—?Como podria ser de otro modo? —pregunto Harry, y su voz ascendio una octava.
—El capitan Cook —ofrecio Arthur—. Los hawaianos pensaron que era una especie de dios. Doscientos anos mas tarde, conducen sus coches exactamente igual que el resto de nosotros…, y miran la television.
—Fueron subyugados —dijo Harry—. No tuvieron ninguna posibilidad, no contra el canon.
—Mataron a Cook, ?no?
—?Estas sugiriendo alguna especie de movimiento de resistencia? —pregunto Harry.
—Estamos corriendo demasiado.
—Si, maldita sea. Centremonos en lo basico. —Harry cerro el libro sobre sus rodillas—. Te estas preguntando acerca de mi salud.
Arthur asintio.
—?Puedes viajar?
—No muy lejos, no muy pronto. Ayer me bombearon bolitas magicas hasta salirme por las orejas. Bolitas para reestructurar mi sistema inmunologico, para fortalecer mi medula espinal… Miles de pequenos retrovirus domesticados con la mision de hacer su trabajo. De todos modos, aun sigo conservando lo que me queda de pelo. Todavia no me estan aplicando radiaciones o productos quimicos fuertes.
—?Puedes trabajar? ?Viajar por California?
—A cualquier lugar que quieras mandarme, dentro de un radio de dos horas de vuelo de emergencia al Centro Medico de la UCLA. No soy mas que los restos de un naufragio, Arthur. No hubieras debido elegirme. Yo no hubiera debido aceptar.
—Todavia sigues pensando con claridad, ?no? —pregunto Arthur.
—Si.
—Entonces sigues siendo util. Necesario.
Harry contemplo el libro cerrado sobre sus rodillas.
—Ithaca no se lo esta tomando muy bien.
—Parece alegre.
—Es una buena actriz. De noche, mientras duerme, su rostro… Llora. —Los ojos de Harry estaban humedos tambien ante el pensamiento, y parecia mucho mas joven, casi un muchacho, cuando alzo la vista a Arthur—. Cristo. Me alegra de ser yo el que puede morir. Si las cosas hubieran sido a la inversa, y fuera ella quien tuviera que pasar por todo esto, me sentiria en peores condiciones de lo que me siento ahora.
—No vas a morir —dijo Arthur, con una firmeza que no sentia—. Estamos casi en el siglo XXI. La leucemia ya no es la asesina que era antes.
—No para los ninos, Arthur. Pero para mi… —Alzo las manos.
—Si nos abandonas, voy a sentirme malditamente inconsolable. —Contra su voluntad, se dio cuenta de que tambien se le humedecian los ojos—. Recuerda eso.
Harry no dijo nada por unos instantes.
—La Fragua de Dios —comento finalmente, agitando la cabeza—. Si eso llega alguna vez a los periodicos…
—Cada pesadilla a su tiempo —murmuro Arthur. Harry llamo a Ithaca para que preparara una de las habitaciones de invitados para Arthur. Mientras ella se ocupaba, Arthur hizo una llamada a cobro revertido a Oregon, la primera que tenia la oportunidad de hacer en dos dias.
Su conversacion con Francine fue breve. No habia nada que pudiera decirle, excepto que estaba bien. Ella fue lo bastante cortes, y le conocia lo suficiente, como para no mencionar las noticias de la prensa.
La llamada no fue suficiente. Cuando colgo, Arthur echo en falta mas que nunca a su familia.
24
Un breve noticiario precedio a la pelicula habitual en el vuelo Qantas a Melbourne, proyectado en una pequena pantalla sobre las cabezas de los pasajeros. Arthur alzo la vista de su lectora de discos. A su lado, un caballero ya mayor con un traje de lana de punto de espina dormitaba ligeramente.
Un grafico animado por ordenador de la Australia Associated Press News Network lleno la pantalla, respaldado por una viva musica de jazz. El rostro de mediana edad, mas bien plano, de la locutora de la AAPN Rachel Vance sonrio a traves de los asientos oscurecidos y los rostros que no le prestaban atencion.
—Buenos dias. Nuestra principal noticia de hoy sigue siendo, por supuesto, los extraterrestres de la parte central de nuestro continente. Ayer se celebro otra conferencia entre los cientificos australianos y los robots, conocidos familiarmente como los shmoos, segun los notablemente generosos personajes del dibujante de historietas Al Capp, a los que se parecen en su forma. Aunque la informacion intercambiada en la conferencia no ha sido difundida, un portavoz del gobierno reconocio que los cientificos aun siguen discutiendo de fisica teorica y astronomia, y todavia no han empezado a hablar de biologia.
Aparecio el portavoz, un rostro que empezaba a ser ya familiar. Arthur escucho solo a medias. Ya habia oido todo aquello.
—No hemos recibido ninguna informacion acerca de la densidad de entidades vivas en la galaxia; es decir, todavia no sabemos cuantos planetas se hallan habitados, o que tipos de seres los habitan…
Su imagen se desvanecio a una imagen de los tres shmoos avanzando por un sendero polvoriento hacia los remolques instalados para la conferencia en los campos de reseca hierba cerca de la enorme falsa roca. La flotante propulsion de los robots seguia pareciendo extrana, profundamente inquietante. En aquel movimiento podia haber signos de una tecnologia inmensamente avanzada…, o alguna especie de truco visual, una escenografia para nativos primitivos.
La locutora volvio, con una sonrisa calidamente estereotipada.
—El Washington
Nada nuevo, pero cerca…, peligrosamente cerca. Arthur se reclino en su asiento y miro por la ventanilla al oceano de nubes que pasaban a mas de tres mil metros a sus pies.
Intento dormir un poco. Estarian en Melbourne dentro de pocas horas, y ya se sentia agotado.
La Roca, aun sin ningun nombre, se extendia mas de ochocientos metros en el horizonte a la primera luz de la manana, gloriosamente coloreada desde el fondo hacia arriba en capas de purpura y rojo y naranja. El cielo sobre sus cabezas era de un tembloroso gris azulado polvoriento, anunciando el calor que iba a venir. Aqui era primavera, pero habia llovido muy poco. Apenas se apreciaba un soplo de viento. Arthur bajo del enorme vehiculo gris de grandes neumaticos de las Reales Fuerzas Australianas al rojizo polvo y miro hacia la Roca a traves de la dorada llanura. El asesor cientifico, David Rotterjack, bajo tras el. A menos de una docena de metros de distancia empezaba el primer circulo de alambre espinoso, formando grandes volutas entre los matorrales y la hierba.
Quentin Bent avanzo por el rojizo camino de tierra hasta el borde de la carretera en un anadeo ansioso de sus cortas piernas. Bent tendria unos cuarenta y cinco anos y era de mediana estatura, robusto y de rostro enrojecido, con una alborotada mata de pelo canoso, una sonrisa facil y unos agudos y pesimistas ojos azules. Tendio su mano primero a Rotterjack. En otro vehiculo del Ejercito, los ayudantes de Bent, Forbes y French, acompanaban a Charles Warren, el geologo de Kent State.
—Senor Arthur Gordon —dijo Bent, estrechando la mano de Arthur—. Acabo de leer el borrador del informe del equipo operativo americano. En su mayor parte es el trabajo de usted y del doctor Feinman, supongo.