Tercera parte

LOS VIVOS Y LOS MUERTOS

Dia de ira, y condenacion inminente, La palabra de David combinada con la de la Sibila: El cielo y la tierra terminan en cenizas. ?Que implorare en mi fragilidad? ?Quien intercedera por mi, Cuando los justos necesitan misericordia? Dies Irae

HOMBRE RICO, HOMBRE POBRE

Los cosas se valoran por sus consecuencias.

Maxima legal

Tim y Eileen llegaron a la cima resbaladiza. Se detuvieron para mirar atonitos a Tujunga. ?La ciudad aun existia! Habia electricidad: en las casas todavia en pie brillaban luces amarillas. En los almacenes, con los cristales de sus escaparates intactos, brillaban las luces blanco azuladas de los fluorescentes.

Por el bulevar Foothill avanzaban los coches. Los recien llegados siguieron adelante, con los faros encendidos en la lobrega tarde. Pasaron por calles azotadas por el viento, banadas por la lluvia, y cruzaron trechos en los que el agua mezclada con barro formaba arroyuelos de dos palmos de profundidad que atravesaban la calzada. Los vehiculos no eran numerosos, pero los pocos que se veian en las calles corrian. Vieron coches de la policia en el aparcamiento junto a un supermercado.

Tambien vieron hombres armados y uniformados. Al aproximarse, Tim y Eileen observaron que los uniformes eran de todos los estilos y epocas, y muchos de ellos ya no iban bien a sus portadores. Parecia como si todo el que tenia un uniforme en casa se lo hubiera puesto. Las armas eran de todas clases: pistolas, escopetas, rifles del calibre 22, Mausers de caza, algunos rifles militares en manos de hombres vestidos con el uniforme de trabajo de la Guardia Nacional.

—?Comida! —grito Tim. Cogio a Eileen de la mano y echaron a correr bajo la lluvia hacia la hilera de tiendas—. Te lo dije. ?Es la civilizacion!

Dos hombres con anticuados uniformes del Ejercito bloqueaban la puerta del supermercado. No se hicieron a un lado cuando Tim y Eileen trataron de entrar. Uno de los hombres ostentaba galones de sargento.

—?Que quieren? —les pregunto.

—Tenemos que comprar algo para comer —respondio Tim.

—Lo siento —dijo el sargento—. Todo esta confiscado.

—Pero tenemos hambre —dijo Eileen en tono suplicante, que le sorprendio a ella misma—. No hemos comido nada en todo el dia.

Entonces hablo el otro hombre uniformado. No lo hizo como un soldado. Mas bien parecia un agente de seguros.

—Se van a entregar cartillas de racionamiento en el antiguo edificio del Ayuntamiento. Tendran que ir alli para apuntarse. Tambien tengo entendido que va a organizarse una cola para recibir sopa.

—?Pero quien esta dentro de la tienda? —Eileen senalo con un dedo acusador los pasillos iluminados por la luz electrica, donde unas personas amontonaban generos en carritos de compras. Algunas iban uniformadas y otras no.

—Son nuestros funcionarios. El grupo de suministros —dijo el sargento, que habia sido empleado de la ferreteria hasta aquella manana—. En el Ayuntamiento les diran lo que tienen que hacer. —Miro sus ropas cubiertas de fango y parecio reparar en algo de repente—. ?Vienen del otro lado de las colinas?

—Si —dijo Tim.

—Dios mio —murmuro el sargento.

—?Han salido muchos mas? —pregunto el otro hombre.

—No lo se. —Tim cogio a Eileen de la mano y la retuvo con fuerza, como si ella pudiera desvanecerse, convertida en humo, de la misma manera que se habia desvanecido su sueno de la civilizacion normal—. Apenas nos tenemos en pie —dijo—. ?Donde podemos...? ?Que podemos hacer?

—No se que decirles —dijo el sargento—. Mire, si quieren mi consejo, lo mejor que pueden hacer es marcharse de aqui. De momento, no echamos a los extranos, pero es razonable pensar que pronto nos veremos obligados a hacerlo, al menos hasta que podamos cruzar de nuevo las colinas y ver lo que ha ocurrido en el valle.

—?Han visto lo que ha ocurrido? —pregunto el otro hombre.

—No. Supongo que el agua ha alcanzado bastante altura. Pero no hemos podido verlo. Solo lo hemos oido.

—Lo oire el resto de mi vida —dijo Eileen—. Debe haber mucha gente con vida... Tal vez en Burbank, y en las colinas de Hollywood.

—Seguramente —gruno el soldado.

—Demasiados para que podamos hacernos cargo. —El sargento asomo la cabeza, como si tratara de ver a traves de la lluvia las colinas Verdugo, mas alla del aparcamiento—. Si, demasiados... Sera mejor que se apunten en el Ayuntamiento mientras todavia aceptan extranos. Si viene mucha gente, lo mas probable es que se les impida quedarse en la ciudad. Es por alli. —Alzo el brazo para senalar el camino.

—Gracias. —Tim dio media vuelta, seguido de Eileen. Empezaron a andar por el aparcamiento.

—Eh, un momento. —El sargento se acerco a ellos, sosteniendo el rifle descuidadamente. Mientras Tim miraba el arma, el sargento se llevo la mano al bolsillo—. Creo que puedo prescindir de esto, y parece que ustedes lo necesitan.

Le entrego un pequeno paquete envuelto en celofan, y se alejo antes de que Tim pudiera darle las gracias, como si no quisiera su agradecimiento.

—?Que nos ha dado? —pregunto Eileen.

—Queso y galletas saladas. Un bocado para cada uno. —Abrio el paquete y utilizo la pequena varilla de plastico para sacar el queso del envase. Unto las galletas con la mitad del contenido—. Toma, aqui tienes tu parte.

Prosiguieron su camino mordisqueando las galletas.

—Nunca crei que estas tonterias pudieran saber tan bien —dijo Eileen—. Y solo han pasado algunas horas...

Tim, creo que no deberiamos quedarnos aqui. Lo mejor que podemos hacer es tratar de llegar a tu observatorio.

Recordo lo que habia visto hacer al patrullero Larsen. Y ella le conocia. En cambio no conocia a aquellos hombres con sus uniformes que les iban demasiado pequenos.

—Pero no creo que podamos llegar muy lejos andando —anadio.

—No tendremos que andar. —Tim senalo hacia un edificio iluminado—. Compraremos un coche.

En el establecimiento se exhibian camionetas usadas y vehiculos todo terreno. Entraron y no vieron a nadie. Tim se acerco a uno de los coches.

—Perfecto, justo lo que queriamos.

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