desechable. El olor a plastico ardiendo se me metio en la nariz y el brillante resplandor de la mezcla inflamable bailaba en mis ojos mientras corria al siguiente agujero mirando el reloj. Habia colocado seis pequenas bombas y las habia encendido todas en cuarenta segundos.

Yo estaba sentado en lo alto del terraplen, por encima de las madrigueras, y la mecha del lanzallamas ardia lentamente a la luz del sol cuando, al pasar un minuto, estallo el primer tunel. Lo senti a traves del trasero de mis pantalones y esboce un mohin de disgusto. Las demas estallaron a continuacion y, antes de que explotaran las cargas principales se podia apreciar la fumarada de la carga detonadora alrededor de la boca de cada bomba prorrumpiendo del humeante suelo. Tocones de tierra salian volando en mil pedazos por los Territorios del Conejo, y los ruidos secos se multiplicaban en el aire. Aquello me devolvio la sonrisa. En realidad el ruido no era para tanto. Seguro que desde la casa no se oiria nada. Gran parte de la potencia de las bombas se consumia en la voladura del terreno y en devolver el aire de las madrigueras.

Los primeros conejos aturdidos comenzaron a salir; dos de ellos sangraban por el hocico y, aunque no parecian estar heridos, iban tambaleandose, casi cayendose. Aprete la botella de plastico y les rocie con un chorro de gasolina que hice pasar por la llama del mechero, mantenida a cierta distancia mediante una varilla de aluminio para sostener tiendas de campana. La gasolina se inflamo en una llamarada al pasar por encima del mechero encendido, bramo en el aire y cayo entre destellos por encima y alrededor de los conejos. El fuego prendio en los conejos, que salieron corriendo envueltos en llamas, tropezandose y cayendo. Mire alrededor por si habia otros, mientras los dos primeros desprendian llamaradas cerca del centro de los Territorios, y caian finalmente sobre la hierba, con los miembros rigidos pero retorciendose, chisporroteando con el viento. Una pequena llama centelleo alrededor de la boquilla de mi lanzallamas; la expulse apretando la botella. Aparecio otro pequeno conejo. Lo alcance con el chorro de llamas y se fue zigzagueando hasta que lo perdi de vista en direccion al arroyo que hay al lado de la colina en donde me ataco el macho salvaje. Rebusque en la Mochila de Guerra y saque la pistola de aire comprimido, la amartille y dispare en un solo movimiento. Falle el disparo y el conejo siguio dejando un rastro de humo alrededor de la colina.

Me cargue a otros tres conejos con el lanzallamas antes de guardarlo en la bolsa. Lo ultimo que hice fue dirigir la llamarada de gasolina al macho, que seguia sentado, relleno, muerto, y rezumando sangre a la entrada de los Territorios. Las llamas cayeron a su alrededor de manera que el enorme conejo desaparecio entre jirones de humo negro y llamaradas naranjas. Tras unos segundos se prendio la mecha y aquella bola de fuego hizo explosion lanzando algo negro y humeante por el aire del atardecer y esparciendo toda clase de restos por los Territorios. La explosion, mucho mayor que las de las madrigueras, y sin nada que amortiguara el sonido, se expandio por las dunas como un latigazo, me dejo un pitido en los oidos y hasta me levanto del suelo.

Lo que quedo del macho aterrizo lejos, detras de mi. Segui el olor a chamusquina hasta encontrarlo. No quedaba practicamente mas que la cabeza, una pegajosa tira de la columna y las costillas y como la mitad de la piel. Rechine los dientes y recogi los restos humeantes, me los lleve hasta los Territorios, y los lance alli desde lo alto del terraplen.

Me quede quieto bajo los ultimos rayos de sol, calidos y amarillentos a mi alrededor, con un hedor a carne y hierba quemada en el aire, con el humo elevandose desde madrigueras y cadaveres, gris y negro, con el dulce olor de la gasolina desparramada sin quemar que provenia de donde habia dejado el lanzallamas, y respire hondo.

Con la gasolina que quedaba rocie el tirachinas y la botella usada del lanzallamas que estaban sobre la arena y les prendi fuego. Me sente con las piernas cruzadas junto a las llamas, mirandolas fijamente con el viento a mi favor hasta que aquello se extinguio y tan solo quedo la estructura metalica del Destructor Negro. Despues recogi aquel esqueleto requemado y lo enterre en donde habia sido vencido, al pie de la colina. Ahora tendria un nombre. La colina del Destructor Negro.

Habia fuego por todas partes; la hierba era demasiado verde y humeda para prenderse. No es que me importara que todo hubiera salido ardiendo. Pense en prenderle fuego a las retamas, pero cuando les salen las flores se ponen preciosas y ademas huelen mejor frescas que quemadas, asi que no lo hice. Ya habia causado suficiente caos en un solo dia. El tirachinas habia sido vengado, el macho —o lo que fuera, quiza su espiritu— habia sido deshonrado y degradado, le habia dado una buena leccion, y me sentia orgulloso de ello. Si la escopeta hubiera escapado sin que le entrara arena en el punto de mira ni en ningun otro sitio dificil de limpiar, casi habria valido la pena. El presupuesto de Defensa podria permitir la compra de otro tirachinas manana mismo; la compra de mi ballesta se podria posponer otra semana mas o menos.

