Schwartz alzo la mano y agito los dedos.
—?Irwin?
—Senor presidente, ?todavia no estan Tom Jacks o Rob Tishman en nuestras listas? —pregunto Schwartz. Jacks estaba a cargo de las relaciones publicas. Tishman era el secretario de prensa de la Casa Blanca—. Si vamos a hacerlo realmente publico dentro de un mes, o aunque solo pensemos en ello, Rob y Tom necesitaran algo de tiempo.
—Todavia no estan en la lista; manana lo estaran. En cuanto a nuestro estimado vice… —Crockerman fruncio el ceno. El vicepresidente Frederick Hale habia caido en desgracia con el presidente hacia tres meses; ahora apenas se hablaban. Hale se habia metido en algunos asuntos desagradables en Kansas; el escandalo habia dominado los periodicos durante dos semanas y casi habia dado como resultado el que Hale fuera «arrojado a los lobos». Hale, tan escurridizo como cualquiera en la Capital, habia salido un poco mal parado de la tormenta, pero la habia capeado—. No veo ninguna razon para ponerlo en la lista en estos momentos. ?Y ustedes?
Nadie indico que lo creyera necesario.
—Entonces vamos a la Oficina Oval.
22
Sentados en sendas sillas en torno al escritorio del presidente, los hombres escucharon atentamente mientras Arthur resumia los hallazgos cientificos. Los australianos, ambos jovenes y de aspecto vigoroso, muy bronceados en contraste con los palidos rasgos de los americanos que les rodeaban, se mostraron serenamente imperturbables ante lo que Arthur acababa de decirles.
—En pocas palabras, pues —concluyo este—, no tenemos razon para creer que nuestro Huesped no fuera sincero. El contraste entre nuestras experiencias es muy agudo.
—Eso es cierto —dijo Colin Forbes, el mayor en edad y grado de los dos. Forbes acababa de cumplir los cuarenta, tenia la piel curtida y era vigoroso, con un pelo rubio casi blanco. Llevaba una chaqueta deportiva azul claro y pantalones blancos, y olia fuertemente a after-shave—. Puedo ver por donde van los tiros. Aqui estamos nosotros, trayendo un mensaje de esperanza y de gloria, y su hombrecillo verde les dice a ustedes que todo es falso. No estoy seguro de como podemos resolver la discrepancia.
—?No resulta obvio? —indico Rotterjack—. Enfrentemos a sus robots con lo que se nos ha dicho a nosotros.
Forbes asintio y sonrio.
—?Y si ellos lo niegan todo, y si dicen que no saben de que estamos hablando?
Rotterjack no respondio a aquello.
Gregory French, el australiano mas joven, con un pelo negro limpiamente cortado y peinado y vestido con un traje gris estandar, se puso en pie y carraspeo. Evidentemente no se sentia comodo en aquella compania de tan alto nivel. Para Arthur tenia el aspecto de un timido estudiante.
—?Sabe alguno de ustedes si ha habido otros aparecidos? ?Los rusos, los chinos?
—Todavia no tenemos ninguna informacion —dijo Lehrman—. Eso no es una negativa, sin embargo. Es solo un «no lo sabemos» temporal.
—Creo que si nosotros fueramos los unicos bendecidos o maldecidos, deberiamos resolver el asunto antes de emitir ningun comunicado publico —dijo French—. En caso contrario podriamos volver loca a la gente. Situarla entre angeles y demonios.
—Estoy de acuerdo —dijo Arthur.
—Esperar trae sus problemas —dijo Crockerman.
—Disculpe, senor —interrumpio McClennan—, pero la posibilidad de un comunicado no oficial es mucho menos inquietante que el impacto de… —Hizo un energico gesto en el aire con la mano—. La confusion. El miedo. Estamos sentados sobre una autentica bomba de tiempo.
—Si, Carl —respondio Crockerman, con los ojos medio cerrados—. Creo que si.
—Lo siento —dijo McClennan, hundiendose ligeramente en su silla. French, aun de pie, parecia agudamente azarado.
—De acuerdo —dijo Forbes, haciendo un elegante gesto con el dedo para que French se sentara—. Enfrentemos a nuestros aparecidos. Quiza sea mejor asi. Invito a tantos de ustedes como puedan a que regresen con nosotros. Y creo que recomendare a Quentin que volvamos a cerrar las puertas. Menos comunicados de prensa. ?Les parece esto razonable?
—Eminentemente —dijo Rotterjack.
—Siento curiosidad respecto a por que esta aqui el senor Hicks —dijo Forbes—. Admiro enormemente la obra de Trevor, pero… —No termino su pensamiento. Arthur miro a Hicks, y se dio cuenta de pronto de que le gustaba y confiaba genuinamente en el hombre. Podia comprender la eleccion del presidente. Pero eso no fundiria el hielo con McClennan y Rotterjack, que deseaban claramente alejar a Hicks del centro.
—Esta aqui porque es mas experimentado en estos temas que cualquier otra persona en el mundo —dijo Crockerman—. Aunque a simple vista no lo veamos.
Rotterjack enmascaro su sorpresa, sin demasiado exito, sentandose envarado en su silla y luego apoyando torpemente su codo sobre el brazo. Arthur lo estudio atentamente.
—Me alegra que Trevor este aqui —dijo Arthur bruscamente—. Aprecio sus intuiciones.
—A mi me parece bien —dijo Forbes, con una amplia sonrisa.
PERSPECTIVA
Fuentes del Departamento de Estado, con la condicion de no ser nombradas, han confirmado que existe una conexion entre la desaparicion y la pretendida cautividad a manos del gobierno de cuatro personas y la visita secreta del presidente Crockerman al Valle de la Muerte a principios de esta semana. Otras fuentes bien informadas han confirmado que ambos incidentes se hallan conectados con los extraterrestres australianos. En una historia relacionada con lo anterior, el reverendo Kyle McCabey, de Edimburgo, Escocia, fundador de la Liga de los Invasores Satanicos, afirma que su nueva secta religiosa posee ya un numero de seguidores que alcanza los cien mil a traves de todo el Reino Unido y la Republica de Irlanda. La Liga de los Invasores Satanicos cree que los extraterrestres australianos son representantes de Satanas enviados a la Tierra para, en palabras del reverendo, «ablandarnos para la conquista de Satanas».
23
En la autopista de Hollywood, con el cuello y la espalda rigidos por el vuelo de primera hora de la manana a Los Angeles, Arthur Gordon condujo hoscamente su Lincoln de alquiler mientras escuchaba por la radio una charla acerca de los resultados de la loteria nacional.
Su mente estaba muy lejos, y las visiones del rio fuera de su casa en Oregon no dejaban de introducirse en sus pensamientos. Suave, clara y verdosa agua, avanzando indiferente a todo lo que la rodeaba, abriendose camino de forma natural, erosionando las orillas. ?Que sentia cada particula de tierra arrancada de su lugar