central de eliminacion de desechos. Los desechos parecian asimilarse en los propios tejidos. Phan creia que esto podia haber sido la causa de la muerte. «Quizas algunos nutrientes imposibles de encontrar en un entorno terrestre desencadenen procesos por debajo del nivel de detalle que nuestras investigaciones pueden poner a la luz. Quizas el Huesped, en su entorno nativo, estuviera conectado a un complejo sistema de apoyo vital que libraba a su cuerpo de todos los productos de desecho. Quizas el Huesped estuviera enfermo y algunas de sus funciones corporales fueran inactivas.»
Enterrado en una nota a pie de pagina: «El Huesped no parece haber sido disenado para una vida larga.» La nota estaba firmada por Harry Feinman, que no habia asistido a la parte final de la autopsia. No habia mas elaboraciones.
Pese a la claridad del informe, quedaba algo por decir. Feinman, al menos, parecia senalar que el Huesped no era lo que parecia…
El informe del fondo de la pila era un folleto australiano, preparado con evidente apresuramiento y considerables tachaduras. El librito empezaba con una sinopsis de las afirmaciones hechas por los visitantes mecanicos que habian emergido de la roca del Gran Desierto Victoria.
Hicks se froto los ojos. La luz era pobre para leer. Ya habia hojeado antes aquel folleto. Sin embargo, sentia la necesidad de hallarse completamente preparado para la manana siguiente, cuando acompanara al presidente a la Oficina Oval para encontrarse con los representantes australianos.
«La comprensibilidad de las afirmaciones de los seres mecanicos a nuestros investigadores es sorprendente. Su dominio del ingles parece ser perfecto. Responden rapidamente y sin ninguna ofuscacion a las preguntas.»
Hicks estudio las brillantes fotografias a color insertadas en el librito. El gobierno australiano habia proporcionado hacia apenas dos dias una coleccion de aquellas fotografias, junto con discos de video, a todas las organizaciones mundiales de noticias; las imagenes de los tres plateados robots en forma de calabaza flotando cerca de una cerca de alambre espinoso con postes de madera, de la enorme y lisa roca roja erosionada por el agua, del agujero de salida, se hallaban en estos momentos en las salas de estar de todas las casas civilizadas del mundo.
«Los robots, en cada una de sus palabras, transmiten una sensacion de buena voluntad y benevola preocupacion. Desean ayudar a los habitantes de la tierra a “llenar su potencial, unirse en armonia y ejercer sus derechos como ciudadanos potenciales de un intercambio a nivel galactico”.»
Hicks fruncio el ceno. ?Cuantos anos de ficcion paranoica le habian condicionado a dudar de los regalos ofrecidos por los extra-terrestres? De todas las peliculas hechas acerca del primer contacto, solo un escaso punado habian tratado en la epoca el acontecimiento como algo benigno.
?Cuantas veces se habian humedecido los ojos de Hicks, contemplando esas pocas peliculas, pese a intentar mantener siempre una perspectiva cientifica? Ese gran momento, el intercambio entre humanos e inteligencias no humanas amistosas…
Habia ocurrido en Australia. El sueno estaba vivo.
Y, en California, pesadillas.
Deposito el librito australiano sobre el monton y apago la luz. En la oscuridad, se disciplino para respirar regular y superficialmente, dejar su mente en blanco y sumirse en el sueno. Pese a todo esto, tardo en dormirse, y su sueno no fue relajante.
21
Crockerman, con unos pantalones y una camisa blanca pero sin chaqueta ni corbata, y con una pincelada de lapiz astringente en la barbilla a causa de un corte al afeitarse, entro en la oficina del jefe de su estado mayor e hizo una breve inclinacion de cabeza a todos los reunidos alli: Gordon, Hicks, Rotterjack, Fulton, Lehrman, y el propio jefe de estado mayor, el gordo y calvo Irwin Schwartz. Eran las siete y media de la manana, aunque en la oficina sin ventanas el tiempo apenas tenia importancia. Arthur penso que nunca iba a poder librarse de las habitaciones pequenas y de la compania de burocratas y politicos.