Imbuido en aquella maravillosa sensacion de hartazgo, fui metiendo mis cosas en la Mochila de Guerra y me fui a casa fatigado, pensado en todo lo que me habia pasado por la cabeza, tratando de averiguar las causas y motivos, ver las lecciones que tenia que aprender, los signos que debia descifrar en todo aquello.

De camino a casa me encontre con el conejo que creia que habia escapado tirado junto a la burbujeante agua dulce del arroyo; renegrido y contorsionado, agazapado e inmovil en una extrana torsion, con sus secos ojos muertos mirandome fijamente al pasar, acusadores.

De una patada lo tire al agua.

Mi otro tio muerto se llamaba Harmsworth Stove, un medio tio por parte de la madre de Eric. Era un hombre de negocios de Belfast, y el y su mujer se hicieron cargo de Eric durante casi cinco anos, cuando mi hermano era un bebe. Harmsworth acabo suicidandose con una taladradora electrica y una broca de un cuarto de pulgada. Se la inserto por un lado del craneo y, al ver que seguia vivo a pesar de sentir cierto dolor, cogio el coche y se fue a un hospital cercano, en donde acabo muriendo poco despues. Puede que yo haya tenido algo que ver con esa muerte, pues ocurrio menos de un ano despues de perder a su unica hija, Esmerelda. Aunque no lo sabian —como no lo sabia nadie—, ella fue una de mis victimas.

Aquella noche me quede en la cama esperando que volviera mi padre y que sonara el telefono mientras pensaba sobre lo ocurrido. Quiza el gran macho era un conejo de fuera de los Territorios, una bestia salvaje que llego a las conejeras desde otro lugar para aterrorizar a los habitantes de aquel paraje y convertirse en el unico jefe, sin saber que moriria en un encuentro con un ser superior al cual no podia llegar a imaginar.

En cualquier caso, era una Senal. De eso estaba seguro. Todo aquel episodio prenado de senales debia de significar algo. Mi respuesta instintiva consistiria en relacionarlo con el fuego que habia presagiado la Fabrica, pero en el fondo yo estaba seguro de que eso no era todo, de que todavia no habia pasado lo peor. La senal no se limitaba unicamente a la inesperada ferocidad del macho que habia matado; tambien estaba en mi furibunda y casi impensable reaccion y en el destino de los pobres conejos inocentes que mi ira se llevo por delante.

Pero si tenia algun significado en el presente, tambien lo tenia en el pasado. La primera vez que asesine fue para ver como unos conejos acababan muriendo achicharrados, y aquella muerte flameante causada por la boquilla de mi lanzallamas era virtualmente identica a la que habia provocado para vengarme de las conejeras. Eran demasiadas coincidencias, demasiado parecidas y perfectas. Los acontecimientos se estaban desarrollando peor y mas rapidamente de lo que esperaba. Los Territorios del Conejo —ese coto de caza supuestamente idilico— habian demostrado lo que podia pasar.

Y pasando de lo particular a lo universal hay que reconocer que las repeticiones siempre acaban convirtiendose en una verdad, y que la Fabrica me habia ensenado a prestarles atencion y a respetarlas.

Aquella primera vez que mate lo hice por lo que mi primo Blyth Cauldhame le hizo a nuestros conejos, a los de Eric y a los mios. Eric fue quien invento el lanzallamas y fue mi primo, que habia venido con sus padres a pasar el fin de semana con nosotros acompanado de sus padres, quien entro en nuestro cobertizo de las bicicletas (ahora mi cobertizo) y decidio que seria divertido montar en la bici de Eric por el barro blando que hay al final de la isla. Y asi lo hizo mientras Eric y yo estabamos volando cometas. Despues volvio y lleno el lanzallamas con gasolina. Se sento en el patio trasero, a resguardo de las ventanas del salon (en donde estaban sus padres y mi padre), junto a la ropa tendida que se agitaba con la brisa, encendio el lanzallamas y rocio nuestras dos jaulas de conejos con llamas, incinerando nuestros animalitos.

Eric se enfado mas que nadie. Se puso a llorar como una nina. Yo queria matar a Blyth alli mismo; en lo que a mi respecta no le serviria de nada el cobijo que logro de su padre, James, hermano de mi padre, especialmente por lo que le habia hecho a Eric, mi hermano. Eric estaba inconsolable, desesperado de dolor por haber sido el quien habia fabricado el instrumento que utilizo Blyth para destruir nuestras queridas mascotas. Siempre fue un poco sentimental, siempre fue el mas sensible de los dos, el mas brillante; hasta su desagradable experiencia todo el mundo estaba seguro de que llegaria lejos. Bueno, pues ese fue el origen de los Territorios de la Calavera, el area de la enorme duna parcialmente desenterrada que hay detras de la casa y en donde acabaron

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