—Vaya, me alegro, me alegro —dijo el senor Mackenzie entornando los ojos con una leve expresion forzada y asintiendo lentamente con la cabeza. Yo tambien movi la cabeza de arriba abajo y mire mi reloj.
—Bueno, tengo que irme —le dije, y comence a retroceder mientras metia mi nuevo tirachinas en la mochila que llevaba a la espalda y guardaba los perdigones envueltos en papel de estraza en los bolsillos de mi cazadora de combate.
—Oh, bueno. Si te tienes que ir, te tienes que ir —dijo Mackenzie mirando al mostrador y asintiendo, como si estuviera inspeccionando las moscas, las bobinas y los reclamos para patos que tenia expuestos. Tomo un pano que habia junto a la caja registradora y comenzo a pasarlo lentamente por la superficie, levantando la vista una sola vez antes de que yo saliera para decirme—: Bueno, adios.
—Si, adios.
En el Cafe Firthview sito en un enclave en donde debio de tener lugar un terrible y localizado hundimiento de tierras desde que le pusieron ese nombre que anuncia vistas al estuario, pues para poder ver el agua deberia tener al menos un piso mas de altura— me tome una taza de cafe y jugue una partida de Invasores del Espacio. Tenian una maquina nueva, pero despues de jugar mas o menos una libra ya lo dominaba y gane una nave espacial extra. Enseguida me aburri y me sente con mi cafe.
Revise los carteles que colgaban de las paredes del cafe para ver si habia alguna actividad interesante programada en los alrededores, pero aparte del Cine Club no habia mucho mas. Entre las peliculas anunciadas estaba El tambor de hojalata, pero ese era un libro que me regalo mi padre hacia tiempo, uno de los pocos regalos de verdad que me habia hecho jamas, y por eso evite por todos los medios leerlo, al igual que hice con Myra Breckimidge, otro de sus ocasionales regalos. Por regla general mi padre me da el dinero que le pido y me deja que me compre lo que quiera. No creo que le interese mucho lo que yo haga: pero por otra parte tampoco me niega nada. Por lo que a mi respecta, tenemos una especie de acuerdo tacito por el cual yo me callo la boca en lo que se refiere a mi inexistencia oficial a cambio de poder hacer mas o menos lo que me venga en gana en la isla y de poder comprarme mas o menos lo que quiera en el pueblo. El unico motivo de discusion que tuvimos recientemente fue debido a la moto que el prometio comprarme cuando fuera un poco mayor. Yo le sugeri que no seria mala idea comprarmela a mitad del verano, porque asi podria practicar antes de que llegara el mal tiempo, pero el pensaba que en esa epoca habria demasiados turistas por el pueblo y por las carreteras. Me da la impresion de que es una excusa para seguir aplazandolo; debe de tener miedo de que gane demasiada independencia, o a lo mejor teme simplemente que me mate como muchos otros jovenes que se compran una moto. No se; la verdad es que nunca he sabido si se compadece de mi. Ahora que pienso en ello, yo tampoco se nunca hasta que punto el me da pena.
Cuando me fui a la ciudad esperaba encontrarme con alguien conocido, pero la unica gente que vi fue al viejo Mackenzie en la armeria y ferreteria y a la senora Stuart en el cafe, gorda y aburrida tras su mostrador de formica, leyendo una novelita romantica de la coleccion Mills & Boon. No es que yo conozca a mucha gente de todas formas; Jamie es mi unico amigo de verdad, aunque por el he conocido a otra gente de mi edad a los que considero conocidos. El no haber ido a la escuela y el haber simulado que no pase toda mi vida en la isla me ha supuesto no crecer con amigos de mi edad (excepto Eric, por supuesto, pero incluso el desaparecia largas temporadas), y en la epoca en que decidi aventurarme fuera de los limites de la isla y conocer a mas gente, Eric se volvio loco y las cosas se pusieron un poco dificiles en el pueblo.
Las madres les decian a sus hijos que, o se portaban bien o vendria Eric Cauldhame a llevarselos y les haria cosas horribles con gusanos y larvas. Supongo que era inevitable que la historia acabara deformandose gradualmente y que llegaran a decirles a los ninos que Eric les prenderia fuego a ellos mismos, no solo a sus perros; y como tambien supongo que era inevitable, muchos ninos empezaron a pensar que yo era Eric, o que hacia lo mismo que el. O tal vez sus padres adivinaron algo sobre Blyth, Paul y Esmerelda. En cualquier caso, lo que empezo a pasar fue que los ninos salian corriendo al verme, o me gritaban palabrotas desde lejos, asi que trate de pasar desapercibido y restringi mis visitas al pueblo al minimo indispensable. Hasta hoy dia sigo recibiendo esas extranas miradas de ninos, jovenes y adultos, y se de algunas madres que les dicen a sus hijos que se porten bien o «vendra Frank y te llevara», pero no me importa. Puedo soportarlo.
