estaban a solas en el apartamento de Summit Street.

—El presidente mantuvo alquilado este piso en gran parte por mi insistencia —dijo la mujer, volviendo a colocar la cafetera sobre su tapete de punto. Le tendio la taza de cafe y se sento en la silla situada oblicuamente con respecto a el, con sus rodillas enfundadas en nailon empujando contra la mesa mientras se volvia hacia Hicks—. Poca gente sabe que exista. El piensa que tal vez podamos seguir manteniendo el secreto otro mes o dos. Despues de eso sera menos mi escondite privado, pero seguira estando aqui. Espero que se de cuenta de lo mucho que significa este secreto para mi.

Butler habia salido a telefonear y ahora estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia la puerta. Hicks penso que parecia un bull-dog, y la senora Crockerman un perro de lanas moderadamente rechoncho.

—Mi esposo me ha contado sus preocupaciones, naturalmente —dijo—. No puedo decir que comprenda todo lo que esta pasando, o… que este de acuerdo con todas sus conclusiones. He leido los informes, la mayor parte de ellos, y el documento que usted preparo para el. No le esta escuchando, supongo que ya lo sabe.

Hicks no dijo nada, mirando por encima del borde de su taza. El cafe era muy bueno.

—Mi esposo es asi de peculiar. Mantiene a sus asesores mucho tiempo despues de que hayan servido para su proposito o haga caso de sus consejos. Intenta mantener una apariencia de imparcialidad y una mente abierta, con todas esas personas a su alrededor que no estan de acuerdo con el. Pero muy a menudo no escucha. No le esta escuchando a usted ahora.

—Me doy cuenta de ello —dijo Hicks—. He sido trasladado fuera de la Casa Blanca. A un hotel.

—Asi me ha informado mi secretario. ?Esta aun a su disposicion si el presidente le necesita?

Hicks asintio.

—Estas elecciones deben haber sido un infierno para el, pese a que no ha hecho una campana dura. Su «estrategia». Dejemos que Beryl Cooper se cuelgue el mismo. Todavia no esta acostumbrado a ser el que manda.

—Mis simpatias —dijo Hicks, preguntandose adonde queria ir a parar la mujer.

—Deseaba advertirle a usted. Mi esposo esta pasando mucho tiempo con un hombre cuya presencia en la Casa Blanca, en especial durante la campana, nos altera a muchos de nosotros. ?Ha oido hablar alguna vez de Oliver Ormandy?

Hicks nego con la cabeza.

—Es muy conocido en los circulos religiosos americanos. Es muy inteligente, como suelen serlo ese tipo de hombres. Ha mantenido su rostro fuera de la politica, y fuera de las noticias, durante los ultimos anos. Todos los demas estupidos —practicamente escupio la palabra— se han convertido en payasos ante el ojo de ciclope de los medios de comunicacion, pero no Oliver Ormandy. Conocio por primera vez a mi esposo durante la campana, en una cena celebrada en la Universidad Robert James. ?Conoce ese lugar?

—?Es donde pidieron permiso para armar a sus guardias de seguridad con metralletas?

—Si.

—?Esta Ormandy a cargo de eso?

—No. Deja esas cosas a uno de los payasos aullantes. El da la bienvenida a los politicos entre bastidores. Ormandy es completamente sincero, ?sabe? ?Mas cafe?

Hicks extendio su taza, y ella le sirvio mas.

—Bill ha visto a Ormandy varias veces esta semana pasada. Le he preguntado a Nancy, la secretaria ejecutiva del presidente, de que hablaron. Al principio se mostro reacia a decirmelo, pero… Estaba preocupada. Solamente estuvo en la habitacion durante unos pocos minutos en la segunda reunion. Dijo que hablaron del fin del mundo. —El rostro de la senora Crockerman parecia esculpido en yeso, con una rigida irritacion—. Estaban hablando de los planes de Dios hacia esta nacion. Nancy dijo que el senor Ormandy parecia exuberante.

Hicks miro la mesa. ?Que podia decir? Crockerman era el presidente. Podia ver a quien quisiera.

—No me gusta esto, senor Hicks. ?Y a usted?

—En absoluto, senora Crockerman.

—?Que es lo que sugiere?

—Como usted muy bien dice, el ya no me escucha.

