penso en Madeline, su esposa desde hacia veintitres anos, y aunque deseaba estar con ella, no creia que pudieran joder hasta quedar sin aliento. Tendrian a sus hijos con ellos, y a sus dos nietos, quizas en el rancho de Arizona. Una enorme reunion familiar. El clan llevaba sin reunirse al completo desde hacia cinco o seis anos.
—Todo eso, y no hemos conseguido una
—No lo sabemos seguro, senador.
—Yo si —dijo Gilmonn—. Si algun hombre tiene derecho a saber que ha fracasado, ese soy yo.
HOSTIAS ET PRECES TIBI, LAUDIS OFFERIMUS
62
Durante sus ultimas horas, Trevor Hicks permanecio sentado delante de su ordenador, examinando y organizando registros geneticos enviados desde fuentes mormonas en Salt Lake City. Residia en casa de un contratista aeroespacial llamado Jenkins, trabajando en una amplia sala de estar con ventanas sin cortinas que dominaba Seattle y la bahia. El trabajo no era excitante pero era util, y se sentia en paz, ocurriera lo que ocurriese. Pese a su reputacion de ecuanimidad, Trevor Hicks nunca habia sido una persona particularmente pacifica y duena de si misma. Los buenos modales y las apariencias, segun la mas pura tradicion inglesa, enmascaraban su autentico yo, que siempre habia visualizado como congelado —con una memoria extra y logros perifericos— en algun lugar en torno a sus veintidos anos, entusiasta, impresionable, impulsivo.
Aparto su silla de la mesa y saludo a la senora Jenkins —Abigail— cuando entro por la puerta delantera con dos bolsas de plastico llenas de comida. Abigail no estaba poseida. Todo lo que sabia era que su esposo y Trevor estaban trabajando en algo importante y secreto. Habian estado trabajando sin interrupcion durante todo el dia y toda la noche, durmiendo muy poco, y les traia provisiones para mantenerlos razonablemente comodos y bien alimentados.
No era una mala cocinera.
Cenaron a las siete: bistecs, ensalada, y una esplendida botella de chianti. A las siete y media, Jenkins y Hicks volvieron al trabajo.
Sentirse en paz, penso Hicks, le preocupaba un poco… No confiaba en aquellas llanas y lisas emociones. Preferia un poco de turbulencias subterraneas; le mantenian despierto.
La alarma sono en el cerebro de Trevor Hicks como una lanza de acero al rojo. Miro su reloj —las pilas se habian agotado sin que el se diera cuenta, pero era tarde— y dejo caer el disco que habia estado examinando. Echo la silla hacia atras y se situo de pie delante de la ventana de la sala de estar. A sus espaldas, Jenkins alzo la vista de un monton de formularios de peticion de suministros medicos, sorprendido por el comportamiento de Hicks.
—?Que ocurre?
—?No lo sientes? —pregunto Hicks, tirando del cordon para abrir las cortinas.
—?Sentir que?
—Algo va mal. Estoy oyendo algo de… —Intento situar la fuente de la alarma, pero ya no estaba en la red—. Creo que era Shanghai.
Jenkins se puso en pie del sillon y llamo a su esposa.
—?Esta empezando? —pregunto a Hicks.
—Oh, Senor, no lo se —exclamo Hicks, sintiendo otra lanzada. La red estaba siendo danada
La ventana ofrecia una esplendida vista nocturna de la miriada de luces del centro de Seattle desde Queen Anne Hill. El cielo estaba cubierto, pero no habia habido predicciones de tormentas. Sin embargo… La capa de nubes estaba iluminada por brillantes destellos desde arriba. Uno, dos…, una larga pausa, y en el momento en que la senora Jenkins entraba en la sala de estar, una tercera pulsacion lechosa de luz.
La senora Jenkins miro a Hicks con cierta alarma.
—Solo son relampagos, ?verdad, Jenks? —pregunto a su esposo.
—No son relampagos —dijo Hicks. La red estaba enviando ahora impulsos contradictorios de informacion. Si habia algun Jefe en linea, Hicks no podia captar su voz en medio de la barahunda.
Luego, de una forma clara y apremiante, los mensajes llegaron simultaneamente a Hicks y Jenkins.
—?Atacados? —exclamo Jenkins en voz alta—. ?Estan empezando ahora?
—El puerto de Shanghai era uno de los emplazamientos del arca —dijo Hicks, con la voz llena de asombro—. Ha sido desconectado de la red. Nadie puede alcanzar Shanghai.
—?Que… que…? —Jenkins no estaba acostumbrado a pensar en aquellas cosas, fuera cual fuese su valor dentro de la red como organizador y enlace local.
—Creo que…
Sus propios pensamientos internos, no los del Jefe, dijeron antes de que pudieran brotar las palabras:
—… estamos siendo bombardeados…
La luz penetro por entre las nubes y se expandio.
Jenkins abrazo a su esposa. Hicks vio el destello rojo y blanco, el repentino alzarse de un muro de agua y rocas, y el impacto de una oscurecedora onda de choque contra las luces de la ciudad y las casas de la colina. La ventana estallo y Hicks cerro los ojos, experimento un breve instante de dolor y ceguera…
En el ultimo tramo del maratoniano viaje a San Francisco, descendiendo a toda velocidad por una casi desierta 101, muy por encima de la velocidad limite, Arthur sintio un agudo dolor en la nuca. Aferro fuertemente el volante y detuvo el coche a un lado de la carretera, el cuerpo rigido.
—?Que ocurre? —pregunto Francine.
Se volvio en redondo, apoyo los brazos en el respaldo del asiento, y miro por la ventanilla trasera de la camioneta. Un resplandor infernal, azul y purpura, se extendia hacia el norte, por encima y mas alla de Santa Rosa y el pais del vino.
—?Que ocurre? —repitio Francine.
Se volvio de nuevo para volver a mirar hacia delante, y se inclino sobre el volante para escrutar el cielo sobre San Francisco y el Area de la Bahia.
—?Mas asteroides, papa! —exclamo Marty—. ?Mas explosiones!
Estas eran mucho mas cercanas y mucho mas brillantes, sin embargo, tan intensas como un soplete, y dejo puntos rojos en su vista. El Area de la Bahia estaba todavia a mas de treinta kilometros de distancia, y esos destellos brillaban muy altos en el cielo nocturno. Algun tipo de accion, otra batalla, estaba produciendose quizas a no mas de ciento cincuenta kilometros encima de San Francisco.
Francine empezo a salir del vehiculo, pero el la retuvo. Ella lo miro, el rostro crispado por el miedo y la furia, pero no dijo nada.
Cuatro destellos mas, y luego regreso la noche.
Arthur se sintio casi sorprendido al descubrir que estaba llorando. Su furia era algo aterrador.