cemento, muy por encima de ellos. Era una presa. Tim se estremecio. Salio del coche y se interno en el torrente, avanzando contracorriente. El agua solo le llegaba a las rodillas y empezo a cruzarlo. Luego hizo senas a Eileen para que le siguiera.

EL PROPIETARIO

La propiedad no es solo un derecho, sino un deber. La propiedad obliga. Usa tu propiedad como si el pueblo te la hubiera confiado.

Oswald Spengler, Pensamientos

A mediodia Tim y Eileen llegaron a lo alto de la garganta. Cuando se encontraban a un tercio de la altura vieron que otro coche habia llegado al otro lado y empezaba a descender. Era un turismo corriente, sin traccion en las cuatro ruedas, y Tim no comprendio como habian podido llegar hasta alli. En aquel coche viajaban dos hombres, una mujer y varios ninos. Todavia estaba pegado al lado de la garganta cuando Tim y Eileen llegaron a la cima por el otro lado. Se alejaron, dejando a los otros colgados en el lado del precipicio, preguntandose si deberian haberles hablado, pero sin saber que podrian haber hecho en su ayuda.

Tim se sentia mas desamparado que nunca. Estaba preparado para el fin de la civilizacion: estar casi solo, encontrar pocos seres humanos y alejados entre si. Pero no estaba preparado para verla extinguirse asi, y se pregunto que podria hacer. Era inutil, no podia pensar nada.

Por fortuna el siguiente puente estaba intacto, y el proximo tambien. Ya se encontraban a pocos kilometros del observatorio.

Tomaron una curva y se encontraron con cuatro coches en la carretera. Habia mucha gente en aquel lugar. Eran las primeras personas que Tim y Eileen veian desde que salieron de la garganta.

La carretera se internaba en un tunel, y este se habia venido abajo. Los coches estaban detenidos mientras hombres con palas trabajaban para abrir un camino por encima del espolon rocoso creado por el tunel. Ya habian formado parte de un camino, y se turnaban, ya que habia mas hombres que palas.

Seis mujeres y varios ninos estaban reunidos alrededor de los coches. Eileen miro vacilante al grupo y luego se acerco a ellos.

Los ninos la miraron sorprendidos. Una de las mujeres se acerco al coche. Parecia una anciana, aunque no tendria mas de cuarenta anos. Miro el vehiculo y observo el agujero en forma de estrella que habia dejado la bala en la luneta trasera. No dijo nada.

—Hola —dijo Tim.

—Hola.

—?Hace mucho que estan aqui?

—Llegamos al amanecer —dijo la mujer.

—?Vienen de la ciudad? —le pregunto Eileen.

—No. Estabamos acampados aqui. Intentamos regresar a Glendale, pero la carretera estaba cortada. ?Como han llegado aqui? ?Podemos regresar por el mismo camino que ustedes han seguido?

Una vez perdida su reticencia, la mujer hablaba rapidamente.

—Hemos llegado subiendo por el gran canon de Tujunga —explico Tim.

La mujer parecio sorprendida y se volvio hacia el monticulo donde los hombres trabajaban.

—Eh, Freddie. Han venido por el gran Tujunga.

—Esta bloqueado —grito el hombre. Entrego la pala a otro hombre y bajo el monticulo, dirigiendose a ellos. Tim observo que llevaba una pistola al cinto.

Sus coches no eran muy nuevos. Una destartalada camioneta, cargada con objetos de acampada, una ranchera con la suspension visiblemente estropeada y un viejo Dodge.

—Nosotros tratamos de llegar al gran Tujunga —dijo el hombre al aproximarse. Llevaba tipicas prendas de camping, una camisa de lana y pantalones de tela cruzada. De uno de los lados de su cinturon colgaba una taza metalica. Del otro lado colgaba la pistola en su funda, pero no parecia consciente de que la llevaba—. Me llamo Fred Haskins. ?Dicen que han llegado cruzando la garganta, por el viejo camino en zigzag?

—Si —dijo Eileen.

—?Como estan en Los Angeles? —pregunto Haskins.

—Mal —dijo Tim.

—Si. Ha habido un buen terremoto, ?eh? —Haskins miro detenidamente a Tim. Tambien miro el agujero de la bala—. Oiga, ?como le han hecho eso?

—Alguien trato de detenernos.

—?Donde?

—Cuando empezabamos a subir las montanas —dijo Tim.

—La granja de los presos —musito Haskins—. Habran matado a los vigilantes y todos los presos estaran sueltos.

—?Que ha querido decir con eso de que Los Angeles esta mal? —pregunto la mujer—. ?No puede ser mas explicito?

De repente, Tim no pudo soportarlo mas.

—Todo ha desaparecido. El valle de San Fernando, todo lo que habia al sur de las colinas de Hollywood... Todo inundado por las aguas. Y lo que no ha sido inundado, se ha quemado. Tujunga parecia en bastante buen estado, pero el resto de la depresion de Los Angeles ha dejado de existir.

Fred Haskins le miro fijamente, como si no comprendiera.

—?Ha dejado de existir? ?Ha muerto tanta gente? ?Tantos?

—Mas o menos —dijo Tim.

—Probablemente aun queda mucha gente viva en las colinas —dijo Eileen—. Pero, si las carreteras estan cortadas, no podran llegar hasta aqui.

—Dios mio —dijo Haskins—. Ese cometa choco, ?verdad? Sabia que iba a chocar, Martha, te dije que estariamos mejor aqui arriba. ?Cuanto tiempo...? Supongo que enviaran al Ejercito en nuestra busca, pero tambien podemos abrirnos camino por nuestra cuenta. La carretera al otro lado parece en buenas condiciones. Al menos, hasta donde podemos ver. Martha, ?todavia no has oido nada por la radio?

—Nada. Solo interferencias. A veces creo oir algunas palabras, pero no tienen sentido.

—Ya.

—?Tienen ustedes algo que comer? —pregunto Martha Haskins.

—No.

—Parecen muertos de hambre. Les dare algo, senor...

—Tim.

—Tim, y usted se llama..

—Eileen. Gracias.

—De nada. Tim, acompane a Fred y cave con el hasta que prepare el almuerzo.

Mientras subian por el empinado camino, Fred hablo a Tim.

—Me alegro de que hayan llegado. No estaba seguro de que pudieramos poner todos los coches en marcha. Con el cacharro tan potente que usted lleva podra darles un empujoncito. Luego iremos en busca del Ejercito.

La carretera empezo a moverse, el firme se ondulo, y el camion en cabeza avanzo dando tumbos.

El cabo Gillings, que dormitaba en su asiento, se desperto bruscamente. Lanzo un juramento y miro a traves del toldo. El convoy se habia detenido. La tierra se ondulaba como las aguas de un mar.

—El cometa... —murmuro.

Los soldados comentaban lo que ocurria.

—?Que es eso? —pregunto Johnson.

—El fin de este maldito mundo, estupido. ?Es que no lees nada?

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