alrededor en la habitacion, los ojos agudos, como los de un halcon—. A nadie. No puedo simplemente anunciar que hemos recibido visitantes de otros mundos, porque la gente querra ver a los visitantes. Tras el anuncio australiano, lo que tenemos aqui no es mas que confuso y desmoralizador.

—No estoy seguro de cuanto tiempo podamos mantener esto en secreto —dijo McClennan.

—?Como podemos mantenerlo alejado de nuestra gente? —Crockerman parecia no haber oido a nadie excepto al Huesped. Se puso en pie y se acerco al cristal, concentrandose hoscamente en el Huesped—. Nos ha traido usted las peores noticias posibles. Dice que no hay nada que podamos hacer. Su… civilizacion… debia estar mas avanzada que la nuestra. Murio. Este es un mensaje terrible. ?Por que se molesto en traerlo hasta nosotros?

—En algunos mundos, la confrontacion debio ser mas igualada —dijo el Huesped—. Estoy cansado. Ya no me queda mucho mas tiempo.

El general Fulton hablo en voz baja con McClennan y Rotterjack. Rotterjack se acerco al presidente y apoyo una mano en su hombro.

—Senor presidente, nosotros no somos los expertos aqui. No podemos formular las preguntas adecuadas, y evidentemente no queda mucho tiempo. Deberiamos apartarnos del camino y dejar que los cientificos prosigan su trabajo.

Crockerman asintio, inspiro profundamente y cerro los ojos. Cuando los abrio de nuevo parecia algo mas compuesto.

—Caballeros, David tiene razon. Por favor, sigan con ello. Me gustaria hablar con todos ustedes antes de marcharme de aqui. Solo una ultima pregunta. —Se volvio de nuevo al Huesped—. ?Cree usted en Dios?

Sin un momento de vacilacion, el Huesped respondio:

—Creemos en el castigo.

Crockerman se sintio visiblemente impresionado. Con la boca ligeramente abierta, miro a Harry y Arthur, luego abandono la habitacion con piernas temblorosas, con McClennan, Rotterjack y el general Fulton tras sus talones.

—?Que ha querido decir con esto? —pregunto Harry despues de que la puerta se hubiera cerrado—. Por favor, amplie lo que acaba de decir.

—Los detalles no tienen importancia —dijo el Huesped—. La muerte de un mundo es un juicio de su inadecuacion. La muerte extirpa lo innecesario y lo falso. No mas conversacion ahora. Descanso.

11

Malas noticias. Malas noticias.

Edward desperto de su semisueno y parpadeo hacia el blanco techo. Sentia como si alguien muy importante para el hubiera muerto. Le tomo un momento orientarse a la realidad.

Habia tenido un sueno que ahora no podia recordar claramente. Su mente paso hojas de palmera sobre la arena para ocultar las huellas del subconsciente en juego.

La oficial de servicio le habia dicho hacia una hora que nadie estaba enfermo, y que no se habia descubierto ningun elemento biologico en su sangre o en la de nadie. Ni siquiera en la del Huesped, que parecia tan pura como la nieve recien caida. Extrano, eso.

En cualquier ecologia de la que habia oido hablar Edward Shaw, lo cual significaba cualquier ecologia terrestre, las cosas vivas estaban siempre acompanadas por organismos parasitarios o simbioticos. En la piel, en los intestinos, en el torrente sanguineo. Quiza las ecologias fueran distintas en otros mundos. Quiza la raza del Huesped —viniera de donde viniese— habia avanzado hasta el punto de la pureza: solo los primarios, la gente lista, sobreviviera; no mas pequenos animales mutantes para provocar enfermedades.

Edward se levanto y fue a llenar un vaso de agua en el lavabo. Mientras bebia, sus ojos vagaron hacia la ventana y la cortina que habia al otro lado. Lentamente, pero con toda seguridad, estaba perdiendo al viejo Edward Shaw y descubriendo uno nuevo: un tipo ambiguo, furioso pero no abiertamente, temeroso pero sin exhibirlo, profundamente pesimista.

Y entonces recordo su sueno.

Habia estado en su propio funeral. Habian abierto el ataud y alguien habia cometido un error, porque dentro de la caja estaba el Huesped. El ministro, que presidia la ceremonia con una tunica purpura y un enorme medallon en el pecho, habia apoyado una mano en el hombro de Edward y le habia susurrado al oido:

—Esto es realmente una Mala Noticia, ?no cree?

Nunca habia tenido suenos asi antes.

El intercom lanzo una senal, y grito:

—?No! Vayanse. Estoy bien. Simplemente dejenme tranquilo. No estoy enfermo. No me estoy muriendo.

—Tranquilicese, senor Shaw. —Era Eunice, la esbelta oficial de servicio negra que parecia sentir una clara simpatia hacia Edward—. Siga adelante y sueltelo todo si quiere. No puedo desconectar las cintas, pero cerrare mi altavoz por un rato si usted quiere.

Edward se rehizo inmediatamente.

—Estoy bien, Eunice. De veras. Lo unico que necesito saber es cuando vamos a salir de aqui.

—Ni yo misma lo se, senor Shaw.

—De acuerdo. No la culpo a usted.

Y era cierto. No era culpa de Eunice, ni de los demas oficiales de servicio, ni de los doctores o los cientificos que habian hablado con el. Ni siquiera de Harry Feinman o Arthur Gordon. Las lagrimas se estaban convirtiendo en una risa que apenas podia reprimir.

—?Sigue todo bien, senor Shaw? —pregunto Eunice.

—«Soy una victima de las circunstancias» —cito Edward a Curly, el gordo y calvo miembro de los Tres Soplones. Pulso el boton del intercom correspondiente a la habitacion de Minelli. Cuando Minelli respondio, Edward imito a Curly de nuevo, y Minelli hizo un perfecto «Hurra, hurra, ha». Reslaw se les unio, y Stella se echo a reir, hasta que sonaron como un laboratorio lleno de chimpances. Y en eso se convirtieron, charloteando y pateando contra el suelo.

—Hey, me estoy rascando los sobacos —dijo Minelli—. De veras. Eunice podra confirmarlo. Quiza podamos conseguir el apoyo de los Amigos de los Animales o algo asi.

—Los Amigos de los Geologos —rectifico Reslaw.

—Los Amigos de las Mujeres de Negocios Liberales —anadio Stella.

—Oh, vamos, chicos —dijo Eunice.

A las ocho de la tarde, Edward contemplo su rostro en el espejo encima del lavabo mientras se afeitaba.

—Ahi viene el presi —murmuro—. Ni siquiera vote por el, pero aqui estoy, acicalandome como una colegiala. —Ni siquiera se darian la mano. Pero el presidente miraria a Shaw y a Minelli y a Reslaw y a Morgan, les veria…, y eso era suficiente. Edward sonrio hoscamente, luego reviso sus dientes en busca de restos de comida.

12

El secretario de Defensa, Otto Lehrman, llego a las siete y cuarto. Despues de que Crockerman permaneciera media hora a solas con el y Rotterjack —tiempo suficiente para llegar a un acuerdo sobre lo que fuera, penso Arthur—, entraron en el laboratorio a cuyo alrededor se hallaban los cubiculos hermeticos y al que se abrian todas las ventanas, una version ampliada del complejo central que contenia al Huesped. El coronel Tuan Anh Phan estaba de pie ante el tablero de control de las salas de aislamiento.

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