—Les he llamado aqui para revisar nuestro material sobre el aparecido del Gran Desierto Victoria —dijo Crockerman—. Ya han leido ustedes su folleto, supongo. —Todos asistieron—. A peticion mia, el senor Hicks ha prestado el juramento correspondiente, y ha sido procesada la autorizacion…
Rotterjack parecia dispeptico.
—Ahora es uno de los nuestros. ?Donde esta Carl?
—Supongo que en medio del trafico todavia —dijo Schwartz—. Llamo hace media hora y dijo que llegaria unos minutos tarde.
—De acuerdo. No tenemos mucho tiempo. —Crockerman se puso en pie y paseo arriba y abajo ante ellos —. Yo me ocupare de su parte. Tenemos a «uno o mas» agentes en la roca australiana. No necesito decirles lo delicado que es este hecho, pero tomenlo como un recordatorio…
Rotterjack lanzo una mirada muy significativa a Hicks. Hicks la recibio con toda tranquilidad.
—Ironicamente, la informacion que nos ha sido transmitida solo confirma lo que los australianos han estado diciendo en publico. Todo es optimista en lo que a ellos se refiere. Vamos a entrar en una nueva era de descubrimientos. Los robots ya han empezado a explicar su tecnologia. ?David?
—Los australianos nos han pasado algo de la informacion sobre fisica que los robots les han dado —dijo Rotterjack—. Es completamente esoterica; tiene que ver con la cosmologia. Un par de fisicos australianos han dicho que las ecuaciones se refieren a la teoria de las supercuerdas.
—Sea eso lo que sea —dijo Fulton.
Rotterjack hizo una mueca casi maliciosa.
—Es muy importante, general. De acuerdo con su peticion, Arthur, he pasado las ecuaciones a Mohammed Abante, de la Universidad de Pepperdine. Esta reuniendo a un equipo de sus colegas para examinarlas y, esperamos, emitir un informe dentro de pocos dias. Los robots no han sido confrontados con el hecho de la existencia de nuestro aparecido. Es posible que los australianos deseen que seamos nosotros quienes se lo digamos.
Carl McClennan entro en la oficina, el gaban colgado del brazo y el maletin portadocumentos medio oculto entre los pliegues. Miro a su alrededor, vio que no habia sillas disponibles aparte las dos reservadas para los australianos, y se quedo de pie junto a la pared del fondo. Hicks se pregunto si no deberia levantarse y cederle su asiento al asesor de Seguridad Nacional, pero decidio que con ello no iba a ganarse su afecto.
Crockerman transmitio a McClennan un breve resumen de lo hablado hasta entonces.
—Ayer por la noche termine la primera ronda de negociaciones con los jefes de su equipo y sus expertos de inteligencia —dijo McClennan—. La discusion de hoy entre los australianos y nosotros puede ser abierta y franca. No hay ningun territorio prohibido.
—Esplendido —dijo Crockerman—. Lo que me gustaria elaborar, caballeros, es una forma de presentar todos los hechos al publico dentro del termino de un mes.
McClennan palidecio.
—Senor presidente, no hemos hablado de… —Esta vez tanto Rotterjack como McClennan lanzaron miradas inquietas a Hicks. Hicks mantuvo su rostro impasible:
—No hemos hablado de ello, cierto —admitio Crockerman, casi sin darle ninguna importancia—. Sin embargo, este tiene que ser nuestro principal objetivo. Estoy convencido de que las noticias no tardaran en filtrarse, y es mejor que nuestros ciudadanos conozcan los hechos de boca de personas cualificadas que de chismorreos por la calle, ?no creen?
Reluctante, McClennan dijo que si, pero su rostro siguio tenso.
—Estupendo. Los australianos estaran en la Oficina Oval dentro de quince minutos. ?Tienen ustedes alguna pregunta, algo en lo que no esten de acuerdo, antes de que nos reunamos con ellos?