—La condenacion nunca encaja —dijo Harry.
—Preguntas. Montones y montones de preguntas. ?Por que esta nave espacial permite que unas «pulgas» cabalguen en su lomo y adviertan a la poblacion antes de que pueda destruir su hogar?
—Presuncion. Absoluta seguridad en su poder. Absoluta seguridad en nuestra debilidad.
—?Cuando disponemos de armas nucleares, por el amor de Dios? —pregunto secamente Arthur—. Un piloto de caza caido en alguna jungla deberia mostrar respeto por las flechas de los nativos.
—Probablemente…
—?Por que no las uso, entonces?
—Evidentemente, uso
Arthur asintio.
—Si al menos lo que aterrizo fuera pequeno… Pero eso contradiria la historia del Huesped.
—De acuerdo —admitio Harry, apoyandose contra la pared con una almohada como acolchado—. Para mi tampoco tiene sentido. Esta declaracion australiana de que sus alienigenas han venido a traer la paz para toda la humanidad. ?Se trata del mismo grupo de invasores? Al parecer, si; la misma tactica. Enterrarse en una zambullida ciega. Una nave tiene «pulgas», la otra no. Una nave tiene agentes publicitarios robot. La otra guarda silencio.
—No hemos visto el texto completo de los australianos.
—No —admitio Harry—. Pero hasta ahora parecen haber sido sinceros. ?Cual es la respuesta obvia?
Arthur se encogio de hombros.
—Quiza los poderes detras de esas naves esten increiblemente desorganizados o sen inconsistentes o simplemente torpes. O tal vez haya alguna especie de disputa dentro de su organizacion.
—Quieran o no devorar la Tierra.
—Correcto —dijo Harry.
—?Crees que Crockerman hara esto publico?
—No —dijo Harry, con los dedos entrelazados ahora en su amplio estomago—. Seria un loco si lo hiciera. Piensa en la desorganizacion. Si es listo, va a permanecer sentado y aguardar hasta el ultimo minuto…, va a ver como reacciona la gente a la nave espacial de las Buenas Noticias.
—Quiza debieramos bombardear el Valle de la Muerte ahora mismo. —Arthur contemplo fijamente un cuadro encima de la mesilla de noche, entre las dos camas individuales. Mostraba cuatro cazas F-104 ascendiendo verticalmente sobre China Lake—. Cauterizar toda la zona. Actuar sin pensar.
—Volverlos mas locos que el infierno, ?eh? —dijo Harry—. Si se estan mostrando increiblemente arrogantes, entonces eso significa que tienen alguna seguridad de que no podemos hacerles ningun dano. Ni siquiera con armas nucleares.
Arthur se sento en una silla de respaldo recto, apartando la vista de las ventanas y el cuadro. Cazas y bombarderos de alta tecnologia. Misiles de crucero. Defensas laser moviles. Armas termonucleares. Nada mejor que las hachas de piedra.
—El capitan Cook —dijo, y se mordio suavemente el labio inferior.
—?Si? —animo Harry.
—Los hawaianos consiguieron matar al capitan Cook. Su tecnologia se hallaba al menos un par de cientos de anos mas adelantada que la de ellos. Sin embargo, lo mataron.
—?Y de que les sirvio? —pregunto Harry.
Arthur sacudio la cabeza.
—De nada, supongo. Quiza solo alguna satisfaccion personal.
El presidente William D. Crockerman, sesenta y tres anos, era ciertamente uno de los hombres de aspecto mas distinguido en los Estados Unidos. Con su canoso pelo negro, sus penetrantes ojos verdes, su afilada, casi aquilina nariz, y sus benevolentes arrugas en torno a sus ojos y boca, hubiera podido ser tanto el reverenciado director de una importante compania como el abuelo preferido de un grupo de quinceaneros. Tanto en television como en persona, proyectaba confianza en si mismo y una firme inteligencia. No habia la menor duda de que se tomaba en serio su trabajo, pero no era el mismo…, era tan solo su imagen publica, aunque le habia hecho ganar eleccion tras eleccion a lo largo de sus veintiseis anos de carrera en cargos publicos. Crockerman solo habia perdido unas elecciones: las primeras, como candidato a la alcaldia en Kansas City, Missouri.
