—Voy a ir a agarrar a unos cuantos de esos jodidos bichos cromados del bosque y hacerlos picadillo — respondio el hombre, sin detenerse—. Al menos quiero devolverles algo.

Minelli dejo en el suelo su taza de te de estano y bajo deslizandose de la roca. Ines acepto la mano que le ofrecia e hizo lo mismo con una sorprendente gracia.

—Creo que ya es hora de que vayamos a la Punta Glaciar —dijo suavemente Minelli—. ?Quieres venir?

Edward asintio, luego agito la cabeza.

—No, todavia no. Subire pronto.

—De acuerdo. Ines se viene conmigo. Montaremos una tienda. Nos encantara que te unas a nosotros.

—Gracias.

La pareja se alejo sendero abajo entre los pinos, hacia Curry Village.

Edward subio los peldanos hasta su cabina de lona y tomo un mapa topografico del valle y las regiones al sur. Tendido boca abajo sobre las dos camas, siguio con el dedo el Sendero de las Cuatro Millas hasta la Punta Union, y luego hasta la Punta Glaciar, y comparo otros puntos panoramicos.

Ninguno parecia mejor y tan accesible. La Punta Glaciar ofrecia algunas facilidades. Pero y si las cosas empiezan a sacudirse, ?no se limitara a hendirse y caer, arrastrandonos a nosotros con ella?

?Y que importaba? ?Que significaba una hora mas o menos?

Edward tecleo el numero de su tarjeta en la cabina telefonica y marco el numero de casa de Stella en Shoshone. A la tercera senal, Bernice Morgan respondio, y le dijo que Stella estaba en la tienda, haciendo inventario.

—La vida sigue adelante —dijo—. Puedo pasarle desde aqui.

Tras un breve cliqueteo y unos cuantos zumbidos, el telefono de la tienda sono y Stella respondio.

—Aqui Edward —dijo Edward—. Me estaba preguntando que estaria haciendo en estos momentos.

—Lo habitual —respondio Stella—. ?Donde esta usted ahora?

—Oh, estoy en el Yosemite. Instalado. Aguardando.

—?Es lo que esperaba que seria?

—En realidad mejor. Es hermoso. No hay mucha gente.

—?Que le dije?

—?Ha oido lo de Seattle y Charleston?

—Por supuesto.

Edward detecto un asomo de resolucion en su voz.

—?Sigue decidida a quedarse en Shoshone?

—Soy hogarena —respondio ella—. Hemos sabido de mi hermana, sin embargo. Vuelve a casa de Zimbabwe. Iremos a recogerla a Las Vegas pasado manana. Si quiere usted unirse a nosotras…

Contemplo las orillas del rio y los arboles y los prados mas alla del grupo de cabinas telefonicas. Esto parece bien. Aqui es donde pertenezco.

—Esperaba convencerla de que viniera aqui. Con su madre.

—Me alegra que me lo haya pedido, pero…

—Entiendo. Esta usted en casa. Yo tambien.

—Somos un par de testarudos, ?verdad?

—Minelli esta aqui. No se donde esta Reslaw. Minelli ha encontrado una amiga.

—Eso es bueno para el. ?Y usted?

Edward rio suavemente.

—Soy malditamente exigente —dijo.

—No lo sea. ?Sabe…? —Stella se detuvo, y hubo un silencio de varios segundos en la linea—. Bien, quiza ya lo sepa.

—Si disponemos de tiempo suficiente —dijo Edward.

—?Sigue todavia en pie el trato? —pregunto ella.

—?El trato?

—Si todo resulta ser una falsa alarma.

—Seguimos teniendo un trato.

—Estare pensando en usted —dijo Stella—. No lo olvide.

?Como seria la vida con Stella?, se pregunto. Era decidida, inteligente, y algo mas que un poco voluntariosa; podian no congeniar; o si podian.

Ambos sabian que no iban a disponer del tiempo necesario para descubrirlo.

—No lo olvidare —dijo.

En el almacen de Curry Village compro nuevas provisiones de sobres de sopas preparadas y varias bolsas de comida campestre de gourmet. Las provisiones se estaban agotando.

—Hace dias que no pasan las camionetas de reparto —dijo la joven encargada—. No dejamos de llamar, y ellos no dejan de decirnos que pasaran. Pero nadie hace ya mucho. La gente se limita a sentarse y esperar. Malditamente morbida, ya me entiende.

Anadio un par de gafas de sol muy oscuras, y pago todo con lo que le quedaba de dinero en efectivo. Todo lo que tenia ahora eran las tarjetas de credito y unos cuantos cheques de viajero. No importaba.

Habia cargado la bolsa de plastico y estaba a punto de salir cuando vio a la mujer rubia al fondo de la tienda, intentando escoger entre un monton de manzanas medio pasadas. Haciendo una profunda y disimulada inspiracion, Edward volvio a dejar su bolsa en el mostrador, hizo un gesto con el dedo a la empleada indicando que volvia en seguida, y se dirigio hacia la parte de atras.

—?Encontro a su esposo? —pregunto. La mujer le miro, sonrio tristemente y nego con la cabeza.

—No tuve esa mala suerte —dijo. Tenia en la mano una manzana bastante maltratada; la examino con gesto triste—. Soy frutofila, y mire lo que me ofrecen.

—Tengo algunas buenas manzanas en mi…, alla en la cabina. Pronto me ire a la Punta Glaciar. Se las cedere con mucho gusto. Son demasiado pesadas para cargar con mas de una o dos en una excursion a pie.

—Es muy amable por su parte —dijo ella. Dejo caer la manzana al monton y tendio su mano. Unos dedos esbeltos, frios, fuertes; Edward la estrecho con moderada firmeza—. Me llamo Betsy —dijo—, y mi nombre de soltera es Sothern.

—Yo soy Edward Shaw. —Decidio ir directo al grano—. No estoy con nadie.

—?Oh?

—Por lo que nos queda.

—?Y cuanto es eso? —pregunto ella.

—Hay algunos que dicen que menos de una semana. Nadie lo sabe seguro.

—?Donde esta su cabina?

—No lejos de aqui.

—Si me proporciona usted una manzana hermosa, crujiente, jugosa —dijo ella—, estoy dispuesta a seguirle a cualquier parte.

La sonrisa de Edward fue espontanea y amplia.

—Gracias —dijo—. Por aqui.

—Gracias a usted —respondio Betsy.

En la cabina de lona, le encontro la mejor y mas roja de las manzanas y la pulio con un pano limpio. Ella le dio un mordisco, se seco un hilillo de jugo que descendia por su barbilla, y le observo mientras el disponia las provisiones en su mochila.

—Espero que no sea usted una de esas personas ignorantes —dijo Betsy bruscamente—. No quiero sonar desagradecida, pero si es usted de los que creen que todo es de color de rosa, y que Dios va a salvarnos a todos o algo asi…

Edward agito negativamente la cabeza.

—Bien. Me parecio que era usted listo. Amable y listo. No nos queda mucho tiempo, ?verdad?

—No. —Cerro la mochila y abrocho la hebilla, mirandola de reojo.

—?Sabe? —dijo ella—, si alguna vez tuviera que empezar de nuevo, elegiria a hombres como usted.

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