Me subi a la bicicleta y volvi a casa haciendo un poco el loco, atravesando charcos por el camino y cogiendo el Salto —un trecho en el que hay una gran bajada empinada en una duna y despues una breve subida en donde no es dificil despegar del suelo— a unos cuarenta kilometros por hora, aterrizando con un enlodado ruido seco y a punto de estrellarme contra las retamas pero deseando volver a abrir la boca con aquella misma sensacion. Al final llegue sin contratiempos. Le dije a mi padre que estaba bien y que volveria para la cena en una hora aproximadamente, y me fui directamente a mi cobertizo a limpiar mi bicicleta, Gravel. Cuando termine, me puse a fabricar unas cuantas bombas nuevas para reponer las que habia utilizado el dia anterior, y algunas mas de repuesto. Encendi la vieja estufa electrica dentro del cobertizo, no tanto para calentarme yo mismo sino para prevenir que la mezcla, de alto nivel higroscopico, absorbiera humedad adicional del aire.
Lo que a mi me gustaria seria no tener que molestarme en venir del pueblo cargado con bolsas de azucar de kilo y latas de herbicida para meterlo todo en tubos metalicos de conduccion electrica que Jamie el enano me consigue del constructor para el que trabaja en Porteneil. Con un sotano lleno de cordita suficiente como para volar por los aires la mitad de la isla parece una perdida de tiempo, pero mi padre no me deja acercarme alli abajo.
Fue su padre, Colin Cauldhame, quien consiguio la cordita en los desguaces de barcos que solia haber en la costa. Uno de nuestros parientes trabajaba alli y encontro un viejo barco de guerra con un polvorin aun cargado con el explosivo. Colin compro la cordita y la utilizo para encender la chimenea y la cocina. La cordita sirve para encender fuegos cuando no esta comprimida. Colin compro suficiente cantidad como para que nunca faltara en la casa en los siguientes doscientos anos aunque su hijo hubiera seguido utilizandola, asi que quiza penso en revenderla. Se que mi padre la empleo durante un tiempo para encender la cocina, pero hace mucho que no la usa. Dios sabe cuanto quedara todavia alli abajo; he visto grandes montones de sacas y tardos que todavia llevan el sello de la Armada Real, y he sonado en mil maneras de llegar hasta ella, pero como no haga un tunel desde el cobertizo y saque la cordita por el fondo de manera que los fardos aparezcan intactos al entrar en el sotano, no veo ninguna otra forma de hacerlo. Mi padre inspecciona el sotano cada tres o cuatro semanas, baja nervioso escaleras abajo con una linterna, se pone a contar los fardos y a oler el aire, y revisa el termometro y el higrometro.
En el sotano se esta bien y hace fresco, pero no hay humedad, a pesar de que debe de estar justo al nivel del mar, y mi padre parece saber lo que se trae entre manos, igual que parece seguro de que el explosivo no se ha vuelto inestable, pero yo creo que en realidad el asunto lo pone nervioso y que esta asi desde que ocurrio lo del Circulo de la Bomba. (Vuelvo a declararme culpable; tambien fue culpa mia. Mi segundo asesinato, por el cual me da la impresion de que algunos miembros de la familia empezaron a sospechar.) Si esta tan asustado no entiendo por que no se le ocurre deshacerse de ella. Pero la impresion que tengo es que el tiene su propias supersticiones sobre la cordita. Algo relacionado con un eslabon del pasado, o con un demonio maligno que nos acecha, un simbolo de todas las desgracias de la familia; esperando, quiza, sorprendernos a todos un dia.
La cuestion es que no hay modo de entrar alli y por eso tengo que cargar con metros de tuberia metalica desde el pueblo con sudores y fatiga, doblarla y cortarla y taladrarla y remacharle los bordes y volver a doblarla, luchando a brazo partido hasta que la mesa de trabajo y el cobertizo empiezan a crujir con mi esfuerzo. Supongo que se puede considerar un trabajo artesanal, y no cabe duda de que requiere cierta habilidad, pero a veces me aburre, y lo unico que me consuela tras tanto doblarme y levantarme es pensar en el fin que tengo destinado para esos pequenos torpedos negros.
Deje todo en orden, limpie el cobertizo tras mis actividades de fabricacion de bombas y me fui a cenar.
—Estan buscandolo —me dijo mi padre de repente, entre bocados de coles y pedazos de soja. Sus negros ojos destellaron frente a mi como dos negros tizones y, a continuacion, volvio a bajar la mirada. Yo le di un trago a mi ultima cerveza recien salida. La nueva remesa de cerveza casera sabia mejor que la ultima, y mas fuerte.
—?Eric?
—Si, Eric. Lo estan buscando en los paramos.
—?En los paramos?
—Creen que puede estar en los paramos.