—Hasta luego.
—Bien. —Se dio la vuelta, volvio a girarse, echo un ultimo vistazo a la habitacion, sacudio la cabeza rapidamente y se fue hacia la puerta, agarrando al pasar el baston que estaba en la esquina junto a la lavadora. Yo exhale un suspiro.
Espere un minuto mas o menos, me levante dejando alli mi plato casi limpio y me fui directamente al vestibulo, desde donde podia ver el camino que iba entre las dunas hasta el puente. Mi padre caminaba por el con la cabeza baja, con un paso bastante rapido que se traducia en un ansioso contoneo acompasado con el balanceo del baston. Pude ver como, de un tajo, corto con el baston unas flores salvajes al borde del camino.
Sali corriendo hacia arriba, deteniendome un instante junto a la ventana que hay tras las escaleras para ver como mi padre desaparecia entre las dunas que hay antes de llegar al puente, subi las escaleras, llegue hasta la puerta de su despacho y gire el pomo con firmeza. La puerta estaba cerrada a cal y canto; no se movio un milimetro. Un dia se olvidaria, estaba seguro, pero ese dia aun no habia llegado.
Despues de acabarme la comida y lavar los platos, me fui a mi habitacion, comprobe el estado de mi cerveza casera y agarre rni escopeta de aire comprimido. Me asegure de tener suficientes perdigones en los bolsillos de mi chaqueta y sali de la casa en direccion a los Territorios del Conejo en tierra firme, entre el largo afluente del estuario y el vertedero del pueblo.
No me gusta emplear la escopeta; para mi resulta demasiado precisa. El tirachinas es una cosa Interna, pues requiere que tu y tu instrumento seais uno. Si te sientes mal, fallaras; y si eres consciente de que estas haciendo algo malo, tambien fallaras. Una escopeta, excepto cuando se dispara desde la cadera, es algo totalmente Externo; encanonas, apuntas y listo, a menos que el punto de mira no este calibrado o de que sople mucho viento. Una vez has amartillado la escopeta dispones de todo el poder en espera de ser liberado con solo apretar suavemente el dedo. Un tirachinas vive el momento contigo hasta el ultimo instante; permanece tenso entre tus manos, respirando contigo, moviendose contigo, listo para saltar, listo para silbar y contorsionarse, dejandote en esa pose tan espectacular, con los brazos y las manos extendidas mientras esperas que la parabola que la bola describe en el aire encuentre su blanco con ese maravilloso ruido seco.
Pero para cazar conejos, especialmente esos pequenos bribones astutos que andan sueltos por los Territorios, necesitas todos los medios que tengas a tu alcance. Un bolazo con el tirachinas y ya estan escabullandose en sus madrigueras. La escopeta es suficientemente ruidosa como para asustarlos; pero con esa serena precision quirurgica que poseen, mejoran tus posibilidades de matar a la primera.
Que yo sepa, nadie en mi aciaga parentela ha acabado jamas muriendo de un disparo de escopeta. Tanto los Cauldhame como sus allegados por matrimonio han abandonado este mundo de maneras mucho mas originales y, hasta donde yo se, nunca se ha cruzado una escopeta en su camino.
Llegue al final del puente, en donde, tecnicamente, termina mi territorio, y me quede inmovil un momento, pensando, sintiendo, escuchando, observando y oliendo. Todo parecia estar en orden.
Dejando aparte a los que yo he matado (y todos tenian mas o menos mi edad cuando los mate) se me ocurren tres miembros de mi familia que abandonaron este mundo para reunirse con quien imaginaran que era su Hacedor, de maneras poco convencionales. Leviticus Cauldhame, el hermano mayor de mi padre, emigro a Sudafrica y se compro alli una granja en 1954. Leviticus, una persona cuya estupidez era de tal calibre que sus facultades mentales seguramente habrian mejorado con los primeros sintomas de la demencia senil, se marcho de Escocia porque los Conservadores no derogaron las reformas Socialistas del gobierno Laborista anterior: los ferrocarriles seguian nacionalizados; la clase obrera procreando como conejos ahora que existia la sanidad publica que evitaba la seleccion natural por enfermedad; las minas en manos del estado… A Leviticus le gusto aquella tierra, a pesar de que habia muchos negros sueltos. En sus primeras cartas se referia a la politica de separacion racial como «apart-hate», hasta que seguramente alguien le debio insinuar como se deletreaba correctamente la palabra. Estoy seguro de que no fue mi padre.
Leviticus pasaba un dia frente al cuartel general de la policia en Johannesburgo, caminando tranquilamente por la acera tras una sesion de compras, cuando un enloquecido negro homicida se lanzo en estado inconsciente desde el ultimo piso, al parecer arrancandose las unas de cuajo mientras caia. Golpeo, hiriendolo fatalmente, a mi inocente y desafortunado tio, cuyas ultimas palabras balbucientes en el hospital, antes de que su coma se convirtiera en un punto y final, fueron: «Dios mio, estos cabrones han aprendido a volar…».
