—Esos bastardos —dijo, puneando el volante—. Esos malditos sanguinarios jodidos bastardos.
—Papa —lloriqueo Marty.
—Callate, maldita sea —chillo Arthur, y luego sujeto el brazo de su esposa con su mano izquierda y tendio la derecha hacia Marty en el asiento de atras. Los sacudio firmemente, repitiendo una y otra vez—: Nunca olvideis esto. Si sobrevivimos, nunca, nunca, olvideis esto.
—?Que ha ocurrido, Art? —pregunto Francine, intentando mantener la calma. Marty estaba llorando ahora, y Arthur cerro los ojos con dolor y pesar, volviendo la furia contra si mismo porque habia perdido el control. Escucho unas cuantas de las voces de la red, intentando unir entre si todas las piezas.
—Seattle ha desaparecido —dijo.
—?Donde esta Gauge, papa? —pregunto Marty entre lagrimas—. ?Esta vivo Gauge?
—Creo que si —dijo Arthur, estremeciendose violentamente. La enormidad—. Estan intentando destruir nuestras naves de escape, las arcas. Quieren asegurarse de que no queda ningun humano.
—?Que? ?Por que? —pregunto Francine.
—Recuerda —repitio—. Simplemente recuerda esto, si lo conseguimos.
Necesito casi veinte minutos para calmarse lo suficiente para volver a la carretera. San Francisco y el Area de la Bahia habian estado adecuadamente protegidos. De pronto, y sin ninguna reserva —sin ninguna persuasion tampoco—, amo a los Jefes y a la red y a todas las fuerzas alineadas para protegerles y salvarles. Su amor era feroz y primordial.
—?Han bombardeado Seattle? —pregunto ella—. ?Los… alienigenas, o los rusos?
—No los rusos. Los devoradores de planetas. Intentaron bombardear San Francisco tambien. —
El volante del coche vibro. Por encima del ruido del motor, oyeron y sintieron un estremecedor grunido. Las vibraciones rocosas de la muerte de Seattle pasaron debajo de sus ruedas.
63
A las dos de la manana, hora de Washington, D.C., Irwin Schwartz tendio la mano hacia el urgente zumbar del telefono junto al camastro de su oficina y pulso el boton de comunicacion.
—?Si? —Solo entonces oyo el poderoso batir de las palas del helicoptero y el chillante rugir de las turbinas a chorro.
Era la ultima noche del oficial de guardia de estado mayor en la Casa Blanca.
—Senor Schwartz, el senor Crockerman esta siendo evacuado. Desea que se reuna usted con el en el helicoptero.
Schwart anoto debidamente la reluctancia del oficial a llamar a Crockerman «presidente». Ahora era estrictamente el «senor Crockerman». Si no actuas en el cargo, no tienes derecho al titulo.
—?Que tipo de emergencia?
—Ha habido un ataque contra Seattle y algun tipo de accion contra Cleveland, Charleston y San Francisco.
—Jesus. ?Los rusos?
—No lo sabemos, senor. Senor, deberia bajar usted tan pronto como pueda.
—De acuerdo. —Schwartz ni siquiera tomo su chaqueta.
En el cesped delante de la Casa Blanca, vestido con la ropa interior y los pantalones que habia llevado para dormir, Schwartz inclino instintivamente la cabeza bajo las altas y enormes palas del rotor y subio la escalerilla, su calva cabeza desprotegida contra el frio chorro de aire descendente. Un agente del Servicio Secreto aguardo al lado del aparato hasta que fue cerrada la portezuela, y luego observo elevarse el aparato para llevarles a todos a la Base Grissom de las Fuerzas Aereas en Indiana.
El oficial de estado mayor y un marine de guardia estaban apretados a ambos lados de Crockerman, el marine con la «pelota de futbol» fuertemente sujeta con ambas manos y el oficial llevando un MODACC, un centro de mando y banco de datos movil, conectado al sistema de comunicaciones del helicoptero.
Habia tres agentes del Servicio Secreto a bordo del aparato, asi como Nancy Congdon, la secretaria personal del presidente. De haber estado en la Casa Blanca la senora Crockerman, tambien hubiera sido evacuada.
—Senor presidente —empezo el oficial de estado mayor—, el Secretario de Defensa se halla en Colorado. El de Estado esta en Miami en una reunion con el gobernador. El vicepresidente esta en Chicago. Creo que el portavoz de la Camara esta siendo traido por via aerea desde su casa. Tengo alguna informacion relativa a lo que nuestros satelites y otros sensores nos han dicho ya. —Hablaba mas alto de lo necesario para cubrir el ruido del motor; la cabina estaba bien insonorizada.
El presidente y todos los demas a bordo escucharon atentamente.
—Seattle ha sido borrada del mapa, y Charleston esta en ruinas… El golpe parecio centrarse a veinte kilometros mar adentro. Pero nuestros satelites no muestran ningun lanzamiento de misiles desde la Union Sovietica o ningun buque en alta mar. Tampoco han sido detectados misiles de ninguna clase procedentes de la Tierra. Y al parecer algun tipo de sistema defensivo ha actuado en San Francisco y Cleveland, y quizas en algunos otros lugares tambien…
—No poseemos ese tipo de defensas —dijo roncamente Crockerman, con voz apenas audible. Clavo sus ojos en Schwartz. Schwartz penso que parecia como si llevara ya dos dias muerto, con sus ojos palidos y sin vida. El voto para el
—Correcto, senor.
—No son los rusos —observo uno de los agentes del Servicio Secreto, un alto negro de Kentucky de mediana edad.
—No los rusos —repitio Crockerman, recuperando un poco el color de su rostro—. ?Quienes, entonces?
—Los devoradores de planetas —dijo Schwartz.
—?Ya ha empezado? —pregunto el joven marine, aferrando el maletin como si quisiera impedir que se le escapara de las manos.
—Solo Dios lo sabe —dijo Schwartz, agitando la cabeza.
El MODACC zumbo, y el oficial de estado mayor escucho atentamente por sus auriculares insonorizados.
—Senor presidente, es el premier Arbatov, desde Moscu.
Crockerman miro de nuevo a Schwartz por un largo momento antes de tomar el microfono y los auriculares. Schwartz supo lo que significaba aquella mirada.
64
Arthur metio el coche por el camino particular de la casa de Grant y Danielle en las colinas de Richmond justo antes de medianoche. Todavia estaba alterado; el recuerdo del dolor y la perdida que se habia transmitido por toda la red permanecia como un extrano y amargo regusto en su lengua. Se quedo sentado durante unos instantes con las manos sobre el volante, mirando directamente al frente, a la puerta de madera del garaje, y luego se volvio a Francine.
—?Estas bien? —pregunto ella.