson y sus hijos. Los ninos estaban quietos. Observaban a los adultos con expresion atemorizada.

—Exactamente aqui —dijo Masterson.

Forrester estudio el mapa. Nunca habia estado alli, pero era facil memorizar la localizacion.

—Si, yo diria que es un buen sitio.

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