—El ya no escucha ni a Carl ni a David ni a Irwin…, ni a mi. Esta obsesionado. Ha estado leyendo la Biblia. Las partes locas de la Biblia, senor Hicks. El libro de las Revelaciones. Mi esposo no era asi hace unas semanas. Ha cambiado.

—Lo siento mucho.

—Ha convocado reuniones del Gabinete. Estan examinando el impacto economico. Hablando acerca de efectuar un anuncio despues de las elecciones. ?No hay nada que usted pueda decirle…? —pregunto—. Parecia haber depositado gran confianza en usted al principio. Quizas incluso ahora. ?Como llego a confiar de este modo en usted? Hablaba de usted muy a menudo.

—Fueron unos momentos dificiles para el —dijo Hicks—. Me conocio despues de su encuentro con el Huesped. Habia leido mi libro. Nunca estuve de acuerdo con su afirmacion…

—Castigo. En nuestro dormitorio, esta es ahora la palabra clave. Casi sonrie cuando habla acerca de la utilizacion de la palabra por parte de Ormandy. Castigo. Que trillada suena. Mi esposo nunca fue trillado, y nunca un partidario de los fanaticos religiosos, politicos o de cualquier otra clase.

—Esto nos ha cambiado a todos —dijo suavemente Hicks.

—No deseo la ruina de mi esposo. Ese Huesped descubrio su debilidad, cosa que nadie en tres decadas de politica, y yo he estado con el todo el tiempo, habia conseguido. El Huesped lo abrio en canal, y Ormandy se arrastro por la herida. Ormandy puede destruir al presidente.

—Comprendo. —Podria hacer algo peor que eso, penso Hicks.

—Por favor, ?hara algo? Intente hablar de nuevo con mi esposo. Le conseguire una cita. El hara eso por mi, estoy segura. —La senora Crockerman contemplo con anoranza las ventanas panoramicas, como si pudieran ser una escapatoria—. Incluso ha puesto tension a nuestro matrimonio. Estare con el la vispera de las elecciones, sonriendo y saludando con la mano. Pero ahora estoy pensando en este momento. No puedo resistirlo, senor Hicks. No puedo quedarme mirando como mi esposo se destruye a si mismo.

Irwin Schwartz, el rostro largo y la frente palida, un contraste sorprendente con sus enrojecidas mejillas, permanecia sentado en el borde de su escritorio, con una pierna alzada tanto como su barriga le permitia y la pernera de su pantalon dejando al descubierto un largo calcetin negro y unos cuantos centimetros cuadrados de peluda y blanquecina pantorrilla. Sobre su escritorio habia una pequena television de pantalla plana como si fuera un retrato de familia, con el sonido al minimo de volumen. Una y otra vez, la pantalla reproducia la misma videocinta de la explosion de los emisarios robot australianos. Schwartz se inclino al fin y apago la pantalla con un grueso dedo.

A su alrededor, David Rotterjack y Arthur Gordon aguardaban de pie, Arthur con las manos en los bolsillos, Rotterjack frotandose la barbilla.

—El secretario Lehrman y el senor McClennan estan en estos momentos con el presidente —dijo Schwartz—. No hay nada mas que yo pueda decir. No creo gozar de su confianza.

—Ni yo —dijo Rotterjack.

—?Que hay con Hicks? —pregunto Arthur.

Schwartz se encogio de hombros.

—El presidente lo traslado a un hotel hace una semana, y no le he visto desde entonces. Sarah llamo hace unos minutos. Hablo con Hicks esta manana, y esta intentando conseguir una cita para el. Las cosas estan muy tensas en estos momentos. Kermit y yo hemos sido echados varias veces. —Kermit Ferman era el secretario de audiencias del presidente.

—?Y Ormandy?

—Ve al presidente cada dia, durante al menos una hora. Fuera de agenda.

Arthur no podia apartar a Marty de sus errantes pensamientos. El sonriente rostro del muchacho se le presentaba detallado y claro en su memoria, aunque estatico. Como su sosias. No podia conjurar una imagen completa del rostro de Francine, solo rasgos individualizados, y eso le preocupaba.

—Carl le dio una ultima oportunidad —dijo Rotterjack.

—?Cree que va a proporcionarle el buen viejo discurso «presidencial»? —pregunto Schwartz.

Rotterjack asintio.

Вы читаете La fragua de Dios
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату