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Walt Samshow avanzo con la gracia de la larga costumbre por las escalerillas del Glomar
En lo mas profundo de las entranas del barco, espaciados en la por otra parte vacia bodega, estaban sus actuales retonos: tres gravimetros cilindricos de acero gris, de la altura de un hombre, puestos de pie, que median los gradientes de gravedad de la sima que se abria a diez mil metros de profundidad. El
Samshow descendio a la bodega, sus pies golpeando ligeramente el suelo de acero recubierto de corcho. Su companero David Sand, mucho mas joven que el, le sonrio, su rostro verde y purpura como el de un cadaver a la luz del monitor a color. Samshow le presento la bandeja de aluminio con tapa que habia traido del comedor.
—?Que toca hoy? —pregunto Sand. Tenia la mitad de la edad de Samshow y pesaba aproximadamente la mitad mas que el, fuerte y de rostro ancho, con unos ojos azul palido, una nariz escocesa respingona y un craneo lleno de recio pelo castano rojizo. Samshow retiro la tapa de la bandeja. En lo mas profundo de los pensamientos del viejo oceanografo, Sand se habia convertido en uno mas de sus muchos hijos; trataba a sus jovenes ayudantes con el duro afecto que hubiera dedicado a sus propios hijos. Sand sabia aquello y lo apreciaba; en toda su carrera probablemente no encontraria un maestro, companero o amigo mejor que Walt Samshow.
—Lenguado frito, pastel de espinacas y remolacha —dijo Samshow. El cocinero filipino del barco se sentia orgulloso de sus comidas occidentales, que servia dos veces por semana.
Sand hizo una mueca y agito la cabeza.
—Esto me hara mas pesado…, puede afectar los resultados. —Samshow deposito la bandeja a su lado y contemplo los gravimetros, espaciados formando un triangulo en dos esquinas y en el centro de la mampara opuesta.
—No quisiera arruinar una tarde increible —murmuro Sand. Pulso intensamente unas cuantas teclas, hizo un gesto con la cabeza a la pantalla, y clavo el tenedor en la remolacha.
—?Tan buena es?
—Casi malditamente perfecta —dijo Sand—. Comere, y luego puede reemplazarme dentro de una hora.
—Se te van a caer los ojos al suelo —advirtio Samshow.
—Soy joven —respondio Sand—. Me crecera otro par.
Samshow sonrio, regreso a la escalerilla y ascendio por el laberinto de corredores y compuertas hasta cubierta. El Pacifico se extendia alrededor del barco tan denso y lento como jarabe, ondulando iridiscente plata y negro terciopelo. El aire era sorprendentemente seco y claro. El cielo estaba lleno de estrellas de horizonte a horizonte, hasta unos pocos grados de distancia de una luna que era apenas una astilla, una cosa delgada perdida en el bostezo de la noche. Samshow descanso los pies en la cadena del ancla cerca de la proa y suspiro satisfecho. El trabajo de la semana habia sido largo y se sentia cansado de una forma agradable, contento, sumido en la melosidad de los resultados satisfactorios.
Miro su navegador de bolsillo, unido a una senal Navstar. La primera aproximacion del display luminoso decia: ›E142°32'10'' N30°45'20''‹, lo cual situaba al
Eructo contento y empezo a silbar «Collar de perlas».
Samshow habia sobrevivido a una esposa tras treinta anos de tormentoso y bendito matrimonio, el autentico amor de su vida, y ahora tenia dos esplendidas mujeres que se ocupaban de el cuando estaba en tierra, unos siete meses al ano. Una estaba en La Jolla, una viuda rica y regordeta, y la otra en Manila, una filipina de pelo negro treinta anos mas joven que el, lejanamente emparentada con el hacia mucho tiempo desaparecido y lamentado presidente Magsaysay.
Era una noche calida y extranamente seca, tranquila y silenciosa, una noche para los pensamientos profundos y los viejos recuerdos. Sintio un repentino asalto de lasitud; al infierno con la ciencia, al infierno con los perfectos resultados y los mas menos dos miligales. Preferiria estar paseando por alguna playa, observando las rompientes estallar en fosforescencias. La sensacion paso pero dejo su huella; era una de las pocas maneras en que su cuerpo le decia que se estaba haciendo viejo. Se volvio y paso por encima de la cadena del ancla, y luego se inmovilizo al captar algo extrano en la mitad superior de su vision.
Echo hacia atras la cabeza. Un pequeno punto de luz trazaba un rapido arco desde el norte: un satelite, penso…, o un meteoro. Ahora apenas podia verlo. El punto casi se habia perdido entre las estrellas cuando de pronto brillo con intensidad, como una antorcha, arrojando dos claras llamaradas al menos tres grados hacia el sur. Las llamaradas iluminaron todo el mar como fantasmagorico peltre, y luego se apagaron. El objeto, mucho menos brillante ahora, paso directamente sobre su cabeza. Tomo nota mental de la posicion —aproximadamente la altura de las cuatro—, y estaba deduciendo por que constelacion habia aparecido cuando el objeto brillo de nuevo a unos veinte grados mas al sur, mucho mas pequeno, apenas una cabeza de alfiler. Nunca habia visto un meteoro asi…, algo realmente extraordinario, una bola de fuego intermitente.
—?Hey, en el puente! —grito—. ?Mirad arriba! ?Hey, todo el mundo, observad esto!
El punto de luz cayo con la suficiente lentitud como para poder ser seguido facilmente. Al cabo de unos pocos minutos alcanzo el horizonte y desaparecio, dejando pequenas manchas rojas y verdes nadando en su vision.
Alla donde golpeo el oceano se elevo una columna de agua y vapor, apenas visible a la luz de la luna, irradiando un halo de nubes hasta unos diez grados por encima del horizonte.
—Jesus —dijo Samshow. Se dirigio hacia el puente para preguntar si alguien mas lo habia visto. Nadie habia respondido a su grito. Estaba a medio camino de subir la escalerilla cuando un horrendo estremecimiento, como un golpe de gong, sacudio todo el barco. Se detuvo, sorprendido, y termino de subir al puente.
El primer oficial, un vehemente joven chino llamado Chao, miro a Samshow desde los controles. El puente y la mayor parte de los instrumentos estaban iluminados por una suave luz rojiza, para no deteriorar la vision nocturna.
—Se acerca una gran tormenta —dijo Chao, senalando hacia el display de status del barco—. Y rapido. Un tifon, una tromba marina. No se.
Cuatro hombres saltaron al puente desde tres escotillas distintas, y una serie de voces chillaron por el intercom desde todo el barco.
—Un meteoro —explico Samshow—. Simplemente cayo, levantando un gran surtidor a unos treinta kilometros al sur.
El capitan Reed, veinte anos mas joven que Samshow pero mas canoso y curtido que el, aparecio en el puente desde su cabina, hizo una seca inclinacion de cabeza y lanzo una dubitativa mirada a su alrededor.
—Senor Chao, ?que es todo esto?
—Un golpe de viento, capitan —dijo Chao—. Una tormenta malditamente grande. Y acercandose aprisa. —Senalo hacia las brillantes imagenes del radar. Las nubes avanzaban hacia ellos formando una guadana azul y roja. La tormenta era ya visible a traves del cristal delantero.
David Sand aparecio desde abajo, jadante, el rostro enrojecido y maldiciendo.
—Walt, fuera lo que fuese esto, lo ha estropeado todo. Tenemos…, ?Jesucristo! —Se recupero de la vision