Unos desvaidos jirones de humo se elevaban ante mi desde el vertedero del pueblo. Hoy no pensaba llegar tan lejos, pero podia oir por alli la excavadora que suelen usar para desparramar la basura por el terreno, acelerando y empujando.
Hacia tiempo que no iba por el vertedero y ya iba siendo hora de que me diera una vuelta por alli para ver lo que las buenas gentes de Porteneil habian tirado a la basura. Alli fue donde consegui los Aerosoles para la ultima Guerra, y no digamos algunas partes esenciales de la Fabrica de las Avispas, incluida la mismisima Esfera.
Mi tio Athelwald Trapley, por el lado materno de mi familia, emigro a America al final de la segunda guerra mundial. Dejo un buen trabajo que tenia en una compania de seguros para largarse con una mujer y acabo, arruinado y desconsolado, en una caravana barata a las afueras de Fort Worth, donde decidio acabar con su vida.
Abrio la espita de la cocina y del calentador de gas sin encenderlos y se sento tranquilamente a esperar el fin. Comprensiblemente nervioso, y sin duda un poco distraido tanto por la inesperada huida de su amada como por los planes que se reservaba para el mismo, no se le ocurrio otra cosa que recurrir a su metodo habitual para calmarse los nervios, y se encendio un Marlboro.
De un salto escapo de la deflagracion devastadora y salio tambaleandose, ardiendo de la cabeza a los pies. Habia intentado morir sin dolor, no acabar quemandose vivo. Asi que se tiro de cabeza a un barril lleno de agua de lluvia que habia detras de la caravana. Se ahogo encajado en el barril cabeza abajo, sacudiendo pateticamente sus piernecillas mientras se atragantaba y resoplaba y trataba de sacar los brazos lo suficiente para poder salir de alli.
A unos veinte metros de la colina recubierta de hierba que da a los Territorios del Conejo cambie a la modalidad de Carrera Silenciosa, marchando sigilosamente a traves de la alta maleza y los canaverales, teniendo cuidado de no hacer ruido con las cosas que llevaba. Queria sorprender pronto a algunos miembros desprevenidos de la plaga fuera de su madriguera, pero, si me obligaban a ello, estaba dispuesto a esperar hasta que se pusiera el sol.
Me fui gateando silenciosamente por la pendiente, con la hierba deslizandose bajo mi pecho, con las piernas doloridas de impulsar el peso de mi cuerpo hacia delante. Tenia el viento en contra, y la brisa era bastante recia como para ocultar la mayoria de los ruidos que pudiera hacer. Desde donde yo estaba no se veian madrigueras de conejos en la colina. Me detuve a unos dos metros de la cima y amartille la escopeta, comprobando el perdigon compuesto de acero y nailon antes de meterlo en la recamara y cerrarla. Cerre los ojos y pense en el muelle comprimido, enclaustrado en la recamara, y en el pequeno perdigon situado en el fondo brillante del canon estriado. Entonces me fui arrastrando hasta la cima de la colina.
Al principio pensaba que tendria que esperar. Los Territorios parecian vacios bajo la luz de la tarde y solo la hierba se movia con el viento. Podia ver las madrigueras y las bolitas de excrementos en montoncitos o desparramadas, las retamas en la ultima pendiente por encima del terraplen donde estaban la mayoria de las madrigueras, donde las huellas de conejos dibujaban sinuosos senderos, como tuneles zigzagueantes que atravesaban los arbustos, pero no habia ni rastro de aquellos animales. Era en aquellos corredores de conejos donde los muchachos del pueblo solian colocar trampas de lazo. Pero, como habia visto como las ponian, encontre los lazos de alambre y los corte o los puse bajo la hierba en el camino por donde ellos se acercaban cuando venian a revisar sus trampas. No se si alguno de ellos tropezo con uno de sus propios lazos, pero me gustaria pensar que si lo hicieron iban arrastrandose con la cabeza por delante. De todos modos, ni ellos ni quienes los reemplazaron volvieron a poner trampas alli; supongo que ya no esta de moda y que ahora se dedican a pintar esloganes con spray en las paredes, a aspirar pegamento o a intentar follar cuanto antes.
Por lo general los animales no suelen sorprenderme, pero cuando vi a aquel macho alli quieto hubo algo que me llamo la atencion, que me dejo helado un instante. Seguramente habia estado alli todo el tiempo, sentado sin moverse y mirandome fijamente desde el extremo de la llanura de los Territorios, pero yo no me habia dado cuenta. Cuando por fin lo vi, hubo algo en su absoluta quietud que me dejo paralizado. Sin llegar a moverme fisicamente, menee interiormente la cabeza y decidi que aquel enorme macho me proporcionaria una buena