Entro en el laboratorio de aislamiento de Vandenberg acompanado por dos agentes del Servicio Secreto, su asesor en seguridad nacional —un delgado caballero bostoniano de mediana edad llamado Carl McClennan— y su asesor cientifico, David Rotterjack, soporiferamente tranquilo en sus treinta y ocho anos de edad. Arthur conocia lo suficiente al regordete y rubio Rotterjack como para respetar sus credenciales sin que el individuo le gustara necesariamente. Rotterjack habia tendido hacia la administracion cientifica, antes que hacia el ejercicio de la ciencia, en sus dias como director de varios laboratorios biologicos privados de investigacion.
Su sequito fue introducido en la combinacion de laboratorio y sala de observacion por el general Paul Fulton, comandante en jefe del Centro 6 de Lanzamiento de Transbordadores, Operaciones de Lanzamiento de Transbordadores de la Costa Oeste. Fulton, cincuenta y tres anos, habia sido jugador de futbol en sus dias academicos, y aun conservaba bastantes musculos en su metro ochenta de estatura.
Arthur y Harry los esperaron en el laboratorio central, de pie junto a la cubierta ventana que daba acceso visual al Huesped. Rotterjack presento al presidente y a McClennan a Harry y Arthur, y luego las presentaciones prosiguieron en un circulo en torno a las sillas. Crockerman y Rotterjack se sentaron en primera fila, con Harry y Arthur de pie a un lado.
—Espero que comprendan por que estoy nervioso —dijo Crockerman, concentrandose en Arthur—. No he oido buenas noticias sobre este lugar.
—Si, senor —dijo Arthur.
—Esas historias…, esas afirmaciones acerca de lo que ha estado diciendo el Huesped… ?Cree usted en ellas?
—No vemos ninguna razon para no creerlas, senor —dijo Arthur. Harry asintio.
—Usted, senor Feinman, ?que piensa del aparecido australiano?
—Por todo lo que he visto, senor presidente, parece ser un analogo casi exacto del nuestro. Quiza mas grande, porque se halla contenido en una roca mas grande.
—Pero no tenemos ni la mas remota idea de lo que hay en ninguna de las rocas, ?verdad?
—No, senor —dijo Harry.
—?No podemos pasarla por rayos X, o provocar una detonacion a un lado y escuchar atentamente en el otro?
Rotterjack sonrio.
—Hemos estado examinando un cierto numero de ingeniosas formas de averiguar lo que hay dentro. Pero ninguna de ellas parece adecuada.
Arthur sintio algo parecido a un hormigueo, pero asintio.
—Creo que en estos momentos lo mejor es la discrecion.
—?Que hay acerca de los robots, las historias en conflicto? Algunos de mi generacion los estan llamando «duendecillos». ?Sabian ustedes esto, senor Gordon, senor Feinman?
—El nombre se nos ocurrio tambien, senor.
—Portadores de todo lo bueno. Asi es como se lo han dicho al primer ministro Miller. He hablado con el. No esta necesariamente convencido, o al menos no permite que nosotros pensemos que lo esta, pero…, no vio ninguna razon por la que mantener a todo el mundo en la oscuridad. Aqui la situacion es distinta, ?no?
—Si, senor —dijo Arthur. McClennan carraspeo.
—No podemos predecir que tipo de dano puede producirse si le decimos al mundo que tenemos un aparecido, y que este dice que ha llegado el dia del juicio.
—Carl ve con cautela cualquier plan para divulgar la historia. Asi que tenemos a cuatro civiles encerrados, y tenemos agentes en Shos-hone y Furnace Creek, y la roca se halla en terreno acotado.
—Los civiles estan encerrados por otras razones —dijo Arthur—. No hemos hallado ninguna prueba de contaminacion biologica, pero no podemos permitirnos correr riesgos.